(El Estado y la revolución)
He estado estudiando el artículo de Andrej Grubajic, titulado «El encanto irresistible del anarquismo global», publicado en Rebelión el 22 de diciembre de 2004. Su lectura me dejó disgustado, desilusionado, con la sensación de que la izquierda radical nunca será una opción seria, digna de crédito, con posibilidades de hacer realidad sus hermosos ideales. Pero esto es fue la primera impresión. Después pasé a la reflexión y la crítica. Y ésta es la que les doy a conocer a continuación.
En el texto de Andrej Grubajic puede leerse lo siguiente: «El antiguo eslogan de la tradicional izquierda marxista -conquistar el poder y luego transformar el mundo- es algo que tenemos que alejar de nosotros. La responsabilidad del revolucionario hoy es hacer que la idea de la revolución del siglo XIX sea innecesaria. La revolución no va a llegar como una especie de gran evento apocalíptico, como un acto o momento insurreccional, sino como un proceso muy largo que lleva desarrollándose a lo largo de la mayoría de la historia de la humanidad – repleta de estrategias de huida y evasión tanto como de confrontaciones dramáticas. El mundo no se puede cambiar a través del estado. Tiene que hacerse de nuevo. En nuestro contexto, esto implicaría la obligación de recordar la vieja idea anarquista de cambiar el mundo sin tomar el poder». Analicemos estas ideas al detalle.
1. «Tomar el poder del estado para transformar el mundo». La idea de tomar el poder del estado para luego transformar el mundo nada tiene que ver específicamente con el marxismo ni con el leninismo. Además, no es una idea, sino un hecho histórico de primera magnitud. En todos los tiempos las clases dominantes se han hecho con el poder del estado y luego han transformado el mundo de acuerdo con sus intereses. Eso lo hicieron los esclavistas, los señores feudales y la burguesía. Y lo lógico es que también lo hagan los trabajadores. Así que no se trata de una idea marxista ni leninista, sino de la historia de la lucha de clases y de su mediación y objetivación en el estado. Si no hubiera estado, si no hubiera hombres armados para mantener la seguridad en la sociedad, entonces no habría lucha de clases. Pero mientras siga existiendo la lucha de clases, seguirá existiendo el estado. Por mucho que le demos la espalda al estado, por mucho que ignoremos su existencia, en él y en torno a él se libran las principales luchas políticas que hacen cambiar la historia de los pueblos. El mundo puede ser de otro modo, tal vez otro mundo sea posible, pero no caerá del cielo sino que brotará del mundo existente. Y como en el mundo existente hay estado, en el nuevo mundo habrá necesariamente estado. No se obtiene una mejor percepción de las posibilidades de crear un mundo nuevo cerrando los ojos ante el desarrollado y complejo estado moderno.
2. «La responsabilidad del revolucionario hoy es hacer que la idea de la revolución del siglo XIX sea innecesaria». La idea revolucionaria del siglo XIX era que los trabajadores tenían que tomar el poder del estado y transformar el capitalismo en socialismo. Y lo cierto es que la clase obrera de Europa occidental no supo en aquel entonces y aún no sabe cómo cumplir con su misión histórica. Y esto expresa que la clase obrera de esta parte del globo ha sido una y otra vez derrotada por la burguesía. Y ante la derrota centenaria de la clase trabajadora a manos de la clase capitalista, Grubajic propone luchar para volver innecesaria la misión histórica de la clase trabajadora, cuando dicha circunstancia exige todo lo contrario: mantener una lucha ideológica sin cuartel para que la clase obrera de Europa occidental tome conciencia de dicha misión histórica. Es una condición indispensable para crear el nuevo mundo. Sucede además que para la inmensa mayoría de los trabajadores de Europa occidental la revolución socialista es innecesaria. A su juicio viven mejor en el sistema capitalista que en el sistema socialista. Así que ese carácter innecesario de la revolución no es responsabilidad del «revolucionario» hacerlo realidad, puesto que ya es una realidad. Lo nuevo en la realidad sería despertar a la clase obrera de Europa occidental de su letargo histórico para que de una vez cumpliera con su misión de transformar el capitalismo en socialismo.
3. «La revolución no va a llegar como una especie de gran evento apocalíptico, como un acto o momento insurreccional, sino como un proceso muy largo que lleva desarrollándose a lo largo de la mayoría de la historia de la humanidad». El anarquismo, el socialismo utópico y el socialismo marxista del siglo XIX tenían como fin acabar con el capitalismo y crear una sociedad nueva. Por lo tanto, hablamos de la revolución socialista, de una revolución que pertenece a una época determinada en la historia de la humanidad. Pero si Grubajic nos habla de que la revolución ha venido desarrollándose a lo largo de la mayoría de la historia de la humanidad, está diluyendo el concepto particular de revolución socialista en el concepto general de revolución. Y cuando hablamos de revolución en su sentido general, hablamos de las revoluciones que se han producido a lo largo de toda la historia de la humanidad en las relaciones de producción y en las fuerzas productivas. Pero a nosotros los que nos preocupa no es que a lo largo de la historia de la humanidad hayan habido muchas épocas revolucionarias, sino de cómo llevar a cabo la revolución socialista, esto es, cómo liquidar las relaciones de producción capitalistas. Este procedimiento mental consistente en diluir las contradicciones particulares, como por ejemplo entre el capitalismo y el socialismo, en las contradicciones generales, como por ejemplo entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas, es propio de idealistas y de personas propensas a soñar e imaginar el futuro. Cuando lo que hay que hacer es adquirir una representación científica de la sociedad actual y ver cómo podemos transformarla.
4. «El mundo no se puede cambiar a través del estado. Tiene que hacerse de nuevo. En nuestro contexto, esto implicaría la obligación de recordar la vieja idea anarquista de cambiar el mundo sin tomar el poder». El estado, desde el surgimiento de la sociedad esclavista, pertenece al mundo. Por lo tanto, si se cambia el mundo, hay que cambiar el estado. Debemos suponer, además, que quien quiere cambiar el mundo, quiere acabar con el dominio que ejercen los capitalistas sobre los trabajadores. Pero los capitalistas ejercen su dominio sobre los trabajadores por medio del estado. Por lo tanto, si se quiere acabar con el dominio de los capitalistas sobre los trabajadores, hay que acabar con el estado que organiza ese dominio. No sé cómo sería posible cambiar el mundo sin tomar el poder. O sí lo sabemos: sabemos cómo EE.UU. por medio de su maquinaria de guerra, uno de los aparatos de su estado, está cambiando el mundo en Irak. Así que cambiar el mundo sin cambiar el poder sólo puede significar que los Estados capitalistas más poderosos del globo siguen cambiando el mundo a su antojo y de acuerdo con sus intereses imperialistas.
Los anarquistas y los marxistas siempre han coincidido en el objetivo final de la revolución: la destrucción del estado. Pero mientras los marxistas señalan la necesidad de cubrir una primera etapa de esa camino, la socialista, donde todavía tiene que existir el estado, los anarquistas no aceptan esa etapa de transición. De todos modos, cuando se habla de la destrucción del estado, se habla de la destrucción del estado en tanto organización de la violencia, no del estado en tanto organización de la administración de la economía. Si consideramos que la economía es la base de la sociedad, debemos considerar entonces que la toma del poder del estado en tanto administración de la economía es fundamental para la creación de un mundo nuevo. No hay manera de entender, por lo tanto, cómo se puede cambiar el mundo sin tomar el poder. En parte es una idea ilusa, de soñadores, pero en parte es permitir que la burguesía siga detentando el poder del Estado y siga haciendo el mundo a su manera. Y repito: el viejo anarquismo quería destruir el estado, el nuevo, el representado por Grubajic, quiere sencillamente darle la espalda, ignorarlo. Esta postura no llama a enfrentarnos a la realidad, con toda su enorme complejidad e infinitas injusticias, sino a huir de ella.
* (Director del Centro de Estudios Karl Marx)
En Las Palmas. 30 de diciembre de 2004.