Nos recuerda Eduardo Galeano en su libro «Espejos«que a lo largo de treinta años de guerra, Vietnam propinó tremendas palizas a dos potencias imperiales: derrotó a Francia y derrotó a los Estados Unidos. Grandeza y horror de la independencia nacional: Vietnam sufrió más bombas que todas las que cayeron en la segunda guerra mundial; sobre […]
Nos recuerda Eduardo Galeano en su libro «Espejos«que a lo largo de treinta años de guerra, Vietnam propinó tremendas palizas a dos potencias imperiales: derrotó a Francia y derrotó a los Estados Unidos.
Grandeza y horror de la independencia nacional: Vietnam sufrió más bombas que todas las que cayeron en la segunda guerra mundial; sobre sus junglas y sus campos se derramaron ochenta millones de litros de exterminadores químicos; dos millones de vietnamitas murieron; y fueron incontables los mutilados, las aldeas aniquiladas, los bosques arrasados, las tierras esterilizadas y los envenenamientos heredados por las generaciones siguientes.
Los invasores actuaron con la impunidad que la historia otorga y el poder garantiza.
Tardía revelación: En el año 2006, tras casi cuarenta años de secreto, se supo que existía un informe de nueve mil páginas de minuciosas investigaciones en el Pentágono. El informe comprobaba que habían cometido crímenes de guerra contra la población civil todas las divisiones militares de los Estados Unidos en Vietnam.
Fue a inicios de los setenta, estudiaba en la Universidad de Munich. Uno de los profesores, con el que llevaba a cabo un trabajo, me indicó que sería bueno que escuchara a un profesor de la Universidad de Ratisbona para profundizar en el origen de los valores, en el por qué una cosa es buena o mala según las diversas culturas. El profesor aludido se llamaba Joseph Ratzinger.
Desde entonces ha llovido mucho. Hoy estamos en el 2013, él es papa y ha renunciado a su puesto. Se va el 28, el 28 de febrero. Y ha levantado revuelo por lo inusitado del hecho. ¿Qué hay detrás, por qué?
Desde no hace mucho, desde el 18 de marzo del 2012 el Presidente de la República Federal de Alemania se llama Joachim Gauk, el anterior, Christian Wulff tuvo que demitir a prisa y corriendo a los 52 años, tras dos de mandato, siendo la primera autoridad del país y el ciudadano más noble de la nación; tuvo que dimitir por dejarse invitar y favorecer por unos amigos millonarios, no por nada ilegal, no por meter dinero de otros en su bolsillo; tuvo que marcharse por no estar a la altura de la dignidad de su cargo, que exige distanciamiento de ciertas formas, lujos y amigos y cercanía para con el ciudadano común, valoración de su vida laboriosa, un trato ejemplar.
También el pasado año otro ministro del gobierno alemán, el Ministro de Defensa, Karl Theodor zu Guttenberg, y este año la Ministra de Educación y Cultura, la señora Annette Schavan, tuvieron que dimitir por copiar en sus tesis doctorales pensamientos y conclusiones de otros vendiendo a la opinión pública y firmándolas como suyas. Dos ministros valorados por su canciller Merkel, de proyección en el país, pero que a la hora de adquirir un título cotizado por la sociedad alemana fueron innobles no reconociendo en su trabajo méritos y trabajos de otros.
Y hoy observando a Benedicto XVI, papa hoy y ayer profesor e investigador de valores, me pregunto ¿qué tiene de extraño que otro alemán tenga que dimitir siendo él el responsable absoluto y último del estado Vaticano y de su Iglesia católica, cuando son tantas, tan reiteradas y en tantos lugares las personas víctimas de la pederastia causada por sus súbditos y su Estado Vaticano es declaradamente un paraíso fiscal, lugar de lavado de dinero sucio y de usura y de maltrato y saqueo de otras gentes?
¿Sí, repito, qué tiene de extraño? Quizá la pregunta es más bien ¿por qué nos extrañamos de su renuncia? ¿Acaso por su tardanza? Valoramos en la dignidad. Se calcula que en Irak murieron pasados los dos millones de personas, entre ellos medio millón de niños, por una guerra iniciada por Bush, Blair, Aznar y el Primer ministro de Portugal en acuerdo tomado en las Azores. Cuatro mandamases de cuatro países que mendazmente y a sabiendas, entonces ellos y hoy el mundo entero, llevaron la guerra a un país ajeno. Y hoy esos mandatarios siguen impartiendo lecciones por aulas, calles y aceras de pueblos y ciudades; ninguno de ellos se vio obligado a dimitir ni fue juzgado y condenado mientras en ese país invadido, Irak, sigue hoy todavía corriendo un reguero de sangre espesa, de dolor y muerte, fruto de la inhumanidad de nuestro gobierno y de nuestra desidia.
Si estamos tan envueltos en corrupción, si la tortura en cuarteles, comisarías y juzgados sigue tras décadas tan asentada entre nosotros el problema es que ya el problema no es sólo de mandatarios, políticos, jueces, militares, empresarios y jerarcas eclesiales sino también nuestro: consentimos y estamos embadurnados de indignidad y bajeza.
El problema no es tanto que Ratzinger se vaya sino más bien por qué no se le obligamos a marcharse antes. O, dicho de otro modo, ¿por qué mandatarios e instituciones tan corruptas siguen teniendo autoridad, peso, votos, sueldo y mando entre nosotros?
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