«Mañana perseguirán a otra cerda por la aldea» ( aber morgen wird eine andere Sau durchs Dorf getrieben ), me respondió mi compañero de piso sin mucho interés cuando le pregunté por la polvareda que ha levantado el poema recientemente escrito por Günter Grass con su «última tinta». [1] Incluso los propios alemanes, que perciben […]
«Mañana perseguirán a otra cerda por la aldea» ( aber morgen wird eine andere Sau durchs Dorf getrieben ), me respondió mi compañero de piso sin mucho interés cuando le pregunté por la polvareda que ha levantado el poema recientemente escrito por Günter Grass con su «última tinta». [1] Incluso los propios alemanes, que perciben el affaire como el enésimo debate mediático sobre la cuestión que quedará nuevamente inconcluso, empiezan a estar cansados del asunto, aunque no puedan expresarlo abiertamente en público. Desde que el Süddeutsche Zeitung publicó «Lo que hay que decir» (Was gesagt werden muss) el pasado 4 de abril, reproducido en El País de ese mismo día en traducción de Miguel Sáenz, sobre el escritor alemán se ha desatado lo que los estadounidenses denominan gráficamente «una tormenta de mierda» (shitstorm). Israel ha llegado a declarar a Grass persona non grata y ha reclamado que se le retire el premio Nobel. [2]
«Un gran poema no es. Y tampoco un brillante análisis político», escribe en el Spiegel Jakob Augstein, que de inmediato agradece a Grass haber abierto un debate público sobre la posición alemana con respecto a Israel, especialmente ahora, cuando redoblan los tambores de guerra en Oriente Próximo. [3] Pero lo cierto es que este debate está cerrado desde hace tiempo: como en toda Europa, la mayoría de la población alemana condena las acciones bélicas de Israel y respalda la creación de un estado palestino y su gobierno y sus medios de comunicación hacen exactamente lo contrario. Sin duda las condiciones en Alemania son extraordinarias y se actúa bajo la presión de la memoria del Holocausto, una presión que, dicho sea de paso, el resto de países europeos se encarga de aumentar a placer -a sabiendas que los alemanes son tradicionalmente (con permiso de los rusos) el objeto de odio más amado de toda Europa-[4] con el fin de aligerar su propio historial de antisemitismo: no sólo, de manera notoria, el de Francia o Polonia, sino también el sutil antisemitismo británico que bloquea desde hace décadas el acceso a puestos de responsabilidad gubernamentales a hombres y mujeres de origen judío.
Lo que resulta enervante del «caso Grass» es -además de, por supuesto, cómo los medios de comunicación cierran filas en torno al caso- la tosquedad de los argumentos empleados. Al autor de El tambor de hojalata se le ha acusado por su denuncia de la ciega política belicista del gobierno de Israel, que podría desencadenar un conflicto regional de consecuencias imprevisibles, de, para variar, antisemita. Una vieja artimaña retórica conocida como argumento ad hominem. Ningún plumilla ha refutado hasta la fecha con éxito lo expuesto por Grass en su poema y el debate se ha centrado en su pertenencia a las SS cuando tenía 17 años, en su presunta decadencia literaria o su vinculación histórica con el centro izquierda del país. Y fíjense si el uso de este término ha llegado a unas cotas de impudor nunca vistas, que hasta Moshe Zuckermann, profesor de historia y filosofía en la Universidad de Tel Aviv, habló en el taz de un uso «irresponsable» e «inflacionario» del término. En su artículo, Zuckermann denuncia desde cómo los académicos se acusan mutuamente de «antisemitas» con el único fin de destruir la carrera del otro hasta la instrumentalización política del término a manos del gobierno israelí y las organizaciones sionistas para sus propios fines neocoloniales. Según Zuckerman, por culpa de este uso «uno acaba encontrándose en el mismo bote que los colonos fascistas en los territorios ocupados por Israel, que agradecen el apoyo de una parte de las fuerzas islamófobas en Europa y en Estados Unidos; con los racistas cotidianos israelís, que equiparan toda condena «desde el extranjero» de su pensamiento y trato inhumanos con antisemitismo; con el actual primer ministro de Israel, que ha contribuido como pocos en los últimos días a manchar la memoria de la Shoah, instrumentalizándola para poder continuar su política de ocupación sin trabas; con Ariel Sharon, uno de sus predecesores en el cargo, que durante años sostuvo que toda crítica procedente de Europa hacia él, especialmente con relación a su perjudicial política de ocupación en Cisjordania, forzosamente era antisemita.» Y más adelante, añade: «por no hablar de los intelectuales judíos que viven en Alemania, que han explotado a fondo su condición de judíos y el temor de los alemanes a ser apostrofados como antisemitas con tanta perfección que han conseguido una posición hegemónica en la creación de un pensamiento dominante «judío» así como el derecho a intimidar a cualquiera que se interponga entre sus intereses reaccionarios e imposiciones ideológicas.» [5]
Efectivamente, el sionismo ha cerrado definitivamente el círculo como ideología: todo lo que no concuerde con él cae en el campo del enemigo. Con ello, Israel no sólo se aísla cada vez más de sus vecinos en la región, sino de la comunidad internacional. Peor aún: este uso instrumentalizado del Holocausto es mucho peor que imprudente o temerario, pues perjudica seriamente la memoria de los crímenes nazis, vaciándola de contenido histórico para utilizarla como chantaje moral a la opinión pública. Cuesta imaginarse que los millones de judíos que murieron en los campos de exterminio lo hicieran para que los halcones del gobierno israelí puedan bombardear libremente a los pueblos vecinos. De hecho, muchísimos de los judíos que murieron en los campos de exterminio no sólo no eran sionistas, sino que muchos de ellos ni siquiera se sentían judíos -la pertenencia al grupo les fue impuesta, en muchas ocasiones de manera arbitraria, por los nazis en base a su religión, pero también a partir de criterios raciales carentes de todo fundamento científico-, sino, ante todo, ciudadanos de pleno derecho de sus respectivos países de origen (incluida Alemania) y en ocasiones ni siquiera eso, ya que muchos de los asesinados eran declarados militantes socialistas y comunistas cuyo credo era el internacionalismo. Es sobradamente conocido el hecho de que una parte considerable, si no esencial, del movimiento obrero en Europa central y oriental de la primera mitad del siglo XX estaba compuesta por trabajadores de origen judío (bolcheviques como Leon Trotsky, Grigori Zinóviev, Karl Radek, Moisei Uritsky o Yákov Sverdlov, que jugaron un papel fundamental en la Revolución de Octubre de 1917, procedían de familias judías). Nada de ello impidió que hace un mes Benjamin Netanyahu mostrase teatralmente en una conferencia organizada por la AIPAC -la American Israel Public Affairs Committee, el más poderoso lobby proisraelí en Estados Unidos- dos cartas de 1944 en las que EE.UU. se negaba a bombardear Auschwitz en un burdo paralelismo que justificaría el futurible bombardeo de Irán. [6] Las víctimas del Holocausto merecen nuestro mayor respeto. Este tipo de gestos no honra su memoria, es un insulto a su memoria.
Las desproporcionadas reacciones al poema de Grass no sólo han evidenciado los términos del debate, sino que también han servido para poner al descubierto el doble rasero del gobierno alemán con respecto a su propio pasado reciente. Mientras Angela Merkel declara que la defensa del estado de Israel es «razón de estado» de Alemania -para encontrar una declaración semejante hay que retroceder hasta la constitución de la RDA, según la cual «la República Democrática Alemana está unida de manera irrevocable y para siempre con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas»- y su gobierno suministra al ejército israelí vehículos y submarinos militares, sigue sin reconocer el genocidio de los pueblos herero y nama en la antigua colonia de África del Sudoeste alemana (actual Namibia). El 22 de marzo La Izquierda presentó en el Bundestag una propuesta para el reconocimiento y reparación de los crímenes cometidos por Alemania en sus colonias a comienzos de siglo XX. La propuesta fue rechazada con los votos de conservadores y liberales y la abstención de socialdemócratas y verdes. [7] La votación no interesó a ningún medio de comunicación, nadie se escandalizó por el sentido del voto de los partidos representados en la cámara y ningún intelectual (ni alemán ni de ningún otro lugar) se alzó en tribuno de los pueblos herero y nama.
Notas
[1] Günter Grass, «Lo que hay que decir«, El País, 4 de abril de 2012. Traducción de Miguel Sáenz. [2] «Israel declara al escritor Günter Grass persona non grata por una poema crítico«, El País, 8 de abril de 2012. [3] Jakob Augstein, «Es musste gesagt werden«, Spiegel, 6 de abril de 2012. [4] Jorn Kabisch, «La germanofobia regresa a Europa«, Sin Permiso, 27 de noviembre de 2011. [5] Moshe Zuckermann, «Wer Antisemit ist, bestimme ich!«, die tageszeitung, 10 de abril de 2012. [6] Philip Weiss, «Netanyahu says, You also refused to bomb Auschwitz«, Mondoweiss, 6 de marzo de 2012. [7] «Bitternis und Wut«, junge Welt, 24 de marzo de 2012.
Àngel Ferrero es miembro del Comité de Redacción de SinPermiso.
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4878