En la canción de Atahualpa Yupanqui, el niño preguntaba: -«Abuelo, ¿dónde está Dios?». Más tarde el judío rumano Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz 1968, superviviente de Auschwitz, donde a sus dieciséis años vio asesinar a sus padres, le interrogaba directamente al ser Supremo: -«¿Dónde estabas, Dios, en Auschwitz?». Y en Auschwitz, hace unos […]
En la canción de Atahualpa Yupanqui, el niño preguntaba:
-«Abuelo, ¿dónde está Dios?».
Más tarde el judío rumano Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz 1968, superviviente de Auschwitz, donde a sus dieciséis años vio asesinar a sus padres, le interrogaba directamente al ser Supremo:
-«¿Dónde estabas, Dios, en Auschwitz?».
Y en Auschwitz, hace unos días, Benedicto XVI:
-«Dios, ¿por qué permitiste eso?».
La respuesta a la primera pregunta no llegó de parte del abuelo, que se puso triste, y tampoco se la dio el padre, que murió en la mina; ni el hermano leñador. El niño de Yupanqui, cuando se hizo adulto, escuchó la respuesta en una voz popular:
-«Hay una cosa en el mundo / más importante que Dios / y es que naide escupa sangre / pa que otro viva mejor. / Que Dios vela por los pobres, tal vez sí, tal vez no, / pero es seguro que almuerza a la mesa del patrón».
Para la segunda pregunta no había contestación ni siquiera la buscaba Wiesel, porque era una interrogación retórica. Y servía de entrada a una oración de judío creyente que quiere perdonar a Jehová: «Señor del Universo, hagamos las paces. Ya es hora. ¿Cuánto más podemos seguir enojados? Más de cincuenta años han transcurrido desde que terminó la pesadilla». A la tercera pregunta, la papal, una interpelación de hondo calado teológico, filosófico y moral, ignoro qué ha respondido Dios. Lo más probable es que hiciera oídos sordos y que Benedicto XVI haya estado a punto de caer en el escepticismo de David Hume:
-«¿Está Él dispuesto a impedir el mal, pero no puede? Entonces es impotente. ¿Puede hacerlo, pero no está dispuesto? Entonces es perverso». Pero como el Papa es un teólogo de raza, pronto escuchó en su interior la voz divina con respuestas del tenor siguiente: a) Yo soy el que soy; b) el hombre no es quién para cuestionarme; c) mis designios son inescrutables.
Siempre están bien las preguntas sobre Dios y las preguntas a Dios. Y no es imprescindible, para formularlas, el solemne escenario de Auschwitz en presencia de cámaras y micros de todo el mundo. Ni siquiera se requieren motivos como el del Holocausto; desgraciadamente sobran a diario; por ejemplo, la noticia de estos días: según la ONU, 38,6 millones de personas infectadas por VIH. Aunque no siempre tengan respuesta, esas preguntitas ayudan a pensar, que es siempre un excelente ejercicio para ejercer lo más noble de la condición humana. Y bien está que recen los que creen en Dios, pero siempre sin olvidar aquello de «a Dios rogando y con el mazo dando». Una preguntita (papal) y muy oportuna podría ser:
-Dios, ¿por qué permites que exista la epidemia del sida?
La voz interior y divina más esperable que le debería responder vendría a decir más o menos:
-Papa, ¿por qué prohíbes el uso del preservativo?