Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Por lo menos hasta el 11 de septiembre de 2001, el Holocausto fue la principal referencia histórica utilizada para justificar la intervención militar, por EE.UU. y sus aliados. Indirectamente, es utilizado también para legitimar la injusticia social en las naciones liberal-democráticas, y para implicar un derecho liberal-democrático a un monopolio del poder. Es utilizado para legitimar la desigualdad global, como si diese derecho a la prosperidad a los oponentes al Holocausto, mientras los demás mueren de hambre. El recuerdo del Holocausto no es un imperativo moral: la memoria no sirve para nada útil, sólo propósitos malignos. El Holocausto debiera ser olvidado públicamente, del mismo modo como ahora es recordado públicamente.
La ciudad de Ámsterdam realiza una conmemoración anual de Auschwitz en enero (las tropas soviéticas llegaron al campo en enero de 1945). El alcalde Job Cohen habló en la conmemoración del ‘dilema de Auschwitz’ en 2005:
«¿Cómo describir lo indescriptible, cómo se hace imaginable lo inimaginable? Las palabras se gastan, las frases suenan vacías. Pero el tema no es algo aislado, es una condición previa para un tema más importante: ¿cómo impedimos su repetición?»
El alcalde Cohen asiste a menudo a la conmemoración del Holocausto, y su sincera aversión hacia el asesinato masivo de los judíos europeos no está en tela de juicio. Pero el mismo alcalde Cohen, tres meses antes, aprovechó un llamado para reabrir Auschwitz. Apareció en el sitio en la red volkomenkut.com, una de las numerosas reacciones agresivas al asesinato de Theo van Gogh:
«Tijd voor een tweede Hitler en dit keer de moslims aan het gas en meer dan 6 miljoen!. Heropen Auschwitz, nu!
Es hora de que venga otro Hitler y que esta vez mate con gas a los musulmanes, ¡y a más de 6 millones de ellos! ¡Abran Auschwitz ahora!»
Es uno de tantos llamados a la piromanía, la violencia, la limpieza étnica, el asesinato y el asesinato masivo aprobados por Cohen. Como jefe de la policía regional, y con la cooperación del Ministerio de Justicia, tiene una política oficial de permitir tales incitaciones a la violencia, que ahora constituyen la reacción normal al «crimen inmigrante» en Holanda. Cohen representa una nueva tendencia en las comunidades judías en Europa Occidental, ver a la derecha – incluso a los neonazis – como aliados y protectores contra los inmigrantes islámicos. Puede proteger a la derecha, en parte por su imagen como oponente resuelto al Holocausto, el hombre que siempre habla en las conmemoraciones del Holocausto.
Cohen no puede reabrir Auschwitz: el campo está en Polonia. Y probablemente no quiere hacerlo: su objetivo político es fundamentalmente la intimidación de los inmigrantes musulmanes. Sin embargo, muestra cómo la rueda ha dado un giro completo. La memoria del Holocausto se ha convertido en un instrumento de la derecha, con la consecuencia inevitable de que se ha convertido en un instrumento para su propia posible repetición. Si hubiera sido olvidado, Cohen por lo menos habría perdido su prestigio político, conferido por las conmemoraciones. No hay nada de bueno en la memoria del Holocausto, o el conocimiento del Holocausto.
Un incidente previo en Holanda, durante la guerra de Kosovo, ilustra la ética general del ‘conocimiento de las atrocidades’. El director de un colegio universitario en Arnheim se negó a admitir a una estudiante serbia, con el argumento de que no era correcto tener contactos culturales con Serbia en tiempos de guerra, y que en su solicitud no había condenado las atrocidades serbias. Por cierto, no se exige a los estudiantes holandeses que se disculpen por el tráfico de esclavos, o por las guerras coloniales en Indonesia. El director era simplemente pro-albano: tenía contactos con refugiados kosovo-albanos, y quería apoyarlos con su boicot personal.
Ahora, supongamos que los medios europeos hubiesen conspirado para ocultar las noticias de las atrocidades contra albanos en Kosovo. Supongamos que la población en general no hubiera sabido nada al respecto. La situación en Holanda habría sido diferente de dos maneras. Primero, la opinión lo habría considerado un simple caso de discriminación: un hombre con un extraño rencor antiserbio. Hubiera sido despedido, y la estudiante admitida. Por otra parte, no habrían enviado fuerzas holandesas a Kosovo. En realidad, ningún país de la OTAN habría enviado fuerzas para una operación militar en Kosovo si el público no hubiera sabido de las acciones ‘serbias’ (República Federativa de Yugoslavia). Como resultado, la limpieza étnica de Kosovo habría sido completada, y miles más habrían muerto.
El conocimiento de las atrocidades sustituye un resultado por otro. La estudiante serbia es admitida, o no. Los kosovo-albaneses son muertos, o no. Elimínese el conocimiento, y se obtiene un resultado: publíquese, y se obtiene otro. No son las atrocidades en sí las que provocaron la intervención militar: fue la imagen de esas atrocidades para la opinión pública occidental. Aunque no existe un grifo para eliminar todo conocimiento de eventos en gran escala, el conocimiento público es a menudo el resultado de decisiones deliberadas – publicar o difundir cierta información. Eso se aplica también al conocimiento histórico, a la memoria social del pasado. Esas decisiones, por lo tanto, dependen de la evaluación moral; los efectos del conocimiento de las atrocidades debería ser considerado.
Escribí originalmente, que ninguna sociedad liberal-democrática irá a la guerra, sin historias de atrocidades que generen apoyo público para la guerra. Supuse que las atrocidades ocurrirían en otros países: los ataques del 11 de septiembre mostraron que esa suposición fue errónea. En el período precedente a la primera Guerra del Golfo, el gobierno de EE.UU. consideró necesario inventar una historia de bebés asesinados en incubadoras por soldados iraquíes para aumentar el apoyo público para la guerra. Para la guerra en Afganistán, no fue necesario utilizar una invención semejante: las dramáticas fotos del ataque al World Trade Centre tuvieron un efecto mucho mayor en la opinión pública. Si los países occidentales continúan sufriendo ataques tan dramáticos, las historias de atrocidades extranjeras dejarán de tener una función política, las simples represalias tomarán su sitio. Sin embargo, no es probable que los países occidentales permanezcan en un estado de sitio permanente: en algún momento en los próximos 5 o 10 años, la historia de la atrocidad volverá a encontrar su sitio destacado en la política extranjera.
Ahora consideremos el tema desde el punto de vista de los afectados por el conocimiento de las atrocidades por parte del público (occidental). Consideremos el siguiente ejemplo ficticio:
Un investigador de Amnistía Internacional visita un país pobre en África. Descubre que se están cometiendo terribles atrocidades en un campo militar. Antes de abandonar el país, visita una aldea cercana al campo. Dice a los aldeanos que hará públicos en los medios globales los abusos de los derechos humanos. Les recuerda, que un nuevo presidente de EE.UU. ha prometido «un año de lluvia de bombas» sobre todos los que abusan de los derechos humanos. Espera que los aldeanos se lo agradezcan, porque protege sus derechos humanos. En lugar de hacerlo, al darse cuenta de que morirán en un gran ataque contra la base, lo matan y destruyen la evidencia que ha reunido.
¿Es una autodefensa legítima? Creo que sí. No existe el derecho de sustituir los sufrimientos de unos por el sufrimiento de otros. El investigador de Amnistía está haciendo de Dios con las vidas de los aldeanos. No existe un derecho absoluto de diseminar el conocimiento de atrocidades, perjudicando a otros. Como en el ejemplo de Kosovo, un resultado es sustituido por otro: las muertes de los aldeanos por la continuación de los abusos de los derechos humanos. Pero en el ejemplo ficticio del investigador de Amnistía, existe un grifo para ‘detener el conocimiento: la acción de los aldeanos cambia el resultado.
Y en el ejemplo ficticio, el equivocado era el investigador de Amnistía. Ante una superpotencia hegemónica, que responde a las atrocidades con una fuerza militar masiva indiscriminada, existe el deber moral de imponer el silencio sobre las atrocidades.
No existe una clara distinción en este caso, entre el conocimiento de atrocidades presentes y atrocidades pretéritas. Los recursos a las atrocidades como justificativo se refieren a menudo a ejemplos tanto recientes como históricos. Se citan repetidamente tres atrocidades históricas: el GULAG, los asesinatos masivos en Camboya, y el Holocausto. Sobre todo Auschwitz, considerado un mal demasiado grande como para ser calificado simplemente de «una atrocidad».
¿Hasta qué punto es una decisión deliberada el conocimiento de las autoridades en la cultura política real de las naciones occidentales? No cabe duda de que historias de atrocidades como las de Kosovo son difundidas deliberadamente. El hecho mismo, de que los gobiernos recurran públicamente a ellas para justificar sus acciones, aumenta la publicidad. Pero en todo caso son publicadas sistemáticamente: gobiernos y organizaciones militares organizan conferencias de prensa y publican informes. Durante la guerra de Kosovo, las conferencias de prensa diarias de la OTAN fueron también informes diarios de atrocidades. Los medios también informan independientemente sobre atrocidades, y los gobiernos utilizan por su parte estos materiales. La distinción entre la información de la guerra, la propaganda y el espionaje -nunca clara- casi desapareció durante la guerra de Kosovo.
La mejor evidencia de que el conocimiento público de las atrocidades es el resultado de una acción deliberada, es la selectividad. Si se tratara simplemente de un caso de medios occidentales que informan sobre sufrimientos humanos, el público sabría tanto sobre la guerra en el sur de Sudán, como sabe sobre Kosovo. El conocimiento de atrocidades pasadas es igualmente selectivo. El público occidental sabe de «Los gritos del silencio» [The Killing Fields] de Camboya: el uso del título de la película indica por qué lo saben. Sin la cinta, Camboya habría retenido el estatus que tenía en otro título: un libro sobre la guerra de EE.UU. contra Camboya se intitula «Sideshow»[Acto secundario].
Una comparación más interesante es la explotación belga del Congo (en realidad por una empresa privada de propiedad de la familia real belga). Fuera de Bélgica, la escala de esta atrocidad es desconocida: es posible que más gente haya muerto como resultado del brutal trato belga, que en el Holocausto. En general no es ‘recordado’ porque poca gente estuvo dispuesta a recordarlo. Ninguna película, ninguna memoria. La memoria pública es tan politizada y selectiva como el conocimiento público de las actuales atrocidades. Es el resultado de decisiones sobre lo que hay que recordar, y en qué forma. Tal vez la ilustración más extraordinaria de la selectividad de la memoria es el «genocidio armenio» en tiempos de la Primera Guerra Mundial. Europa olvidó a los armenios, hasta que después de la Segunda Guerra Mundial se hizo famoso un comentario de Hitler sobre la suerte de los judíos. «¿Quién recuerda a los armenios?» preguntó Hitler. Y porque Hitler preguntó, y por el estatus histórico tanto de Hitler como del Holocausto, ahora se recuerda a los armenios.
No existe comparación alguna entre la memoria pública y la memoria individual, igual como no es posible comparar el conocimiento público y privado de las atrocidades. Una persona que ha estado en un campo de concentración no puede decidir si recordarlo o no. Si uno ve un asesinato masivo en Kosovo, uno lo sabe. Pero las sociedades, como muestran los ejemplos, pueden ser selectivas. Por ello, pueden ser deliberadas. Saber es una decisión, y recordar otra.
Todavía hay gente en vida con una memoria personal del Holocausto, igual como hay personas que vieron atrocidades en Kosovo. Pero de eso no resulta un deber moral de una memoria pública. Si esa memoria pública daña a terceras partes inocentes, es mejor que mantengan silencio, o incluso que nieguen sus propios sufrimientos. Una buena comparación es la siguiente:
Una mujer blanca en una pequeña ciudad en Estados Unidos en los años veinte es violada por un negro. Corre a un bar y relata su historia: pronto, toda la ciudad la conoce. Como represalia, el Ku Klux Klan captura al violador y a sus cinco hermanos, y se prepara a lincharlos. La mujer se retracta públicamente de su historia, y dice que mintió para atraer atención.
¿Existe algo de moralmente equivocado en esta conducta? No lo creo. Es admirable y abnegada, es una buena acción bajo las circunstancias. El ejemplo hipotético subraya que la memoria de eventos como el Holocausto tiene un contexto social. y consecuencias sociales, políticas y éticas. Las decisiones respecto a la memoria en el mundo real no pueden ser tomadas en un vacío. No es un mal absoluto que se olvide el Holocausto: puede haber motivos éticos para hacerlo. Igual como su memoria ha sido preservada por decisiones deliberadas de construir museos y monumentos del Holocausto, esas decisiones pueden ser revertidas, y puede ser legítimo desde el punto de vista ético que se haga así. Pero hasta ahora, todas las decisiones al respecto han sido decisiones de recordar. en parte porque nadie presenta la opción de olvidar.
¿Así que qué se hace con la memoria sobre la que se ha decidido? Como símbolo casi universal del mal, el Holocausto es ampliamente utilizado con fines políticos. Una buena comparación es presentada en el libro de Alexander Demandt «Der Fall Roms» [La caída de Roma]. Es también el uso social y político usual del Holocausto: acusación mediante el ejemplo histórico. Lo que a la gente no le gusta, o trata de destruir, lo compara con el Holocausto. Pero ahí no termina la cosa: el Holocausto es visto, entre otras cosas, como…
- Una advertencia sobre los males del paganismo y lo oculto, o la pérdida de los valores cristianos, una advertencia contra los males del secularismo y el materialismo.
- Una advertencia sobre las consecuencias del nacionalismo.
- Un ejemplo sobre la verdadera fisonomía del socialismo.
- Una revelación de la lógica de la modernidad.
- La expresión en última instancia del mal de la civilización europea, y una revelación de la lógica inherente del colonialismo.
- Un símbolo inverso de la identidad nacional para Estados Unidos.
- Una fuente de identidad fuera de Israel, y de identidad israelí dentro de Israel.
- Para algunos, la confirmación de creencias antisemitas.
- Un signo del inminente Apocalipsis.
- Una razón para orientar la vida hacia el pasado (la centralidad social de la memoria).
El Holocausto tiene otros dos usos políticos más directos. El primero es la afirmación de las sociedades liberal-democráticas, mediante la referencia al Holocausto. A menudo esto se combina con una afirmación de que la nación ayudó a terminar el Holocausto (en EE.UU., Gran Bretaña, Canadá, y Australia). El segundo uso es durante un conflicto internacional: la acusación de que los oponentes son como los nazis, que sus acciones son como el Holocausto, y que por lo tanto ciertas acciones son justificadas. Una larga lista de líderes anti-occidentales han sido comparados con Adolf Hitler: por su parte, muchos de ellos han dicho lo mismo sobre dirigentes occidentales. Pero recién en los últimos 10 años, el Holocausto ha adquirido su fuerza actual en la política de los estados liberal-democráticos occidentales. La referencia al Holocausto ahora señala una acción militar inminente.
A medida que el Holocausto adquiere más fuerza política, los que lo definen adquieren más poder político. En el caso de un monumento del Holocausto, un sitio en la red sobre el Holocausto o un museo del Holocausto, lo que hay que preguntar es:
- ¿Quién define el «Holocausto» en este caso?
- ¿Quién decide qué acciones son categorizadas como parte del Holocausto?
- ¿Qué procedimientos utilizan para definir el «Holocausto»?
- ¿Toman sus decisiones sobre bases raciales, por ejemplo al excluir a los africanos del «estatus de Holocausto»?
- ¿Existe alguna posibilidad de apelación contra sus decisiones?
- ¿Cómo fueron nombrados o seleccionados?
- ¿Pueden los pobres unirse al grupo que toma las decisiones?
- ¿Existe alguna posibilidad de apelación contra la exclusión del grupo que toma las decisiones?
En la práctica, desde luego, existe una superposición entre los que recurren al Holocausto como justificativo y los que lo definen. En realidad, muchos grupos han reivindicado «estatus de Holocausto», en el sentido de que consideran ciertas acciones contra sus antepasados como moralmente equivalentes al Holocausto. Pero en Estados Unidos, a pesar de un lobby relativamente bien organizado de africano-estadounidenses, la elite política se niega a reconocer la trata de esclavos como equivalente al Holocausto. Lo mejor que el lobby pudo obtener fue un museo ‘separado pero igual’ en Washington. La definición de la trata de esclavos como Holocausto crearía obligaciones políticas, que la elite política de EE.UU. no está dispuesta a conceder. Crearía una obligación implícita a alguna forma de compensación financiera por la esclavitud, un aspecto controvertido y divisivo. Así que ‘El Holocausto’ en EE.UU. es el Holocausto tal como lo define la elite, subrayando una vez más que la memoria del Holocausto es una decisión política. La gente que define la memoria, es usualmente la misma que la que utiliza la memoria: como apoyo para su filosofía, su política, o su guerra.
El recurso al Holocausto juega un papel importante en el ‘expansionismo democrático’. Los partidarios de la democracia solían decir que las democracias son buenas porque no se involucran en guerras de conquista. En la actualidad, el consenso en las democracias occidentales es que deben ir a la guerra, para llevar sus valores al resto del mundo. La democracia no es algo que viene del pueblo, ahora es algo que es impuesto por la intervención militar. Después del ejército llegan las organizaciones y las fundaciones internacionales – para financiar ‘organizaciones democráticas’, ‘medios democráticos’, y ‘educación democrática’. (Y usualmente todo esto se hace en ingles). En realidad, ese fue siempre el modelo. En algunos países -Suiza, Gran Bretaña, Estados Unidos- el desarrollo de la democracia fue un proceso interno. La mayoría de las demás democracias occidentales tienen sistemas democráticos, porque fueron invadidas o colonizadas por estados democráticos. La democracia post-intervención en los estados significa ahora a menudo ‘el gobierno por fuerzas democráticas’, y eso por su parte a menudo significa una elite de habla inglesa, tal vez un 1% de la población. La democratización de países como Sudán o Myanmar excluirá a la vasta mayoría de la población de todo proceso político.
Durante por lo menos un siglo hay quienes han propuesto que los estados democráticos deberían unir sus fuerzas para conquistar el resto del mundo. Al principio tuvieron poco apoyo, pero ahora la idea ha dejado de ser marginal. Incluso antes de la ascensión de los asesores políticos neoconservadores en Washington, emergió una escuela de ética de la intervención en las elites de política extranjera occidentales, y en la filosofía moral en idioma inglés. El Holocausto fue su punto de referencia histórica. Pocos argumentan simplemente que «debido al Holocausto, EE.UU. debería conquistar el mundo». Sin embargo, a medida que EE.UU. y sus aliados intervienen cada vez más para crear ‘protectorados democráticos’, la referencia histórica es utilizada de caso en caso. El caso de Kosovo es ejemplar: la intervención de la OTAN/OSCE tiene el objetivo explícito de remodelar la sociedad, así como de terminar con las atrocidades. Esa intervención fue explícita y repetidamente legitimada mediante la referencia al Holocausto.
¡A LA GUERRA!
Clinton compara Kosovo con el Holocausto: el presidente Clinton comparó la campaña de limpieza étnica del presidente yugoslavo Slobodan Milosevic con el Holocausto y prometió que la OTAN no cederá…
Nunca más: Cuando el presidente Clinton aprovechó las lecciones de dos guerras mundiales y del Holocausto para justificar la intervención militar en Kosovo, se hizo eco de un argumento que muchos supervivientes han elaborado. Clinton evocó tanto el apaciguamiento de Hitler y el que los Aliados no hayan actuado antes en la Segunda Guerra Mundial, al explicar los motivos para los bombardeos de la OTAN… «Hemos ido a defender víctimas a indefensas», dijo el laureado del Nobel y superviviente Elie Wiesel, expresando su pleno apoyo a la acción de la OTAN.
El legado de Hitler sobrevive en el odio: Mucha gente se opone fuertemente a la intervención de EE.UU. en naciones como Somalia, Ruanda, Kosovo, y otras naciones en las que ocurren «limpiezas». No podemos permitirnos mirar a otro lado cuando esto sucede. No podemos permitirnos pretender que no está sucediendo y que todo está bien. Tenemos que actuar en contra. Debemos defender la vida humana. Si no lo hacemos deshonramos la memoria de todos los que fueron muertos en el Holocausto.
Del Faraón a Milosevic: El Mal y el uso de la fuerza: Se puede esperar que los judíos se sientan aliviados porque las potencias occidentales, al utilizar la fuerza para impedir más atrocidades, están haciendo precisamente lo que los judíos les rogamos que hicieran durante el Holocausto. En esa época se negaron a intervenir hasta que fue demasiado tarde… Ahora, sea por la geopolítica, o tal vez porque Occidente realmente aprendió una lección del Holocausto, está tratando de impedir horribles atrocidades mientras siga siendo posible.
Antes de la Guerra, el gatillo humanitario de la OTAN: En la Edad Media, los cruzados lanzaron sus conquistas desde los púlpitos de las iglesias. Actualmente, la OTAN lo hace en el Museo del Holocausto. La memoria debe ser sagrada.
Voces humanas de la guerra amplificadas por Internet: La Segunda Guerra Mundial nos dio Anne Frank, la niña judía obligada a ocultarse cuando las fuerzas nazis invadieron Holanda. «A pesar de todo… «dijo en su diario, «Sigo creyendo que en realidad la gente es sinceramente buena». El conflicto de Kosovo, nos ha dado a Adona, una amiga albanesa por correspondencia de un estadounidense de 16 años de Berkeley, Calif., cuyos mensajes han sido leídos por millones en National Public Radio.
Campaña de Holocausto respecto a Kosovo: En términos políticos, la manera como hemos sido bombardeados con el lenguaje del genocidio y de campos de concentración es aún más significativo. Esas palabras invocan absolutos morales modernos. Si hay genocidio, la línea es: no cabe duda de la necesidad de intervención y retribución. El despliegue de este lenguaje tiene la intención de dar un aire de certeza moral a la guerra de la OTAN contra Serbia.
Es como mirar el Holocausto en la televisión: El tropel de mujeres y niños kosovares, arreados por regocijadas fuerzas de seguridad serbias, recuerda otro horror más moderno: lamentables columnas de supervivientes judíos arreados por desdeñosos soldados de la SS de las ruinas ardientes del gueto de Varsovia. El nazismo ha verdaderamente renacido victorioso en los Balcanes.
Después de la guerra de Irak, el presidente Bush volvió a utilizar dramáticamente el Holocausto como justificativo para la guerra. Aunque la guerra fue oficialmente lanzada para eliminar armas de destrucción masiva, fue inspirada por una ideología intervencionista agresiva. Fue una cruzada, y según el presidente Bush, inseparable de una cruzada más amplia contra el Holocausto. Hablando después de una visita al campo en Auschwitz-Birkenau, dijo que era un recuerdo de que «hay que oponerse al mal». En caso de que alguien dude de lo que quiere decir, en el mismo discurso también amenazó a Corea del Norte con un bloqueo marítimo. Vienen nuevas guerras, para derrotar a más ‘nuevos Hitler’.
De un modo menos explícito, las sociedades liberal-democráticas se fundan parcialmente sobre la memoria del Holocausto. En teoría, la filosofía liberal social es ‘no-fundacional’, no parte de algún principio sobre cómo debería ser la sociedad. En la práctica, el modelo liberal social se presenta como una alternativa a los horrores de la guerra, la pobreza y la dictadura. La única alternativa.
En Alemania este fundacionalismo tiene su forma más explícita. El Estado alemán, y la elite social alemana, se refieren constantemente a Alemania nazi como legitimación para su existencia. Por otra parte, cualquier desviación de la ortodoxia democrática oficial es atacada de inmediato como un próximo retorno a la era nazi. El gran énfasis en Alemania sobre el mal del régimen nazi es confundido a menudo con un signo de culpa: en realidad es más bien una manifestación de auto-elogio de la actual Alemania, por ser tan diferente. El modo curioso como el ejército alemán honra a von Stauffenberg (el hombre que casi asesinó a Hitler) es típico. Los ejércitos no honran normalmente a oficiales que tratan de asesinar al líder de la nación en tiempos de guerra. Pero de esta manera, el ejército alemán se ubica retroactivamente del lado vencedor, del lado liberal-democrático.
El Holocausto juega un papel creciente en esta forma de legitimación nacional. La expiación pública por parte de los políticos alemanes podrá tener un significado completamente diferente para ellos que para su audiencia extranjera. En Alemania, el Holocausto está siendo transformado de un símbolo de vergüenza nacional, en un símbolo de orgullo nacional. Como comenta Daniel Goldhagen (partidario de la democracia impuesta por medios militares):
«Algunos podrán pensar que es una vergüenza, tal vez incluso la vergüenza de Alemania, que la República Federal haya vivido y siga viviendo mirando por encima de su hombro de una manera inigualada por otros y, desde su punto de vista, inadecuada para un país de su poderío y estatura. Se equivocan. Es todo lo contrario. La práctica política de la República Federal debería ser una fuente de satisfacción. Su forma de actividad política, que ha sido una característica constituyente de la democracia alemana, ha sido una fuerza innegable de la República Federal, que debería ser comprendida, aplaudida, alentada, e impulsada por igual por alemanes y no-alemanes.»
La reciente construcción de un monumento al Holocausto en Berlín (algo que nunca fue impuesto a la ciudad por los aliados ocupantes), debería ser visto desde este punto de vista. Y si el Holocausto puede ser utilizado de esta manera en Alemania, cuánto más fácil es hacerlo en países cuyas tropas liberaron campos de concentración. Es un motivo por el cual hay un gran Museo del Holocausto en Washington. Es un motivo para el estatus de Anne Frank, como símbolo nacional de Holanda. Es una mitología fundacional implícita para las sociedades liberales – un ‘mito de Auschwitz’ en un sentido exacto de la palabra. No es en realidad su fundamento histórico, ya que el liberalismo ya existía mucho antes de Auschwitz, y no es transparente o explícito. Los elementos de esta mitología son, entre otros:
- Que el Holocausto es la negación de la sociedad liberal.
- Que la sociedad liberal es la negación y / o el remedio para el Holocausto – el ‘extinguidor de incendios’ histórico.
- Que el Holocausto fue causado por la ausencia de una sociedad liberal, porque no se cumplió con algo como la lista de derechos liberales-democráticos de Freedom House [Casa de la Libertad].
- Que la democracia liberal terminó con el Holocausto. Esto es ‘mitológico’ en el sentido de falso: la mayoría de los campos de concentración, incluyendo el propio Auschwitz, se encontraba en Europa oriental, y fue liberada por tropas soviéticas.
La ética de este uso de la memoria es simple: está mal legitimar a una sociedad mala. Y hay muchas cosas malas en el caso de la nación estado, y en el de las sociedades liberal-democráticas en general. Una característica relevante en este contexto, es que la mayoría de los teóricos liberal-democráticos creen en la desigualdad inherente de los talentosos y de los sin talento. Las sociedades liberal-democráticas se caracterizan por la desigualdad social generada por la competencia. Es aparentemente el resultado inevitable del proceso liberal, y los liberales creen que el proceso justifica el resultado. Y si no hubiese un Holocausto que recordar, por cierto, si todas las atrocidades históricas fueran olvidadas sin dejar traza, las sociedades liberal-democráticas no se derrumbarían instantáneamente. Pero la actitud autosatisfecha que promueve la memoria del Holocausto – «nuestra sociedad es la mejor de la historia» – es ciertamente un obstáculo para la innovación y la justicia en esa sociedad.
Los defensores de las ‘democracias de mercado’ liberales no indican explícitamente, que el Holocausto legitima las desigualdades del libre mercado (o el mercado en sí). Pero es en última instancia su línea de argumentación…
- «Un nuevo Holocausto debe ser impedido: es el máximo deber moral»
- Por ello el mundo debe estructurarse para minimizar la posibilidad de un nuevo Holocausto»
- «Un mundo de estados nación liberal-democráticos, de libre mercado, es la estructura que minimiza la posibilidad de un futuro Holocausto»
- «Por ello existe el deber moral de aceptar un mundo de naciones estado liberal-democráticas de libre mercado, a pesar de cualquier injusticia que pueda resultar»
Y, por cierto, la elite, en las sociedades occidentales, no duda en acusar a la oposición de ser ‘como los nazis’. Como en el caso de las comparaciones con el Holocausto en las crisis internacionales, esto tiene efecto. Protege al orden social contra un cambio radical. No funciona en sentido contrario: como han descubierto millones de manifestantes cuando gritan «¡fascistas! a los policías, no los hacen desaparecer.
Así que no sorprende, que los que quieren recordar el Holocausto sean la elite, los privilegiados, los dueños del poder. Las instituciones de memoria del Holocausto son ‘blancas’ y de ‘clase media’. Aparte de los propios sobrevivientes del Holocausto, los partidarios del recuerdo son predominantemente los miembros de la mayoría étnica de cada nación, con ingresos y niveles educacionales muy por sobre el promedio. La gente más pobre del mundo no dedica su energía a la memoria del Holocausto.
¿Se hace algún bien con la memoria del Holocausto? Claramente tiene efectos, y alguna gente valoriza esos efectos. Una respuesta a mis puntos de vista fue que la memoria del Holocausto trajo justicia para las víctimas, y que dio a la gente la capacidad de juzgar el presente en términos del pasado y una «conciencia de la magnitud de la crueldad humana moderna». Pero ése es el problema: gran parte de la crueldad humana moderna es legitimada por la referencia histórica al Holocausto. La ética de la memoria del Holocausto se refiere repetidamente a argumentos utilitarios: sobre el sacrificio de uno para salvar a muchos.
En el ejemplo real de la estudiante serbia (citado al comienzo), la existencia del conocimiento ha perjudicado a una persona: se le niega la admisión a la universidad. Si existiera la posibilidad hipotética de «cerrar el grifo del conocimiento’, entonces se dañaría a los demás: serían matados. La tradición utilitaria en la ética tiene una respuesta simple a semejantes dilemas éticos: calcula el sufrimiento y el beneficio, y elige la opción que representa un beneficio neto (‘utilidad’). Un utilitario diría: «sacrifica la educación de la estudiante, salvar miles de vidas es más importante».
Un utilitario diría también: «sacrifica las vidas de cientos de civiles serbios, si es necesario para terminar con las matanzas en masa de miles en Kosovo». Y es exactamente la posición ética tomada por la OTAN. Aunque los generales de la OTAN no han sido entrenados como filósofos morales, la organización tiene una ética utilitaria consecuente. Pero no sorprende, porque el utilitarianismo es ampliamente aceptado en la cultura occidental.
Los que se refieren al Holocausto como legitimación para la acción militar, son casi inevitablemente utilitarios. Argumentan que las víctimas del Holocausto deberían haber sido rescatadas en 1943 o 1944, y sienten que el fracaso del pasado debe ser compensado en la actualidad. Sin embargo, todo rescate significaba guerra contra Alemania, y la pérdida de vidas inocentes. Algunos incluso adoptan una posición utilitaria sobre las propias víctimas del Holocausto. Argumentan que los Aliados deberían haber bombardeado Auschwitz, matando inevitablemente a numerosos prisioneros, a fin de interrumpir la exterminación sistemática.
Esto ilustra el gran mal de la ética utilitaria. Los utilitarios comienzan por oponerse al Holocausto, pero pronto planean la matanza de prisioneros en Auschwitz. Los utilitarios abandonan las normas morales a favor de un cálculo – una forma arbitraria de cálculo, ya que existen otras opciones. La lógica del utilitarianismo implica que el Holocausto no es el mal en sí, sino tema de cálculo. Y así, en última instancia, la lógica utilitaria aceptará el Holocausto, si eso impide ‘un daño mayor’.
Supongamos que un nuevo Hitler llega a alcanzar el poder absoluto sobre la tierra. Arresta a 12 millones de judíos y los divide en dos grupos de 6 millones. Planifica la exterminación de los dos grupos. Sin embargo, si usted realiza la exterminación de un grupo, liberará al otro. No hay una decisión alternativa. ¿Implementaría usted el nuevo Holocausto?
Si usted es un utilitario, lo haría. Si usted piensa que es moralmente legítimo matar a 500 serbios inocentes para salvar a 5000 albanos inocentes, probablemente lo haría. Obviamente, 500 muertos es menos que 5000 muertos, y obviamente 6 millones de muertos es menos que 12 millones de muertos. En el mundo real, la memoria del Holocausto es ciertamente citada para apoyar matanzas, sin duda. El presidente Clinton lo citó explícitamente para apoyar el bombardeo de Yugoslavia por la OTAN. Si no hubiera una memoria del Holocausto, no podría haberse referido al tema. La afirmación, de que es bueno recordar el Holocausto a pesar de esto, se basa en principios utilitarios.
La verdad es que la memoria del Holocausto no incita a la gente a hacer un bien absoluto e incondicional. Usualmente sirve para justificar el daño a los otros. Nunca he visto ningún ejemplo de la posguerra, en el que el Holocausto haya inspirado a una persona a actuar de una buena manera indiscutible. Veo numerosos ejemplos en los que la gente hace cosas que sabe que son controvertidas y citan el Holocausto para defender sus acciones. Mientras más extremas las acciones, más probable es que recurran al Holocausto.
Recordar el Holocausto es como colocar una granada de mano activada en una pieza llena de niños pequeños. No es bueno para ellos de ninguna manera, y tarde o temprano jugarán con ella, y se matarán o herirán. Sólo una persona malvada podría hacer algo semejante. Los que colocan la memoria del Holocausto en la tierra son los historiadores, los archiveros, los directores de museos, los escritores, los diseñadores de monumentos del Holocausto, los creadores de sitios recordatorios en la red. Y especialmente los políticos y los filósofos, exigen y enfatizan la memoria del Holocausto. Cargan una pesada responsabilidad, y aumenta. Una guerra de Estados Unidos contra África, para implementar los derechos humanos y detener el genocidio, probablemente mataría a diez millones de personas. (Este cálculo se basa en las muertes a largo plazo en Irak, de la primera Guerra Mundial en adelante, y las muertes civiles en la guerra de Vietnam). Mientras más se recuerde el Holocausto, sufrirá más gente, morirá más gente, se cometerán más injusticias, todo con referencia a esa memoria. Lo correcto es terminar con la memoria.
———–
http://members.chello.nl/p.treanor/forget.html