Llegando al final de la JMJ, vemos que ha habido una serie de incidentes esta semana que han dado mucho de qué hablar en Madrid. Este miércoles la marcha laica, conocida popularmente como «marcha anti-Papa», reunió a unos cuantos miles de personas en un recorrido «circular» entre Tirso de Molina y Sol. En la llegada […]
Llegando al final de la JMJ, vemos que ha habido una serie de incidentes esta semana que han dado mucho de qué hablar en Madrid.
Este miércoles la marcha laica, conocida popularmente como «marcha anti-Papa», reunió a unos cuantos miles de personas en un recorrido «circular» entre Tirso de Molina y Sol. En la llegada al centro, se encontraron con un montón de peregrinos tratando de protestar contra la manifestación. Aunque los peregrinos estaban agrediendo e interrumpiendo una manifestación autorizada, la policía no tuvo problema en repartir palos para desalojar… a los manifestantes legales. Siendo aplaudidos, eso sí, por muchos de los peregrinos que eran testigos. Algunos de los vídeos de la brutalidad policial de ese día han sido causantes de polémica, como el que muestra a un grupo de antidisturbios pegando sin motivo a una joven y al periodista que saca fotos de la agresión.
La brutalidad de las fuerzas de (in)seguridad del Estado se repitió al día siguiente, en la concentración de protesta por los sucesos del día anterior. Y el viernes 19 se dio un «pulso» entre manifestantes y policías que duró cuatro horas, un juego del gato y el ratón que recorrió todo el centro de la capital, hasta que los últimos manifestantes fueron «atrapados» e identificados por la policía.
En esta semana hemos visto también conflictos físicos, agresiones de peregrinos a laicos, y de laicos a peregrinos. Hemos visto muestras de asco y rechazo homófobo ante la «besada» al paso del Papa. Hemos visto insultos a personas por su fe. Y hemos visto a un peregrino voluntario que trató de atentar contra la marcha laica del día 17. Pero ya sabemos que a ese tipo de terrorismo no se le da tanta importancia.
Ante una gran cantidad de comentarios y manipulaciones que se han visto en prensa, en redes sociales y en la misma calle, pienso que estaría bien aclarar algunos de los motivos que nos unen en estas marchas laicas. Aquí van mis motivos personales, pero me juego algo a que son los mismos que los de otros muchos como yo.
1- Para empezar, y aunque sea una estupidez, aclarar que no son las Jornadas Mundiales de la Juventud… sino las Jornadas Mundiales de la Juventud Católica. Soy joven, y estas jornadas NO ME REPRESENTAN.
2- Después de la banalidad que he soltado en el punto anterior (pero que tenía que decir), vamos a la gran razón de las protestas: el gasto público. No hace falta decir que estamos en crisis, que estamos endeudados, y que no hacen más que hablar de reducir el déficit del Estado. Mientras grandes fuentes de ingreso para el Estado, como pudieran ser Iberia o ENDESA están en manos privadas, y parásitos como la Familia Real nos cuestan unos 25 millones al año, nos dicen que la solución es recortar. Recortar y recortar, privatizar y privatizar. «Neoliberalizar» y «neoliberalizar». Y para que escueza un poco más, en medio de tanta «austeridad» aparece la opulenta Iglesia Católica por Madrid, suponiendo unos gastos millonarios para el ayuntamiento.
Vivimos en un país laico en el que una institución religiosa concreta tiene unos beneficios fiscales vergonzantes. Tiene el privilegio de impartir su doctrina en colegios e institutos públicos, y de tener capillas en universidades públicas donde el resto de colectivos tienen que pelearse un local de reunión. Y ahora tiene el lujo de celebrar sus macrofestivales para jóvenes con el amparo y la gustosa colaboración de nuestro gobierno.
Cierto que la JMJ como tal, no la pagamos nosotros. Pero supone unos costes millonarios indirectos que sí salen de nuestros bolsillos. El apoteósico despliegue policial, el personal de colegios y espacios PÚBLICOS donde se alojan los peregrinos, las 40.000 flores con la bandera del Vaticano, los grandes actos de recepción, las fuerzas militares para desfiles, cesión de edificios públicos, etc.
Además, nuestros amigos peregrinos tienen grandes ventajas frente a los ciudadanos de pie. Ventajas que, indirectamente, también nos cuestan dinero. Un peregrino tiene un 80% de descuento en el transporte público. Puede moverse durante tres días por donde quiera las veces que quiera por 4 euros (cuando debería pagar 25), mientras que un madrileño paga 9’30 por un abono de 10 viajes, y 1’50 por un billete sencillo. También tienen entradas gratuitas en museos y monumentos.
Dicen que estas jornadas traen grandes beneficios. Pero les dan de desayunar, tienen tickets restaurante y la inmensa mayoría come y cena en grandes cadenas (VIPS, McDonalds, Telepizza) que ofrecen sus «suculentos» Menús del Peregrino. Hasta donde sabemos, en mi barrio 1400 peregrinos no han consumido prácticamente NADA. Todo su dinero está yendo a los bolsillos de las grandes multinacionales. ¿Qué habrá pequeños negocios que estén haciendo el agosto? Desde luego. ¿Pero sabéis lo que también da grandes beneficios a la sociedad? Todos los centros de trabajadores/as y educadores/as sociales que están siendo cerrados por recortes mientras se despilfarra en la JMJ.
3- Nos llaman intolerantes. No es una cuestión de fe. Cada persona debe ser libre para creer en lo que quiera, para vivir sus creencias y su espiritualidad de la manera que mejor le parezca. No tenemos nada contra la fe cristiana. Sabemos que muchísimos cristianos luchan por un mundo mejor, y que aquí en Madrid muchos han sido convocantes y participantes de la marcha anti-Papa. Pero la primera condición para exigir respeto, es respetar.
Para empezar, la Iglesia Católica es una institución que no respeta. Una institución machista. Una institución abiertamente homófoba, que no quiere permitir que cada persona viva su sexualidad a su manera. Una institución que prohíbe el uso del preservativo mientras millones padecen de SIDA. Una institución que prohíbe el aborto incluso en situaciones extremas. Son espeluznantes los casos de niñas violadas embarazadas en América Latina a las que la Iglesia prohíbe abortar. No, damas y caballeros. No somos intolerantes. Lo que pasa es que NO PERMITIMOS LA INTOLERANCIA. Y la Iglesia Católica es la intolerancia institucionalizada.
Además, es curiosa su doble moral. El discurso de amor, paz y salvación es precioso. Pero sus santidades opulentas gastan 50.000.000 de € en la JMJ, y donan la aplastante cifra de 50.000 para la hambruna en Somalia. Sí, un 0’1 %. Critican el aborto, pregonan la castidad, coartan las libertades sexuales… pero siempre andan metidos en casos de pederastia. Casos que no sólo encubren y protegen, sino que han llegado a justificar (¿recordáis aquello de «la culpa es de los niños, que provocan»). Hablan de paz y amor, y apoyan terribles dictaduras por todo el mundo. ¿Tan rápido olvida este país los crímenes de la mano derecha de Franco? ¿Tan rápido se olvida de qué lado estuvo la Iglesia en la Guerra Civil, y todas las barbaridades que hizo en la dictadura? ¿Tan rápido olvidamos la educación retrógrada y puritana que obligaron a recibir a nuestros padres?
No, no somos intolerantes. Simplemente no queremos que nuestro dinero pague a los mayores aliados del fascismo, el terror y la guerra.
Por último, un par de observaciones. Sabemos que hay peregrinos que han agredido e insultado a manifestantes. Sabemos que ha habido un plan de atentado terrorista contra los manifestantes por parte de un peregrino. Aún no he oído decir que los peregrinos sean violentos o que sean fanáticos terroristas.
¿Por qué muchos nos lo llaman a nosotros por lo que algunos individuos exaltados hayan intentado hacer en las manifestaciones?
DOBLE RASERO.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.