El socialismo, las democracias populares y el socialismo federal yugoslavo, cayeron casi simultáneamente. Existían notorias diferencias entre ellos, pero similitudes de fondo. Cayó la Unión Soviética y todos los países que la integraban, cayó Polonia, la República Democrática Alemana, Bulgaria, Rumania, Checoslovaquia, Albania, Hungría y Yugoslavia. La URSS se fraccionó en diversas repúblicas, lo mismo […]
El socialismo, las democracias populares y el socialismo federal yugoslavo, cayeron casi simultáneamente. Existían notorias diferencias entre ellos, pero similitudes de fondo. Cayó la Unión Soviética y todos los países que la integraban, cayó Polonia, la República Democrática Alemana, Bulgaria, Rumania, Checoslovaquia, Albania, Hungría y Yugoslavia. La URSS se fraccionó en diversas repúblicas, lo mismo ocurrió con Yugoslavia y Checoslovaquia. A pesar de que la URSS incluía repúblicas asiáticas es notorio que el nacimiento y la dirección nacional se situaba en Europa, en Rusia.
Algunos lo llaman el «socialismo real», otros «el mal llamado socialismo real» pero hay una afirmación que es incuestionable, el derrumbe fue un fenómeno esencialmente europeo, con consecuencias directas en los países africanos (ex colonias europeas) donde existían gobiernos nacionalistas, con fuerte influencia socialista. No queda ninguno o los que quedan son irreconocibles.
Nadie puede afirmar que estaban regidos por un único centro: la Unión Soviética. Había países alineados con la URSS, pero ni Yugoslavia, ni Albania compartían en absoluto sus posiciones, incluso Rumania mantuvo en los últimos años una posición discrepante, distante del resto de los países del Pacto de Varsovia y se aproximó al euro comunismo.
Los países que todavía se llaman al socialismo «real» son actualmente China, Viet Nam, Cuba y Corea del Norte. Todos diferentes en su modelo económico y con profundas diferencias también en sus posiciones políticas.
Sobre la caída de los países socialistas en Europa se ha escrito mucho, nosotros aportaremos un granito de arena; muchas más preguntas que respuestas. ¿Se cayeron por causas económicas, por una creciente contradicción entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas? No.
En ninguno de los casos se produjeron graves crisis económicas, hambrunas, carestías, inflaciones explosivas, ni nada conexo ni anexo. Aunque las causas económicas estuvieron sin duda presentes, éste no fue el factor fundamental, ni el factor desencadenante. Una de las paradojas es que el país que registraba los mejores niveles de crecimiento y desarrollo entre los países socialistas – la RDA – fue donde se prendió la última mecha que luego implosionó todo el sistema.
La caída del muro la asumimos todos como el derrumbe del sistema; en realidad, todo comenzó a tambalearse cuando se construyó el muro. El de cemento pero sobre todo los otros muros.
Cayó por causas políticas
Las causas del desmoronamiento fueron políticas. El socialismo en Europa se derrumbó por graves y sucesivas crisis políticas que no fue capaz de afrontar, que desmoronaron el sistema y que mucho tenían que ver con la contradicción creciente entre sus valores originales y su realidad social y política, en el momento del derrumbe. La base de esas crisis políticas generalizadas que surcaron todos los países a pesar de las diferencias antes mencionadas, fueron el fracaso cultural y la derrota cultural frente a las ideas del capitalismo, el otro polo de la fractura planetaria y continental.
Las sociedades socialistas de Europa entraron en crisis porque sus ciudadanos ya no creían en el socialismo y consideraban – en forma confusa y muchas veces contradictoria – que el «otro» sistema, el capitalismo que gobernaba el resto del continente y del mundo, era mejor. Aún con todos los matices y las diferencias y particularidades nacionales, si no se asume esta realidad no puede entenderse todo el proceso posterior, ni siquiera la actualidad en esos países.
Si no se asume e incorpora esta realidad no se puede entender cómo países que entraron en profundas crisis económicas y sociales luego de la caída del muro no generaron masivas reacciones nostálgicas del socialismo. Fueron fenómenos notoriamente minoritarios y sin una estructura política de importancia que recogiera esta herencia.
El gran fracaso del socialismo fue un fracaso cultural y sus consecuencias son políticas. Incluso esa palabra que aparentemente lo resuelve y lo explica todo: burocracia, no es una consecuencia sólo ni principalmente económica, sino esencialmente política. Fueron sistemas que durante los momentos de máxima tensión, en especial durante las guerras civiles o nacionales, funcionaron y que fueron carcomiéndose durante la paz.
Las grandes estructuras políticas, los partidos que fueron diseñados para ocupar un lugar dominante y central en cada uno de los países, las formas institucionales que se correspondieron con una visión de la sociedad y del Estado y los mecanismos de control monopólico de la comunicación, la información y la educación, fracasaron estrepitosamente.
Fracasaron porque no dieron cuenta de la complejidad, de las tensiones, de las necesidades de participación, de libertad, de ciudadanía de sus sociedades. Fracasaron porque quisieron adaptar y dibujar los límites de esas sociedades a su diseño hegemónico administrado y administrativo. Dividir el fracaso entre los burócratas y los ciudadanos es también un artilugio cómodo, pero inútil. Los propios burócratas, la burocratización del poder, de las ideas, de la política son parte de la derrota cultural.
Un proyecto basado en el marxismo que originalmente proponía la lenta extinción del Estado, generó en todos los casos, estados omnipresentes y gigantescos, no sólo en la propiedad de los bienes de producción – totalmente estatizados – sino en el control de la vida cultural y social de esos países.
La burocratización de los partidos que supuestamente debían tener una función rectora de la revolución es la peor derrota de las ideas revolucionarias y la más evidente derrota cultural y política, suya consecuencia inevitable no podía ser otra que el derrumbe. Era sólo cuestión de tiempo.
La Perestroika y el Glasnost fueron intentos tardíos, superficiales, sin profundidad en el análisis y, sobre todo, sin una visión estratégica que en definitiva atacaron las consecuencias pero que no tenían posibilidades ni fuerzas para atacar las causas profundas. Si su objetivo era salvar algo del socialismo cometieron errores muy profundos en el manejo político y en el juego de las fuerzas. Esta afirmación parece ser común a la mayoría de los procesos renovadores, en los países y en los partidos.
En países donde la fuerza, la coerción, el concepto y la práctica del uso del poder tenía una base tan arraigada – hasta por su propia historia nacional – las reacciones de los aparatos del Estado fueron débiles y barridas por la sociedad y por la propia gente. Es que la gangrena, el descontento era muy profundo, pero también -es justo reconocerlo – la crisis de identidad, las contradicciones violentas entre una prédica de izquierda, una visión popular había penetrado hondo en los propios aparatos del poder, y cuando estos factores entraron en crisis paralizaron todo. Y estuvo bien. La peor tragedia hubiera sido la respuesta militar, auto invasiones militares correctivas del Pacto de Varsovia ya no funcionaban, había entrado en crisis el propio centro del sistema: la URSS.
El marxismo leninismo fue una base teórica para una práctica política; el gran impulso de Lenin fue la conquista del poder, su ejercicio y la forja de los instrumentos partidarios y estatales para ejercerlo. Fue una revolución, no de las ideas – como Marx – sino de las sociedades. Esta relación entre teoría y práctica es indivisible en la propia identidad de los partidos comunistas, con éxitos y con derrotas, con diferentes capacidades y resultados. La crisis y la respuesta a la crisis debía ser integral y no existieron las capacidades, la masa crítica intelectual, cultural, la elaboración en el terreno de la economía, de las ciencias sociales y de la política para dar respuesta a la profundidad de la crisis. Ya no existían las capacidades y los muchos años de paralización y de uso y abuso del poder, de la fuerza y de la gestión administrativa incluso de las ideas hipotecaron toda alternativa.
Del otro lado hay que asumir que el capitalismo incorporó a través de sus propias crisis una capacidad de flexibilidad y adaptación mucho mayor. ¿Cuál fue la causa? Una sola: el funcionamiento de la democracia, la oposición de ideas y de posiciones, de partidos, entre los que debemos incluir los propios partidos comunistas. Por el contrario, los sistemas monolíticos demostraron su debilidad para atender tanto en el plano de las ideas, de la economía, de la cultura y de la política la complejidad de las sociedades. Sirvieron para la guerra o para la guerra civil y se gangrenaron en la paz.
Lénin y el stalinismo
¿Cuánto de esa concepción sobre el Estado y el partido único tiene que ver con el stalinismo y con Stalin? Me resisto a creer que un solo hombre haya sido capaz de desviar de manera tan atroz las prácticas y los valores del socialismo, de la libertad, de los derechos humanos. No fue sólo por miedo o por complicidad con el poder que miles y decenas de miles de cuadros comunistas soviéticos fueron ejecutores de purgas, de gulags, de matanzas de sus propios compañeros «disidentes». Civiles, militares, científicos, médicos, campesinos y muchas decenas de militantes comunistas fueron perseguidos y asesinados. Pero también fueron perseguidores o cómplices silenciosos. Un fenómeno poco analizado.
Releyendo el Estado y la revolución de Lenin y toda la polémica con Rosa Luxemburgo sobre el partido único y la libertad, creo que no alcanza con esas pocas palabras contra Stalin pronunciadas por Lenin antes de su muerte criticándolo por su carácter grosero con sus compañeros para explicar algo tan monstruoso y tan complejo a la vez llamado generosamente «el culto a la personalidad». Algo en el propio sistema ya estaba muy mal y se devoró a si mismo y a los valores originales del socialismo. Y sobre esto tenía razón Rosa Luxemburgo, con todo lo que esto implica en el análisis histórico sobre el socialismo.
El papel de la URSS y de Stalin en la segunda guerra mundial no puede ni debe ocultar un análisis completo y complejo de todo el fenómeno. ¿Por qué los nazis llegaron hasta las puertas de Moscú y hasta el Volga si existían las fuerzas económicas, militares y espirituales para derrotar al nazismo, ya antes de iniciarse la guerra?
Los 20 millones de muertos son un tributo enorme, el mayor precio pagado por un pueblo a la derrota de la barbarie nazi, pero son también parte de la tragedia de una política exterior sin principios y con enormes errores de antes de la guerra. Aciertos y compromisos justos de la URSS en la ayuda a España republicana abandonada por la complicidad de la No-intervención de Europa y Estados Unidos. Pero la guerra contra Finlandia, la anexión de una parte de Polonia y el pacto Molotov-Ribbentrop y toda la especulación y los errores en el manejo de la información sobre la inminente invasión nazi a la URSS son responsabilidades que no pueden ocultarse por el gran sacrificio, por las genialidades militares de los generales soviéticos, incluso por la capacidad de mando de Stalin o por el heroísmo del pueblo soviético.
Después la derrota del proyecto reformista y de apertura de Jruchov vino la interminable era de Brechnev con el férreo control total del Estado y de la economía, la paralización teórica y la creciente burocratización de la vida social y cultural de ese inmenso y denso grupo de países acentuó la decadencia, la apatía y la sorda resistencia. No la vimos sólo los que teníamos una visión tan sesgada que no queríamos verla. La paralización política y espiritual de la URSS era abrumadora. El penúltimo intento de Andropov no logró derrotar ni frenar esa decadencia. Chernenko fue la expresión máxima de una burocracia que movía todos los hilos del poder, incluso para elegir a una momia.
El proceso de resistencia y decadencia había comenzado mucho antes, en las llamadas «democracias populares». La fractura entre las sociedades de estos países y en particular la intelectualidad y los partidos comunistas y los gobiernos no fueron una sucesión de episodios – como creíamos y explicábamos – fueron manifestaciones virulentas de una crisis sorda que iba creciendo y se hacía incontenible. Cada crisis tenía causas circunstanciales diversas, pero analizadas ahora, eran parte de un mismo proceso. Estábamos perdiendo estrepitosamente la batalla política y cultural. Checoslovaquia, Polonia y finalmente la RDA fueron los últimos peldaños de esa escalera descendente.
Una pregunta muy incómoda.
Considerándolo desde una visión progresista de la historia, es decir de que la propia historia es capaz de apuntar en los tiempos largos hacia el progreso ¿la caída fue negativa o se podía haber reformado y superado la paralización y el retroceso?
El fracaso estrepitoso de la Perestroika como intento reformista y renovador del socialismo en la URSS es una pista para buscar respuestas. El modelo de control estatal total de la economía, de la sociedad, de la ciudadanía, de la vida cultural de un país no tiene retoques, no los admite. En las crisis que se produjeron en otros países sólo la intervención de tropas extranjeras o de auténticos golpes de estado como en Checoslovaquia o Polonia frenaron el desbarranque. Cuando eso no funcionó, en la RDA y en la propia URSS, todo es mundo se vino abajo.
Y lo estrepitoso fue que se vino abajo prácticamente sin resistencia alguna, derrumbando inclusive un aparato poderoso y omnipresente y sobre todo muchos mitos sobre la adhesión ciudadana a esos regímenes. Otra perversidad fue la indefención de la sociedad civil frente al capitalismo salvaje que se impuso y donde muchos de los jerarcas del partido y del gobierno pasaron a ocupar posiciones dominantes en la nueva estructura económica capitalista salvaje.
No es tampoco casual. Esas sociedades no tenían ningún tejido de experiencias de acción desde la sociedad civil, desde sindicatos auténticos, desde organizaciones sociales representativas. Y el capital fue mucho más veloz en reclutar cuadros y apetitos voraces que la sociedad en democratizarse. Una democratización muchas veces todavía pendiente.
Estos elementos diseñan un cuadro sobre la situación de esas sociedades. La reacción política en algunos países determinó a lo largo de estos 16 años que triunfaran en las elecciones partidos socialistas o socialdemócratas o con influencias de los viejos partidos comunistas totalmente reformados en cuanto a sus proyectos y sus bases políticas e ideológicas. Corrieron suertes alternas. Lo que si es claro que los nostálgicos del viejo sistema no representaron en ningún caso – ni siquiera en la URSS – sectores política, social y culturalmente importantes. Casi nadie propone volver al sistema anterior, a pesar de que en muchos casos las consecuencias sociales del cambio fueron realmente desoladoras para la población.
La pérdida de conquistas sociales innegables del socialismo, los amplios sectores que han quedado marginados, y la drástica reducción del nivel de vida de la población no han logrado en ningún caso expresarse políticamente. Incluso en países donde el concepto y la práctica de la libertad y el ejercicio de la democracia son primarios y básicos. Esta incapacidad política y cultural incluso en medio de particulares situaciones «objetivas» es una de nuestras peores derrotas.
La reacción más virulenta no sólo en el socialismo sino en los propios partidos comunistas, fue contra el centralismo democrático, es decir contra el conjunto de normas, pero sobre todo de prácticas y de tradiciones en el funcionamiento de los propios partidos y su sustento teórico-político. Y esa es una gran derrota, porque en definitiva sin instrumentos políticos organizados no hay cambios posibles y profundos. La crisis de los partidos comunistas sin alternativas ni proyectos de renovación, más bien como reacciones es un precio enorme que estamos pagando. Y la nostalgia en este terreno no tiene ningún futuro.
¿ Qué debería ser el socialismo?
La mejor definición del socialismo es breve y contundente y es de Marx: el socialismo debería ser una sociedad de cooperativistas cultos. Imaginar una evolución libertaria, democrática y llena de vitalidad cultural e intelectual a partir de aquellos modelos «reales» era imposible, ni con la más frondosa imaginación. Cuando se pierde la credibilidad social a esos niveles y la gangrena de la burocracia penetra tan hondo, cuando se construye una pirámide social tan inflexible y llena de privilegios, los cambios son imposibles dentro del sistema.
La burocracia no era sólo un aparato hipertrofiado y privilegiado era un estado del alma que contaminaba toda la sociedad, que alteraba los valores, las prioridades y ni que hablar el pensamiento. La burocracia es una de las barreras más poderosas contra el cambio, todos los cambios. El socialismo «real» había entronizado la burocracia como el árbitro supremo del partido, de la sociedad y de la economía. La burocracia no es sólo – como algunos nos quieren mostrar – una enfermedad del socialismo real, también en el capitalismo vive y lucha, pero para el socialismo fue fatal.
La burocracia y su apropiación de los principales resortes del poder político en los países de Europa del este fue un proceso que no puede disociarse de la estructura económica. Esta larga cita de Marx tiene que ver con el capitalismo, pero perfectamente puede aplicarse a las relaciones creadas en el socialismo «real» y tienen mucho que decirnos sobre el futuro.
» (…) Si la burguesía «mantiene la injusticia en las relaciones de propiedad» políticamente, es decir, por medio del poder del Estado, no quiere decir que la cree. «La injusticia en las relaciones de propiedad» condicionada por la moderna división del trabajo, por la forma moderna del cambio, por la competencia, la concentración, etc. no brota ni mucho menos del poder político de la clase burguesa, sino que, por el contrario, es el poder político de clase burguesa el que brota de estas modernas relaciones de producción, que los economistas burgueses proclaman como leyes necesarias y eternas.
Por tanto, si el proletariado derroca el poder político de la burguesía, su victoria no pasaría de ser pasajera, sería solamente un cambio al servicio de la misma revolución burguesa, como lo fue en el año 1794, mientras la historia misma, en su desarrollo, en su «movimiento», no se encargue de crear las condiciones materiales que hagan necesaria la abolición del modo de producción burgués y, por tanto y a la par con ello, el derrocamiento definitivo del poder político de la burguesía.
De ahí que el régimen del Terror sólo sirviese, en Francia, para echar por tierra con sus formidables mazazos las supervivencias feudales, borrándolas como por encanto del suelo francés. La medrosa y prudente burguesía francesa habría necesitado décadas enteras para realizar esta labor. La acción sangrienta del pueblo no hizo más que allanarle el camino. Y tampoco el derrocamiento de la monarquía absoluta habría pasado de ser algo puramente momentáneo si las condiciones económicas no hubieran estado todavía maduras para la implantación del poder de la burguesía.
Los hombres no erigen un mundo nuevo a base de los «bienes terrenales», como se empeña en creer supersticiosamente el palurdo, sino partiendo de las conquistas históricas del mundo que fenece. Necesitan, ante todo, producir ellos mismos, en el curso de su desarrollo, las condiciones materiales para una nueva sociedad, sin que haya intención, por esforzada que sea, ni fuerza de voluntad capaces de eximirlos de esa necesidad.» Carlos Marx – Deutsche-Brüsseler-Zeitung (Periódico Alemán de Bruselas) – 11 de noviembre de 1847. Puntualizaciones.
La derrota fue muy profunda, no sólo en la geografía política del planeta, sino en algo mucho más importante: en la fuerza de las ideas del socialismo, de su mensaje de libertad y de justicia y su sentido del progreso y evolución de las sociedades humanas.
No hay fatalidad ni determinismo económico y menos político que imponga el socialismo o cualquier otro sistema, como muy bien lo afirma Marx. Cualquier sistema será sometido a la prueba inexorable de su superioridad económica y su supremacía cultural y a sus cada día más complejas relaciones.
La teoría de un «fin de la historia» impuesto por el fin de las contradicciones de clase y un estadio idílico de las sociedades, se ha demostrado totalmente anti histórico y negador de uno de los propios valores fundacionales del socialismo: el progreso. Esto también es válido para los que creen que el capitalismo será eterno y que es el último destino de la evolución de las sociedades. Otro fin de la historia.
Maquiavelo escribió, en los orígenes de la modernidad, que la única forma de llegar al paraíso, si la hubiera, es conocer los caminos que conducen al infierno para evitarlos. Al menos sabemos un camino seguro que conduce al infierno, los caminos del paraíso están en construcción y el propio paraíso está en permanente y profunda reforma y discusión.
(*) Periodista. Coordinador de Bitácora. Uruguay.