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¿Por qué hacerles caso?

Fuentes: Rebelión

Decididamente, para interpretar el orden político y mediático hay que hacer a la lógica formal concesiones que no estamos dispuestos a hacer a otros órdenes de cosas. Veamos un ejemplo de actualidad: Entre tantas réplicas a los disparates del papa y los obispos sobre el aborto, el preservativo y el sida, se echa de menos […]

Decididamente, para interpretar el orden político y mediático hay que hacer a la lógica formal concesiones que no estamos dispuestos a hacer a otros órdenes de cosas. Veamos un ejemplo de actualidad: Entre tantas réplicas a los disparates del papa y los obispos sobre el aborto, el preservativo y el sida, se echa de menos el planteamiento principal. Y es aquel que hay que mantener frente a los sin­sentidos y a quienes nos dicen para provocar o porque están mal de la cabeza que es de noche a pleno sol. Ese tan recomendado por el saber popular que dice que «el mayor desprecio es no hacer aprecio» y que «a palabras necias, oídos sordos».

Pero claro, las cosas no son tan sencillas, pues los medios y los periodistas y los tertulianos y los polemistas viven de la crítica permanente. Lo que hace sospechar que todos, los criticados y los críticos van a medias en los disparates. Es bien lucrativo pasarse los días y las semanas discutiendo sobre el sexo de los ángeles o si la luz del Monte Tabor fue creada o increada… que es lo que hacían los Concilios bizantinos.

Así es que las ironías y los sarcasmos para replicar a unos descerebrados, por muy instruidos que sean o precisamente por ello mismo, sean bien recibidas para divertimento de la tropa mediática. Pero no para quienes no queremos malgastar el magín con la tontuna. Decir, como ha dicho Benedicto, que el preservativo agrava el sida o comparar en una cuña publicitaria a un niño hecho y derecho con el lince en extinción, son atentados graves a la razón hasta el extremo de que parecen salidos de un loco.

No extraña que el teólogo Hans Küng haya escrito en Le Monde que «la Iglesia católica lleva camino de convertirse en una secta». A mi juicio ya lo es. Lo cierto es que si no fuese porque el cinismo, el dislate, los retos al sentido común y a la lógica formal dan de comer a muchos y por eso «venden» -lo mismo que la honradez, la elegancia y la rectitud en la vida civil, y la lucidez en política, no- las necedades y provocaciones de los obispos y el papa debieran quedar relegados a un suelto de periódico.

Pero hay otra actitud alternativa a este planteamiento elemental. Y es que si se nos responde que al papa y a los obispos no se les puede ignorar y hay que tenerlos en cuenta, entonces no habría más remedio que meditar un poco más sus advertencias antes de quitarles toda la razón. Porque en tal caso ¿qué pruebas se aportan de que no la tienen? Lo dicho: menos ironías y sarcasmos comerciales, y más razones y argumentos contra ellos. Eso, o el desprecio.