En un país repleto de edificios abandonados, pisos vacíos, sedes en ruinas por falta de uso, hay autoridades que echan a la gente de sus casas y a los colectivos de sus proyectos. Perros del hortelano, ni comen ni dejan comer -a veces ni siquiera dejan que se riegue el árbol que estaba muriendo-, sin […]
En un país repleto de edificios abandonados, pisos vacíos, sedes en ruinas por falta de uso, hay autoridades que echan a la gente de sus casas y a los colectivos de sus proyectos. Perros del hortelano, ni comen ni dejan comer -a veces ni siquiera dejan que se riegue el árbol que estaba muriendo-, sin advertir que no es capricho lo que hay a su alrededor, es hambre: de techo, de comunidad, de alimentos cotidianos.
La Madreña, centro social y cultural autogestionado, fue la antigua sede de la Consejería de Sanidad del Principado, que éste abandonó en busca de palacios de calatravas, trasvases de dinero y operaciones urbanísticas que, cuanto menos, atentan a la austeridad y al mero sentido común de no romper lo que tenemos, no despilfarrarlo y despreciarlo. Una vez vendida, la sede se sumió durante largo tiempo en el desorden, la decadencia de lo que no se mantiene ni se cuida. Hasta que sus pasillos abandonados volvieron a cobrar importancia para colectivos que se ocuparon de limpiar, ordenar, y sobre todo insuflar vida y cultura a un espacio. Lo que era ruina pasaba a ser lugar de compromiso para mantenerlo habitable, en funcionamiento y con actividad. Las palabras ‘común’ o ‘compartir’ eran actos.
Hoy acusan a cinco de las personas que han ido a la La Madreña de ser usurpadores. También tantos y tantas fuimos. No acusan a quienes se desprendieron del local, ni a quienes lo condenaron a la ruina. En su segunda acepción, dice el diccionario que usurpar es arrogarse la dignidad, empleo u oficio de otro, y usarlos como si fueran propios. La dignidad vendría referida a un cargo, pero usurpemos nosotras las definiciones y digamos que sí, se han arrogado la dignidad. No la de esas autoridades y empresas que dejan morir los bienes públicos, sino la nuestra, y la han usado poniéndola en pie.
Quienes acusan a La Madreña no sólo nos acusan, nos quieren deleznables además, reconcomiéndonos en nuestros cuartos individuales, nos quieren peleando entre nosotros, traicionándonos entre nosotras, quieren nuestra soledad que es su beneficio. De lo que en realidad se acusa a las cinco personas llamadas a declarar en un juzgado de instrucción de Oviedo en relación con un supuesto delito de usurpación -y a muchas otras en diferentes lugares- es de no respetar la ley de la selva.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/culturas/20582-por-no-respetar-la-ley-la-selva.html