Los pájaros del jardín inglés compiten con Vivaldi en esta tarde de tormenta y de pasión. Nâzim Hikmet, el poeta turco, me acompaña. Voy siguiendo cronológicamente sus pasos. Y me viene a la memoria otro poeta, este español: Fernando Macarro Castillo, más conocido como Marcos Ana. A ambos el sistema les condenó a largos periodos […]
Los pájaros del jardín inglés compiten con Vivaldi en esta tarde de tormenta y de pasión. Nâzim Hikmet, el poeta turco, me acompaña. Voy siguiendo cronológicamente sus pasos. Y me viene a la memoria otro poeta, este español: Fernando Macarro Castillo, más conocido como Marcos Ana. A ambos el sistema les condenó a largos periodos de cárcel. Es esta, tal vez, una tarde de poetas muertos y de poetas vivos.
Cuando llegaron Nâzim y Marcos Ana a la cárcel, ¿estaban vacías o se encontraban ocupadas ya por los desposeídos? ¿Tendremos los de abajo hoy nuestros propios poetas? ¿Han construido ya los obreros las cárceles donde dormirán los trovadores? Benditos sean mil veces los Nâzim y los Marcos Ana.
Pero ¿y nosotros?, ¿dónde están nuestros poetas en esta tarde de tormenta y de pasión mientras suena Vivaldi y los pájaros compiten con él desde el jardín inglés? ¿Acaso ya no queden poetas, desapareció su oficio, se fueron al exilio o sucumbieron bajola estética del postmodernismo?
Yo conocí a un poeta, un día decidió marcharse y se fue sin decir adiós, con lo puesto. Nosotros nos quedamos esperándole sobre un banco de mármol frío en El Paseo de los Tristes.
Llevo en el pecho un grito, un grito que no sale, es a causa de lo viejo que muere y de lo nuevo que se resiste a nacer. Porque estamos siendo expropiados hasta del agua que bebemos. Porque los mercaderes han tomado nuestras vidas en sus manos y las venden como baratijas en los mercados internacionales.
Yo podría conjurar ahora, en este momento, entre el trueno y el rayo que termina de herir al acebuche, a los viejos poetas. Pero ellos ya nos dejaron la palabra.
Yo podría llamara otros poetas. Invitarles a la insurrección, a aceptar la ruptura que los amos han provocado, a abandonar el palacio sin cobrar sus treinta monedas. Ellos ya conocen el mensaje de los chamarileros. En esta contienda no habrá reconciliación, no la habrá. Ya sabemos la historia de aquella España. Los demócratas aún siguen enterrados en las cunetas.
Por eso invito a los poetas pardillos (aún) y a los viejos obreros de la palabra a la rebelión, a soñar el futuro a hacer el presente. Si tuviese que pedirles algo en este momento, mis queridas amigas y amigos, mis apreciados desconocidos, les pediría que no abandonasen las calles, que no esperasen a recibir la fórmula magistral para luchar contra la injusticia. Y que sepan ustedes que expropiar a los ladrones es posible.
Si alguien me acusa de que esta carta es un panfleto, he de decirle que no renuncio a esa tradición tan noble aunque mi oficio no es el de escritor. Que no renuncio, ahora y aquí, al borde del precipicio, a la palabra. Porque «la poesía es un arma cargada de futuro».
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