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Entrevista con el poeta e investigador Emilio Bejel

Preguntar es ofrecer respuestas

Fuentes: La Jiribilla

Emilio Bejel es cubano, poeta, crítico, narrador y profesor de literatura hispanoamericana. Nació en Manzanillo en 1944, pero desde 1962 ha vivido en los EE.UU. Parecería mucho tiempo distanciado de su tierra de origen si no fuera porque al revisar sus temas de investigación se percata uno de cuánto pueden continuar marcando ciertas matrices históricas […]

Emilio Bejel es cubano, poeta, crítico, narrador y profesor de literatura hispanoamericana. Nació en Manzanillo en 1944, pero desde 1962 ha vivido en los EE.UU. Parecería mucho tiempo distanciado de su tierra de origen si no fuera porque al revisar sus temas de investigación se percata uno de cuánto pueden continuar marcando ciertas matrices históricas y culturales a las personas, aun cuando lleven tiempo viviendo lejos de su país natal. Entre su variada bibliografía y actividad intelectual habría que apuntar que en 1991 Emilio Bejel publicó un libro de entrevistas titulado Escribir en Cuba, tres años más tarde vio la luz un texto de crítica dedicado al autor de Paradiso: José Lezama Lima, Poeta de la Imagen y en 1997 fue jurado del Premio Literario Casa de las Américas. Precisamente a esta institución regresó tras poco más de una década de ausencia para impartir la conferencia « Martí, los EE.UU. y ‘el hombre afeminado ‘». Al finalizar, Emilio comentó en la sala Manuel Galich, cuánto lo había impresionado la película José Martí, el ojo del canario , sentía -confesó- que «había vuelto para ver esta película». Tal declaración de fe motivó a que ese fuera el inicio de nuestra conversación cuando nos entrevistamos dos días después.

«Llegué después de 13 años sin venir a Cuba y estaba muy contento porque todo me había salido muy bien, como un turista. Fui a ver algunas películas del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano y quise ver al menos la película de Martí, aunque imaginé que iba a ser un cliché, porque ya se han hecho otras películas de Martí y han sido malísimas.

«Fui muy temprano al cine, entré cuando las demás personas estaban saliendo de ver una película argentina. A los 10 o 15 minutos antes de empezar la película, el Charles Chaplin, que es tan grande, se llenó por completo. Empecé a ver la película y me di cuenta de su seriedad, estaba muy bien hecha, con un gusto poético muy grande, con una sensibilidad enorme, no constituía un cliché en lo más mínimo. El filme no es perfectamente histórico pero hay una serie de elementos en la película que me explicaban de forma emocional una serie de interrogantes: la personalidad de Mariano o cómo Martí sabía montar a caballo, algo que siempre me preguntaba cuando estudiaba la muerte de Martí. En el momento cuando él está aprendiendo a montar, no en forma despaciosa, sino rápidamente, yo lo visualizaba en Dos Ríos, muriendo en el caballo. También aparece su amistad con Fermín desde niño, en una forma real y no idealizada… Me conmovió además la escena en la que sale Martí con el brazalete negro en memoria de Lincoln, porque también soy un admirador suyo y es muy emocionante pues se unen dos figuras importantísimas en ambos países.

«No puedo más que halagar a Fernando Pérez por una película tan extraordinaria. Yo creía que era la única persona que estaba llorando en el cine, después me percaté que todo el cine estaba llorando por distintas cosas en diferentes momentos. Cuando terminé decidí no ir a ver nada más del Festival. Siempre me he dado cuenta de la enormidad de la emoción, y la emoción de ciertas cosas que no se quitan, aunque la realidad es siempre más compleja que los sentimientos. En los últimos años he estudiado bastante la cuestión de la iconografía martiana, para mí su imagen, su cara, es algo muy presente. Como crítico, cuando hablo de esas cosas por escrito trato de que no pase por el filo de la emoción, trato de no llevarme por sentimientos, porque termina uno convirtiéndose en una especie de cliché caminante, pero como persona fue interesante, me impresionó mucho, pensaba que estaba semiinmunizado, pero descubrí que no.

«La investigación acerca de la imagen visual de Martí en la actualidad consume mi estudio. Ya publiqué un trabajo sobre eso. Es un libro que puede ser terriblemente controversial. Luego de mi charla el otro día en Casa de las Américas los asistentes se concentraron en mis afirmaciones sobre Martí, así que imagino que este libro será bastante problemático pero me llama la atención. Es un tipo de investigación muy relacionada con el mundo cibernético, porque sin este no habría podido publicar retratos en colores en una revista, retratos de las estatuas… Son tres o cuatro secciones: fotografía, pintura, estatuas. Me ha facilitado el hecho de que tengo cientos de imágenes de Martí en mi computadora, hace unos años hubiera sido casi imposible hacerlo sin ese medio. Estuve en el Centro de Estudios Martianos y me llamó la atención una serie de óleos que no había visto. Me surgieron preguntas: ¿de dónde venían esos óleos, de qué retratos? Un amigo me enseñó un libro sobre fotos de Martí y no estaba la foto original de Martí en la cárcel sino una copia falsa que es la más conocida, la cual ni se parece a Martí y es una manera de masculinizarlo visualmente. Pero ese niño de cerca de 17 años, con una cadena en los pies, la cara redondita y con uno de los brazos recostado a una columna dórica, es el retrato original. Pero el que salió aun antes de morir Martí, cuando en Patria se anuncia que había desembarcado, ese realmente no es Martí, sino una masculinización de aquel niño bajito y con cara redonda, del Martí de la cárcel. Llama la atención la conciencia de Martí de su imagen visual muy temprano en su vida, la cual se va haciendo cada vez mayor a medida que va siendo más consciente de su propia ideología y de su rol en la revolución.

«¿Cuál es la relación entre la fotografía y La Habana de Martí niño? Desde 1839, en Cuba hay una explosión de daguerrotipos. Aquí, en Nueva York y en París había un comercio muy grande de fotografía y ello influye en la manera en que Martí vio el mundo -porque a los 9 años ya le habían hecho una fotografía. A medida que él toma conciencia de que quiere aparecer de forma humilde y simple en los retratos, más se parece su fotografía a un daguerrotipo.»

En cierta ocasión conversaba con un amigo sobre las diferencias entre la foto de Martí en Jamaica vestido con la levita negra y la imagen clásica de Bolívar con su traje lleno de galones y cuánto tenía eso que ver con el imaginario del pueblo al que representaban…

Es interesante como hay libros enteros sobre la imagen visual de Bolívar y fotografías muy irreverentes sobre él. Pero solamente a partir de 1990 en Cuba comienzan a aparecer pinturas irreverentes en cuanto a la imagen de Martí. Él pocas veces se retrataba de pie pues era muy pequeño. El retrato de Jamaica es una excepción porque no hay ningún fondo, solo hierbas detrás, no hay comparación con nadie. El resto de sus imágenes son casi siempre sentado y con la estética de la pobreza. Lezama habla de la estética de la pobreza en los próceres cubanos y Martí estaba muy consciente de eso pues no siempre se vestía así. La imagen de Martí en Washington es el de un hombre increíblemente elegante en una silla muy elegante pero a él no le gustó: le dice a su amigo Gonzalo de Quesada que es una imagen petulante y le echa la culpa al fotógrafo…

Citaba a Lezama, de quien ha sido un estudioso. Este año en la Isla se ha estado celebrando el centenario de su nacimiento. ¿Cómo percibe la influencia de la obra lezamiana dentro del espectro de la literatura cubana?

Estuve muchos años estudiando la obra de Lezama hasta que escribí uno de los primeros libros en inglés sobre él, que después salió en España en una versión en español. Aquí viendo la televisión en la soledad del cuarto del hotel, observo que están anunciando la presentación de un libro suyo y ponen su cara con pinturas e imágenes muy modernas y reflexionaba en la enormidad del cambio porque esta persona tan exquisita, de una escritura tan difícil, de pronto era un fenómeno en la televisión.

Lezama es un gigante que cada vez crece más dentro de su escritura, porque es un genio que se aventuró -una característica muy cubana de atreverse a hacer cosas gigantescas- a discutir con Nietzsche, por ejemplo, en términos de igualdad o de superioridad. La enormidad de su cultura y de su inteligencia para entender el mundo a pesar de que apenas salió de su casa va a durar mucho. En mi opinión Lezama ha pasado a ser más que un estilo una especie de símbolo del cual hay cierta nostalgia, cuando en la película Fresa y chocolate, en aquel almuerzo lezamiano, sale mencionado, o en Lista de espera en donde se cita aquel almuerzo de Fresa y chocolate o en una película reciente, que no he visto, sobre él. Hoy cuando sale en las películas o en la televisión se habla de un icono, una nostalgia de algo que en cierto sentido existió y no existió pero parece ser que ahora tiene mucha vigencia entre un grupo de intelectuales. En mi libro sobre Lezama hay un capítulo sobre Muerte de Narciso y traté de ver si había alguien muy extraordinario que pudiera traducirlo al inglés de principio a fin. Parecía una locura, al final no lo puse en inglés sino en español y en la página de al lado coloqué un sumario de algunas cosas que las personas que sabían inglés pudieran relacionar.

¿Hasta qué punto la obra de Lezama ha influido en la suya propia?

Mi poesía no está relacionada con la obra lezamiana. El libro Regalado, que es uno de mis poemarios o Casa deshabitada, se podrían comparar con poemas de algunos cubanos en el exilio, pero no es lezamiano. Como pensador, más que como poeta, me influyó de Lezama la enormidad de su visión del mundo. Él reinterpretó a Nietzsche, a Mallarmé, declaró que había una corriente simbolista que iba desde Dante hasta Mallarmé, pero él también forma parte de dicha corriente. Me abrió caminos de pensar muy sui géneris sobre el mundo y la realidad.

Hay un momento cuando Lezama habla de la Dramatis personae de Europa como si fuera un teatro, una obra teatral con personajes; por ello al leer a otros grandes pensadores recientes y no tan recientes como Lacan, Saussure, etc., puedo entenderlos, porque ya me había leído a Lezama. La realidad es un mundo virtual, es como un teatro de símbolos, es intocable y Lezama ya lo veía con una gran elaboración. Lezama y Borges, a pesar de sus diferencias, son dos escritores que tiene una visión del mundo tan completa, específica y simbólica, distintas a la de un García Lorca o un García Márquez, que son escritores muy buenos, pero que no tienen una filosofía del mundo. Lezama es un escritor filosófico muy interesante de leer, pues a pesar de que no lo entiendes lo disfrutas.

En la conferencia de la Casa de las Américas apreciaba su interés de poner en una perspectiva histórica el fenómeno de la homosexualidad que cada siglo ha atacado como un «mal» propio.

He aprendido en los últimos 20 años una serie de conocimientos de la historia de la sexualidad y sus relaciones con el poder, esa gran contribución de Foucault. La homosexualidad tiene una historia y aunque el acto puede ser una cosa similar, la visión es profundamente diferente. Un pederasta en la Grecia antigua era una persona de alto nivel militar que tenía un muchacho para entrenarlo, entre otras cosas, sobre cuestiones sexuales. Era una manera de discriminar a las mujeres, porque ellas tenían un nivel muy inferior en la Grecia antigua. Después hay muchas otras sociedades en donde personas que tienen relaciones sexuales con otras de su mismo sexo se definen de una manera completamente diferente. No es que sea más o menos tolerante, sino que el fenómeno como lo llamamos hoy surge en Europa en 1860. Antes no tenía ese mismo tipo de definición; lo interesante es ver como esas cosas evolucionan. Me interesa por ejemplo cómo en Cuba se han definido algunos tipos de sexualidad. Por ejemplo, el hombre muy sofisticado, y hasta débil, además de todas esas definiciones que da Reinaldo Arenas, el súper, súper sofisticado como Diego en Fresa y chocolate o el hombre súper vulgar, callejero como lo pintaba y definía Benjamín de Céspedes en su Tratado sobre la Ciudad de La Habana a finales del siglo XIX. Es curioso que esos dos extremos sobrevivan en un discurso. La homosexualidad es un fenómeno complicado, algunas personas plantean que la homofobia está relacionada con la ignorancia, con lo cual no estoy necesariamente de acuerdo, pues si fuera así con una serie de clases las personas podrían dejar de ser homofóbicas. Creo que es más complejo: muchas definiciones importantes de una cultura específica han dependido por mucho tiempo de lo que significa ser heterosexual, ser ciudadano.

En una ocasión Achy Obejas decía que escribir sobre la homosexualidad era en primera instancia escribir sobre sí misma. ¿Cómo lo ha asumido usted dentro de su escritura?

Mi autobiografía es abiertamente gay -por cierto la palabra gay no es exactamente sinónimo de homosexual, gay significa hombre homosexual con conciencia y orgullo de ello, es un resultado del gay liberation movement, aún en EE.UU. se utiliza la palabra woman gay, porque la palabra lesbiana suena mucho más fuerte, es más peyorativa. Yo llegué a los EE.UU. cuando comenzaba una liberación social, en los 60. Salí de Cuba en 1962 y en 1969 hubo una revolución gay en los EE.UU. en la ciudad de New York, y yo vivo a una hora y media de allí. De algún modo eso significa que la idea de individuo es, posiblemente, una gran fantasía. Un individuo es también el momento histórico, el lugar, la familia de procedencia, los genes… En aquellos momentos era un privilegio estar cerca de Nueva York y yo asumí mi homosexualidad con relativa poca crisis. Mi problema era que no me afectara la práctica real de mi vida y mi profesión, pero no pensé que era el fin del mudo: lo asumí con bastante autotolerancia, sin embargo, hay que contar que me mudé solo a los EE.UU, no tenía familia y por lo tanto mi salida del armario fue poco traumática, únicamente debía resolver la parte práctica. Ahora me parece algo tan natural y tan básico que se lo digo a cualquiera: no es una gran cosa. Encima de eso, poder dar clases sobre el estudio de la homosexualidad y publicar un libro sobre ello, es la venganza más grande del mundo.

La Jiribilla ha publicado varios dosieres sobre las relaciones entre homosexualidad y cultura, ¿percibe el espacio homoerótico como un espacio de reconfiguración «otro» del sentido cultural?

Me lo he preguntado muchas veces y no sé cuál es la respuesta. Siempre me ha llamado la atención que en ciertas áreas culturales parece haber muchos más homosexuales que en otras. Acaso tenga relación en el sentido de que en algunas cosas comenzó a ser más tolerable entrar en esas profesiones… No estoy seguro de cómo una cuestión cultural o el arte tiene relación específica con esto… le temo a las definiciones, en muchos momentos de la historia se dice una cosa, en otros se dice otra.

Lezama decía: «definir es cenizar».

Y es también esclerotizar. No sé cuál es la relación, pero siempre me lo pregunto e imagino que alguien habrá hecho algún estudio serio sobre el tema.

Le motivan las preguntas sobre temas complejos…

Preguntar, a ese nivel, es ya ofrecer respuestas. En el fondo es lo que hace la mayoría de las personas, porque las cosas nunca se terminan de estudiar. Hago mi trabajo y cuando me parece que es tolerable para mí, lo publico. Lo demás son interpretaciones y maneras de ver el mundo. A mucha gente le molesta que uno venga aquí a decirle cosas de Martí. No pretendo enseñar nada a nadie sino aprender. Lo que más puedo hacer es estudiar a fondo algo que me llame la atención y hacer un trabajo lo más serio posible. Mi función, desde mi punto de vista, es traer a colación cosas que creía que no habían sido estudiadas muy bien. No pretendo más.

Fuente: http://www.lajiribilla.cu/2010/n503_12/503_14.html