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Principios de la izquierda radical (1)

Fuentes: Rebelión

1.    Socialismo pobre y socialismo rico. El trabajador es el creador de la riqueza. Por lo tanto, tiene todo el derecho del mundo a disfrutar de ella.  El burgués vulgar cuando ve que un trabajador tiene un buen sueldo y disfruta de la vida, lo llama capitalista. Y el socialista vulgar  hace lo mismo. Esto […]

1.    Socialismo pobre y socialismo rico. El trabajador es el creador de la riqueza. Por lo tanto, tiene todo el derecho del mundo a disfrutar de ella.  El burgués vulgar cuando ve que un trabajador tiene un buen sueldo y disfruta de la vida, lo llama capitalista. Y el socialista vulgar  hace lo mismo. Esto es un grave error. La cuestión no está en que los capitalistas disfruten de la vida, sino que sus disfrutes se lo paguen con trabajo ajeno. No estamos en contra del disfrute del capitalista, sino en contra de que se apropie de trabajo ajeno. Lo que todo el mundo quiere para su familia, incluido los trabajadores, es que disfrute de la vida y sufra lo menos posible.  Así que por socialismo debemos entender el camino que lleva a que los trabajadores sean más ricos, tengan más ingresos y disfruten más de la vida.  Queremos crear un paraíso en la tierra y no en el cielo, en el ámbito de las relaciones económicas entre los hombres y no en la superestructura política. Queremos que el socialismo sea fundamentalmente un socialismo económico. Los trabajadores, sobre todos los trabajadores pobres y medios, pasan muchas miserias en sus vidas y tiene un sinfín de necesidades insatisfechas. No podemos prometer un socialismo a estas clases que suponga sacrificar mediante el trabajo aún más sus vidas. No podemos exigirles más sacrificios. Toda su vida es un enorme sacrificio. Hay que darles satisfacciones. Es más: hay que darles lo suyo, lo que les pertenece, lo que han creado o han contribuido a crear. Y esto es lo que le debe prometer el socialismo a los trabajadores, que los hará más ricos, que podrán disfrutar de la vida muchísimo más. Debe prometerles que no los sacrificará en vida en aras del interés general, como, por ejemplo, en aras del interés de tener una poderosa industria pesada. Así pasaba en la URSS: la riqueza se manifestaba fundamentalmente en los medios de producción, y de ese modo competía cono el mundo capitalista encabezado por EEUU, pero no en la fuerza de trabajo. La vida de los trabajadores de la URSS fue enormemente sacrificada en aras de la industria pesada y de la industria armamentística. Mientras que la industria ligera, la que produce los medios de vida, estaba poco desarrollada y ocupaba poco espacio en la economía total. Así que por razón de que son los trabajadores los que crean la riqueza y por razón de que no se debe sacrificar la vida de los trabajadores en aras del interés general del Estado, debemos defender un socialismo rico, un socialismo donde los creadores de la riqueza disfruten de ella.

2.    La forma mercantil de la riqueza. Las mercancías existen desde el tiempo de la esclavitud y no son un invento del capitalismo. No obstante, el capitalismo brota de las relaciones mercantiles y es un sistema económico donde todo, absolutamente todo, se quiere convertir en mercancía.  El socialismo moderno debe defender un mercado socialista y, por dicha razón, debe defender que todo no puede convertirse en mercancía. El fútbol, por ejemplo, no debería producirse como mercancía. Cuando no existía la televisión privada, el fútbol televisado era un bien público, todo el mundo podía ver los partidos de fútbol televisados sin pagar absolutamente nada.  Pero desde que aparecieron las televisiones privadas el fútbol televisado se convirtió en mercancía. Ahora los aficionados al fútbol deben pagar para ver el fútbol televisado. Esta es una de las causas que a los futbolistas de elite se les pague sueldos astronómicos y se transformen ipso facto en capitalistas. Un futbolista que gane seis millones de euros al año, acumulará en forma de ahorro una cantidad enorme de dinero. Y el dinero ahorrado, y en esas cantidades, es una fuente para obtener pingües intereses, ya se ponga a plazo fijo en un banco, ya se invierta en acciones o ya sirva para crear empresas. De esta forma el futbolista de elite se convierte en un capitalista y, por consiguiente, en un defensor del capitalismo. Así que la causa de que los futbolistas de elite se hayan convertido en capitalistas está en que los partidos televisados se producen como mercancías, y la causa de que el fútbol se haya convertido en mercancía se debe a la presencia en el mercado de cadenas de televisión privadas. Por lo tanto, en este caso la lucha para que el fútbol no se produzca como mercancía se transforma en la lucha contra la propiedad privada de la televisión. No siempre la lucha contra la forma mercantil de ciertos bienes se convierte en la lucha contra la propiedad privada de las empresas que generan esos bienes. Por ejemplo, se debería prohibir vender como mercancías las exclusivas de los famosos, por ser una de las formas de ingreso que más indignan al trabajador que vive del salario medio, al comprobar que sin trabajar hay gente que gana muchísimo dinero. En este caso, la prohibición de la venta de exclusivas como mercancías no supondría en principio luchar contra la propiedad privada de las empresas que producen exclusivas.

3.    Mercado y monopolio. Muchas veces aparece la izquierda radical como una fuerza que está en contra del mercado y de los monopolios. Pero el mercado es un mecanismo económico como lo es la planificación. No hay nada en él que delate que tenga una determinada naturaleza de clase. Por lo tanto, la izquierda radical no debe estar en contra del mercado, sino en contra del mercado capitalista, en contra de aquel mercado donde las empresas que compiten entre sí son de propiedad privada. Y del mismo modo que la izquierda radical no debe tener nada en contra del mercado, tampoco debe tenerlo en  contra del mercado internacional y en contra de su carácter global. La izquierda radical no debe estar en contra de la globalización, en contra de que los diversos pueblos de la Tierra  sean cada vez más interdependientes, pero sí estar en contra de que esa globalización sea capitalista. La izquierda radical no debe estar en contra de las fuerzas productivas y de su continuo y acelerado desarrollo, sino en contra de la naturaleza capitalista de su desarrollo, cuya lógica inevitable es enriquecer descomunalmente por un lado y arruinar y empobrecer desalmadamente por otro lado. Con respecto a los monopolios sucede tres cuartos de lo mismo. Si queremos un mercado global, queremos que haya empresas que produzcan para dicho mercado global. Y estas empresas tienen que ser endiabladamente grandes. Pero los socialistas nunca han estado en contra  de las empresas grandes, todo lo contrario, cuanto más grande sea una empresa, mayor número de trabajadores concentra y, por consiguiente, es una forma económica que está más cerca del socialismo que la forma económica que representa la pequeña y mediana empresa. Cosa muy distinta es que la izquierda radical esté en contra de que dichos monopolios estén en manos privadas y que exija que las empresas que pasen de una determinada envergadura se conviertan en empresas públicas  o mixtas. Ésta sí es una postura correcta. Así que es un grave error de propaganda que la izquierda radical se presente como una fuerza que está en contra del mercado, de su globalización y de su naturaleza monopolista.

4.    Salario mínimo e ingreso máximo. Todo el mundo, izquierda y derecha, considera razonable que se haya establecido un salario mínimo, un salario que cubra las necesidades básicas del trabajador. Del mismo modo debe resultar razonable establecer un ingreso máximo, un ingreso donde su perceptor pueda llevar una vida muy agradable y llena de satisfacciones, pero sin llegar a la desproporción. Este tope debe establecerse de dos modos: como tope de patrimonio personal y como tope de ingreso anual. De esta manera evitaríamos las riquezas desproporcionadas y descomunales que tienen algunas minorías. Se acabaría con los excesos, los cuadros de los pintores famosos bajarían de precio, las fiestas de lujo y despilfarro dejarían de existir, los productos de lujo verían disminuida su demanda, y los grandes certámenes de moda perderían todo ese aroma execrable que provocan las grandes fortunas. Hay una razón teórica que legitima la exigencia por parte de la izquierda radical de establecer un ingreso máximo: los economistas burgueses son incapaces de explicar por medio de leyes económicas cómo hay gente que se enriquece de manera tan colosal y desproporcionada. Esa posibilidad la explican por motivos no muy económicos: la suerte, la herencia y el ambiente. Es una manera de decir que no pueden explicar las enormes fortunas basándose en el trabajo propio de sus poseedores. Estableciendo un ingreso máximo también evitaríamos los enriquecimientos súbitos debidos a una recalificación de terrenos, a una jugada en Bolsa o a una operación especulativa en el mercado de divisas. Acabaríamos con ese afán ciego por el dinero y por su acumulación infinita.

5.    La tierra y el negocio inmobiliario. El sector inmobiliario es una de las áreas económicas donde los grandes acaudalados destinan una parte de sus fortunas. También lo hace la clase media, e incluso los trabajadores. Todo el mundo quiere ver aumentado su patrimonio en tierras, viviendas y locales. Es uno de los bienes cuyo valor va casi siempre en aumento, y en ocasiones de manera irracional. Pongamos un ejemplo: un señor X compra un terreno de trescientos metros cuadrados en 1000 euros. Al cabo de cinco años el lugar donde está ese terreno se ha capitalizado: hay carreteras, edificios, plazas públicas, industrias, comercios, etcétera. De forma «mágica», esto es, por la magia del mercado, el terreno que hace cinco años valía 1000 euros vale ahora un millón de euros. Pero ese valor no proviene del trabajo del señor X, sino de que se ha capitalizado el lugar donde está ese terreno. De manera que habría que aplicar una ley donde ningún propietario de terreno pueda venderlo por encima del precio que ha pagado y por encima del trabajo que le ha añadido a ese terreno. La diferencia entre el precio de adquisición y el precio de venta debería ser cobrado por el Estado en forma de impuesto. Dado que ese diferencia de precio es un valor que ha sido engendrado por la totalidad de los agentes que han capitalizado el lugar donde está el terreno, debe ser apropiado de forma social, esto es, por el Estado. La misma ley debe aplicarse a los locales y a las viviendas. De este modo la industria y el comercio verían reducidos sus costos y los trabajadores tendrían muchas más facilidades para hacerse con una vivienda en propiedad.

En Las Palmas. 30 de septiembre de 2004.