Franco Ingrassia es psicoanalista e investigador. Se mueve entre diversos saberes y campos de actividad. Integra el Laboratorio de Análisis Institucional de Rosario. Coordina el proyecto Estéticas de la Dispersión. Ha publicado artículos en revistas de España, Italia, Inglaterra, Chile y Argentina. Colabora en Planeta/X, un proyecto cultural asambleario que acaba de cumplir 15 años […]
Franco Ingrassia es psicoanalista e investigador. Se mueve entre diversos saberes y campos de actividad. Integra el Laboratorio de Análisis Institucional de Rosario. Coordina el proyecto Estéticas de la Dispersión. Ha publicado artículos en revistas de España, Italia, Inglaterra, Chile y Argentina. Colabora en Planeta/X, un proyecto cultural asambleario que acaba de cumplir 15 años y que es motor de, entre otras cosas, una revista de cultura y pensamiento y un sello discográfico. Fue invitado recientemente a Madrid por el centro cultural Matadero, dentro del programa de residencias del proyecto El Ranchito, para impartir una serie de talleres públicos sobre «pensar (en) la dispersión».
Los lazos sociales que establecemos resultan cada vez más inestables, débiles y heterogéneos. Toda experiencia compartida se despliega hoy sobre un fondo de contingencia, fragilidad e incertidumbre. La hipótesis de la dispersión trata de hacer legible ese nuevo fondo de lo social.
¿Qué es la dispersión? ¿De qué es resultado?
Es el tipo de experiencia social que produce la hegemonía del mercado, cuando el Estado pierde su función reguladora y estructuradora de las relaciones intersubjetivas. En el pasado reciente, el Estado moldeaba lo social en configuraciones estables, adaptadas al régimen productivo fordista, mediante instituciones (llamadas «disciplinarias») como la familia, la escuela, el hospital, el cuartel, la fábrica, la prisión, etc. Ellas moldeaban las subjetividades, es decir, los modos de vida. Eran estas marcas institucionales, en su permanencia, las que definían quién era cada uno, las que ligaban ciertos cuerpos a ciertos nombres, tareas y lugares sociales. Y contra estos anudamientos y moldeamientos -en muchas ocasiones injustos y opresivos- se desplegaban las políticas emancipatorias modernas que eran, antes que nada, políticas de alteración de los órdenes estatalmente establecidos.
Por el contrario, hoy el mercado está constantemente ensamblando y desensamblando los vínculos en función de su incesante búsqueda de la maximización del beneficio. La alteración se convierte en la norma y la estabilidad en la excepción. Eso es la dispersión.
¿Cómo afecta a nuestras vidas cotidianas?
Por un lado, crece una cierta sensación de ser como náufragos a la deriva, sin capacidad de incidencia sobre nuestro rumbo, aferrados a recursos que encontramos desarticulados, en flotación, pero sin los cuales no podríamos subsistir. El acceso a la salud, la vivienda, la cultura, el trabajo o la experiencia amorosa se vuelven precarios, intermitentes, sujetos a composiciones tan contingentes como las condiciones en las cuales deben desplegarse.
Por otro lado, la dispersión se traduce también en un tipo de experiencia subjetiva caracterizada por el desborde y la saturación. La experiencia más habitual de la navegación en la web es un ejemplo claro de esto: vamos arribando cada vez a más enlaces que nos conducen a la apertura de nuevas pestañas que a su vez nos vinculan con nuevos enlaces hasta que al final ya no sabemos a qué atender. La sensación de que nuestra vida se ramifica en infinitas diferencias va de la mano con el malestar que provoca la creciente dificultad para articular estas diferencias en una composición de sentido más o menos regulable, legible u orientable.
Una ventana abre otra y luego otra y luego otra, pero ninguna se cierra. De ahí que nos sintamos constantemente desbordados.
Exacto. Y de este modo nos vemos arrojados a una suerte de incesante bricolaje existencial. La primacía de la inestabilidad multiplica los estímulos ante los que hay que responder y nos obliga a un trabajo de constante actualización de nuestra lectura del medio en el que nos movemos (porque, apenas logramos orientarnos, la cosa vuelve a cambiar y hay que reajustar dicha orientación).
¿Cómo es nuestra relación con el otro en la dispersión?
En condiciones estatales, el otro es mi semejante en tanto que comparte conmigo el espacio de la ley que regula nuestra interacción. Somos semejantes en tanto que estamos sujetos a la misma ley. No hay nada en las condiciones de mercado que instaure algo similar. Según la lógica neoliberal, el único modo de hacer legible el comportamiento humano es suponiéndole la búsqueda del máximo beneficio como motor. Por tanto, el otro deja de ser mi semejante y se convierte en un recurso a instrumentalizar o en un simple obstáculo a mi recorrido. Los mercados contemporáneos pueden ser pensados como territorios de la guerra de todos contra todos, como territorios donde las acciones de defensa de un confort «interior» ficcional se combinan con un reverso de hostilidad generalizada hacia todo lo que sea considerado exterior.
¿Ayuda la hipótesis de la dispersión a explicar el auge actual de las nuevas derechas?
Puede aportar esto: buena parte del discurso de las nuevas derechas resulta de una posición reactiva ante la dispersión. Ante la precarización de la existencia singular y social, las nuevas derechas instituyen una ficción identitaria «estable». Ante la volatilización de los vínculos, proponen la reactivación de un conjunto de códigos culturales «tradicionales» que -de modo falso pero no por ello ineficaz- operan con la ilusión de una restitución de la continuidad entre el pasado y el presente. Estas respuestas reactivas exceden el campo que solemos identificar con las «nuevas derechas» y se difunden como riesgo de cierre identitario incluso en experiencias colectivas que se inician bajo premisas ideológicas bien distintas.
¿Y tiene algo que decirle a la izquierda?
Las diversas culturas políticas de la izquierda, tanto las provenientes de las grandes luchas obreras y populares del siglo XIX y la primera mitad del XX como las experiencias antiautoritarias de la segunda mitad del XX, comparten el supuesto de la primacía de la estabilidad sobre la inestabilidad en lo social y el papel central del Estado en este proceso de estabilización. De ahí que el problema de la ocupación o destrucción del Estado esté en el núcleo de la elaboración de sus estrategias.
La hipótesis de la dispersión viene a poner en cuestión justamente la idea de que lo social está estructurado y que el agente principal de esta estructuración sea el Estado. Ello implica una necesidad de analizar mucho más detalladamente el modo en que el mercado genera procesos de ensamblaje y desensamblaje de los lazos sociales y una apuesta mucho más fuerte a los procesos de autoorganización que emergen como fuentes de producción de vida colectiva más allá de las operatorias mercantiles y estatales.
Ello no implica que el Estado desaparezca del radar de preocupaciones ni que deban eliminarse del repertorio de acción los procedimientos críticos o de ruptura, sino que lo que queda destituida es la premisa de que el Estado sea la fuente principal de ordenamiento de toda situación y de que toda política igualitaria pase necesariamente por un proceso previo de ruptura o de transformación de dicho ordenamiento.
¿Qué papel tiene entonces el Estado en condiciones de dispersión?
El Estado se encuentra en un proceso más o menos abierto de redefinición de sus funciones: la apuesta neoliberal consiste en que pase de ser el regulador general de los dispositivos institucionales que estructuraban la sociedad a constituirse en un dispositivo generador de «entorno de mercado» (clima propicio para las inversiones, intervención sobre movimientos colectivos o construcciones culturales que «distorsionen el libre juego de la oferta y la demanda», etc.).
Según otra línea, más intervencionista en lo social, se trataría de constituir al Estado en un agente que funcione dentro del juego del mercado pero con algunos privilegios particulares, como por ejemplo la capacidad de desarrollo de normativas que, si bien ya no tendrían potencia suficiente para constituirse en precedentes sobre los cuales se desplieguen las dinámicas sociales y económicas, podrían incidir sobre las mismas con un peso no desdeñable.
Y podría pensarse en una tercera línea de investigación práctica de nuevas formas de estatalidad que apuestan a una hibridación con los procesos de autoorganización, recomponiendo la idea de la construcción de lo común como un proceso de articula una esfera pública que excede el ámbito específico de actuación del Estado.
¿Cuál sería entonces el desafío político en condiciones de dispersión?
La dispersión no es un enemigo, sino el nuevo fondo de lo social a partir de cual debemos tomar las decisiones individuales y colectivas. El desafío no es hoy, como podía ser en los años 60, luchar contra los papeles y los lugares previamente asignados para nosotros por la maquinaria estatal, ni tampoco la toma del poder, sino más bien la autoproducción -de forma constante y a través de la creatividad- de los modos en los que queremos vivir allí donde la dispersión tiende a destituir las configuraciones que osan establecerse. En condiciones de dispersión no hay cadenas que romper, sino experiencias colectivas que componer y sostener en entornos altamente variables, de modo que, posiblemente, la cuestión pase por pensar en términos de autoorganización y de políticas igualitarias.
¿Podrías ponernos ejemplos concretos?
Las diversas experiencias de autoorganización que en Argentina tuvieron un pico de visibilidad en 2001-2002, pero que continúan construyéndose hoy por vías más subterráneas -modos de cooperación y decisión asamblearia en las empresas recuperadas y los movimientos campesinos, formas de intercambio más justas y sustentables en las redes de economía solidaria, procesos de desarrollo de democracia directa para la construcción de la trama urbana, espacios de libre acceso a la producción estética en los colectivos culturales autogestionados, modalidades participativas de construcción de la información en los medios sociales de comunicación, etc.-, dan cuenta de experiencias donde no se trata tanto de romper las cadenas, sino de crear y sostener formas de vida igualitarias en condiciones de dispersión.
¿Tiene sentido hoy el eje izquierda/derecha? ¿Tiene en general para ti algún sentido nombrarse «de izquierdas»?
Tal vez sea un sentido muy genérico, pero mi primera impresión es que la idea de «izquierda» articula toda una serie de luchas por la igualdad acontecidas en diferentes momentos históricos en la cual yo creo que vale la pena intentar inscribirse. Pero parte de esa misma tradición, al menos como yo la entiendo, implica que la política siempre está en otra parte. La izquierda siempre llevó la política allí donde se suponía que no debía suceder (del mundo de los amos al de los esclavos, de los ámbitos de la nobleza a los espacios populares, del parlamento a la fábrica, de las instituciones a la calle, del espacio público al espacio privado, etc.). Así que se trata, necesariamente, de una paradójica tradición experimental, una línea de continuidad que implica su propia innovación. Y esto conduce a trabajar en situaciones no codificadas donde el eje izquierda/derecha puede no resultar operativo como recurso de orientación, porque, justamente, la experimentación implica la construcción de experiencias sin modelo que necesariamente conllevan una interrogación de dicha codificación.
Para seguir profundizando:
Entrevista a Franco Ingrassia en Una Línea sobre el Mar (Radio Círculo)
Blog de los encuentros sobre «pensar en (la) dispersión»
Fuente: http://blogs.publico.es/fueradelugar/280/como-naufragos-a-la-deriva