No «tan callando» nos invade (hace mucho) una plaga de reformistas, persistente, que se multiplica con artes camaleónicas, incuso en los lugares más impensados, y a la vista de todo mundo. Es una plaga resistente capaz de alimentarse, incluso, con aquello que la combate. Lo metaboliza todo y se hace transparente mientras se infiltra en […]
No «tan callando» nos invade (hace mucho) una plaga de reformistas, persistente, que se multiplica con artes camaleónicas, incuso en los lugares más impensados, y a la vista de todo mundo. Es una plaga resistente capaz de alimentarse, incluso, con aquello que la combate. Lo metaboliza todo y se hace transparente mientras se infiltra en los pliegues de la realidad. A veces es difícil identificarla y neutralizar sus daños.
Reformismo no es lucha por «reformas», es el vicio de frenar, incluso con burocratismos, todo cuanto tiende a transformar la realidad y a superar lo que nos esclaviza. Combatimos al reformismo por su razón anestésica, por su carácter tóxico empecinado en frenar todo cambio y empeñado en dilatar las revoluciones. Combatimos al reformismo porque es el veneno ideológico preferido por la burguesía para embriagar con palabrería, y con parafernalias, a los trabajadores y mantenerlos eternamente como esclavos contentos con algunas «reformas» aisladas y menores.
Cuando la burguesía concede «reformas» siempre las cobra, de un modo u otro, y muy caras. Hace lo imposible por dividir a los trabajadores y para corromperlos. Buena parte de la clase trabajadora padece los efectos corrosivos que inocula en ellos la ideología dominante disfrazada de «reformismo» que ha sido capaz de reducirlos a la impotencia. Tiene razón Alan Woods en su libro «Reformismo o Revolución»:
http://es.scribd.com/doc/23495988/Alan-Woods-Reformismo-o-Revolucion
Bajo el capitalismo ninguna «reforma» puede ser profunda ni trascendente. Los reformistas trabajan para dividir y engañar con dádivas, con migajas costosísimas y trabajan para esconder, a toda costa, la lucha de clases. Los reformistas trabajan para debilitar a los trabajadores, para hacerlos limosneros dependientes de la burguesía. Los reformistas pululan en todos los países, la burguesía los infiltra por doquier para desmovilizar, para deprimir, para desesperar a los trabajadores y convencerlos de que agradezcan su esclavitud.
Lo primero que hacen los reformistas es negarse. Niegan sus orígenes burgueses e incluso fingen combatirlos. Niegan sus objetivos corrosivos y se camuflan de revolucionarios. Niegan sus tácticas de infiltración y se hacen pasar por productos genuinos de las luchas populares. «No somos reformistas», dicen, mientras instalan frenos a todo movimiento emancipatorio de los trabajadores.
Son maestros del oportunismo, saben aparecer en los momentos idóneos para confundirse entre las masas como si fuesen parte de ellas, como si las amaran desde siempre. Su éxtasis radica en desvirtuar a toda costa el objetivo final de la lucha revolucionaria del proletariado contra la propiedad privada, contra el capitalismo, para suplantarlo con alguna reforma de ocasión mientras nos resignamos a que los cambios sean lentos, serenos y de largísimo plazo. Nada que angustie a la burguesía. Nada que toque el capital.
Las luchas revolucionarias de los trabajadores provocan la ira de los reformistas que no soportan la urgencia de avanzar que los pueblos tienen fatigados de tanta injusticia, tanta postergación y tanta esclavitud. Los reformistas, en público, se dan el lujo de rechazar el reformismo sólo para aplicarlo meticulosamente, en toda la línea. Pronuncian discursos en los que afirman que «las reformas no son todo», que «son siempre insuficientes», pero sólo hacen alharaca para terminar imponiéndolas como si se tratara de lo único que pude hacerse… y hay que resignarse.
Es la Praxis el antídoto contra la plaga reformista y son antídoto las acciones en secuencia y bajo control, teórico y práctico, directo de los trabajadores sobre todas las herramientas de producción. Las reformas deben ser, acaso, una parte de la práctica que se imprime a las luchas para no permitir que se detengan. El antídoto contra el reformismo es la movilización de los trabajadores en la acción directa, inmediata y cotidiana, organización y lucha por las reformas pero como parte de la revolución permanente.
Con la movilización de los trabajadores debe combatirse y evaluarse el alcance y la utilidad efectiva de las reformas para no permitir que sirvan de consuelo y anestesia. El estado socialista debe ser motor de los cambios y no su freno. Debe impulsar reformas y dinamizarlas en contra del reformismo. Es de importancia vital desnudar la ideología de los reformistas para que exhiban su impudicia liberal burguesa y su servidumbre al capitalismo empeñada en desorganizar el movimiento obrero.
No nos descuidemos, el reformismo que se infiltra en todo el mundo quiere hacernos creer que la lucha por el Socialismo Científico es una antigualla sin valor derrotada con «la caída del muro». Esa falacia es una de sus prendas ideológicas más preciadas cuando combate a la revolución de los trabajadores y los ataca, incluso mediáticamente, para hacernos creer que la propia revolución socialista es idea y obra del reformismo. Trampa reformista para suplantar a la Revolución con la «política social» burguesa. Una locura y un crimen más de la ideología de la clase dominante para desfalcar la riqueza teórico practica del Socialismo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.