«Por supuesto que hay luchas de clase, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando.» Warren Buffett, multimillonario estadounidense Con suma preocupación puede verse como, en estos últimos años, las tendencias políticas dominantes se han venido inclinando poderosamente hacia la derecha en todo el mundo. El […]
Con suma preocupación puede verse como, en estos últimos años, las tendencias políticas dominantes se han venido inclinando poderosamente hacia la derecha en todo el mundo. El fenómeno parece instalado con mucha fuerza, y nada hace pensar que en lo inmediato pueda revertirse. Por el contrario, parece extenderse.
Ello, por supuesto, no quita que las mismas poblaciones que han elegido en las urnas a esos candidatos de ultraderecha, se vean perjudicadas por las políticas que los ungidos aplican, y que consecuentemente protesten. Lo curioso es cómo, pese a que la situación económico-social dominante en la mayor parte del mundo no es buena (o es desastrosa), los votantes se inclinan por propuestas tan antipopulares.
Sin caer en el simplismo, o peligro ideológico, de afirmar que las poblaciones son «ignorantes» en términos políticos, podrían proponerse cuatro elementos para explicar el fenómeno, sin dudas interactuantes entre sí:
1. Crisis general del sistema capitalista
El sistema capitalista global viene sufriendo una crisis desde hace ya una década, que golpea fundamentalmente en el Norte, pero también con repercusiones en los países capitalistas periféricos. La crisis financiera desatada en el 2008 aún no ha terminado, y la supuesta reactivación económica no llega. Eso no significa que sea una crisis terminal. Para la principal economía del mundo, Estados Unidos, el negocio de la guerra es siempre una válvula de escape: inventar guerras en cualquier parte, lejos de su territorio obviamente, lo que le permite reconstruir los países destruidos (ganando por ello) y mover su complejo militar-industrial, ariete dinamizador de su economía doméstica. Para las potencias europeas y para Japón, los embates de la crisis son más profundos.
Por otro lado, el traslado de buena parte de su parque industrial a los países pobres del Sur (aprovechando los bajos salarios de allí, las exenciones fiscales, la falta de controles ambientales y de trabajadores sindicalizados) ha dejado empobrecida a su propia población trabajadora. Para las compañías multinacionales no hay problemas, sino por el contrario: mayores ganancias. Pero para los asalariados nacionales (obreros industriales, clase media), ese traslado sí ocasiona pérdidas. Es obvio que el capitalismo está hecho a la medida de las empresas y no de los trabajadores. Como respuesta a esa crisis, el discurso político busca chivos expiatorios en los migrantes indocumentados (latinoamericanos para Estados Unidos, africanos para Europa). Ante la crisis, la respuesta visceral y emotiva que pone la causa de los males en esos «ilegales que quitan puestos de trabajo» es una salida rápida: hay que levantar muros para frenar las migraciones. De ahí a posiciones fascistas, racistas y xenofóbicas, un paso.
El paso está dado, por ello los triunfos electorales en muchos países del Norte, con una marcada carga anti-inmigrantes. Lo que parecía increíble algunos años atrás, es ahora una cruel realidad. El neonazismo no está muerto. Evidentemente la manipulación de las masas es fácil, y hoy día las técnicas ad hoc son super eficientes.
2. Consecuencia del neoliberalismo imperante
En los países del Sur las políticas neoliberales hace ya unas cuatro décadas que se vienen implementando. Es decir: proyectos de absoluto beneficio para los capitales (nacionales y globales), que postran totalmente a la clase trabajadora, sojuzgándola y chantajeándola en forma continua (tener trabajo es ya un «privilegio», y hay que cuidarlo a toda costa, por lo que debe agacharse la cabeza y aceptar cualquier condición laboral). A su vez, esas políticas profundizan la dependencia del Sur respecto a las economías prósperas del Norte, aumentando a niveles impagables las deudas externas, con una continua transferencia de riqueza que posterga por décadas el desarrollo, o simplemente lo impide.
Pero aunque parezca increíble, esas políticas absolutamente antipopulares -que, por supuesto, han recibido y siguen recibiendo el rechazo de los pueblos, en forma violenta muchas veces-, también han calado en la conciencia colectiva. Con una prédica interminable sobre la ineficiencia del Estado como administrador, endiosando hasta niveles supremos la calidad de la empresa privada (engañosamente, por supuesto), una población desesperada y falta de proyecto político (por la ausencia de organizaciones de izquierda con verdadera fuerza), puede caer fácilmente en la manipulación y apostar por discursos mesiánicos, profundamente conservadores.
La tendencia actual, en buena medida mediada por las iglesias evangélicas fundamentalistas de ultraderecha, es buscar respuestas efectistas, viscerales, que prometen soluciones casi fantásticas con una confusión de base que permite creer en «salidas mágicas» (la «mano dura» para terminar con la delincuencia, un discurso de ribetes moralistas que pone como chivo expiatorio a la corrupción -la corrupción es efecto y no causa-). Todo eso permite el triunfo de propuestas de ultraderecha, contrariamente a lo que parecería indicar la lógica.
3. Manipulación fabulosa de las masas
Todo lo anterior, en el Norte y en el Sur, responde a una «ingeniería» social magistralmente trazada por los grupos de poder, Estados Unidos a la cabeza. El manejo de las masas alcanzó niveles increíbles con las modernas técnicas de psicología social-publicitaria y mercadotecnia, y la manipulación logra verdaderos «milagros». La masa (lo cual hacer recordar a la masa de panadería, por lo maleable que resulta), según el psicólogo de las multitudes Gustave Le Bon, es « Una agrupación humana con los rasgos de pérdida de control racional, mayor sugestionabilidad, contagio emocional, imitación, sentimiento de omnipotencia y anonimato para el individuo [ por lo que ] la multitud es extremadamente influenciable y crédula, careciendo de sentido crítico.» Evidentemente, esa caracterización estaba en lo cierto, pues hoy vemos cómo los grupos dominantes, sin el más mínimo pudor, apelan a las más increíbles mentiras para mantener engañado al público. Y por cierto, lo consiguen con muchísima eficiencia.
Los medios masivos de comunicación, las redes sociales que posibilita el internet con los net centers o troll centers operando (mentiras organizadas), la promoción inmoral de lo que hoy día se ha dado en llamar -con total tranquilidad y desvergüenza- fake news (noticias falsas), mantienen el mundo de la llamada «post verdad». Ya no hay verdades, eso no importa; lo único que cuenta es el efecto que se consigue con un mensaje. Y aunque se hable de «desarrollo» y «evolución» de los pueblos, todos somos bombardeados a diario con innúmeras mentiras, grotescas, burdas, pero que a la postre dan resultados. Para el caso, no hay pueblos «evolucionados» y «cultos» que saben identificar las manipulaciones: todos caen bajo el mismo rasero.
La Guerra Fría, en términos ideológicos, no ha terminado, sino que continúa al rojo vivo. El más visceral anticomunismo, absolutamente primitivo en términos de racionalidad pero efectivo en términos políticos, no está frío: está enormemente caliente. Para muestra estos dos sencillos ejemplos: buena parte de la clase media antichavista de Venezuela cree a rajatablas que en las lámparas ahorradoras de procedencia cubana facilitadas por el gobierno bolivariano a la población… ¡hay instalados micrófonos! (sic). Y el Senado estadounidense fue convencido por el lobby guatemalteco (exponente de las mafias empresariales-políticas-militares que manejan el Estado) que la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala -CICIG-, financiada por el mismo Estados Unidos, es «comunista», cuando en realidad se trataba de una instancia que investigó parte de los ilícitos de esos grupos de poder (recontra sic).
En el Norte con la prédica anti-inmigrante, en el Sur con la cantinela anti-corrupción («el problema de los males sociales serían los malos funcionarios que roban del erario público»), esa proliferación infinita de mentiras ha logrado que los electorados terminen aprobando propuestas mesiánicas de ultraderecha.
4. Crisis en las propuestas de izquierda
El anticomunismo al que nos referimos, aunque pueda parecer burdo, es una absoluta realidad, cruda y brutal. Y lo peor de todo: con evidentes efectos. Como lo dice el epígrafe citado, obviamente que hay lucha de clases. Y están al rojo vivo. Todo el siglo XX fue una brutal demostración de ello. La Guerra Fría que dominó buena parte de las pasadas décadas fue una expresión de ello. Sucede que con la caída del Muro de Berlín la derecha dio un golpe enorme. No mortal, pero sí que dejó fuera de combate por un tiempo todas las propuestas de transformación.
En ese sentido, el ideario de izquierda, que obviamente no ha desaparecido ni dejado de tener validez (porque si hay clases enfrentadas, la izquierda es la expresión de una de esas clases: la clase trabajadora), hoy día fue adormecido. La reversión de esos dos grandes procesos históricos que fueron la revolución rusa y la china, permitió a la derecha sentirse victoriosa. De ahí que declaró su triunfo, el fin de las ideologías y la terminación de los conflictos interclasistas. Pero la realidad, siempre tozuda, muestra que ello no es así. De todos modos, las izquierdas han quedado muy golpeadas, y su propuesta en la actualidad no parece encontrar mayor eco.
No caben dudas que la lucha ideológica, en este momento, tiene como ganador al capital. Las ideas socialistas, las ideas de transformación revolucionaria de la sociedad, hoy están desacreditadas, y la derecha se encarga muy bien de remarcarlo.
Por otro lado, los gobiernos progresistas habidos en Latinoamérica en estas últimas décadas no pudieron pasar de propuestas capitalistas redistribucionistas, sin tocar los cimientos básicos de la sociedad. Las fuerzas del capital supieron reacomodarse, y el discurso político de derecha tomó nuevamente la supremacía. Si bien hay reacción popular, descontento, expresiones antisistémicas por todos lados, esos fermentos no encuentran de momento una direccionalidad racional que permita modificar el sistema dominante. Hasta se podría decir que los gobiernos de centro-izquierda que conocimos últimamente, donde también se dieron hechos de corrupción, funcionaron como una «mala propaganda» para el ideario de transformación social, para el campo popular. Ello, arteramente utilizado por la derecha, propició la aparición de estas respuestas ultras. El agotamiento de los reformismos permitió la contraofensiva hiper conservadora y fundamentalista. No hay en este momento una claridad ideológica que muestre el camino para los sectores populares, lo cual no significa que las injusticias hayan terminado (por tanto, el discurso contestatario de izquierda sigue teniendo vigencia). La cuestión es encontrar esos caminos.
¿Qué hacer entonces?
Quedarse llorando este retroceso no sirve. En todo caso, hay que reconocer que en este momento las propuestas de izquierda siguen estando golpeadas, sin rumbo claro. Pero reconocer eso es justamente lo que podrá ayudar a encontrar ese rumbo, por ahora ausente.
El campo popular está desconcertado, hipócritamente manipulado, conquistado por los grupos neoevangélicos que funcionan como monumentales instrumentos de control social y freno a la protesta. El embobamiento a través de los medios de comunicación y las redes sociales es proverbial. ¿Cómo es posible que se pueda hablar con toda impunidad de post verdad? Obviamente la lucha ideológico-cultural está muy bien manejada por las fuerzas del capital. Ante todo ello no se puede oponer sino una frontal lucha ideológica, para rescatar la verdad. El ideario socialista no está muerto; en todo caso, como dijera Frei Betto, » El escándalo de la Inquisición no hizo que los cristianos abandonaran los valores y las propuestas del Evangelio. Del mismo modo, el fracaso del socialismo en el este europeo no debe inducir a descartar el socialismo del horizonte de la historia humana» .
Por todo ello, la lucha sigue. Y la verdad, aunque se quiere empañar con fake news y «post» verdades, ahí está presente, esperando la justicia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.