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Prontuario del mayo 68

Fuentes: CNT mayo 2008

1. Lo que va de ayer a hoy 2. Mayo 68, ¿era previsible? 3. ¿Conflicto generacional? 4. ¿Políticos utópicos? 5. ¿Anti-consumistas? 6. Los enemigos declarados y los solapados 7. Ayer contra los hippies, hoy contra los esotéricos 8. Los Partidos Comunistas o Komintern 9. Contabilidad 10. Eurocentrismo 11. La asimilación 12. Misterios Apéndice para españoles […]

1. Lo que va de ayer a hoy

2. Mayo 68, ¿era previsible?

3. ¿Conflicto generacional?

4. ¿Políticos utópicos?

5. ¿Anti-consumistas?

6. Los enemigos declarados y los solapados

7. Ayer contra los hippies, hoy contra los esotéricos

8. Los Partidos Comunistas o Komintern

9. Contabilidad

10. Eurocentrismo

11. La asimilación

12. Misterios

Apéndice para españoles

A Cipriano Mera, albañil y mariscal en las barricadas del 68. In memoriam

Nadie puede decir nada nuevo sobre el Mayo 68 y nosotros, los sesentayochistas, somos más nadie que ninguno. Cuarenta años de disquisiciones dan para todo, incluso para no equivocarse. Pero, por desgracia, lo que predomina en ese acervo de sesudas cogitaciones son las mentiras del Enemigo. Deberíamos refutarlas… pero tal vez los que estuvimos en primera fila somos los menos convenientes para teorizar sobre lo que practicamos en su día. Quizá porque, a la mayoría, nos posee un olímpico desinterés por explicar lo que tan obvio dejamos hecho -y deshecho- y que se resume en muy pocas palabras: aborrecíamos la Autoridad. ¿No es éste un principio sobradamente firme y una teoría suficientemente elaborada?; en tal caso, ¿para qué seguir leyendo y escribiendo?

Al menos desde que, en el año 1.750 a.n.e., los esclavos egipcios se negaron a seguir construyendo las odiosas pirámides, en la Historia escrita de Occidente millones de rebeldes nos precedieron, pensaron y actuaron en el mismo sentido que nosotros, los sesentayochistas -«enanos subidos a hombros de gigantes»-. Por lo tanto, estas notas llueven sobre mojado. Por lo tanto, han de entenderse como otra mera rúbrica a lo que han dicho y hecho muchísimos otros antecesores de los-abajo-firmantes. O, todo lo más, como la enésima comprobación de que, a los veinte años, se disfruta de una clarividencia política que el paso de los años podrá engalanar pero no desvirtuar.

Aun así, ¿porqué ésta lluvia de palabras cayendo sobre el Aljibe de la Revelación? Por cuatro motivos: a) porque la manipulación histórica ha sido mucha y lo sigue siendo; b) porque, aunque escribiéramos en avalancha, nunca la contrarrestaremos lo suficiente; c) porque las fuerzas aunadas de la derecha y de la izquierda autoritaria siguen siendo más vociferantes que las nuestras; d) por amor al arte.

A esos cuatro motivos, podemos añadirles dos circunstancias favorables: 1) Una de las escasas características del Mayo 68 en la que todos sus comentaristas concuerdan, es en que fue una (triunfante) rebelión contra las (‘buenas’) costumbres. En tal caso, hemos de colegir que los especialistas en cambio social y en costumbres -los antropólogos- deberían disfrutar de algún cierto predicamento. Evidentemente, en el pródigo erial del Mayismo Ilustrado (MI) falta esta aproximación y los-abajo-firmantes estamos en condiciones profesionales antropológicas de comenzarlo a remediar -si la cabra no tira al monte de lo exclusivamente político-. 2) No sólo contamos con la ventaja de «haber estado» sino también con la de haber conservado desde entonces un archivo de documentos absolutamente originales 1 . No es ventaja baladí cuando el MI está repleto de refritos de copias de falsificaciones de chismes.

1. Lo que va de ayer a hoy

Antecedentes: El dichoso MI tiene por costumbre comparar el 68 con el presente lo cual es como mirarse el ombligo. Se le olvidan los antecedentes y los consecuentes. Muy pocos se hacen la pregunta, ¿cómo era el mundo la víspera del año 1968 y cómo lo es hoy, cuarenta años después? Ahora bien, si difícil resulta definir el mundo de hoy, parece imposible escoger un criterio universal de selección de datos generales que definan cómo carajo era el mundo antes de 1968. En esta misión imposible, intentaremos equivocarnos lo menos posible:

La II Guerra Mundial no había concluido, simplemente se había transmutado en 23 años de una posguerra en la que las potencias oksidentales -por supuesto, URSS incluida- no se mataban entre ellas sino que masacraban a los tercer y cuartomundistas. A esta matanza mundial de pobres y paganos la llamaron guerra fría. Este saqueo del resto del mundo se escudaba en la Santa Alianza de los Estados -vulgo, ONU-, que por entonces comprendía 128 países (ahora, dos centenares).

Al igual que hoy, la Otra Santa Alianza -vulgo, el Vaticano- contaba con menos de 900 habitantes. Eso significa que tocaban a más de 500 m2 per capita (o per capelo) lo cual no está nada mal para los inquilinos de cualquier ciudad. Quizá por esa exhuberancia inmobiliaria, en un arrebato de audacia se adelantaron al siglo IX y escogieron a una primera mujer para un cargo obviamente menor: en el 68, la australiana R. Goldie, fue nombrada viceministra del Ministerio de los Laicos. Dicho sea para recordar que el Vaticano ya se preparaba para los tiempos feministas… o para volver a los de la papisa Juana (855-857 u 872-882).

Reinaba el Estado del Bienestar. En 1967, la seguridad social francesa se había extendido incluso a los desocupados. Francia tenía 50 millones de habitantes (hoy, 64 m.) Un tercio de la población laboral trabajaba en el sector servicios (hoy, 80%). Jacques Chirac era ministro del Empleo -después, llegaría a Presidente, quizá avalado por su entusiasta aunque involuntaria aportación al estallido del 68-. Francia se oponía a la entrada del Reino Unido (RU) en la Comunidad Económica Europea, una CEE formada por seis países -entonces llamados del Mercado Común-.

Los franceses tenían 10 millones de televisores (en el RU, 19 m.) Una cuarta parte de los parisinos-bretones-vascos-alsacianos-etc. (vulgo, galos), leía periódicos (247/1000); una cantidad a comparar con los 505 en Suecia, los 479 en RU, los 310 en EEUU y los escasos 153 en España. Casi huelga añadir que, hoy, todos esos porcentajes han decrecido ostentosamente; por ejemplo, en la España del 2004, se había llegado a un descenso del 50% (102/1000… y seguía bajando).

En la TV francesa, todavía no se conocía la publicidad comercial aunque estaba previsto que se introdujera a razón de diez minutos diarios. Por su parte, la Alemania Federal acababa de sobrepasar al RU en gasto en publicidad llegando al 1,3 % de su PIB; ya era segunda en términos relativos y absolutos detrás de los EEUU donde se gastaban el 2,4 % de su PIB. En otras palabras: la publicidad ya era la más potente (des)educadora ciudadana 2 en dos potencias europeas pero su influencia era menor en la Dulce Francia -los charlatanes decían, «ya ven, todavía un país rural»-. Es plausible suponer que este rasgo anti-publicitario tiene algo que ver con Mayo 68 pero, aunque estamos seguros de que alguien lo ha trabajado, no conocemos de ningún estudio serio que lo demuestre.

Por toda Europa oksidental campeaba una famosa campaña de la petrolera Esso, la que prometía o incitaba con el lema A tiger in your tank – Mettez un tigre dans votre moteur. Incluso en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS, hoy traducible como «Confederación de Repúblicas Comunistas Consejistas») también existía una pseudopublicidad centralizada en la agencia estatal Vneshtorgreklama. Moraleja: puesto que no había la gran variedad de mercancías clonadas que hay ahora, la incitación al consumo superfluo -el indispensable no la necesita-, se adelantaba a su tiempo. La uniformización de las conductas apenas lograda desde las instancias estatales, recomenzaba su Larga Marcha -no demasiado larga- desde la instancia empresarial. Por nuestra parte, los sesenatyochistas también nos adelantábamos a nuestro tiempo pergeñando los primeros lemas anti-consumo -superfluo, valga la repetición-.

En resumen, juzgamos de razón aseverar que, en estos últimos cuarenta años, el mundo oksidental ha cambiado muy poco en lo esencial y muy mucho en lo accesorio 3. Aquí y ahora, nos parece que la esencia de Oksidente radica en la sempiterna dicotomía entre las metáforas orgánicas -el mundo como prosopopeya, lo platónico- y las metáforas mecánicas -el mundo como engranaje, lo newtoniano-. Lo accesorio es todo lo demás, empezando por ese subproducto del mercado de futuros que llaman ‘religión’ y terminando por ese subproducto del mercado de pretéritos que llaman ‘muerte’. Etcétera.

Consecuentes: En el 68 terminamos con la gigantesca represión causada por la II Guerra Mundial y quienes, apoyándose en el fraude historiográfico que la finiquita con Hiroshima, sostienen que eso es poco, es porque comen de la mano de los opresores; en este caso, los atrincherados a ambos lados del Telón de Acero -fastuoso eslogan cuya pretensión de disfrazar la connivencia entre unas y otras ‘potencias enemigas’ era desenmascarada por su inconfundible origen teatrero-.

En cuanto a las menudencias posteriores, está claro que Washington sigue detentando la hegemonía mundial a la vez que Moscú ha perdido su opción al duopolio. Además, han aparecido tres nuevos centros de Poder -Pekín, Nueva Delhi y Bruselas-. Asimismo, han crecido exponencialmente la publicidad y la televisión. Se han descubierto las micro y las nano ingenierías borrando así las fronteras entre lo material y lo biológico. Internet ha nacido en un segundo portal de Belén o, al menos, con igual alborozo ha sido saludada; pero, en lugar de entenderla como el mecanismo de vigilancia que el Poder necesita para afrontar la explosión demográfica -¡vuelve el control propio de las sociedades pequeñas pero sin su consenso!- y/o como una más entre las muchas maneras de acumular el trabajo humano, pareciera que nos hubiera llegado un nuevo mesías -¡otro más, uff!-. Otrosí, en el campo del pensamiento político, el marxismo ha sufrido el abrazo del oso del leninismo mientras que el anarquismo no sólo sobrevive sino que prospera gracias a su preferencia táctica por la guerra de guerrillas.

En cuanto a la realidad crematístico-popular, un solo dato: el peso de los salarios en el conjunto de las economías occidentales decrece desde 1970. En otras palabras: el trabajo se paga cada vez menos y/o el capital cada día rinde más. Como desagravio, a los asalariados se les permite pecar de formas más variadas -siempre que se limiten a tontear con dos o tres mandamientos, en especial el sexto-. Incluso se sobrelleva la lenta disolución de las anteriormente rígidas clasificaciones de género -el caso es que se dejen explotar todos, sean lo que sean-.

En el ámbito coloquial, se han perdido algunas palabras cosmopolitas (revolución, alienación, superestructura, proletariado, contestación) y muchas locales. A cambio, han nacido miles de neologismos más o menos anglosajonizantes y es de buen gusto aseverar que las palabras son las fronteras del mundo e incluso del pensamiento -en otras palabras, el idioma limita al norte con Canadá y al sur con México-. Etcétera.

Lo que sigue igual: las teocracias, esas aberraciones que no sólo siguen hegemónicas sino que quizá estén aumentando en extensión y en fanatismo. Por ej., el Vaticano: aferrado a la lira vaticana, sigue sin aceptar el euro, al igual que abraza la pena de muerte y no suscribe convención alguna sobre DDHH. En 1969, al gran historiador del cristianismo K. Deschner le procesaron por decir que la Iglesia «realiza lo contrario de lo que predica»: hoy, también le empapelarían -o algo peor- en la mitad del mundo (EEUU, Rusia, parte de Europa y en algunos países islámicos).

Asimismo y pese al ataque del 68, siguen desesperadamente igualitos desde hace cuarenta años: la estruendosa ausencia de alternativas al capitalismo; la no menos estruendosa denuncia de la evidente falsedad del mercado -ojalá fuera libre-; la no homologación del término socialismo; la ONU; el poder militar; la fuerza del alcohol y la idolatría por la juventud -dicho sea todo ello sin salir de Oksidente; si viajáramos, otro gallo nos cantaría-. Tampoco han cambiado las ilusiones convivenciales: en el 68 se hablaba mucho del ‘aburrimiento’, de la ‘angustia vital’ y de la ‘soledad del individuo’ -maneras de charlar-. Hoy, la antigua ilusión de estar incomunicados la hemos sustituido por la opuesta ilusión de estar instantánea, automática, cibernética y cósmicamente comunicados. Etcétera.

2. Mayo 68, ¿era previsible?

Aunque la rebeldía es consustancial al Hombre, solamente desde hace 4.000 años el Oksidente conserva sus primeras evidencias escritas -una muestra de cuán manipulada está nuestra Historia-. Las anteriores a esos milenios, han sido relegadas al ámbito de lo mítico. Pese a todo, es obvio que la posibilidad de una sublevación acecha siempre. Ahora bien, pareciera que los opresores tienen esta simple constatación más presente que los oprimidos, por mucho que éstos hablen de ella más que sus amos. En el caso concreto del 68, en plena época de la irresistible ascensión del consumo masivo, a los pensadores pobres -que no son los pobres que piensan-, les parecía impensable que nadie se atreviera a poner en riesgo el aumento del desarrollo oksidental. Pero los hechos les demostraron que predicar la resignación no es para los laicos -para ello, doctores tiene la Iglesia-.

En vísperas del 68, había docenas de rebeliones en marcha. Desde los provos holandeses hasta los beatnicks estadounidenses, desde los japoneses del Zengakuren hasta los gamberros-blousons noirs de media Europa -por entonces y aunque a la fuerza, más politizados que los políticos de hoy-. Dicho sea olvidándonos del mundo no oksidental y, por supuesto, de los sempiternos anarquistas y similares.

Sin embargo, pregonan los actuales bienpensantes que las rebeldías del 67 eran más un sarpullido juvenil que un movimiento político. Dicho de otro modo, niegan que la juventud tenga conciencia social. Ni siquiera la Iglesia católica llega a tanta infamia pues coloca el advenimiento de la Razón y de la Punición en los siete años, la edad de la primera hostia -en términos eclesiásticos, la mayoría de edad penal a partir de la cual se abren las puertas del infierno-. Por mucho que los estómagos agradecidos sigan erre que erre, uno de los méritos del 68 consistió en desbaratar el topicazo de la ignorancia política de la juventud.

Como última línea de defensa, los bienpensantes sostienen que la rebeldía de los jóvenes del 68 era individualista como lo demuestra que cayera en las drogas antes incluso que en el terrorismo. Pero, vamos a ver, ¿hay pecado en que el individuo se percate de su opresión sin esperar a que se lo demuestre alguna suerte de imaginario colectivo? Item más, ¿acaso no se ha drogado desde siempre no sólo la Humanidad sino también los animales y quién sabe si hasta las plantas? En cuanto al terrorismo, pongámonos primero de acuerdo sobre el significado del término y luego seguimos hablando.

Claro que los jóvenes oksidentales estaban drogados en el 67… y en el 68 (menos en Mayo porque no daba tiempo para esa clase de alegrías) y siglos antes y siglos después. Pero lo estaban menos que los adultos, éstos sí, atiborrados desde las Guerras Mundiales de alcohol, nicotina, opiáceos y antidepresivos -en las posguerras sólo florecen los analgésicos-. Lo que molestó al ordenancismo reinante fue el cambio de drogas. Que los trabajadores recurrieran a los estimulantes como única manera de soportar «las cadencias infernales». Y que los jóvenes les imitaran con las anfetaminas 4 ; en especial los beatnicks y los provos corrían y corrían: siempre sin rumbo hasta que el 68 se lo procuró a algunos de sus herederos. Aunque al Poder más le molestó cuando de las anfetas/cocaínas y el hachís (algunos) derivaron a la psicodelia -y, cuando se vaciaron los cerebros y llegó el verdadero malestar, a la heroína-. Eso de que los ciudadanos se drogaran para pensar le resultó intolerable, más aún que disfrutaran de su libre albedrío sin pagar por el espectáculo.

Por lo demás, oráculos de la revolución siempre los hubo. Por ejemplo: el librito de creación colectiva pero firmado por René Viénet que se publicó en julio de 1968 (Enragés y situacionistas en el movimiento de las ocupaciones), comienza con unas frases lapidarias: «no ha habido ninguno [de los movimientos sociales] en el que tantos cronistas se han puesto de acuerdo para decir que era imprevisible. Esta explosión ha sido una de las menos imprevisibles de todas … los situacionistas … [lo] habían previsto muy exactamente desde hace muchos años«. Pero las pruebas retrospectivas que justificarían este aserto distan mucho de ser convincentes; por el contrario, lo que encontramos en sus textos anteriores al 68 son retratos políticos elementalmente verdaderos (sindicatos burocratizados, contrarrevolución en Rusia, capitalismo alienante; en suma, vigencia del «problema social») seguidos de vaticinios tan optimistas y tan evanescentes («nuevas formas de subversión … crítica total … posibilidad e inminencia de un nuevo comienzo de la revolución») como en el resto de los grupúsculos izquierdistas.

El prurito de originalidad traducido esta vez en el abuso del campo semántico de «lo nuevo», además de renegar de la consustancialidad de la rebeldía y de la tradición en la que se materializa, olvida que sólo cambian las formas. Y las formas cambian a cada minuto por lo que no merece la pena molestarse en predecirlas pues siempre terminaremos equivocándonos. No obstante, como nada cuestan los brindis al sol, desde aquí vaticinamos que muy pronto habrá otro Mayo 68. El estado del Mundo, tan similar hasta en lo accesorio al del 67, así lo exige. Más aún: no será el fin del mundo y esto lo aseguramos porque creer en el Fin es la cara tonta de creer en el Origen. Que no se diga que carecemos de dotes proféticas.

3. ¿Conflicto generacional?

Pocos lugares comunes más socorridos y más hipertrofiados que el tema de las generaciones -del 68, del 27, del 68, la X, la XX-. Sin embargo, en este tema, lo que no es trivial, es mentira. Es trivial que los nacidos en los mismos años cumplen años a la vez. Pero el resto es mentira: es falso que piensen igual los ricos y los pobres e incluso es falso que tengan los mismos referentes de actualidad; un rico recordará los Financial Times de su juventud pero los pobres de su misma generación ni siquiera sabrán que existe un diario así.

Las generaciones son un instrumento útil para demógrafos y sociólogos pero no para políticos -porque siempre habrá clases sociales dentro de ellas- ni para antropólogos -porque medimos el tiempo en una frecuencia de onda mucho más amplia que las décadas-. Entre los millones de personas que teníamos una veintena de años en 1968, podemos encontrar desde un indígena amazónico que todavía hoy huye de la civilización hasta un petimetre neoyorican que se cree el Único Civilizador, desde el obrero que murió en la masacre organizada en Vitoria por Fraga y por Martín Villa (el 03.III.1976) hasta el entonces sicario franquista que hoy da lecciones de democracia mientras lava sus fechorías en agua bendita.

Nosotros somos de la «generación del 68», porque así lo dice nuestra partida de nacimiento pero, como ese es un dato fútil, conviene añadir que somos del G-68, asociados en la corriente secreta de un partido insubordinable, grupúsculo ilustrado, fracción sediciosa, tendencia ácrata, célula clandestina. En el G-68 no nos vanagloriamos de haber sido los únicos en agitar el Mayo; por el contrario, insistimos en que lo compartimos con millones de adultos. Y para demostrarlo, nada mejor que el sentido común: ¿acaso no había adultos en el 68?, ¿todos habían muerto en las guerras anteriores? Que ahora hayan desaparecido de los libros se debe a dos razones perogrullescas: que han muerto y que los ha enterrado la idolatría por la juventud -una psicopatía muy propia de este Oksidente que practica el culto a los muertos para mejor olvidarlos-.

De haber existido un conflicto generacional, ello hubiera significado -en términos antropológicos- que los jóvenes sesentayochistas tuvimos que padecer un rito de paso. No hubo tal. Como dice el excesivo amigo F. Ch., simplemente fuimos Niños Titanes enfrentados a los Dioses. Ejemplo: los-abajo-firmantes habíamos sido detenidos, torturados, heridos, multados, expedientados en la Universidad, apestados por la sociedad, perseguidos en la calle, buscados innumerables veces en sus casas y en las de sus amigos, habíamos cruzado la frontera por la muga pirenaica, habíamos perdido la virginidad y dejado atrás familias, novias, amistades íntimas y las primeras bibliotecas. Y todo ello sin contar a los muertos, que ya los había. Total y abrumadora consumación: estábamos exiliados. ¿Cuántos más ritos de paso se le pueden pedir a un estudiante veinteañero?

4. ¿Políticos utópicos?

Refiriéndose a los inmediatos epígonos del sesentayochismo en la España de principios y mediados de los años 1970’s, un veterano activista cultural afirmaba hace poco: «Existía la convicción de que podíamos cambiar el mundo» 5. No dudamos de que hubiera una multitud de imprudentes que así lo sintieran pero, a fuer de ingenuas, esas expresiones no eran unánimes. Por el contrario, otra multitud conocíamos mejor nuestras limitaciones y sólo aspirábamos a mejorar nuestra seguridad personal vía el deterioro de los poderes públicos que la amenazaban. Por tanto, estaba claro que, nos gustara o no, nuestra felicidad personal estaba unida a la Felicidad Nacional Bruta. Reconocíamos así que, entre lo social y lo individual, había un vínculo evidente, fortísimo e indestructible. Desde ese momento, carecían de sentido las etiquetas de ‘individualista’ y ‘colectivista’.

Por supuesto que teníamos una imagen actualizada de cómo podía ser un mundo feliz y hasta podíamos dibujar un mundo simple y cotidianamente mejor. Pero también tienen los cristianos una idea del Paraíso Terrenal y, con harta razón, nadie les califica de utópicos. Nuestra utopía era uno más de los muchos constructos culturales. Pero de ahí a creer que se podía implementar en el acto, media un abismo. Digámoslo en pocas palabras: en cuanto a la política real, muchos éramos plenamente conscientes de que, con nuestra sublevación, como mucho conseguiríamos que un politicastro como Mendès-France 6 sustituyera a De Gaulle.

Pero, para comprobar cuan pueril resulta la confusión que se nos atribuye entre fines últimos y fines inmediatos, podemos añadir una demostración ad absurdum: ¿porqué ciertos personajillos considerados ahora como sesentayochistas arquetípicos se han encaramado al Poder: porque se cambiaron de chaqueta o porque la utopía sesentayochista se limitaba a la ocupación del Poder?

Primero tengamos en cuenta la primera opción y fijémonos en los ejemplos de gentuzas como el hoy ministro B. Kouchner o como A. Glucksmann (más conocido por Ónfalólogos I emperador de la Trapisonda). Estos pícaros no se han cambiado la chaqueta porque siempre fueron así de filofascistas. Estuvieron en el Mayo por razones de edad pero, pequeño detalle, estuvieron en la trinchera de enfrente [aunque también es cierto que algunos de estos personajillos fueron nuestros compañeros; a éstos últimos, sólo nos cabe alabarles el gusto de habernos frecuentado y deplorarles el olfato político porque había que ser muy zoquete para creer que desde la barricada se llegaba al Poder 7 ]. Volviendo a los pícaros, hemos de reconocer que ellos sí cumplieron su «utopía». Pero la alcanzaron porque era un edén miserable. No lo confundamos con otros paraísos. Por ende, se equivocan quienes les encasillan como arquetipos sesentayochistas.

En cuanto a la segunda opción, ya hemos señalado que nuestras aspiraciones estatales eran bastante modestas -léase, plausibles-. Y ni siquiera esas conseguimos, pero tampoco nos cortamos las venas por ello: a pequeños fracasos, pequeños disgustos.

5. ¿Anti-consumistas?

Porque preferíamos otras clases de consumo, nos llamaron anti-consumistas -lo cual, entonces y ahora, no es ningún insulto sino todo lo contrario-. El mayor consumo al que aspirábamos era el del tiempo libre. Es decir, una modestísima meta que, corriendo el tiempo, se ha convertido en la base sobre la que reposan los enormes negocios del deporte, del espectáculo audiovisual y del turismo: enhorabuena a los capitalistas que ahora se enriquecen traduciendo para las masas una de las ideas del 68 -aunque lo hagan a su manera, las susodichas masas no quieren saberlo-.

Los varones no queríamos consumir las obligatorias camisa blanca y corbata y las hembras no querían consumir las obligatorias falda y faja. Preferíamos consumir cine, teatro, libros y tebeos; preferiblemente los prohibidos, enorme campo en el que penaban autores que hoy nos parecen tan ‘pacatos’ como Henry Miller, Antonio Machado o el abate Meslier -este último censurado in illo tempore por Voltaire, teísta al fin y al cabo-. Y no hablemos de experimentalismos, dadaísmos o de amores nefandos. Un ejemplo de esto último: la homosexualidad masculina -la femenina era impensable- se castigaba en la Alemania Federal (capitalista) con 10 años de cárcel.

Pero, no nos confundamos y vayamos a caer en la trampa de la (mal) llamada «civilización del ocio», uno de los dogmas más majaderos inventados por la mesocracia oksidental. Olvidando la imaginación de cuatro paniaguados, ¿dónde está ese ocio que no lo vemos? A este respecto, la historia del trabajo humano es contundente: cada día se trabaja más. De las dos o tres horas que trabajaban los indígenas -el único cálculo bien comprobado del que tenemos noticia-, hemos evolucionado hasta conseguir que hasta las vacaciones sean días laborales. La reivindicación de las ocho horas diarias es más que centenaria pero sigue en el limbo de la ONU. La jubilación sólo llega cuando las personas están absolutamente exhaustas pero, en lugar de exprimirlas en las tareas de dirección a las que les daría derecho su veteranía, son infantilizadas mediante el ocio planificado -una flagrante contradicción- y con la complicidad pasiva de una geriatría impotente ante la idolatría del cuerpo.

Esto sí que autorizaría a hablar de otro de los tópicos más manoseados en el 68: la «civilización del despilfarro», a saber, un mito conexo al de la civilización del ocio que es vinculado equivocadamente al consumo cuando, sin duda, su lugar está en el campo del despilfarro que Oksidente hace de sus ancianos. Pero, ¿porqué una civilización tan despiadada en la explotación sólo aprovecha marginalmente a sus ancianos? La respuesta sólo puede ser política: porque tiene miedo de que hayan aprendido ‘los secretos de la tribu’ -léase, el sinsentido de «la servidumbre voluntaria»-. Si lamentable resulta que sólo al final de sus vidas les llegue la racionalidad a los oksidentales, peor aún resulta que al mismo tiempo les llegue la marginación colectiva, una soledad impotente propiciada por un Poder que se escuda en el culto a los antepasados -otro de los falsos mitos de Oksidente y última demostración de que todo culto es deplorable-.

En cuanto a la comparanza pasado-presente del consumo, debemos señalar que, tanto en la España del grito legionario «Viva la muerte», como -muy poco menos- en el resto de Oksidente, vivir una vida sin consumir el pasto del rebaño, se consideraba un delito; más o menos, igual que ahora, pues todavía no ha sido derrocado el lóbrego imperio de los peores sentidos. Lo único que ha cambiado es que, hace 40 años, las hierbas del pasto eran pajas atroces y ahora la buena ciudadanía cree que son ‘finas hierbas’ simplemente porque le llegan envueltas en plástico fluorescente.

6. Los enemigos declarados y los solapados

En el 68, inventamos deseos, fortalecimos derechos y asumimos responsabilidades (deberes) pero, al mismo tiempo, nos expusimos a que todos ellos fueran tergiversados por los intelectuales orgánicos y apropiados indebidamente hasta llegar al plagio terminológico. No nos pilló de sorpresa puesto que el Oksidente derechista siempre actuó así. Ejemplos sobran: la Iglesia dice ser humanitaria, Hitler se llamó a sí mismo socialista y la extrema derecha libertariana presume de querer ‘adelgazar el Estado’. No es cuestión de cargar las tintas en uno u otro desvergonzado pues todos ellos son meros loritos pero sí conviene añadir una escueta nómina de las dos clases básicas de enemigos del 68.

Los enemigos declarados

Son tan abundantes que su simple enumeración llenaría una guía de teléfonos. Y tan evidente es su maldad, que nos sentimos orgullosos de tenerlos como enemigos. Por falta de espacio, nos limitaremos a escrutar sólo tres o cuatro de estos indeseables:

En 2003, el genocida J.Mª. Aznar se metió a Sesudo Historiador y, desde entonces, sostiene que, en el 68, hubo tres revoluciones: la marxista («negativa»), la encarnada por aquella ‘primavera de Praga’ que aplastaron los tanques soviéticos («porque buscaba la libertad») y, finalmente, la «positiva», que fue la revolución tecnológica surgida en California. Es difícil decir más majaderías en tan pocas palabras.

Otro que tal baila es N. Sarkozy; en abril del 2007, durante su campaña electoral, se hizo acompañar por el sedicente neo-filósofo A. Glucksmann, le presentó como arquetipo del sesentayochismo y, entre las lágrimas de agradecimiento de su perrito faldero, añadió: «Los herederos de mayo de 1968 habían impuesto la idea de que todo vale, que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo cierto y lo falso, entre lo bello y lo feo … que se había acabado la autoridad, la cortesía, el respeto … que nada estaba prohibido».

Peores, por insidiosas, son aquellas personalidades que tiran la piedra y esconden la mano. Una de sus más populares abadesas es la -digamos- ‘escritora’ Susana Tamaro. En 1994, esta italiana se hizo millonaria con la publicación de Donde el corazón te lleve, novela epistolar de purísimo mensaje: las sesentayochistas son unas histéricas y unas promiscuas y unas pecadoras y unos marimachos; la salvación -sobra decir, individual- sólo viene por ser psíquicamente fuerte, es decir, por huir de la revolución, del sexo libre, de las drogas y, en definitiva, del 68. En el 2002, se descubrió que otro de sus mejunjes, Respóndeme, era un plagio de una novela ¡de su mejor amiga! No es de extrañar que adore al neofascista G. Fini y que milite en el Opus Dei. Evidentemente, Tamaro es la versión reverdecida de F. Sánchez Dragó -quien, dicho sea de paso, jamás estuvo en ningún mayo, ni francés ni pequinés, por miedo a perder las jugosas pesetas que siempre recibió de los franquistas-.

Finalmente, en 2007, el distinguido académico Dr. Goetz Aly, equiparó a los sesentayochistas con los nazis de 1.933 apoyándose en el grotesco argumento de que ambos colectivos eran jóvenes. Y, en efecto, los nazis eran relativamente jóvenes cuando tomaron el poder (Hitler tenía 44 años; Goebbels, 35; Mengele, 21) Es ocioso añadir que aquí termina una similitud tan rebuscada como inane. Nos negamos a refutar esta tesis alucinatoria pero la mencionamos porque nos sirve para demostrar que el irracionalismo europeo se desboca cuando surge el tema del 68 y para advertir que la búsqueda de comparaciones denigratorias no ha terminado sino que está llegando a extremos caricaturescos. No sería extraño que el próximo Herr Professor equipare ‘el desastre del 68’ con ‘el desastre de la Primera Guerra Mundial’ (1914-1919) basándose en que 6+8 = 14.

Los enemigos solapados

Como es público y notorio, el líder ecologista Joschka Fischer llegó en 1998 a colocarse de ministro de Exteriores de Alemania -el más flamboyante cargo político al que han llegado esos sesentayochistas que, según dicen, ahora dominan el planeta-. Aunque siempre habrá que agradecerle su oposición a la invasión de Irak, su comportamiento frente al 68 tiene más sombras que luces. Nadie es perfecto. Por ejemplo: en 2002, acudió como testigo al juicio contra su antiguo compañero H.-J. Klein. Ante el tribunal, Fischer renegó de los párrafos violentos que «ensuciaban» su hoja de servicios argumentando que ‘nunca quiso pegar a nadie’. Pero donde su estulticia llegó a la cumbre de la sentimentalidad fue cuando definió a Klein como un hombre «amable… emotivo… [pero] un candidato predestinado a la clandestinidad» -al parecer por su «inestabilidad psicológica»-. Si fueron esas sus palabras, esta vez y por una rara casualidad estamos de acuerdo con Fischer. Efectivamente, en una sociedad que sataniza los afectos propios a cambio de pregonar pornográficamente los amores ajenos, lo amable y lo emotivo han de refugiarse en la clandestinidad. Lo que no entendemos muy bien es eso de la inestabilidad psicológica. ¿Quiso decir que Klein no siempre escondía sus íntimas pasiones?; en ese caso, quizá hubieran debido encausarle por exhibicionismo, no por terrorismo político. O, por el contrario, ¿quiso decir que los psicológicamente estables no caen en la clandestinidad porque no son amables ni emotivos? En este caso, quizá hubiera que mandar al frenopático a los alemanes estables.

Otro ejemplo, esta vez, español: para el sociólogo de plantilla socialdemocrática E. Gil Calvo (EGC), «la carnavalesca transgresión [del 68] sólo fue ritual y simbólica, es decir, inofensiva y ficticia … la corrupción nace de la perversa ocupación de las instituciones por parte de la generación del 68 … pasó sin dejar rastro … la coyuntura cíclica [del 68] vacunó contra toda tentación revolucionaria … la cultura y la universidad, hoy masificadas, ya no son cauces meritocráticos. La juventud hace el amor y no la guerra … los jóvenes actuales son irresponsables: los malos son sus corruptos padres» (El País, 15.V.1994). Siguiendo su orden de aparición en pantalla, podríamos argumentar que: a) lo ritual no tiene nada que ver con lo simbólico; b) ni uno ni otro son inofensivos; c) la corrupción es inherente a las personas de poder y a las instituciones; d) en la generación del 68 hay de todo, buenos, malos y regulares; e) si el 68 no dejó rastro, ¿porqué lo comenta décadas después?; f) las rebeliones no conocen ciclos -ni la Historia tampoco-; g) la revolución no es una tentación sino una posibilidad latente para la que no se conoce vacuna; h) la cultura y la universidad no son sinónimas; i) la universidad sólo tiene con la verdadera cultura una relación de parasitismo; j) la universidad, como ente burocrático que es, se opone a una hipotética meritocracia; k) la verdadera meritocracia no existe en la realidad; l) «la juventud hace el amor y no la guerra»: ojalá fuera verdad; m) ¿preferiría el distinguido sociólogo que la juventud hiciera la guerra y no el amor?; los jóvenes son tan responsables como los adultos, perdonarlos por «irresponsables» es paternalismo y demagogia en estado puro; n) ¿cuántos padres son malos y corruptos: todos, una parte o sólo los padres del sociólogo?.

Quien, en vida, no le fue a la zaga en su mayofobia a EGC fue el prolífico de su mismidad M. Vázquez Montalbán. Para este modélico militante del PCE, «los únicos mayolactantes que quedan son los que denuncian la nostalgia del mayo francés de las narices … la injusticia del mundo era perfectamente perceptible en abril del 68 y en junio, sin necesidad de pasar por aquél mayo francés de opereta … dale que te pego con el mayismo que nunca existió» (El País, 19.IX.1994); «las escasas profundidades de las revoluciones blandas del 68» (El País, 21.VIII.2000). Mismas conclusiones que en el caso anterior: para no haber existido, hay que ver lo mucho que ha generado el 68.

Otrosí concluyente: tanto los enemigos declarados como los solapados confluyeron en urdir la mayor enemiga del 68, a saber, mantenerlo en candelero para ocultar así las verdaderas luchas de esos años, las que producían muertos, las del Tercer y Cuarto Mundo. Es posible que ello se deba a que esas dos mafias son igualmente eurocéntricas. Incluso sus únicas discusiones reales versan sobre cuál de ellas es más genuinamente oksidental. Resultado: un eurocentrismo elevado al cuadrado -volveremos sobre este punto-. En lo que concierne a sus consecuencias mundiales, subrayemos que, si de esta manera se ensañaron con una pobrecita revuelta dentro de casa, imaginemos qué ha ocurrido en la Historia con el resto de las sublevaciones populares.

7. Ayer contra los hippies, hoy contra los esotéricos

El movimiento llamado hippie surgió en los EEUU y se difundió por Europa antes de 1968. En aquél momento, por culpa del afán proselitista, a regañadientes y tapándonos la nariz, los sesentayochistas contemporizamos demasiado con él. Hora es de reconocer aquél grave error puesto que Mayo 68 fue (también) una sublevación contra el hippismo.

Desde el punto de vista economicista-materialista, lo hippie fue un subproducto del auge de la industria musical que comenzó a principios de los años 60’s. Los Beatles, al menos en su primera fase romántica (1963-1966), fueron su punta de lanza. Además, personificaron el primer síntoma de la globalización del consumo puesto que, como decíamos entonces, fueron «el caballo de Atila de la música: por donde pasaban no volvían a crecer las músicas autóctonas».

Por lo tanto, es justicia colonialista que, en 1965, fueran nombrados sargentos peppers-dominatrix (por nombre oficial, caballeros de la Orden del Imperio Británico, OBE), y justicia poética que, inmediatamente después del 68, comenzara el declive de esta mefítica banda. Cuando, a mediados de los años 70’s, se reencarnaron en el grupo sueco Abba, la sensibilidad musical del pueblo se había recuperado hasta el punto de que, esta vez, el fraude musical fue tan manifiesto que sólo engañaron a la mitad hortera del mundo.

En lo único que acertaron -sin querer- fue en confundir lo divino con lo banal. El hippie estaba convencido de que la divinidad anida en la simplicidad -que él confunde con la simpleza y nosotros corroboramos esta confusión-. Pero su simplicidad -o simpleza-, son la apoteosis de la trivialidad. Elevar lo banal a la categoría de divino fue su único hallazgo teórico: lástima que, nada más concebirlo, lo malograran maquillándolo con sus pretenciosos ritos orientalizantes y ecolátricos. Aunque sigamos reprochándoles que no se atrevieran a ver que su emperador -léase, su gurú- estaba desnudo, todavía les podemos reconocer que, bien a su pesar, nos demostraran que sus dioses eran grotescos y, además, estaban desnudos.

Mutatis mutandi, el espacio sociológico que en el 68 ocuparon los hippies es el mismo que hoy ocupan los esotéricos. Ambos son irracionalistas convictos y confesos, ambos escenifican una rebeldía que no llega ni a las candilejas, ambos proponen un modelo de consumo -más caro en los esotéricos pero es el signo de los tiempos- perfectamente integrado en el mercado y ambos trabajan mucho más de lo que presumen -un comportamiento claramente psicopático-. La Hidra Religiosa ha regenerado su cabeza irracional: con ella no podemos tener compasión.

8. Los Partidos Comunistas o Komintern

Todas las anteriores reseñas sobre los odiosos lugares comunes que ocultan el 68 pueden resumirse en una: Mayo fue una revuelta contra todos los autoritarismos, los orgullosamente escandalosos de la derecha y los sibilinamente ramplones de la seudoizquierda. Por lo tanto, chocó de frente con los partidos comunistas (PC), todos ellos agrupados en la, entonces, famosa palabra Komintern -término que nunca debe confundirse con ninguna Internacional, desde la Primera hasta la Quinta o Sexta-. Léase esto en letras grandes, capitulares, subrayadas, acentuadas y recalcadas.

Un apunte localista: en el 68, el PC francés tenía 73 diputados (sobre 487) y un sindicato, la CGT, que descalabró a más sesentayochistas que los CRS -policías de choque-. Por nuestra parte, que no respondiéramos in situ con mayor contundencia se debió a nuestra natural mansedumbre. También coadyuvó la presencia en nuestras filas de infiltrados prochinos, troskos e incluso de una docena de cristianos-de-base pero, sobre todo, al respeto que se tenía por las luchas del Tercer Mundo [cf. infra, #Etnocentrismo], Vietnam y América Latina en especial, aunque también estaban muy presentes África y algunas rebeliones como las de Irak, ese gran país muy avanzado en el laicismo donde algunas almas nobles habían quemado públicamente el Corán -¿cuándo le tocará el turno a la Biblia?-. Se consideraba que el Tercer Mundo no podía estar tan adelantado ideológicamente como las Europas y que, por ende, le debíamos una particular paciencia pedagógica.

Pero, repetimos, nunca se repetirá lo suficiente y nunca se dirá en voz suficientemente alta: el Partido Comunista (PC) fue nuestro peor enemigo. El peor porque el viejo mundo gaullista estaba enfrente pero el PC estaba enfrente… y detrás y a los costados 8. Los veteranos derechistas de la guerra fría eran fácilmente identificables por su exhibicionismo y por su estética Dior-Ejército pero los otros veteranos, los leninistas del PC, eran grises de nacimiento y de vocación por lo que, uniendo la repugnancia hacia su mal gusto con sus hábitos ratoniles, no había forma de mirarlos. Ellos se vengaban de nuestro desprecio conspirando en sus covachas sobre la mejor tergiversación y ocultación futura de ese 68 que se les vino encima bien a su pesar.

No se les puede negar cierta perspicacia pues fueron los segundos -los primeros fuimos nosotros- en percatarse de que el 68 acabaría con esa suerte de Segundo Ancien Régime que ellos mantenían con igual ardor que la derecha-derecha pero con menos flexibilidad e inteligencia. Y, en efecto, la derecha azul (tricolor) sobrevivió rejuvenecida pero ellos, la derecha (roja desvaída), entró en coma.

Para matizar, debemos insistir en que nos importaban un bledo los Regímenes, fueran antiguos o modernos, segundos, primeros o quincuagésimos; y añádase que el proceder de los PC no nos sorprendió pues sabíamos de sobra que su acabamiento de toda revolución es una constante histórica. Cuando no han sido sus verdugos (remember Kronstadt, Makhno, España 1936-1939) la han desfigurado, ocultado y negado. Por ej.: la matanza de Iquique (4000 asesinados; Chile, 1907), una sublevación de obreros internacionalistas -i.e., anarquistas- que fue ametrallada dos veces: la primera, a sangre fría por los militares y la segunda, décadas después, por los incautadores leninistas.

Por ello, antes preferimos la truculencia de la derecha-de-toda-la-vida (los sesentayochistas como anarcos y éstos como «asesinos, terroristas, dinamiteros, promiscuos») que el paternalismo de los leninistas, esa otra derecha que nos ha colgado el sambenito de «idealistas, románticos, genialoides, entrañables… pero desorganizados e incapaces de organizarse». Y, puesto que ambas derechas nos matan por igual, preferimos ser delincuentes antes que niños.

9. Contabilidad

Las conquistas populares se pagan en sangre. La Historia, con la cruel claridad que la caracteriza, nos enseña que, casi siempre, se puede establecer una relación directa entre la sangre del pueblo y la reivindicación arrebatada al Poder: tantos muertos, tantas conquistas sociales. En esta línea, ¿cuántos muertos costó el Mayo 68? 9 : nadie lo sabe y casi nadie se preocupa por ello. Para aproximarnos desde la más vergonzosa ortodoxia a esta tan necesaria como sombría contabilidad, contamos con el claro precedente de cómo, sólo seis años antes del 68, se las gastaba el Estado francés a la hora de cuantificar sus «daños colaterales». Nos referimos a la anterior matanza parisina, la conocida como del metro de Charonne (1962), la de los argelinos residentes en la Cité Lumiére que protestaban contra el genocidio que los colonos y el Ejército galo estaban perpetrando en Argelia: a pesar de que la vox populi hablaba de centenares de víctimas, la estimación oficial se mantuvo impertérrita en siete muertos… hasta que, treinta y siete años después de los hechos, el informe estatal Mandelkern (1998) la aumentó a treinta y dos -y se quedó muy corto-.

Con semejante precedente, es obvio que nunca sabremos el número de asesinados por las Fuerzas del Orden durante el Mayo 68 francés -menos aún de los otros mayos, aunque el mayor fuera en octubre-. Dada la violencia con la que se emplearon los forzudos ordenancistas y considerada la letalidad de sus herramientas -fusiles, pistolas, bulldozers, granadas no sólo lacrimógenas sino también de cloro y explosivas, etc.-, es de presumir que más de una víctima engrosó la lista de los accidentes de tránsito de aquellas semanas. Algunas otras -por ej., los exiliados y otros extranjeros- ni eso siquiera. Pese a todo, se sabe positivamente con toda certeza que fueron asesinados los obreros Bernard Beylot y Henri Blanchet (en Sochaux) y el estudiante de secundaria Gilles Tautin (en Meulan).

¿Para qué esta contabilidad? Porque es la única medida objetiva -insuficiente pero cuantificable- del más oculto, censurado, olvidado e infeliz de los costes humanos del 68. ¿Y sólo tres muertos aproximadamente?: entonces, contrastando esa cifra con las conquistas sociales, ¿podemos decir que ganamos?, ¿ganamos aunque sólo fuera en Europa, EEUU y Japón pues en el resto del mundo las cuentas son muy distintas? No seremos nosotros quienes respondamos a tan triste cuestión.

10. Eurocentrismo

«El reflejo de internacionalismo (..) reapareció con una fuerza que parece augurar la próxima vuelta de las Brigadas Internacionales. Al mismo tiempo, todo el espectáculo de la política extranjera, Vietnam en cabeza, se disolvió súbitamente revelando lo que nunca había dejado de ser: falsos problemas para falsas protestas«, escribían Viénet y sus amigos en el mismo año 68.

¿Cómo superar esta aparente contradicción? No se puede superar porque existió con toda certidumbre. Ocurrió que, pese a la ubicuidad de la guerra de Vietnam, de las guerrillas latinoamericanas y del Tercer Mundo en general [cf. supra, #Komintern], cuando el Mayo 68 europeo adquirió entidad, nadie se acordó de que en el mundo había otros continentes además del Viejo. Y ello pese a que hubo Comités de Acción de todas las minorías imaginables -española incluida-.

Para remediar en lo posible este fracaso, creemos oportuno mencionar con cierto detalle a aquellos sesentayochistas que, después del 68, han tratado de paliar las consecuencias del eurocentrismo mayista. En este sentido, nos es grato señalar que algunos de sus activistas más connotados lograron salir de Oksidente siguiendo distintas líneas culturales. Así, los hubo que repitieron el itinerario de intelectuales europeos pseudo-indigenistas. Por ej.: Michel Besmont, siguiendo las huellas de Artaud en la Tarahumara mexicana; Jacques Dion, episódicamente obrero sindicalista en Nueva Caledonia y Claude Malhuret, cooperante en Tailandia antes que secretario de Estado.

Aunque quienes hoy nos pueden interesar más son los sesentayochistas que volvieron a su ser y papel indígena. Ejemplos: Omar Diop, torturado y asesinado a su regreso al Senegal del exquisito presidente-poeta Senghor; el guineano Mamadi Kaba, luego afincado en Toulouse y el kanako Nidoish Naisseline, a su regreso a Nueva Caledonia, fundador de los Foulards Rouges 10 y después, secretario general del partido Libération Kanaque Socialiste -reciclado últimamente en alto ejecutivo del transporte aéreo-.

En cuanto a la diáspora de los archicitados situacionistas, sólo tenemos noticia de tres: Eduardo Rothe, en su país natal, insiste en que se haga la revolución literalmente a-todo-coste mientras que, en Bretaña, François de Beaulieu la otea en el marco de un bretonismo ilustrado. Pero quien más aparece en los papeles es René Riesel, rudo pastor galo, destructor de experimentos genéticos en 1998 y prisionero en el 2004 -en la cárcel de Mende, recluso nº 4612-.

Finalmente, dejémoslo muy claro: el único país donde el sesentayochismo pudo haber significado no sólo una revuelta sino incluso una revolución fue México. De no haber sido sofocado en sangre, es probable que hubiera cambiado el rumbo del Tercer Mundo. En tal caso, su peso político mundial hubiera sido superior al del mayo europeo -o, al menos, equiparable-.

Para muchos sesentayochistas, la cruz eurocéntrica del 68 es ahora absolutamente insufrible.

11. La asimilación

Por fortuna, este cuadragésimo aniversario del 68 ha comenzado con una excelente reflexión: según S. Alba Rico, «no hay una sola utopía liberadora excogitada en los últimos 8.000 años que el capitalismo no haya hecho realidad bajo la forma de una maldición» 11. En otras palabras, que el tiempo nos haya dado la razón no demuestra en absoluto que exista eso que llaman Progreso -y, añaden, ineluctable, tanto en lo social e individual como, con aparentes mejores argumentos, en lo técnico-.

En principio, no tenemos nada en contra de que el sistema incluya algunas de las reivindicaciones del 68 -por su radicalidad, todas sería impensable-. Es decir, que podemos ponernos el sombrero posibilista y dar la bienvenida a las pocas o muchas asimilaciones que se hayan derivado del Mayo. Pero, a poco que afinemos, tropezaremos con la necesidad de evaluar hasta qué punto estas asimilaciones son reales o ficticias y sustanciales o banales. El veredicto es fácil pero amerita que se le analice.

Como decíamos antes (cf. supra, #9), podríamos aventurar que el 68 ha triunfado puesto que -aparentemente-, buena parte de su terminología ha sido incluida en la vida cotidiana actual; sería una victoria enana pero no pírrica. Ello no tendría nada de raro pues el lenguaje se renueva parcial pero continuamente. Por su parte, las palabras suelen ser significantes… hasta que el manoseo las vuelve insignificantes. O, peor aún, se transmutan en sus antónimos 12 . Ejemplo: incluso los neofascistas, libertarianos o neocons rebuznan cuando, plagiando sin tapujos a los clásicos del anarquismo decimonónico, se extasían ante las maravillas que les reportan las «forces of creative destruction«.

Es, justamente, lo que ha ocurrido con el vocabulario sesentayochista: que ha sido copiado pero sin verse acompañado de ese asesinato que, según es fama, en las Bellas Artes lo absolvería. En este caso, el asesinato equivaldría a haber instaurado el nuevo orden social que expresaban las palabras del 68 y que hubiera sustituido al desasosegante desorden de ayer y de hoy. Evidentemente, no ha sido así y quizá ello se debe a que el Mayo fue una rebeldía política inmersa en una revolución cultural. De ahí vienen su fortaleza y su debilidad: fortaleza porque las revoluciones culturales son fenómenos de larga duración pero que, en Oksidente, requieren de algún catalizador para comenzar su andadura. Debilidad porque, a fuer de nuestro desinterés por las politiquerías, es imposible que un incipiente cambio cultural se traduzca en un inmediato cambio político.

Quizá no podía terminar de otro modo una revuelta que pretendió hacer una revolución desde abajo pero comenzando por las universidades pues éstas no son expresión alguna de la sociedad sino, parafraseando a P. Celan, las chimeneas por las que suben al cielo las cenizas de los inocentes.

Por lo demás, el sucio recuelo que ha quedado después del crematorio ha sido una cohorte de falsos arquetipos del sesentayochismo que todavía siguen haciendo de las suyas gracias a la sinvergonzonería de la Kultura oficial. A los ya mencionados (cf. supra, # 4 y 6), habría que añadir especialmente a bastantes figurones de la Kultura Spektakular 13 , no porque sean más dañinos que los Sesudos Especulativos sino porque tienen mayor predicamento en las almas jóvenes -y nos consta que hay adolescentes setentones-.

En la más reciente cooptación y asimilación del 68, el leninismo ilustrado ha jugado un papel clave; máxime desde que se hundió el socialismo de Estado y tuvo que agarrarse a ese clavo ardiendo que llevaba tres décadas intentando quebrar. Para esta purrela, no fue mucha la novedad porque la derecha-consumista y la derecha-leninista ya habían celebrado sus nupcias en el 68 -llevaban tantos años de noviazgo que ya fue hora-. Esto es evidente por sí mismo; ahora bien, ¿porqué le ha sido tan sencillo a esta Santa Alianza falsificar el 68?: porque tardaron menos tiempo que nosotros en darse cuenta de que El Proletariado Europeo (EPE) ya no existía. Mientras ellos pasaban página, nosotros seguimos durante varias décadas venerando la momia proletaria. Debimos guardarla en un museo confortable y subrayar que la lucha de clases ya no se desarrollaba entre capitalistas y proletarios sino entre cínicos e ingenuos; o entre mentirosos y alienados; o, como siempre, entre ricos y pobres. Teniendo en cuenta que la opresión viene a ser la misma, un mero cambio de vocabulario no nos hubiera costado gran esfuerzo.

Por lo demás, la única diferencia entre una y otra novia de la Alianza era que la primera derecha había enterrado con ignominia al EPE y, ojo al detalle, antes de tiempo -en realidad, había muerto poco antes del 68: el Volkswagen le machacó y la II Guerra Mundial le remató-, mientras que, desde 1917, la segunda derecha, también prematuramente, pretendió su momificación pero en olor de santidad. Sea como fuere, la descomposición proletaria sólo comenzó en el 68, aunque a algunos nos llegara la hedentina más tarde que a otros.

Valga en nuestro descargo que cometimos un desliz propio del mejor conservacionismo. Tratamos de honrar a nuestros padres proletarios más allá de lo que era oportuno. Fue un pecado (venial) y, de cara al futuro, un error estratégico. Pero lo volveríamos a repetir porque seguimos siendo hijos de una tradición milenaria -la emancipadora- en la que las pérdidas inmediatas siempre superan a las ganancias posteriores. Y a mucha honra que lo tenemos porque así es imposible que nos asimilen.

12. Misterios

Ni por asomo vamos a caer en la tentación de creer que lo hemos sabido todo y lo hemos dicho casi todo. Estos doce parágrafos podrían ser doscientos (o dos) y seguiríamos perdiéndonos porque todavía quedan muchos misterios sobre Mayo 68 14.

El más visible de ellos: ¿porqué los gaullistas ganaron por gran mayoría las elecciones subsiguientes pero De Gaulle tuvo que abandonar la política meses después? Probablemente para demostrar que, en estas democracias llamadas ‘avanzadas’ o seudodemocracias oksidentales, el Poder se bate en los palacios mucho más que en las urnas. Pero hay más y quizá las huelgas de hambre que hemos vivido sean un paralelo ilustrativo. Veamos: en una prisión que no sea abiertamente de exterminio, el huelguista de hambre lo primero que pierde -antes, incluso, que peso corporal- son las escasas comodidades que tenía. Es aislado en celdas de castigo, expedientado, apaleado, sancionado, etc. Sus pequeños derechos quedan reducidos a nada. Y, pese a todo ello, el funcionariado carcelario comienza a retroceder desde que el huelguista sale de la celda de castigo. A la postre, triunfa el símbolo puro y en el terreno simbólico es donde el 68 ha resistido mejor.

Otro misterio es el que ronda alrededor de algunos descubrimientos todavía por descubrir. Nos referimos a que subsisten hallazgos culturales que, con razón o sin ella, se le atribuyen al 68 pero cuyo reconocimiento está muy por debajo del que, en general, ha conseguido el Mayo. Algunos de estos malaventurados son:

Los comics o tebeos. Por sinrazones que no acabamos de vislumbrar, siguen considerados como un arte menor, no como la ópera de papel o el cine tácito que algunos vemos. En el plano del mayismo historiográfico, es archiconocido que fueron utilizados por los situacionistas… pero no sólo por ellos. En todo caso, en absoluto eran una novedad en el año 68. Un solo dato: en 1954, sólo en los EEUU, se vendían mensualmente 150 millones de tebeos. Algunos ejemplos: R. Crumb publicó su primer Fritz the Cat en 1959; G. Shelton parió en 1961 su impío Wart-Hog, parodia porcina de Superman, y sus Fabulous Furry Freak Brothers -hoy barridos de todas las enciclopedias de papel-, surgieron precisamente en pleno 68; incluso podemos encontrar su rastro en todos los artistas de vanguardia e incluso en algunos de la retaguardia -como Roy Lichtenstein quien, desde 1961, se dedicó a plagiarlos sin decoro alguno, and for a substantial fee-.

Los grafitti o pintadas. Insólito nos resulta que un arte tan adaptado al medio urbano no haya progresado en las últimas décadas -Bansky et allii mediante-. Talmente parece que necesita algo más que el prolífico envite que se le dio en el 68 porque, para su esclerotización, ahora está recuperado por los burócratas municipales cuando no por el mercado de los esteticistas urbanícolas. Quizá su adocenamiento se deba a la ‘excesiva’ juventud de sus militantes, más preocupados por su ego que por la belleza, aunque también ayuda el respeto malentendido del que disfruta la asepsia urbana.

La ausencia de canciones mayistas. Por increíble que parezca, no hubo canciones propias en el 68; se corearon la Internacional, la Varsoviana y la Joven Guardia Roja y también otros himnos revolucionarios a los que se les incrustó alguna nueva letra -que nunca llegó a cuajar- pero sólo recordamos alguna que otra producción propia 15 .

Y, finalmente, el mayor de los misterios: ¿por qué nos dio a cuatrocientos jovencitos privilegiados por arruinar nuestro brillante porvenir?

MICRO-APÉNDICE PARA ESPAÑOLES

Un apunte sociológico y dos o tres anécdotas:

En la España del 1968 sobrevivían al franquismo 32 millones de personas. El salario mínimo era de 2.880 ptas. (48 US$); el crecimiento macroeconómico rondaba el 7% anual; la esperanza de vida -curiosa expresión- se situaba en los 67 años para los varones y en los 72 para las hembras. La visitaban 15 millones de turistas pero, hélas, no todos ellos eran esas francesas en las que los machitos depositábamos todas nuestras esperanzas. En el plano -muy plano- de la peor cultura de masas, lo dicho para el declive post-sesentyochista de los Beatles, vale también para España, esta vez ejemplificado en las no menos mefíticas bandas Los Brincos y Los Bravos.

¿Huelga repetir que los españoles presentes en el mayo 68 francés no alcanzaban los varios millones que dicen haberlo presenciado? Pese a todo, si sumamos los exiliados políticos y los exiliados económicos -vulgo, emigrantes-, éramos muchos cientos de miles. Los estudiantes nos dividíamos entre una mayoría simple de exiliados y una minoría compacta de pijos por familia y pijos por aspiración -también llamados becarios-. Era aquella una segmentación feroz y lamentamos que, pese a que se mantengan incólumes las diferencias políticas sobre las que se asentaba, ahora se haya difuminado.

Como es tradición inaugurada por los famosos polacos de la Comuna de París y abrillantada por los republicanos españoles que reforzaron la Resistencia francesa, los buenos españoles nos unimos enfervorizadamente al resto de los metecos buenos que se mantuvieron en las primeras líneas de la sublevación. Aunque suene ridículo -que lo es-, quisimos ser más franceses que los franceses, pecado venial de cualquier internacionalista. Y, hasta cierto punto, lo fuimos tanto que ni siquiera a la parte estudiantil nos molestó en exceso que la Embajada franquista huyera de rositas -estaba tan lejos de nuestros cuarteles del Barrio Latino que no nos mereció el esfuerzo de ir a reventarla-.

El acto que, personalmente, mejor recordamos fue la creación en la Sorbona del Comité de Acción español -o soviet hispano-. Fue de los primeros Comités de Acción en clave de pasaporte que surgieron en París y organizarlo resultó tan sencillo como conseguir papel, marcador y paredes para fijar la primera convocatoria. Pero, casualidades de las rebeliones, cuando A.P. y J.Y. estaban pegando esos carteles en el exterior de la Sorbona, apareció Manuel Azcárate acompañado por dos acólitos de cuyos nombres no queremos acordarnos. Este prominente miembro del PCE, primero intentó disuadirnos e, inmediatamente, nos auguró en tono despectivo el fracaso más rotundo. Para cerciorarse de que así debía ocurrir, envió unos saboteadores a la asamblea constituyente -huelga añadir que los fracasados fueron ellos-. Andando el tiempo, Azcárate se convirtió en un preboste de El País, pequeño detalle que quizá ayude a comprender la inquina que este diario ha mostrado siempre hacia el 68 16.

Con el paso de los días, este Soviet decidió okupar el Colegio de España, nido de becarios sedicentemente izquierdistas -algunos lo eran de verdad-. Fue la primera okupación de algún edificio de la Cité Universitaire -en realidad, un internado cosmopolita-, lo cual dice bastante de la verdadera movilización de los becarios extranjeros. La española, duró desde el 17 de mayo hasta mediados de junio y derivó en una representación jibarizada y esperpéntica de la Guerra Civil en el lado republicano. Ahora bien, no se nos malinterprete: por jibarizada entendemos que no hubo una cabeza grande y rectora sino varias cabezas pequeñas, dicho sea en su favor. Y por esperpéntica entendemos que fue muy idiosincrásica lo cual tampoco está nada mal. Con sus pros y sus contras, amamos el esperpento y sólo lamentamos que el nuestro se quedara chico al lado del que diariamente nos endilgan nuestros mandamases. Por lo demás, ¿qué mejor enseñanza histórica que representar en propia carne los problemas internos de los republicanos en guerra?

Finalmente, sólo nos resta añadir que ninguno de los sesentayochistas españoles ha alcanzado en las décadas posteriores ninguna preeminencia política o cultural -no digamos económica-. Así que no nos vengan con las monsergas de que «la generación del 68 ha ocupado el Poder», «se cambiaron la chaqueta», «han demostrado ser una banda de corruptos», etc. Al menos, se nos debe parecido respeto al que nosotros profesamos para con nuestros muchos desaparecidos en combate. Y tampoco estaría mal reconocernos que, aunque sólo sea en los hombros, ahora estamos más cerca de los gigantes que de los enanos.

1 Huelga añadir que son materiales recogidos in situ -exactamente, 362 documentos-. Un ejemplo de hasta qué punto se negligen estos acervos de primera mano: en el año 2004, el International Institute of Social History (Amsterdam) tenía un archivo sobre mayo 68 de sólo 2,75 mts. lineales, una menudencia para un centro en el que hay archivos personales mucho más voluminosos; por ej., el de José Martínez-Ediciones Ruedo Ibérico sobrepasa los 21 mts. lineales.

2 En el 2005, Alemania gastó el 1 % de su PIB (16,3 miles de millones de €uros, una cantidad que el RU superó por escaso margen) mientras que, en los EEUU, el gasto ascendió a 143.000 millones US$, equivalente al 1,29 % de su PIB.  En todo caso, estas comparaciones no son fiables puesto que el negocio de la publicidad ha variado notablemente en estos últimos cuarenta años; no sólo ha aparecido la publicidad en Internet sino, sobre todo, las cuentas se han diversificado en conceptos tan elusivos de contabilizar como los de promoción de ventas y venta por correo amén de toda suerte de rebajas, bonos, cupones y demás dinero paralelo. Por ello, hemos encontrado estadísticas que variaban hasta en un 40%; en tales casos, recurrimos a la socorrida media aritmética

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 Aplausos para los muchos sabios que son pagados para sostener estas vacuas sentencias. Hasta aquí la ciencia oficial que es muy razonable. Pero, ¿podría haber sido de otra forma? Por ello, en verdad os digo que ambas sentencias son absolutamente estúpidas porque, en el caso de la primera, ¿cómo podría mudar la esencia?, y, en cuanto a la segunda, ¿acaso no es lo efímero el principal rasgo de lo accesorio?

4 En la España pre-68, hasta los niños comíamos anfetaminas. Eran muy baratas, la Simpatina aún más que la Centramina. En todo equipaje escolar, al lado del sacapuntas, estaba el tubo de anfetas comprado libremente en la farmacia de la esquina por nosotros mismos. Los derivados de la cocaína, la Novocaína y el Novocorpan, también era de venta libre, pero demasiado caros para el bolsillo infantil. Asimismo, hasta en los kioscos de caramelos vendían morfina e incluso en los economatos de las cárceles, se compraba «tabaco moruno» -es decir, grifa, marihuana del Rif marroquí-.

5 Declaraciones de José Ribas, fundador de la revista Ajoblanco, en Diagonal, nº 70, 24 enero-06 febrero 2008.

6 Pierre Mendès-France (1907-1982), fue jefe de gobierno francés (1954-1955). Comenzó su mandato intentando minimizar los efectos de la estruendosa derrota que los franceses sufrieron en Dien Bien Phu (Vietnam); después, quiso prevenir la independencia del norte de África utilizando la argucia autonómica. En el ámbito doméstico, fue muy comentada su campaña antialcohólica; adelantándose al 68, comprendió que los sindicatos autoritarios encarnaban la contrarrevolución. Preconizaba que «gobernar es [sólo] escoger» (1953). Sobra añadir que, pese al barniz democrático con el que las disfrazaba, todas sus maniobras políticas terminaron en sonados fracasos.

7 Parecido es el caso de los innumerables trepas que, durante el franquismo puro, se afiliaron al Partido Comunista español en la creencia de que algún día el PCE tomaría el Poder. ¡Menudo olfato político!… para que luego se burlen de «la ingenuidad política de los anarquistas». Recordemos siempre que, lo más cerca que estuvo el PCE del Poder, sucedió en los gobiernos (franquismo impuro) del genocida Aznar, cuando los réprobos J. Piqué, A. Birulés y sus «compañeros de viaje» P. del Castillo, C. Villalobos y J. Matas constituyeron unos gabinetes ministeriales fascio-leninistas.

8 La prensa española ha publicado repetidas veces (la última, firmada por J. Ramoneda, El País, 25.V.2007) una sabrosa anécdota que, si non é vera, é ben trovatta: «Contaba [José] Bergamín su encuentro con André Malraux durante Mayo del 68. Deambulaba el poeta por las calles de París en una de aquellas jornadas en que parecía que todo era posible. Pasó por delante del Ministerio de Cultura y le entró curiosidad por saber en qué estaría pensando el antiguo revolucionario convertido en ministro cuando la calle asediaba al Estado. Si la ausencia de funcionarios es síntoma de vacío de poder, el Estado francés estuvo en precario. Bergamín se metió en el ministerio y llegó hasta el despacho del ministro sin encontrar a nadie por el camino. André Malraux, el de siempre, el del flequillo negro, el del gesticular frenético, el de la voz seca y nerviosa, se abalanzó sobre el visitante y al tiempo que le abrazaba le dijo: «Felizmente, tenemos el partido comunista». Con el tiempo, esta última frase ha sido puesta en boca de docenas de empíreos figurones de la derecha.

9 De las conquistas sociales conseguidas gracias al Mayo es de lo que hablan todas estas notas pero véase supra, en especial, el parágrafo # 1, «Lo que va de ayer a hoy».

10 En homenaje a Louise Michel, quien es fama que entregó el pañuelo que había enarbolado en la Comuna de París a los rebeldes Kanakos cuando éstos se sublevaron en 1878; en otro orden de solidaridad, también les proporcionó algunos consejos bastante prácticos, el primero: «corten enseguida las líneas del telégrafo».

11 Lo ilustra con una suerte de poema en prosa: <> En la misma línea, finaliza su artículo narrando la historia de Mohamed Farag, quien viajó a Jordania para asistir a una boda pero fue detenido por la CIA y torturado durante 19 meses en un régimen de aislamiento tan amoral que, en las palabras del infortunado preso, «cada vez que veía una mosca, me llenaba de alegría». A lo que Alba Rico añade este comentario con el que termina su artículo: «Que no se entere, por favor, la CIA. O puede ocurrir que los centenares -o miles- de desaparecidos en cárceles secretas vean cumplido este deseo y tengan que expiar su inocencia en una celda invadida por una plaga de moscas». Santiago Alba Rico, «Deseo tener más deseos. Utopías cumplidas», en Rebelión/Cuba Debate/ InSurGente, 03.I. 2008 (edición cibernética)

12 A fin de cuentas, es cierto que Oksidente es fiel heredero del cristianismo, religión que ha conseguido ser hegemónica gracias a su continua adaptación a la hipocresía de los tiempos: cuando tocaba ser belicista, lo era más que nadie -recuérdese el invento de las Cruzadas- y cuando toca ser pacifista, pretende que lo es desde hace dos mil años.

13 El melifluo vocalista Jacques Dutronc es uno de sus representantes más conspicuos. Por cierto, en la prensa española de enero 2008, aparecieron algunas reseñas sobre el lanzamiento del primer disco de Thomas Dutronc «el hijo de Françoise Hardy y Jacques Dutronc». Según una de ellas, «no es el típico hijo de famosos que se aprovecha de su apellido». Ojalá. Porque, si se cumple lo del palo y la astilla y le toca otro Mayo, Thomas haría el mismo ridículo que hizo su progenitor.

Otro que tal baila es el llamado cantautor Adamo, para el rebaño cosmopolita «el trovador de las sienes plateadas», y para quienes suscriben, uno de los productos más cursis salido nunca de las fábricas de música, amén de un descarado sionista que achaca ¡a las víctimas! las culpas del genocidio palestino -óigase su tema Inch’ Allah-. Recientemente, un plumífero español le tituló «el poeta de una generación», amén de declararse extasiado ante «su potencia creadora, su sabiduría escénica, su experiencia como intérprete, la sencilla dulzura de sus acordes, su sólida formación musical». Etc. Según el mismo epígono del peor sesentayochismo, por todo ello, «expresó el impulso amatorio de muchos jóvenes … con cortesía francesa, elegancia italiana y pasión hispánica» [sic, no es chiste] amén de que «la elocuencia de su música sigue convenciendo porque se asienta sobre la cordialidad»; o quizá porque, corrección política obliga, «se onfiesa solidario y amante de la paz» (El País, Madrid, 15.VIII.2007). Hartos de tanto almíbar, solo podemos añadir: «Pues, como ya hicimos en el 68, nos cagamó en Adamó».

14 Por si fuera poco delito, el único que recordamos reiteradamente es bastante banal; hoy lo compartimos porque algún avispado comentarista le sacará su buen jugo. Le voilà: uno de los lemas más coreados fue Ce n’est pas qu’un debut, continuons le combat!, [Es sólo un comienzo, el combate continúa] dístico de ritmo extraño que, además, no rima. Pues bien, pocos meses después, cuando ya no había grandes manifestaciones, fue sustituido por el lema Ce n’est pas qu’un debut, le combat continue!, que sí rima. ¿Porqué a nadie, y éramos millones, se nos ocurrió cambiarlo a su debido tiempo?

15 Por ejemplo, el Comité de Acción del Teatro l’Epèe du Bois (París) creó una suerte de romance en seis estrofas cuya letra comenzaba: «J’ai vu des hommes matraqués / j’ai vu des femmes bousculées / J’ai vu des grenades claquer / J’ai entendu la foule hurler». Estribillo: «Ah!, le joli mois de mai à Paris / Ah!, le joli mois de mai à Paris». La última estrofa rezaba: «Nous bâtirons une societé / Oú chacun sera libre et entier / Responsable de sa destinée / Et du sort de l’humanité».

16 M. Azcárate (1916-1998), después de toda una vida al servicio del estalinismo, fue expulsado en 1981 del PCE enquistándose de inmediato en la intelligentsia socialdemócrata española donde se erigió en puente entre el comunismo de Estado y la Institución Libre de Enseñanza. Cuando falleció, el diario El País le homenajeó como propio -era su «editorialista y analista internacional»- y los plumillas de ese entorno tampoco escatimaron loas hiperbólicas. Algunos de lo obituarios se titularon: «Una inteligencia laica», «Periodista y resistente», «Las esperanzas de un derrotado», «El que no traicionó», «Lúcida memoria», etc.

Otro saboteador fue el entonces famoso radiofónico Alberto Oliveras, chisgarabís que se nos presentó una noche en la sede del Comité español de la Sorbona exhibiendo una preciosa mancha de tinta afectadamente vertida en su impoluta camisa. Quiso saber nuestras filiaciones pero se negó a prestarnos un minuto de radio en directo. En consecuencia, nos proporcionó el inmenso placer de expulsarlo de la Sorbona, culpable del delito de confundir la coquetería con el arte. Otro personajillo de infelice recordación fue Fernando Arrabal, tímido hasta la psicopatía, quien se mostró incapaz de intervenir en las asambleas y ni siquiera de garabatear una pintada en una pared oscura. Eso sí, sobornaba a otros para que pintaran sus lemas, insulsos hasta la vacuidad. Harto de que nadie le hiciera caso, muy pronto agarró su Citroën Dos Caballos rojo y se perdió en esa nada de la que nunca más regresó.