1. Pequeña nota introductoria. Hay dos lecciones de El Capital que me gustan muy especialmente: una es «Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia», y la otra «Las rentas y sus fuentes». La primera lección es fundamental para comprender uno de los problemas más graves de la economía mundial, el desenfrenado y […]
1. Pequeña nota introductoria. Hay dos lecciones de El Capital que me gustan muy especialmente: una es «Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia», y la otra «Las rentas y sus fuentes». La primera lección es fundamental para comprender uno de los problemas más graves de la economía mundial, el desenfrenado y vertiginoso desarrollo de las fuerzas productivas, que provoca que cada vez sea más abismal la diferencia entre los pueblos ricos y los pueblos pobres; y la segunda lección es muy importante para comprender la concepción de Marx sobre el socialismo, expuesto como el tránsito del reino de la necesidad al reino de la libertad. Ambas son lecciones muy útiles. Pero para que su exposición sea comprensible para el lector y pueda extraerles toda la utilidad que encierran, se hace necesario que exponga sucintamente la ley del valor. Así que vamos a por ello.
2. La ley del valor. El concepto de valor tal y como lo expuso Marx es el concepto más importante para defender el socialismo y proclamar la legitimidad de que las empresas de propiedad privada sean de propiedad pública. ¿Por qué un bien o servicio tiene valor? Porque en ellos se ha gastado fuerza de trabajo humana. Y este gasto se mide por la duración del trabajo. Supongamos que un obrero trabaja 240 horas al mes y que las horas que invierte para producir su salario sean justamente la mitad: 120 horas. Supongamos ahora que al obrero le pagan 1200 euros por esas 120 horas trabajadas. Tendremos ahora la proporción de que en cada 10 euros hay encerrada 1 hora de trabajo. La economía convencional habla de que debemos superar el velo del dinero, y va a parar a la mercancía; mientras que la economía marxista cuando supera el velo del dinero va a parar al trabajo humano abstracto, al gasto de la fuerza de trabajo. Eso es lo que ve un marxista en el dinero: una sustancia llamada trabajo y no una simple mediación. Se trata ahora de medir todos los bienes y servicios en euros. Se trata después de expresar esos euros en horas de trabajo. Lo que hace la economía convencional es expresar todos los bienes y servicios en euros o en cualquier otra moneda, pero lo que no hace es expresar esos euros o monedas en horas de trabajo. La economía convencional cree en Jevons, quien hablaba de que el valor de las mercancías tiene que ver fundamentalmente con la utilidad y la escasez, mientras que del trabajo dice que es un aspecto circunstancial. La táctica de los teóricos de los capitalistas es muy sencilla: se trata de quitarle protagonismo al trabajo, ponerlo en un segundo y tercer plano en la creación del valor.
Mientras que con Marx las cosas cambian: la sustancia del valor es el trabajo humano abstracto, esto es, el gasto de fuerza de trabajo. Marx le da al trabajo el protagonismo principal. De ahí la importancia del concepto de valor de Marx para la defensa de los intereses del trabajo y del socialismo. Supongamos que sabemos que una persona de 50 años ha acumulado un patrimonio personal de 120 millones de euros. Como sabemos que en 10 euros hay encerrada 1 hora de trabajo social media, dicha persona es propietaria de 12 millones de horas de trabajo. O lo que es lo mismo: es como si esa persona hubiera trabajo durante cinco mil años con un salario mensual de 1.200 euros. Toda una irracionalidad. Dicho de otro modo: el patrimonio que tiene en posesión esa sola persona equivale al trabajo de 5.000 obreros medios durante un año, o al trabajo de 60.000 obreros al mes. Es lógico pensar que por muy cualificada que esté esa persona y por mucho que haya trabajado duro, el valor de su fuerza de trabajo acumulado durante veinte años no puede equivaler al trabajo simple realizado por 250 trabajadores durante ese mismo periodo de tiempo. Si el patrimonio personal se midiera por medio del trabajo, se haría totalmente evidente que la mayoría de las fortunas grandes, medianas y pequeñas sólo pueden explicarse por medio de la apropiación de trabajo ajeno. De ahí que los capitalistas y sus representantes teóricos no puedan ver el concepto de valor de Marx ni en pintura. Mientras que los marxistas deberíamos tenerlo pintado por todas partes.
3. Un caballo loco llamado «fuerzas productivas». No hay gobierno en el mundo que en su política económica no haga una mención especial a la productividad. Todos los gobiernos del mundo proponen un aumento de la productividad. Si le preguntáramos al gobierno español por qué es necesario el aumento de la productividad del trabajo, nos diría: para poder competir con Alemania y Francia, para estar a su altura. Si les preguntáramos ahora a los gobiernos alemán y francés por qué es necesario que sus economías respectivas mejoren su productividad, nos responderían: para poder competir con EEUU y Japón. Si les preguntáramos a su vez a EEUU y a Japón por qué quieren aumentar la productividad de sus economías, nos contestarían: para poder competir con Europa. Por lo tanto, cada país explica la necesidad de aumentar su productividad por causa de los otros países. Aquí se cumple la situación que tantas veces explicó Marx: los hombres contraen unas determinadas relaciones sociales, en este caso las de la competencia en el mercado mundial, pero se convierten en fuerzas y poderes ciegos que terminan por dominar a los propios hombres. Este es uno de los grandes males del mundo en la actualidad: el incesante e imparable desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social. Esta es la causa principal de que el abismo económico entre los países ricos y los países pobres sea cada vez mayor, que cada vez haya más riqueza en un polo y más pobreza en otro polo.
4. El desarrollo de las fuerzas productivas. Aunque la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia tiene muchos aspectos teóricos de interés, yo destacaré sólo algunos aspectos esenciales de la cuestión con el fin de hacer digerible la explicación. En esta exposición mantendré la proporción de que en 10 euros hay encerrados 1 hora de trabajo. Entremos pues en detalles: En ocho horas de trabajo social medio un hilandero transforma 100 kilos de algodón en 100 kilos de hilo. Como los 100 kilos de algodón le costaron 100 euros, en 100 kilos de algodón hay encerrado 10 horas de trabajo. Por lo tanto, en 100 kilos de hilo hay contenido el valor del algodón, 10 horas de trabajo, más el valor nuevo añadido por el hilandero, 8 horas de trabajo, lo que hace un total de 18 horas de trabajo. Expresemos el mismo hecho en términos monetarios: en 100 kilos de hilo están contenidas los 100 euros que costó el algodón más los 80 euros que añadió el hilandero con su trabajo, que hace un total de 180 euros. Aquí hay sólo que distinguir el valor viejo, representado en el algodón, y el valor nuevo, añadido por el hilandero en el proceso de producción del hilo. Supongamos que el hilandero compra una máquina de hilar que le permite transformar 500 kilos de algodón en 500 hilos de trabajo en ocho horas de trabajo. Su fuerza productiva se ha quintuplicado. Como los 500 kilos de algodón le costaron 500 euros, en 500 kilos de algodón hay encerrado 50 horas de trabajo social medio. Por lo tanto, en el valor de los 500 kilos de hilos están contenidos el valor de los 500 kilos de algodón, 50 horas de trabajo, mas el valor añadido por el hilandero, 8 horas de trabajo, que hace un total de 58 horas de trabajo. Expresemos el mismo hecho en términos monetarios: en el valor de los 500 kilos de hilo están contenidos los 500 euros que costó el algodón más los 80 euros que costó el trabajo, que hace un total de 580 euros. Si comparamos la primera fase técnica de producción con la segunda, obtendremos el siguiente resultado: en la primera fase técnica de producción el kilo de hilo vale 1,80 euros, y en la segunda fase técnica vale 1,16 euros. Estos resultados se obtienen dividiendo el valor del hilo producido por los kilos: en la primera fase dividimos 180 euros entre 100 kilos, lo que da 1,80 euros por kilo; y en la segunda fase dividimos 580 euros entre 500 kilos, lo que da 1,16 euros por kilo.
Lo que tenemos que observar es que con el método de producción técnicamente más avanzado se produce un hilo más barato. Lo que sucede en el mercado mundial es que hay una serie de países que trabajan con métodos de producción avanzados produciendo mercancías baratas, y hay otra serie de países que trabajan con métodos de producción más atrasados produciendo mercancías más caras. La empresa con método de producción avanzado no necesita vender su hilo a 1,16 euros para sacar del mercado al competidor que lo vende a 1,80, con venderlo a 1,50 euros es suficiente: vende más barato que el competidor y además se apropia de una ganancia extra. Las empresas con método de producción avanzado logran dos objetivos: obtienen superganancias y arruinan o destruyen al capitalista que produce con el método de producción atrasado. El desarrollo de las fuerzas productivas de los países avanzados, que no cesa de acelerarse, destruye de continuo las fuerzas productivas de los países atrasados. De manera que de seguir así el ritmo de desarrollo de las fuerzas productivas en los países avanzados, la distancia que los separa de los países atrasados será aún más abismal. De ahí la necesidad de que se ponga freno al desarrollo de las fuerzas productivas de los países avanzados. La globalización no soluciona las diferencias entre los pueblos ricos y los pueblos pobres, lo único que genera es una burguesía burocrática en los países atrasados, dando la apariencia de un cierto avance y una cierta similitud con los países avanzados. Repito: los países avanzados tienen que ponerle freno al desarrollo de las fuerzas productivas, es un caballo loco que a su paso no sólo destruye trabajo sino también capital, sembrando el mundo de sombras y holocaustos.
5. Del reino de la necesidad al reino de la libertad. Aunque viviéramos en una sociedad donde todas las empresas fueran de propiedad pública, estaríamos todavía en el reino de la necesidad, todavía la producción no tendría como fin al propio hombre. En el capitalismo la producción se convierte en fin de la producción. Y el socialismo, en su primera fase, todavía no ha podido librarse de esa determinación, todavía sigue dominado por la ley de la producción por la producción, todavía no ha superado definitivamente al capitalismo y todavía serán posibles las marchas atrás. La extinción de la URSS es una prueba de ello: ha sido un paso atrás. Y en la actualidad las pocas áreas socialistas que existen, como Cuba y China, no tienen otro remedio que competir con el capitalismo, situación que los aboca a seguir la ley de la producción por la producción. Entonces, ¿cuándo se producirá el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad? Escuchemos la respuesta que da Marx en su investigación sobre las rentas y sus fuentes: «Más allá del reino de la necesidad comienza el desarrollo de las fuerzas humanas que figuran como fin en sí, el verdadero reino de la libertad, el cual sólo puede prosperar sobre la base de ese reino de la necesidad. La condición fundamental es la reducción de la jornada laboral». Repitamos: La condición fundamental para transitar desde el reino de la necesidad al reino de la libertad está en la reducción de la jornada laboral. Para eso debe ser empleado todo el plustrabajo que libera el incesante desarrollo de las fuerzas productivas, no para volver a invertir y producir una nueva necesidad o para ganar una mayor cuota de mercado, sino para reducir la jornada laboral. Pongamos un ejemplo concreto. Un capitalista tiene contratado a 8 trabajadores que con una jornada laboral de 8 horas transforman 500 kilos de algodón en 500 kilos de hilo. Dicho de otro modo: para transformar 500 kilos de algodón en 500 kilos de hilo se necesita una masa total de 64 horas de trabajo. Supongamos ahora que el capitalista se hace con una máquina de hilar que le permite transformar los 500 kilos de algodón en 500 kilos de hilo con sólo 32 horas de trabajo. La conclusión del capitalista es instantánea: dado el nuevo método de producción sólo necesito 4 trabajadores, me sobran 4, así que los pondré en la calle. Después se sermonea: La competencia me obliga a reducir costos, y no es que yo sea malo sino que no tengo otro remedio: así que me desprenderé de 4 trabajadores. Un frío cálculo el del capitalista, que vive enajenado por el poder ciego de la competencia, y ve inevitable la destrucción del trabajo. Pero los marxistas vemos otra solución: en vez de echar a cuatro trabajadores lo que haremos será reducir la jornada laborar a cuatro horas. La máquina permite reducir el número de horas de trabajo que se necesita para mantener el actual nivel de producción a 32 horas de trabajo.
Ante este cambio en la productividad del trabajo hay dos soluciones: la capitalista, reduciendo el número de trabajadores a cuatro, y la socialista, reduciendo la jornada laboral a 4 horas. Esta es la visión marxista sobre cuál debe ser la finalidad del desarrollo de las fuerzas productivas: la reducción de la jornada laboral. De este modo los trabajadores transitarán del reino de la necesidad al reino de la libertad. Los capitalistas y sus apologistas se reirán de esta propuesta y nos dirán que estamos soñando, que ese mundo es imposible, que la competencia obliga a reducir los costos laborales con las nuevas técnicas de producción, circunstancia que impide tener el bonito sueño de la reducción de la jornada laboral. Al principio nos quedaremos calladitos, pero luego reflexionaremos sobre la vida de los capitalistas y les diremos: Hoy día hay muchísimas personas que sólo viven de las rentas y muchos miembros de las familias directas de los grandes capitalistas que no han trabajado en su vida, son personas que no viven en el reino de la necesidad sino en el reino de la libertad. Y esos sectores sociales viven en el apreciado reino de la libertad gracias al plustrabajo arrancado por los capitalistas a los trabajadores. Sólo queremos cambiar el destino del plustrabajo: que pase de las manos de sus no creadores, los rentistas y toda suerte de vividores, a las de sus creadores, los trabajadores. Así que no soñamos: la reducción de la jornada laboral a cero es hoy realidad para un sector de los capitalistas. Los trabajadores no queremos tanto, pero si queremos que el desarrollo de las fuerzas productivas se emplee, no para que los explotadores hagan vida de reyes, sino para que los trabajadores se liberen de una parte del trabajo forzado o necesario.
En Las Palmas de Gran Canaria. 15 de octubre de 2004.