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Populismo y democracia

Fuentes: Rebelión

I. Populismo y democracia: una relación problemática Las democracias de América Latina, y muchas otras del mundo, enfrentan una crisis de representación. Los ciudadanos se distancian cada vez más de sus dirigentes, el abstencionismo en los procesos electorales se incrementa de forma sostenida, los jóvenes muestran poco o ningún interés en la política, los planteamientos […]

I. Populismo y democracia: una relación problemática

Las democracias de América Latina, y muchas otras del mundo, enfrentan una crisis de representación. Los ciudadanos se distancian cada vez más de sus dirigentes, el abstencionismo en los procesos electorales se incrementa de forma sostenida, los jóvenes muestran poco o ningún interés en la política, los planteamientos programáticos de los partidos políticos pierden interés ante los electores, se vota cada vez más por los líderes y menos por los programas partidarios, y los partidos se reducen a máquinas electorales. En resumen, los representantes tradicionales hoy en día no se corresponden a las expectativas ciudadanas. Esta crisis de representación ha sido el principal caldo de cultivo para el resurgimiento de los populismos.

Pero, ¿cuál es el origen del populismo? Este vocablo apareció por primera vez, y casi de manera simultánea, en el siglo XIX en los Estados Unidos y en Rusia. En los Estados Unidos en 1890 surgió un partido autodenominado populista y en Rusia en 1880 un grupo de intelectuales que se oponían al zarismo se autodenominaron populistas. Así, el vocablo populismo o populista surge en dos contextos totalmente diferentes, uno democrático y otro autoritario. La raíz etimológica del populismo es la palabra pueblo, pero pueblo es un vocablo ambiguo, que se menciona e invoca sin existir claridad sobre lo que es y no es el pueblo. Este es uno de los principales problemas que enfrenta la ciencia política para precisar una definición de populismo. El pueblo ha sido definido por la vía negativa, como aquello que no es o es diferente a la elite (Couffignal, 2009). Entonces, una parte fundamental del populismo es recurrir al pueblo, para lo cual desarrolla un discurso de confrontación con las elites.

En América Latina el populismo surge en el decenio de los años 30 y 40 del siglo XX, con Getulio Vargas en Brasil y Juan Domingo Perón en Argentina. Como una respuesta a los cambios que implicó la depresión económica mundial de 1929. Se considera que estos populismos eran el producto de sociedades tradicionales, que no habían agotado su transición a la modernización. Además, eran populismos autoritarios, no se desarrollaban en contextos o escenarios democráticos. Eran regímenes incluyentes que buscaban construir estados que garantizaran la inclusión de sectores y capas sociales que estaban en la periferia, marginadas de la comunidad política, y de lo que se trataba era de que pasaran a formar parte de una comunidad política más amplia. Sin embargo, el nuevo populismo tiene lugar en un contexto de la democratización, respeta las reglas electorales de la democracia, y responde a un nuevo repertorio de acción política (Couffignal, 2009).

Este nuevo populismo se desarrolla sobre la base de dos ideales, el ideal democrático electoral, y el ideal sustancialista del pueblo magnificado. Por ejemplo, Venezuela en los últimos 10 años ha desarrollado elecciones, la gente ha votado tanto en tan poco tiempo, como nunca antes. Es decir, estamos ante un populismo que reitera de manera permanente la búsqueda de la legitimidad democrática. No es casual que América Latina sea la cuna de los experimentos de democracia participativa (Couffignal, 2009).

Uno de los peligros del populismo, y no solo del populismo sino de las democracias inacabadas en general, es la tentación autoritaria. El mayor riesgo está en que el populismo tiene entre sus premisas que el pueblo no se puede equivocar. Si el pueblo no se puede equivocar, y si se es representante del pueblo, los que están contra el líder son contra el pueblo (Couffignal, 2009).

Sin embargo, es muy interesante la hipótesis de Georges Couffignal, en el sentido de que el populismo podría estar siendo una transformación de la política tradicional a una nueva forma de hacer política, como resultado de un cambio a la modernidad. Esta hipótesis tiene un gran potencial para estudiar el populismo. Considerando que esta hipótesis tiene un grado alto de plausibilidad, se podría formular una segunda hipótesis, en el sentido de que el populismo en vez de ser una amenaza a la democracia, constituye su posibilidad de una nueva etapa de reinvención y perfeccionamiento.

II. El populismo como un modo de construir lo político

En el conocimiento vulgar populismo es una mala palabra. Es usada por políticos para atacar a los adversarios y descalificar determinados discursos y prácticas. Pero, la situación es más compleja, porque aún en el ámbito académico no existe una definición clara y de consenso sobre el populismo y sus implicaciones para la democracia. En general, el populismo es visto como un peligro para la democracia y como una desviación o aberración política. De esta postura se desmarca Ernesto Laclau, quien presenta un análisis novedoso, que interesa abordar en el presente ensayo, siempre en diálogo y contraste con otros autores.

¿Qué es el populismo para Ernesto Laclau? En su texto «La razón populista» trata al populismo como una lógica de formación y articulación de las identidades colectivas. Metodológicamente se distancia de las teorías de la elección racional y el individualismo metodológico, y asume como su principal unidad de análisis las demandas, en especial la articulación de las demandas. Para Laclau, la esencia del populismo estriba en ser «un modo de construir lo político» (Laclau, 2005:11).

Una de las dificultades para precisar una definición de populismo, es la atribución de una lista larga de características y fenómenos políticos que terminan desbordando cualquier intento de precisión conceptual.

Laclau para demostrar la pluralidad de definiciones sobre el populismo, retoma las definiciones que presenta Canovan, quien identifica el populismo como propio del socialismo en países campesinos que no han resuelto la modernización, ideología de pobladores rurales, movimiento rural en busca de valores tradicionales, mayorías controladas por elites, simple gente que se constituye en mayorías aplastante, lo supremo de la voluntad de la gente y movimientos políticos con apoyo masivo (Laclau, 2005:18). Laclau rescata de Canovan dos características centrales atribuidas al populismo, «la convocatoria al pueblo y el antielitismo» (Laclau, 2005:20).

Laclau considera incompatible con su estrategia metodológica una definición de populismo como anormalidad, desviación o manipulación. Fundamentalmente, porque asume el populismo como «una posibilidad distinta y siempre presente de estructuración de la vida política» (Laclau, 2005: 27-28).

Para el autor que estamos analizando, una de las dificultades que impiden una definición precisa del populismo, es ser definido a priori como vago, impreciso, pobre intelectualmente, transitorio, manipulador, irracional; es decir a partir de una serie de prejuicios. Propone que en vez de preguntarnos ¿qué es el populismo?, deberíamos preguntarnos ¿a qué realidad social y política se refiere el populismo? (Laclau, 2005:31).

Algo muy interesante, es que Laclau acepta la vaguedad o imprecisión del populismo, pero le da otro sentido y significado. Para aclarar este tema, me permito citar en extenso:

«En lugar de contraponer la «vaguedad» a una lógica madura dominada por un alto grado de determinación institucional precisa, deberíamos comenzar por hacernos una serie de preguntas más básicas: «¿la «vaguedad» de los discursos populistas, ¿no es consecuencia, en algunas situaciones, de vaguedad e indeterminación de la misma realidad social?» Y en ese caso, «¿no sería el populismo, más que una tosca operación política e ideológica, un acto performativo dotado de una racionalidad propia, es decir, que el hecho de ser vago en determinadas situaciones es la condición para construir significados políticos relevantes?» Finalmente, «el populismo, ¿es realmente un momento de transición derivado de la inmadurez de los actores destinado a ser suplantado en un estadio posterior, o constituye más bien una dimensión constante de la acción política, que surge necesariamente (en diferentes grados) en todos los discursos políticos, subvirtiendo y complicando las operaciones de las ideologías presuntamente «más maduras» (Laclau, 2005: 32-33).

Uno de los temas clave para la comprensión del populismo es la constitución del pueblo. Pero, ¿qué es el pueblo para Laclau? No lo entiende como una expresión ideológica, sino que como «una relación real entre agentes sociales» (Laclau, 2005:97). Un tema central en la constitución del pueblo son las demandas, y Laclau establece la diferencia entre demandas democráticas y demandas populares. A las demandas aisladas les llama demandas democráticas y a las demandas articuladas de manera equivalencial les llama demandas populares. Laclau plantea tres precondiciones para el surgimiento del populismo, que son:

1) La formación de una frontera interna antagónica separando el «pueblo» del poder; 2) una articulación equivalencial de demandas que hace posible el surgimiento del «pueblo» y 3) surge hasta que la movilización política ha alcanzado un nivel más alto: la articulación de estas diversas demandas […] en un sistema estable de significación (Laclau, 2005:99).

El populismo requiere de la separación radical y antagónica de la sociedad en dos campos: el pueblo que se presenta como la legitimidad única y las elites que se les presenta con su poder ilegítimo. Pero la constitución del pueblo como campo antagónico y radical sólo es posible a través de la articulación de sus demandas populares. Demandas que aunque diferentes constituyen una cadena equivalencial única. De alguna manera, el populismo radical y antagonista se estructura a partir de la lógica amigo-enemigo. Al campo enemigo se le atribuyen significantes como el régimen, la oligarquía, los grupos dominantes, etc. y al campo amigo se le atribuyen significantes como pueblo, nación, mayoría, oprimidos, etc. Cuál de estos significantes asume el papel central, depende de las circunstancias históricas concretas (Laclau, 2005:114). Si las fronteras políticas desparecen y desaparecen los campos antagónicos, entonces la desaparición del populismo es irremediable, porque el pueblo, como actor histórico, se desintegra.

Es importante aclarar que el populismo puede ser de izquierda o de derecha, y que incluso sus fronteras son muy poco claras y con facilidad pueden ser traspasadas, un populismo de izquierda puede degenerar en un populismo de derecha y de igual manera un populismo que inicia con signos claros de derecha puede terminar como un populismo de izquierda. Además, en la actualidad con la caída de los llamados socialismos reales, la distinción entre izquierda y derecha se ha desdibujado considerablemente. Es más, Laclau llega a plantear que «ideologías de las más diversa índole -desde el comunismo hasta el facismo- pueden adoptar un sesgo populista» (Laclau, 2006: 57).

Cuando desparece la articulación de las demandas populares y se desdibujan los dos campos antagónicos, entonces lo que prevalece son las demandas democráticas aisladas, disgregadas y plurales, y las demandas diferenciadas son negociadas de manera institucionalizada en el ámbito del Estado.

Otro requerimiento del populismo está relacionado con el liderazgo y las figuras aglutinadoras y carismáticas. Se requiere de una individualidad que desempeñe una unificación simbólica del grupo, que a la vez es inherente a la formación del pueblo (Laclau, 2005:130).

Conviene precisar las tesis centrales de Laclau acerca del populismo:

1) El surgimiento del pueblo requiere el pasaje -vía equivalencias- de demandas aisladas, heterogéneas, a una demanda «global» que implica la formación de fronteras políticas y la construcción discursiva del poder como fuerza antagónica; 2) sin embargo, como este pasaje no se sigue de un mero análisis de las demandas heterogéneas como tales -no hay una transición lógica, dialéctica o semiótica de un nivel a otro- debe intervenir algo cualitativamente nuevo (Laclau, 2005:142).

Este nuevo y cualitativamente diferente es el afecto. Son las expresiones discursivas de amor y odio que se producen al interior y entre los campos antagónicos del populismo. La dimensión afectiva es clave para la constitución del pueblo y de la política misma.

Dicho lo anterior, Laclau conceptualiza el populismo a partir de tres aspectos: Primero, el populismo es una lógica política. Segundo, la construcción radical del pueblo a partir de la articulación de demandas populares para lo cual es necesario mantener ciertas características de vaguedad e imprecisión. Y tercero, el antagonismo pero a la vez complementariedad de la diferencia y equivalencia que caracteriza la relación y encadenamiento de las demandas populares (Laclau, 2005: 150-157). Dicho en otras palabras de Laclau:

Construir al pueblo como actor colectivo significa apelar a «los de abajo», en una oposición frontal con el régimen existente. Esto implica que, de una forma u otra, los canales institucionales existentes para la vehiculización de las demandas sociales han perdido su eficacia y legitimidad, y que la nueva configuración hegemónica -el nuevo «bloque histórico», para usar la expresión gramsciana- supondrá un cambio de régimen y una estructuración del espacio público (Laclau, 2006: 56-57).

Uno de los grandes temores hacia el populismo, es que se le considera incompatible y hasta enemigo de la democracia. Por ello, es necesario identificar los planteamientos de Laclau entorno al populismo y la democracia. En este tema Laclau inicia con una crítica a la representación, en el sentido que la teoría de la democracia siempre ha sido recelosa de la representación y que solamente la ha aceptado como un mal menor ante la imposibilidad de la democracia directa en sociedades grandes y complejas. Se supone que el representante debe demostrar compatibilidad con los intereses de la comunidad. «La representación constituye un proceso en dos sentidos: un movimiento desde el representado hacia el representante, y un movimiento correlativo desde el representante hacia el representado» (Laclau, 2005:200). El problema, para Laclau, de las teorías políticas clásicas, es que suponen que la voluntad general se constituye antes de la representación. Entonces la pregunta relevante es: «cómo respetar la voluntad de los representados, dando por sentado de que tal voluntad existe en primer lugar» (Laclau, 2005:207).

Los populismos se dan en situaciones de quiebre de la institucionalidad, y las posibles situaciones o variaciones, desde la perspectiva del modelo de Schedler y Surel, son las siguientes:

1) Un sistema institucional en gran medida autoestructurado que relega cualquier desafío antiinstitucional a una situación marginal […] 2) un sistema menos autoestructurado y que requiere algún tipo de recomposición periódica -aquí surge la posibilidad del populismo […]el sistema puede ser desafiado, pero su capacidad de autoestructuración aun es considerable, las fuerzas populistas deben operar al mismo tiempo como insiders y outsiders; 3) un sistema que ha entrado en un periodo de «crisis orgánica» en el sentido gramsciano; en este caso, las fuerzas que lo desafían deben hacer algo más que comprometerse en la situación ambigua de subvertir el sistema y, al mismo tiempo, ser integradas a él: deben reconstruir la nación en torno a un nuevo núcleo populista; aquí, la tarea de reconstrucción prevalece sobre la de subversión (Laclau, 2005: 222).

En general, Laclau comparte los planteamientos de Schedler y Surel, pero considera que limitan en extremo las posibilidades del populismo a la tercera opción, que no encaja con los diferentes populismos que han tenido lugar en los últimos años en Europa Occidental.

III. Miradas diferentes sobre el populismo en América Latina

En la actualidad existe una oleada de gobiernos progresistas, de izquierda y algunos son considerados populistas, como Rafael Correa del Ecuador, Evo Morales de Bolivia y Hugo Chávez de Venezuela, este último es el más juzgado como populista. Alain Turaine asume la hipótesis de que «el continente en su conjunto se aparta cada vez más de un modelo sino parlamentario, al menos apoyado en mecanismos de oposición entre grupos de intereses y de ideologías diferentes. Hoy América Latina parece más lejos de encontrar una expresión política para sus problemas sociales que hace treinta años» (Turaine, 2006:47). Este autor considera que en Chile y Uruguay es donde existe una trayectoria democrática de larga duración y una mayor consistencia en la institucionalidad. Asume que el modelo de Chávez es débil en su propuesta de transformación social, que Lula fracasó en su esfuerzo transformador y que donde se juega el futuro de América Latina, desde la búsqueda de un modelo político transformador, es en Bolivia con Evo Morales a la cabeza (Turaine, 2006). Para Turaine esta oleada de gobiernos de izquierda en América Latina ha provocado cierto optimismo sobre el futuro en la región. Además, propone la necesidad de una radicalidad política para escapar a dos peligros: «por un lado, un gobierno de elites liberales apoyadas en una economía mundial globalizada y, por el otro, lo que se podría llamar una ilusión neocastrista» (Turaine, 2006:55).

Mientras que, Laclau parte del hecho de que América Latina ha sido heredera de dos experiencias traumáticas: las dictaduras militares y las políticas neoliberales, que en más de un país coincidieron ambos procesos. Las consecuencias: «una crisis de las instituciones como canales de vehiculización de las demandas sociales, y una proliferación de estas últimas en movimientos horizontales de protesta que no se integraban verticalmente al sistema político» (Laclau, 2006: 59).

Ante el quiebre de la institucionalidad y la incapacidad de procesar las demandas a nivel individual, la movilización y protesta social se vio estimulada y profundizó la crisis de la legitimidad del Estado. Así las cosas, el desafío democrático consiste en la articulación de las demandas y la capacidad de responder ante las mismas. Veamos esto en palabras de Laclau:

«La canalización puramente individual de las demandas sociales por parte de las instituciones está siendo reemplazada por un proceso de movilización y politización creciente de la sociedad civil. Éste es el real desafío en lo que concierne al futuro de las democracias latinoamericanas: crear Estados viables, que solo pueden serlo si el momento vertical y el momento horizontal de la política logran un cierto grado de integración y equilibrio» (Laclau, 2006: 59).

En América Latina se ha presentado una situación caracterizada por el fracaso de las políticas neoliberales, el requerimiento de ampliar los mecanismos del mercado pero con una mayor regulación estatal, y la necesidad de una mayor participación en las políticas; todo esto confluyó en la necesidad de regímenes más representativos y es lo que ha provocado el giro a gobiernos de centroizquierda en la región.

¿Qué posicionamiento desarrolla Laclau ante el chavismo? Su argumento central es que en Venezuela no era posible una transición política sin una ruptura populista. «En el caso Venezolano, la transición hacia una sociedad más justa y democrática requería el desplazamiento y la ruptura radical con una elite corrupta y desprestigiada, sin canales de comunicación política con la vasta mayoría de la población». En Venezuela han estado presentes las condiciones centrales para la ruptura populista: «una movilización equivalencial de masas; la constitución de un pueblo, símbolos ideológicos alrededor de los cuales se plasme esta identidad colectiva (el bolivarismo); y, la centralidad del líder como factor aglutinante» (Laclau, 2006: 60).

Laclau no desconoce los peligros que puede representar el populismo. Existen tensiones entre la participación popular y el líder, y éste último puedo terminar limitando a la primera. Pero no existe una ley de bronce, un destino manifiesto que indique que el populismo siempre desemboca de manera inexorable en la burocratización. Hay experiencias históricas de degeneración burocrática del populismo, pero también las hay de populismos democráticos y altamente participativos. ¿Existe en el caso venezolano indicios de una degeneración al burocratismo? Laclau sostiene que no, que «por el contrario, a lo que asistimos es a una movilización y autoorganización de sectores previamente excluidos, que han ampliado considerablemente las dimensiones de la esfera política. Si hay peligro para la democracia latinoamericana viene del neoliberalismo y no del populismo» (Laclau, 2006: 61).

Manuel Antonio Garretón llama a pensar y analizar América Latina, considerando diferentes cuestiones. Una, la cuestión de la construcción de sistemas políticos democráticos; dos, la democratización social para enfrentar la pobreza; tres, la reformulación del modelo económico y cuatro, la construcción de un modelo de modernidad (Garretón, 2006: 103). La democracia latinoamericana ha estado cuestionada desde dos lógicas, por su incapacidad de atender las demandas sociales y las exigencias de una mayor participación popular en la institucionalidad democrática. Desde la perspectiva de Garretón esto dio origen a dos modelos: uno, basado en la acción estatal con liderazgo personalizado y dos, desde los partidos políticos.

El ejemplo paradigmático del primer modelo lo constituye Hugo Chávez. Se caracteriza por una movilización permanente, lo que Garretón llama una especie de democracia continua, y formas de caudillismo. Garretón a diferencia de Laclau considera que es un error calificar al gobierno de Chávez de populista o neopopulista. Su argumento central es que el populismo se caracteriza básicamente por tratar de incorporar o incluir a sectores que han estado excluidos de la comunidad política, pero que Chávez lo que busca con una nueva constitución es refundar o reconstruir la polis. Destaca que el peligro en el modelo del pueblo permanentemente movilizado es que da lugar a una extrema polarización de la sociedad y la ausencia de la institucionalidad más allá del liderazgo personal (Garretón; 2006).

Según Ludolfo Paramio, las crisis económicas y el incremento de la pobreza y la indigencia, generó la percepción de que el Consenso de Washington era incapaz de cumplir sus promesas. Esto provocó que el Estado regresara a la agenda política latinoamericana. Creó condiciones para lo que se conoce como un «giro a la izquierda en América Latina». Paramio destaca que estos gobiernos no sostienen un discurso populista macroeconómico, sino que su discurso, populista se podría decir, está orientado hacia otra dirección (Paramio, 2006).

Este discurso denuncia a la elite política anterior y al conjunto de partidos políticos tradicionales como traidores a los intereses populares, para presentar a los nuevos gobernantes como verdaderos representantes de esos intereses. Y por ello pide el máximo respaldo social para evitar que la oposición bloquee la acción del gobierno desde las instituciones democráticas (Paramio, 2006: 65).

Desde la perspectiva de Paramio este nuevo discurso populista es muy similar a lo que O´Donnell llamó «democracia delegativa», donde los gobernantes reclaman poderes extraordinarios y buscan escapar de los controles de las viejas instituciones.

Es común encontrar una preocupación por responder a la interrogante ¿qué es el populismo?, pero se descuidan otros interrogantes como ¿cuál es el origen del populismo? o ¿cómo ha sido posible el retorno del populismo en América Latina? Para la búsqueda de respuestas a estos interrogantes, hay que tomar como punto de partida que este nuevo populismo en América Latina es hijo del neoliberalismo. La exclusión de vastos sectores populares y de la clase media con las políticas de ajuste generó un profundo malestar social en las sociedades latinoamericanas. Y los partidos políticos no han logrado responder a los desafíos del desarrollo y de la democracia.

Es fácil comprender que el crecimiento de la pobreza y la frustración ante el incumplimiento de las promesas de reformas estructurales han hecho que amplios sectores no solo populares, sino también de la clase media, se sientan maltratados y excluidos de un mercado que consideran adverso, y que no sepan cómo hacer oír su voz. Esto es lo más importante: en muchos países los sistemas de partidos establecidos no han generado ofertas políticas creíbles que permitieran a los sectores sentirse representados. Y, a consecuencia de ello, ha ido creciendo el escepticismo hacia las instituciones políticas en su conjunto (Paramio, 2006: 66).

En esencia estamos ante una crisis de representación, y no tanto ante un colapso de los partidos políticos. Los ciudadanos sienten que ninguno de los partidos políticos es capaz de representar sus intereses y de cumplir sus promesas de campañas electorales. Esto los hace más susceptible hacia la movilización permanente, a la búsqueda de figuras carismáticas y de espacios de participación muchos más directos donde sus voces sean escuchadas.

Paramio plantea que los costos políticos del populismo son enormes. Después del populismo es necesario recuperar no sólo las instituciones democráticas, sino que algo mucho más complejo, que es la confianza de los ciudadanos en las mismas. Además, el populismo puede terminar arrasando las instituciones partidarias, y en este caso se agrava la crisis de representación, hay que reconstruir las identidades partidarias sin las cuales no se puede reconstruir una representación estable (Paramio, 2006)

¿Dónde está la clave de los reiterados y masivos triunfos electorales de Hugo Chávez?

La clave de su consolidación es, sin duda, haber conseguido que los sectores más pobres y excluidos de la sociedad venezolana vean en él a un gobernante que cuida de ellos, frente a la imagen de que los partidos tradicionales solo se dedicaban a robar y no se preocupaban por el pueblo. Se puede discutir la eficacia de las política social desarrollada por las misiones chavistas, la falta de transparencia de su financiación o la lógica clientelar de su diseño y ejecución, pero no es fácil negar que han tenido como resultado un significativo apoyo popular al régimen y, en determinados sectores, una identificación con él similar a la que en su momento alcanzaron los populismos clásicos (Paramio, 2006: 71).

Según Paramio, aunque el populismo se someta a las reglas del juego democrático, no es un proyecto democrático. ¿Por qué? Desde su perspectiva porque antagoniza y polariza la sociedad en sectores populares y oligárquicos, su discurso alude a la confrontación, no crea ciudadanos sino que seguidores y puede generar políticas económicas irresponsables y una redistribución clientelar (Paramio, 2006:72).

 

IV. El populismo a la luz de la teoría de la democracia

En la teoría política abundan las definiciones y acepciones acerca de la democracia, desde las que se reducen a una postura procedimental hasta las que extienden la democracia al ámbito económico y social.

Huntington plantea cinco puntos para definir la democracia. Primero, la definición de la democracia en términos de elecciones es una definición mínima. «Elecciones, apertura, libertad y juego limpio son la esencia de la democracia» (Huntington, 1994:22). Desde esta definición los nuevos populismos latinoamericanos son democráticos, pues son el producto de procesos electorales reconocidos por la oposición nacional y la comunidad internacional como procesos electorales limpios. Segundo, es posible que los electos democráticamente no puedan ejercer el poder. En este caso el sistema político no es democrático. Pero a la vez, los que son electos para decidir deben tener ciertas limitaciones. El primer punto de que los electos tomen las decisiones se está cumpliendo en los gobiernos llamados populistas, donde se presentan algunas reservas es en la posibilidad de ruptura de los límites del poder por la falta de transparencia y la sobreposición de los liderazgos personalistas a los controles institucionales.

Tercero, se refiere a la situación de fragilidad o estabilidad del sistema político democrático. En este punto se trata de la posibilidad de que el sistema democrático perdure o sea sostenible. Esto constituye una de las preocupaciones centrales de los que critican y se oponen al populismo, ya que los líderes políticos personalistas, apelando al pueblo y a su voluntad, utilizan las mismas reglas electorales para modificar constantemente las reglas de la democracia. En el caso de América Latina esto se ha observado con las permanentes modificaciones a las constituciones y la apertura a la posibilidad de reelecciones, situación que genera algún grado de incertidumbre en las reglas del sistema político democrático. Cuarto, tiene que ver con asumir la dicotomía democracia o no democracia, o tratarlo como un continuo en el que hay países más o menos democráticos que otros. En este caso si se asume la dicotomía y se parte del criterio de competencia por el poder y elecciones libres, al igual que en el punto primero los actuales populismos de América Latina califican como democráticos, sin ninguna duda. Y el quinto, se refiere a regímenes no democráticos de un solo partido. Este no es el caso de los populismos latinoamericanos, por lo tanto nuevamente califican como democráticos (Huntington, 1994: 23-24).

Una de las propuestas políticas más aceptadas y operativas sobre la teoría democrática, es la propuesta de Dahl sobre las poliarquías. Dahl propone ocho características para que una competencia por el poder pueda ser considerada como democrática. Veamos cada una de ellas y su grado de cumplimiento o no con los gobiernos considerados populistas en América Latina. En particular tomaremos como referencia para la reflexión, los casos de Venezuela, Ecuador y Bolivia.

Condiciones de la poliarquía

Grado de cumplimiento de estas condiciones en los llamados populismos latinoamericanos (Venezuela, Ecuador y Bolivia).

1. Cada miembro de la organización efectúa los actos que consideramos una expresión de preferencia entre las alternativas previstas. Por ejemplo, votar.

En estos tres países considerados como gobiernos populistas, en los procesos electorales cada ciudadano ha tenido la oportunidad de votar por más de una opción. Se cumple la condición.

2. Al tabular estas expresiones (votos), el peso asignado a la elección de cada individuo es idéntico.

Los votos en los procesos electorales que han dado lugar a estos gobiernos tienen el mismo peso, no existe discriminación en términos del valor o peso del voto. Se cumple la condición.

3. La alternativa con mayor número de votos se proclama elección ganadora.

La alternativa que ha obtenido el mayor número de votos siempre ha sido declarada como la ganadora. En Venezuela se han tenido reservas de si se aceptaría un resultado que le resultara adverso a Chávez. Pero, esta duda quedó disipada en diciembre de 2007 cuando perdió el referéndum para una de las reformas constitucionales. Se cumple la condición.

4. Cualquier miembro que perciba un conjunto de alternativas, y considere al menos una de ellas preferible a las demás, puede añadir su alternativa preferida, o sus alternativas, entre las seleccionadas para la votación.

Los sistemas políticos de estos países han estado abiertos a la postulación de diferentes alternativas políticas. No existen limitaciones para la organización y presentación de otras alternativas políticas. Se cumple la condición.

5. Todos los individuos poseen idéntica información sobre las alternativas.

El acceso a información siempre ha sido deficiente en América Latina. Sin embargo, podría afirmarse que en los procesos electorales, especialmente de Ecuador y Bolivia, no se han impuesto restricciones al acceso de información. En Venezuela se han presentado cierres de algunos medios de comunicación y denuncias de persecución a la libertad de expresión. En los dos primeros no hay indicios para dudar que la condición se cumpla. En el caso de Venezuela queda cierta duda y habría que desarrollar procesos investigativos más profundos.

6. Las alternativas (políticas o dirigentes) con mayor número de votos desplazan a todas las alternativas (políticas o dirigentes) con menos votos.

En los tres países las alternativas políticas con mayores votos han desplazado a las que han obtenido menos votos. La condición se cumple.

7. Las órdenes de los cargos electos se cumplen.

Los cargos propuestos para los procesos electorales se han respetado y cumplido conforme a los votos obtenidos. La condición se cumple.

8.1. Que todas las decisiones interelectorales están subordinadas a las establecidas durante la etapa de elección o que sean aplicación de éstas, es decir, las elecciones controlan en cierto modo.

Se trata de la existencia de la estabilidad en las reglas del juego. Esto en términos generales se ha cumplido, pero se han presentado algunas incertidumbres por los constantes plebiscitos para modificar las constituciones o abrir las posibilidades de reelección. Se podría decir que la condición se cumple parcialmente.

8.2. O que las nuevas decisiones del periodo interelectoral estén regidas por las siete condiciones precedentes, actuando, sin embargo, en condiciones institucionales bastante distintas.

En general, las siete condiciones se cumplen a pesar de que se han producido nuevas condiciones institucionales, producto de las consultas populares y la instalación de asambleas constituyentes. La condición se cumple.

8.3. O ambas cosas

Se cumple la 8.1 parcialmente y la 8.2 en forma completa.

Es desde los aportes a la democracia de Guillermo O´Donnel, que es posible desarrollar una crítica más profunda al populismo. Sobre todo desde su perspectiva de la irrenunciabilidad del estado de derecho en la democracia. Para este teórico, la anomalía de las democracias latinoamericanas no sólo está en la ausencia o debilidad de los derechos sociales, sino que también en el desconocimiento y las violaciones a los derechos civiles. Por eso ha caracterizado a la ciudadanía latinoamericana como «ciudadanía de baja intensidad». Otro de los aportes centrales de O´Donnel, es que considera que la definición «politicista» de la democracia, centrada en los procedimientos, la competitividad por el poder y el régimen, es necesaria pero insuficiente. En tal sentido, sostiene que: «No sólo los regímenes democráticos sino que todo el sistema legal de las sociedades occidentales (y occidentalizadas) están construidos sobre la premisa de que estamos dotados de un grado básico de autonomía y responsabilidad, excepto pruebas altamente elaboradas y concluyentes que demuestren lo contrario» (O´Donnel, 2001:6).

Lo anterior presupone que cada individuo en la sociedad es un sujeto jurídico con derechos y responsabilidades. O´Donnel sostiene que este hecho ha estado presente en la historia de la democracia, del capitalismo y el estado moderno. O´Donnel no menosprecia la formalidad jurídica, como sucede desde posiciones marxistas y radicales. Para este teórico de la democracia la igualdad formal cuenta. La ley condensa relaciones y dinámicas de poder.

La democracia no sólo requiere un estado de derecho, sino que un estado de derecho democrático. ¿Qué es un estado de derecho democrático? Es el que cumple tres condiciones básicas: una, «defiende las libertades y las garantías de la democracia política». Dos, «defiende los derechos civiles de todo el conjunto de la población». Y tres, «establece redes de responsabilidad y rendición de cuentas que comportan que todos los agentes, privados y públicos, incluyendo los cargos más altos del régimen, estén sujetos a controles apropiados y legalmente establecidos sobre la legalidad de sus actos» (O´Donnel, 2001: 24).

Resumidos los planteamientos de O´Donnel, es pertinente preguntarse: ¿El populismo debilita o fortalece el estado democrático de derecho? Como hipótesis es plausible plantear que el principal riesgo del populismo es que debilita el estado democrático de derecho, en tanto en una lógica política centrada en la movilización permanente de una masa llamada pueblo y en la figura carismática del líder, existen muchas posibilidades de que se clientelice la relación estado-ciudadanos, se vulnere la igualdad jurídica, el líder se coloque por sobre las instituciones y la ley, y se actúe de manera discrecional sin la debida transparencia y rendición de cuentas.

Las posibilidades de que el populismo no sea una amenaza para la democracia sino que por el contrario la revitalice, dependen de que el mismo sea de carácter transitorio y de una etapa de intensa movilización política y de la centralidad de la figura carismática, como producto de la crisis de representatividad existente, se pase a un proceso de refundación del estado de derecho y a su estabilidad política institucional.

V. A modo de conclusiones para el debate

Primera. El nuevo populismo que tiene lugar en las sociedades de América Latina, difiere de manera significativa de los populismos de los decenios de los años treinta y cuarenta del siglo XX. Los populismos de principios de siglo XX eran de corte autoritario y buscaban incorporar a la comunidad política a las masas marginadas. Mientras que el populismo de finales del siglo XX y principios del siglo XXI tiene lugar en sociedades con procesos de democratización y respetan las reglas del juego democrático. Además, son producto de la crisis de representación de los partidos políticos y la pérdida de confianza en la institucionalidad política estatal.

Segunda. Una aproximación al populismo desde la academia y la teoría política, para avanzar en la comprensión de este fenómeno político y desentrañar las condiciones en las cuales se produce, debe superar los prejuicios de considerar el populismo a priori como una desviación y una anormalidad política.

Tercera. Ernesto Laclau presenta una perspectiva novedosa de análisis del populismo en el sentido que lo asume como «un modo de construir lo político». Esto significa liberar el populismo de prejuicios y de ataduras ideológicas, pues como Laclau insiste, el populismo puede ser de izquierda o de derecha. «Ideologías de las más diversa índole -desde el comunismo hasta el facismo- pueden adoptar un sesgo populista». El populismo es una lógica de construir lo político, y no tiene un destino manifiesto, puede degenerar en burocratismo y autoritarismo, o ser democrático y altamente participativo.

Cuarta. Visto el populismo desde las experiencias actuales de América Latina y confrontándolo con una definición mínima de democracia centrada en el régimen y en los procedimientos de la competencia por el poder, no hay lugar a dudas que estos populismos son de carácter democrático y que son coherentes con las reglas de la democracia.

Quinta. Asumiendo la democracia en una perspectiva más amplia, sobre todo considerando el planteamiento del estado democrático de derecho de O´Donnel, los populismos podrían ser un peligro para la democracia, en tanto vulneran la igualdad jurídica de los ciudadanos, el líder carismático se ubica por sobre las instituciones y la ley, y los procesos de toma de decisiones tienen altos grados de discrecionalidad, falta de control, transparencia y rendición de cuentas.

VI. Bibliografía

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