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El caso de los ataques a la comunidad GLBT, por parte de comunidades religiosas en Ecuador

¿Puede justificarse la persecución de minorías desde la cristiandad?

Fuentes: Rebelión

El filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein desarrolló en la segunda etapa de su carrera el concepto de los «juegos del lenguaje», según la cual los códigos de comunicación de la especie humana cobran sentido según las reglas de entendimiento social en las que sus procesos de comunicación están inmersos, de la misma manera en que las […]

El filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein desarrolló en la segunda etapa de su carrera el concepto de los «juegos del lenguaje», según la cual los códigos de comunicación de la especie humana cobran sentido según las reglas de entendimiento social en las que sus procesos de comunicación están inmersos, de la misma manera en que las reglas del ajedrez le dan significado a la ficha del alfil en un tablero. En efecto, un alfil no significa nada si es una pieza aislada olvidada en un jardín, (o significa algo distinto), pero si esta está en medio de un tablero bicolor y a punto de asesinar al rey, cobra un significado específico. Así debe entenderse el lenguaje humano. Según Wittgenstein, no existe un lenguaje personal. Todo cuanto decimos lo decimos en función de un «otro» y esta interrelación, esta intersubjetividad, ha de determinar los sentidos y los significados.

Otro pensador, llamado Gadamer, pone como ejemplo a la estrella de la mañana. Esta significa una cosa completamente distinta, que el lucero del atardecer. Ambos son el mismo planeta, Venus, pero su significado es claramente distinto dependiendo del contexto en el que es visto. Para graficar mi punto voy a dar un ejemplo más cotidiano: cuando era adolecente mis amigos del colegio y yo nos congregábamos en «la hermandad los chucha su madre». Cuando nos encontrábamos saludábamos histriónicamente exclamando «chucha tu madre». Esa era una fraternal forma de demostrarnos, digamos camaradería, era un código común entre nosotros. Sin embargo le desafío a usted lector a que se acerque a un caballero de 100 kilos en la calle y le grite en la cara «chucha tu madre», el resultado puede ser nefasto. Son las mismas palabras, sí, pero el juego del lenguaje es otro. Me parece que con estos tres ejemplos aclaro la primera parte del punto a tratar.

Con la cristiandad ocurre algo similar, los textos cristianos del siglo I se escribieron en un contexto de subalternidad, desde autores (hagiógrafos) que se encontraban en situación de persecución, y estaban dirigidos hacia lectores que también estaban siendo perseguidos por sus creencias, (recordemos la noción del «lector ideal de Umberto Eco», es decir el lector en el que piensa el autor cuando escribe). Ni los autores, ni los receptores de los escritos neo testamentaros eran gestores de poderes políticos o militares. Al contrario, se consideraban a sí mismos seguidores de las predicaciones de un maestro outsider, que había sido obrero de construcción (tecnon), y cuyos discípulos eran pescadores, molineros, prostitutas, o incluso estafadores arrepentidos.

Entonces empecemos entendiendo una cosa, el juego del lenguaje según el cual las enseñanzas cristianas y apostólicas cobra sentido es el de la subalternidad, y el sometimiento a la persecución, de parte de los poderes oficiales del mundo. No existe ningún indicio exegético (y esto lo conocen los teólogos ya sean católicos o protestantes) que las escrituras cristianas de los siglos I y II se hayan desarrollado para perseguir o juzgar alguna minoría. Al contrario, se escribieron para acoger perseguidos, esclavos, pobres y subalternos de su tiempo. Los textos cristianos no marginan, ni llaman a la persecución de nadie.

Para ilustrar lo dicho anteriormente, tomemos el típico caso de la homosexualidad. La Carta a los Romanos del Apostol Pablo, reconoce que toda la humanidad está sujeta bajo el mismo principio, es decir que el género humano está igualmente necesitado de redención y que «no hay un solo bueno», es decir no hay mejores personas que otras desde un sentido teológico, en la epístola. Romanos 1 menciona temas como la homosexualidad. Sí. Pero no lo hace para denotar que los homosexuales sean particularmente peores que los demás, lo hace para ilustrar, a los ojos de su época, que en sí mismo el género humano es susceptible de redención. Como género humano, no desde la particularidad de la heterosexualidad. Sin embargo la carta sí denuncia lo conflictivo de juzgar a los demás: Romanos 2:1 «Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo». Es decir, el género humano está sujeto por igual a esta categoría negativa a la que las epístolas llaman pecado («según la biblia hasta ir al baño es pecado» nos dijo el Reverendo Alegría de los Simpsons, denotando una seria verdad teológica), sin embargo la cristiandad es la doctrina que busca la redención de la especie, dejando, como es lógico el Juicio a Dios, y la justificación al Cristo.

Desde lo dicho anteriormente podemos decir claramente que el juego del lenguaje desde el que el cristianismo bíblico fue desarrollado, no puede ser entendido desde un espacio de persecución, intimidación, ni de discriminación hacia grupos subalternos, porque entonces esas mismas palabras pierden significado (recordemos el ejemplo del alfíl fuera del tablero), si se quiere podemos tomar como referencia la figura de Gadamer al referirse a Venus. Puede que se trate del mismo planeta en que vemos en la madrugada o en anochecer, puede que sea el mismo venus, pero por supuesta que significan cosas distintas, el amanecer que la oscuridad. No hay ninguna posibilidad de justificar la persecución hacia los homosexuales, u otros grupos humanos usando las doctrinas cristianas como justificativo.

Andrés Ortiz, Post Doctorado de la Universidad de Kentuky, Doctor en Ciencias Políticas FLACSO Ecuador, Autor de La Sociedad Civil Ecuatoriana en el laberinto de la Revolución Ciudadana, y la Novela Fatamorgana.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.