Slavoj ŽiŽek nos presenta una exégesis de dos acontecimientos que marcaron el imaginario social en la primera década del siglo XXI: por un lado, el ataque del 11 de septiembre perpetuado en Nueva York en 2001 y, por el otro, el colapso financiero de la bolsa en 2008. Aludiendo por ello a las enseñanzas de […]
Slavoj ŽiŽek nos presenta una exégesis de dos acontecimientos que marcaron el imaginario social en la primera década del siglo XXI: por un lado, el ataque del 11 de septiembre perpetuado en Nueva York en 2001 y, por el otro, el colapso financiero de la bolsa en 2008. Aludiendo por ello a las enseñanzas de El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, el autor sostiene que dichos eventos mostraron la lasitud de la utopía del «fin de la historia» propuesta por Francis Fukuyama y la pertinencia de nuevas formas de praxis comunista. Huelga decir que ŽiŽek no se ampara en un supuesto análisis neutral puesto que para él -influenciado indudablemente por la obra leninista- la verdad siempre es parcial y, por tanto, accesible cuando se toma partido. Esa opción es sin duda alguna el comunismo (p. 5).
La primera parte del texto, titulada It’s Ideology, Stupid! es un diagnóstico sobre el núcleo utópico de la ideología capitalista que determina nuestras percepciones y, por ende, nuestras reacciones ante la crisis. Para ŽiŽek, la relación asimétrica entre la Wall Street y la Main Street devela la composición estructural y la tendencia ideológica del capitalismo en su presentación neoliberal. Una manifestación de dicha tendencia se expresó en el «rescate bancario» que socializó las pérdidas del capital financiero. Asumiendo diligentemente los consejos de asesores y especialistas en materia financiera de Wall Street, la Main Street cumplió estoicamente las propuestas. Sin embargo es fundamental reconocer que los consejos «aparentemente» económicos son, al mismo tiempo, políticos; por tanto, la politización de lo económico se convierte en un punto medular en los debates contemporáneos.
La narrativa hegemónica culpabilizó solamente a la bolsa por la crisis, sin abordar la responsabilidad del sistema capitalista. Por ello ŽiŽek subraya la función semántica-ideológica del locus neoliberal que absuelve teleológica -y teológicamente- al capital. Siguiendo a Alain Badiou el autor sugiere que «el capitalismo es el primer orden socio-económico donde los significados son des-totalizados (…) y la dimensión global del capitalismo puede ser formulada sólo en el nivel de una verdad-sin-significado» (p. 25).
La «estructura de la propaganda del enemigo» refiere al proceso no sólo simbólico sino material de las nuevas orientaciones que fomenta el relato hegemónico, a saber: el cuidado ambiental (eco-capitalismo), la lucha contra la pobreza (PNDU) u otras causas justas, pero en las que se omite deliberadamente la cuestión de la propiedad privada, es decir, el verdadero núcleo del sistema. Al respecto -nos dice el autor- el Manifiesto Comunista concluía que mientras la abolición de la propiedad privada como elemento constitutivo en la producción no sea incluida en la lista de demandas, dicha lista puede ser reconocida y aceptada en las democracias «burguesas» (p. 38).
Para explicar la función ideológica de la democracia «burguesa» el autor nos recuerda la anécdota de la herradura en la puerta de la casa de Niels Bohr. Se dice que cuando cuestionaron al físico danés sobre la «herradura», él contesto que no creía en nada pero que mantenía la herradura porque incluso aunque él fuera incrédulo el objeto funcionaba. En ese sentido, para ŽiŽek algo similar ocurre con la democracia pues nadie la toma en serio pero asumimos que funciona aún sin creer en ella (p. 51).
Asimismo , la «totalidad» como noción crítica sigue siendo válida, pues a decir de ŽiŽek esta categoría no refiere a la armonía oculta en el Todo, sino que incluye dentro del sistema todos sus síntomas y, por tanto, su antagonismo e inconsistencias como partes integrantes (p. 76). De ahí que las reivindicaciones sociales o culturales no deban estar desligadas de la cuestión económica puesto que su omisión puede ser un aliciente para la reificación del sistema.
La segunda parte del libro, The Communist Hypothesis, es una tentativa de localizar aspectos que permitan la emergencia de nuevas formas de praxis comunistas en la época del «tiempo Apocalíptico», esto es, «el tiempo del fin del tiempo». Para ello, el pensador eslavo señala que actualmente podemos encontrar cuatro versiones de la temporalidad apocalíptica: el fundamentalismo cristiano, la espiritualidad New Age, el pos-humanismo tecno-digital y el ecologismo secular (p. 93).
ŽiŽek enfatiza que el antagonismo entre el Incluido y el Excluido es crucial puesto que sin éste las otras formas de contradicción pierden su «filo subversivo» por ejemplo, el giro ecológico se torna una cuestión de desarrollo sustentable, la propiedad intelectual se vuelve un intercambio legal o las preocupaciones biogenéticas devienen una opción ética. Así, luchar por el respeto ambiental, la defensa de una noción ampliada de propiedad intelectual o la oposición al «derecho de propiedad» sobre los genes (copyrighting) sin referencia a la resolución del antagonismo entre el Incluido y el Excluido (p. 97) es una lucha estéril. Es por ello que radicalizando hegelianamente la noción de democracia, el autor propone concebir la política emancipadora como un corto-circuito entre la «parte de la no-parte», en otras palabras, en la inclusión del Excluido dentro del espacio socio-político. De ahí que identifiquemos dos versiones distintas de democracia, por un lado la democracia en su ámbito pseudo-concreto, es decir, como apariencia reificante de dominación y, en contraposición a ella, tenemos la democracia como proceso universal de inclusiones reales.
Con la finalidad de esclarecer un elemento de la definición del comunismo, apoyado en San Pablo, el autor aborda la importancia de la universalidad singular como vínculo entre lo particular y lo universal que supera las determinaciones locales. Para ello, interpreta la revuelta de los esclavos negros en Haití no sólo como eco de los ideales de la Revolución Francesa (libertad, igualdad y fraternidad) sino, aún más lejos, como su puesta en práctica. Los esclavos de Santo Domingo tomaron literalmente el mensaje del Iluminismo francés ignorando las cuestiones ontológicas que concedían la libertad solamente a los sujetos de racionalidad madura y no a los salvajes en estado de inmadurez culpable, en este sentido, para el pensador eslavo, el sublime momento «comunista» se gestó cuando los soldados de Napoleón (que habían sido enviados para restablecer la esclavitud) se aproximó al ejército negro formado por ex esclavos (que habían obtenido la libertad por cuenta propia) y en lugar de encontrar huestes entonando canciones tribales se toparon con un grupo de hombres que entonaban la Marseillaise dando como resultado, un cuestionamiento no sólo ético sino político por parte de la armada francesa. ¿Estarían pelando en el lado correcto?¿Quiénes estaban llevando hasta sus últimas consecuencias el mensaje revolucionario? ¿Quiénes eran más modernos?
La revolución haitiana es significativa como proceso de ruptura donde la «parte no-parte» se hace de un lugar propio en el cuerpo social; sin embargo, a la postre dicha inclusión cumplió una posición subalterna dentro de la configuración hegemónica pues la nueva élite nativa continuó la reproducción de la forma socio-económica; esto es, preservó el proceso de producción con base en la explotación capitalista. Posterior a la abolición de la esclavitud, el nuevo gobierno de Haití impulsó un «militarismo agrario» sustentado en la producción-exportación de la caña de azúcar y, por ende, el trabajo «formalmente libre» no hizo sino condicionar el surgimiento de la contradicción inmanente entre capital y trabajo. En este sentido lo esencial del análisis marxista radica en develar la perversidad de la matriz legal-ideológica de la libertad-igualdad que no sólo encumbre a la explotación-dominación sino que es precisamente la forma en la que ésta se ejerce (p. 121).
No sabemos si ŽiŽek incluye a Europa del Este en su reivindicación del «legado Occidental» cuando se ocupa de su dialéctica entre forma y contenido. Al respecto, argumenta que si bien Francia colonizó Haití fue la Revolución de 1789 la que dotó de una fundamentación ideológica a la rebelión que liberó a los esclavos y estableció la Independencia de aquella isla del Caribe (p. 115). Sin embargo, debemos detenernos en este punto ya que e s evidente que una de las fuentes filosóficas de este autor la representa Hegel.
Algunos intelectuales señalan que la categoría Occidente en Hegel o Weber no es geográfica sino analítica. Sin embargo consideramos dos aspectos importantes que nos hacen descartar esta posición. El primero es gnoseológico puesto que toda producción teórica, estética o científica tiene un referente geo-histórico y social concreto. En este caso los pensadores del siglo XIX tenían como contexto el ascenso económico de Europa (Rise of the West). El segundo aspecto es histórico, ya que no debemos dejar de lado que las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal de Hegel impusieron un consenso (ideológico, silogístico y epistémico) de la supuesta superioridad occidental. Por Europa se hacía referencia a Inglaterra, Francia y Alemania, en algunas ocasiones a los países nórdicos, pero no se aludía a los pueblos que se encontraban del otro lado de los Pirineos y de los Alpes, ni mucho menos a los países del este ¿Cómo explicaría nuestro filósofo esloveno no sólo el desdén de la que es presa la producción teórica de Liubliana, Bratislava o Varsovia, entre otras «geografías del saber», por parte del pensamiento inglés, francés o alemán sino también la asimetría enunciativa entre las geopolíticas del conocimiento ?
Por nuestra parte creemos que la conclusión de Frantz Fanon citado por ŽiŽek (p.116-117) – sigue siendo válida en estos días. Para Fanon, el proyecto europeo está definitivamente terminado, en consecuencia, debemos encontrar otro. No debemos convertirnos en patética caricatura europea. Decidámonos a no imitar a Europa y tensemos nuestros músculos y cerebros hacia una nueva dirección, en otras palabras, seamos capaces de crear al hombre nuevo que Europa ha sido incapaz de parir. Para el autor de Les damnés de la terre nuestro horizonte debe ser «otro» y por ello debemos desarrollar un pensamiento nuevo, esto significa, un proyecto político, ético y epistemológico que tenga como objetivo la liberación económica, social y cultural de los pueblos y las clases dominadas.
En otro orden de ideas, ŽiŽek aborda la propuesta del multiculturalismo para poder evidenciar la hipocresía oculta en sus «nobles intenciones». En ese sentido, el autor alude a las medidas anti-migratorias adoptadas por los gobiernos y sus nuevos muros (EU-México) construidos con el objetivo de contener el flujo de la mano de obra. No obstante a la interesante y provocadora sugerencia de concebir al trabajador inmigrante como un nuevo tipo de strike-breaker y, por tanto, un aliado del capital (p. 118), por nuestra cuenta, estamos convencidos que dicha exageración resulta incisiva en el debate académico pero finalmente es estéril en el ámbito político de luchas reales porque inmovilizan a la población. Sostenemos que por muy pequeñas que parezcan las batallas y escaramuzas, éstas deben ser fraguadas en todos los terrenos pues el continuum de la historia debe seguir siendo desafiado «desde abajo y a la izquierda» como nos lo han puesto en evidencia los indígenas zapatistas del sureste mexicano. Al respecto, seguimos reflexionando con Walter Benjamin -citado también en el texto (p. 146)- que para el revolucionario la oportunidad revolucionaria de cada instante histórico se verifica en la situación política. De suerte que las contiendas teóricas y políticas deben seguirse librando.
En términos generales y, como ya nos tiene acostumbrado el autor, este texto es una provocación aguda e inteligente para re-plantearnos algunos preceptos teóricos y políticos que la izquierda ha dejado de lado en estos últimos años. La social-democracia como expresión ideológica de la forma hegemónica no debe desviarnos de nuestro objetivo final: la destrucción del capitalismo como relación social específica.
Reseña del libro de Slavoj ŽiŽek First as Tragedy, then as Farce, Londres, Verso, 2009, p. 154.
Fuente original: http://circulodepoesia.com/
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