Hermann Tertsch, candidato en su momento a la dirección del diario El País, de cuya Nomenclatura formó parte durante muchos años, y actualmente columnista de referencia en el diario ABC, escribía el pasado viernes con motivo de la concesión del último Premio Nobel de Literatura: «En un país como el nuestro en el que los […]
Hermann Tertsch, candidato en su momento a la dirección del diario El País, de cuya Nomenclatura formó parte durante muchos años, y actualmente columnista de referencia en el diario ABC, escribía el pasado viernes con motivo de la concesión del último Premio Nobel de Literatura: «En un país como el nuestro en el que los comunistas irredentos son tantas veces aclamados, en el que ser anticomunista resulta un estigma y Santiago Carrillo, amigo y protegido de Nicolae Ceaucescu, es asesor áulico en historia y cultura para el Gobierno y la prensa amiga, no debe extrañar que Herta Müller sea una extraña».
Que a estas alturas de la película alguien escriba que en nuestro país los comunistas «irredentos» son aclamados o que ser anticomunista es un estigma, indica que su percepción anda gravemente alterada y podría parecer lo más conveniente no detenerse ni un momento en sus delirios, pero a la vista de los ruidos informativos que la concesión del Nobel a la autora Herta Müller han generado en los medios de incomunicación, quizá resulte oportuno sopesar si su visión prefabricada de la realidad lo que en realidad traduce es un estado general de desorientación.
Si en la mayoría de las ocasiones en que ha lugar, pocas por cierto, nuestra intelligentsia mediática tiende a rechazar con energía cualquier presencia de lo político en la literatura en cuanto, a su parecer, aquello infecta y degrada a ésta, leído lo leído hay que concluir que cuando lo político es anticomunismo, el rechazo se convierte en loa y encomio sin que apenas se preste atención alguna a los valores de la escritura en cuestión, altos por cierto en este caso.
No deja de ser también llamativo el lío que los medios se arman en su afán de relatar dramáticamente las penalidades a que se vio sometida la autora durante sus años de vida en Rumania. Pocos son los que han mostrado la curiosidad mínima que requiere entrar en Google para leer el documento en el que la propia autora relata la historia de su enfrentamiento con el gobierno rumano y las consecuencias subsiguientes. Salvo en que la autora fue víctima del totalitarismo comunista, que parece ser el único mensaje en que insisten de manera unánime, en poco más llegan a ponerse de acuerdo. Unos dicen que Herta Müller escribe en alemán, su lengua materna, y que en la década de 1970 estudió literatura alemana y rumana en la Universidad de Timisoara, «fue represaliada durante años en su patria –cuyo régimen le impidió publicar– hasta que logró escapar en 1987 a Alemania«. Sin embargo, otros parecen afirmar no sólo que Herta Müller pudo publicar en Rumania y en lengua alemana sus primeros libros, sino que los libros que allí publicó merecieron la atención, muy crítica eso sí, de la prensa nacional: «Herta Müller, de 56 años, hizo su debut literario en 1982 con una colección de relatos breves titulada «Niederungen» o «Nadires», sobre la vida ardua en un pequeño pueblo rumano de habla alemana. Fue censurada por el gobierno comunista. En 1984, una versión no censurada fue llevada clandestinamente a Alemania, donde se publicó y tuvo repercusión. A esa obra le siguió «Tango opresivo», pero después se le prohibió publicar dentro de Rumania por sus críticas al régimen del dictador Nicolae Ceausescu y su temida policía secreta, Securitate. La prensa nacional rumana fue muy crítica de estas obras mientras que, fuera de Rumania, la prensa alemana la acogió de manera muy positiva.»
Por supuesto que a nadie parece extrañarle que bajo tanto totalitarismo una hija de campesinos, cuyo padre, rumano, se sumó a los ejércitos nazis, pueda hacer sus estudios en lengua alemana -«el rumano lo aprendí a los 14 años«, ha declarado la autora- llegue a la Universidad y participe en el lanzamiento de un programa de conferencias artística y políticamente radicales llevado a cabo por el denominado Aktionsgruppe Banat, una reunión de jóvenes escritores rumanos en alemán.
Más lío todavía se arma nuestra rigurosa intelligentsia opinadora a la hora de abordar el tema de su llegada a Alemania en 1987. Unos hablan de «escapar» o «huir» o emigrar» o «pasar» pero a la mayoría lo que más les priva es que Ceacescu -en persona, se deduce- vendió su entrega al gobierno alemán: «A Müller se le permitió emigrar a Alemania Occidental en 1987, junto con Richard Wagner, su esposo de entonces. En 1987 el Gobierno alemán pagó 8.000 marcos de la época (unos 4.000 euros) para que Müller pudiera venir a Berlín. Su familia tuvo que reunir la misma cantidad, para ellos astronómica, para pagar los sobornos que le permitieron huir de la censura y la represión. En Berlín aterrizó en 1987.» De nuevo, a ninguno de nuestros constructores de opinión se le ha ocurrido hacer notar que, visto el hecho en viceversa, más ajustado sería informar de que fue el gobierno alemán el que compró por 8.000 marcos mano de obra barata y muy apetecible por sus orígenes, formación e inclinación germana y que el gobierno de Rumania se limitó a tratar de recuperar parte del coste de la formación de aquella mano de obra cualificada. A poco que investigasen comprobarían que por aquel entonces la compra de Herta Müller llevada a cabo por el gobierno alemán no fue un hecho excepcional, sino algo normal dentro de una iniciativa económica de corte nacionalista puesta en marcha por la Alemania Occidental. Claro que a nuestra intelligentsia todo le da igual; lo único que importa es la imagen de Ceacescu metiéndose en el bolsillo los dineros por la venta de una esclava.
Tampoco le falta a nuestra intelligentsia sentido del humor. Si el chiste de Hermann Tertsch consiste en que Herta Müller es una extraña para los lectores por culpa de Carrillo y los celebrados comunistas que proliferan en la España de hoy; extrañeza de la que levanta acta Javier Rioyo: «Ninguno, ni uno de mis queridos compañeros, de los máximos responsables, madrileños, de la difusión cultural había leído ningún libro de Müller», no faltan los graciosillos con blog que ante la indigencia cultural y editorial que supone el desconocimiento del nombre y obra de la ganadora se dedican a ironizar sobre la ajena y la propia ignorancia: «En Casa del Llibre no tenían libros de la autora y en la FNAC de L’Illa nos dijeron ‘No tenemos este tipo de libros si no se encargan’. «En efecto, Juan Carlos, el Hertha es el equipo de fútbol de Berlín, que viste de blanquiazul. Y si atendemos a su origen, y seguimos con el fútbol, podría ser una combinación del rumano Hagi y del oportuno goleador alemán Müller, a quien tú recuerdas.» Ingeniosos los chicos. Cultura futbolera no les falta.
Pero, contra lo que podría parecer, Herta Müller no es una extraña. Al menos cuatro de sus veinte libros se han traducido y editado. Otra cosa es que se hayan leído o atendido. En lugar de reírse de la general ignorancia lo que nuestra intelligentsia debía preguntarse es qué está pasando en una cultura literaria en la que la invasión del inglés como lengua imperial nos hace importar todos sus modos y modas, en la que los bestsellers y los premios corruptos ocupan los mejores espacios informativos y en la que cualquier literatura que hable de la polis es anatemizada. Salvo si en ella, claro, asoma el anticomunismo. Sólo queda felicitarse por la decisión de la Academia Sueca: aunque con intenciones posiblemente torticeras, han premiado una escritura comprometida. Y pensemos en la parte más optimista de todo este barullo mediático: a veinte años de la caída del muro, todavía le tienen miedo a ese fantasma que ahora recorre Latinoamérica.
Constantino Bértolo es editor.
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