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Politicamente cretino

Fuentes: www.radiochango.com

A Paul Lafargue le debemos mucho más que ese primoroso tratado que admiro y me gustaría practicar, El derecho a la pereza . En 1871, Lafargue funda la Nueva Federación Socialista, fermento del Partido de Pablo Iglesias. Al poco tiempo, hacia 1880, escribe ese Derecho a la pereza, cuyas primeras líneas recuerdan el Manifiesto de […]

A Paul Lafargue le debemos mucho más que ese primoroso tratado que admiro y me gustaría practicar, El derecho a la pereza . En 1871, Lafargue funda la Nueva Federación Socialista, fermento del Partido de Pablo Iglesias. Al poco tiempo, hacia 1880, escribe ese Derecho a la pereza, cuyas primeras líneas recuerdan el Manifiesto de su suegro. Marx había escrito en febrero de 1848:»Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar…», y Laforgue dice, más de treinta años después : «Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones en las que reina la civilización capitalista (…). El trabajo es la causa de todas las degeneraciones intelectuales , de todas las deformaciones orgánicas.»

Es poco accesible la obra periodística de Lafargue. Lo que se consigue hoy es sugestivo, y basta con modificar algunos términos para que adquiera plena actualidad.: En el artículo «La Lengua francesa» señala que el idioma de Molière sufrió un cambio total después de la Revolución de 1789 : la lengua la nueva burguesía, la que se hablaba en la tribuna de la Asamblea nacional, expulsó a la lengua de la aristocracia derrotada. Una asociación de gramáticos publicó en 1831 un Suplemento al Diccionario de la Academia con 11.000 términos nuevos, que habían introducidos los revolucionarios y se empleaban en los debates parlamentarios».

Sin duda el credo neoliberal de Reagan, Thahtcher… y Vargas Llosa, y su lenguaje políticamente correcto, produce efectos tan perniciosos , pues nunca, desde la época de Lafargue, se produjeron acciones de semejante amplitud contra el idioma. No solo la dictadura de la propaganda decreta lo que es benéfico o comprensible para el consumidor, sino también el Poder, inspirándose en la técnica publicitaria transforma el lenguaje de la vida cotidiana, e intenta crear los códigos aceptables que no hieran la sensibilidad de los afectados por un mundo destructor.
Por ejemplo, ya el franquismo impusiera cambios semánticos: no había obreros, sino productores; ni huelgas, sino paros. los despidos colectivos se llaman ahora reestructuraciones de empresa. A los sindicatos llaman servicios de proximidad social, y los patronos ya no reclaman despidos, sino flexibilidad, y para designar el traslado de una actividad a otro país, se ha adecuado el término deslocalizar.
Por ser más neoliberales, los ingleses van más lejos, y utilizan el neologismo empleabilidad, los que complica aún más las negociaciones, ya embrolladas de por si, en las instancias europeas. Las empresas que deslocalizan para ir a explotar a los Tailandeses, no son incívicas, sino ciudadanas. Y cuando sabido es que el asalariado se basa en una relación inaceptable de subordinación, se nos habla de cultura de empresa. Les jefes de personal se han convertido en gestionarios des recursos humanos.

En uno de sus ensayos, el lingüista Alain Rey afirma ::»En la vida social los vocablos nuevos sirven para à disimular une intención o una acción real. De hecho, expresan un punto de vista político […] Al margen de su sentido objetivo, trasmiten intenciones que pueden ser manipuladoras»
Cuando existe una palabra sencilla y precisa, por ejemplo ciego, y que se sustituye por invidente, se descalifica ciego y sus declinaciones verbales, adverbiales, adjetivas o proverbiales (cegador, cegar, ceguera, ceguedad, cieguezuelo..). Reemplazando una palabra por una proposición, lo que modificamos es la sintaxis misma de la lengua.

Pese a las afirmaciones de los lingüistas, la lengua no es una norma neutra, que sirve para describir las fragilidades de la comunicación. Está llena de contradicciones que permiten toda clase de manipulaciones ideológicas. Todo intento de suprimir esas contradicciones con subterfugios semánticos conduce al deterioro de la lengua, y a la par, de nuestro pensamiento.

En «1984», George Orwell cuenta las dificultades de Winston y Julia con una lengua cuyo sentido ha sido desvirtuado por una ideología totalitaria. Los dos enamorados se dan cita en los barrios populares en busca de libros y periódicos antiguos a fin de dar con los verdaderos nombres, cambiados por «las maquinaciones del poder». Orwell establece una relación entre la lengua de la democracia y la de la dictadura.
El hecho de que el Poder manipule la lengua delata que sabe muy bien que nos hace daño y trata de escudarse detrás de las palabras.