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¿Qué decían antes los progresistas?

Fuentes: Rebelión

Hasta el momento el neoliberalismo no ha resuelto nada; es más, lo ha empeorado. Mientras la riqueza se concentra cada vez en menos manos, el resto se pauperiza sin que este proceso tenga visos de cambiar de sentido. Tomando distancia histórica, está claro que ha habido muchos tipos de socialismo (y de nombres) y ninguno de ellos puede afirmar que su modelo haya triunfado tal como se diseñó en un principio. Tanto a su izquierda como a su derecha. Mientras que la derecha es una unidad de intereses (los de la propiedad), la izquierda es una diáspora de proyectos. Quizás por ello sería oportuno reflexionar sobre cómo se comenzó y a dónde se ha llegado. Hay muchos aspectos que tratar, pero creemos que hay que realizar dos divisiones previas para mejor expresión.  

La primera es de carácter geográfico. No es lo mismo hablar de socialismo referido a los denominados países desarrollados, que hacerlo respecto a países que se suponen en vías de desarrollo. Esto, siendo esencial, frecuentemente se olvida. Se evalúa de igual forma a un país que ha sido colonialista que a otro que ha sido colonizado, sin tener en cuenta las rentas o pérdidas acumuladas históricamente. Esta división tampoco ha de ser tomada como totalmente objetiva e inamovible. Las llamadas democracias desarrolladas podrían sufrir retrocesos graves que requerirían enfoques distintos. Posiblemente estemos en tránsito hacia esa situación.  

La segunda atiende a sus contenidos. Muchos de los retrocesos de las fuerzas progresistas se deben a que ha olvidado a sus clásicos y parte importante de su doctrina. Negociad todo lo que queráis, decían aquellos, menos los principios. Podemos vender un riñón pero no la columna vertebral. Un término sustitutorio, vacío de contenido, del que se ha abusado sobre todo en España, ha sido el de modernidad, que es tanto como decir “lo que ahora hay”. Las doctrinas funcionalistas no tendrían inconveniente alguno en asumirlo, dada la escasa capacidad transformadora de la palabra.  

De todo el barullo que se lee en libros y periódicos mayoritarios, que se ve y oye en programas de televisión y de radio –y que son los que más huella dejan–, parece que destacan dos coordenadas esenciales que se complementan y a la vez contraponen: la de libertad y la de igualdad. Estas dos coordenadas tienen así mismo dos manifestaciones más concretas, la de los derechos civiles y la de los derechos sociales, respectivamente. Dando un paso más podemos recordar que Max Adler, socialista austriaco, distinguía entre democracia política y democracia social (y democracia económica, habría que añadir, tal como se verá). En la actualidad esta diferencia se ha intentado desleír, es decir, ha habido un retroceso doctrinario que los socialdemócratas más moderados que gobernaron en el pasado, como se verá, no habrían asumido. 

Dentro de este capítulo, y para no olvidar qué tipo de sociedad se ideaba, Bruno Kreisky, refiriéndose al programa de Viena, no tiene empacho en decir que “los socialistas quieren la desaparición de las clases y repartir de modo justo el producto del trabajo comunitario. El socialismo es democracia ilimitada en los aspectos político, económico y social. El socialismo es democracia completa”. Sobre la propiedad de la empresa hay demasiados mitos (mentiras) que sólo otorgan méritos a la acción privada, ignorando a los restantes modos y combinaciones de propiedad.  

Sobre la relación entre derechos civiles y derechos sociales se puede decir que hay fuerzas consideradas progresistas que atienden a los primeros y desarrollan políticas laxas respecto a los segundos. Esto les permite actuar como conservadores y aparecer como progresistas. La izquierda ha renunciado a su capacidad dialéctica. Cuando la derecha se jacta de ser liberal y conservadora a la vez, habría que añadir: sí, para aumentar plusvalías y retener privilegios. Pero en la atonía de terceras vías se ha olvidado que la izquierda, a un ritmo u otro, era y debe ser una fuerza con pretensiones transformadoras.   

Lo de los aspectos extrínsecos es muy importante. Muchos socialismos no han fracasado o no han obtenido todos los resultados que pretendían no por errar en sus planteamientos, sino por ataques externos muy poderosos. No basta con hacerlo bien. Recordemos a Salvador Allende. A nuestro modo de ver sus pretensiones estratégicas eran correctas y atractivas, promover un sistema político en Chile que atendiera a las mayorías, es decir, crear una democracia con libertad y justicia social a la vez. Pero no tuvo en cuenta el aspecto táctico: que sus “tropas” eran bastante más débiles, desorganizadas y divididas que las del enemigo, el cual, además, estaba apoyado por fuerzas exteriores (factor extrínseco) muy poderosas. 

La rama libertad y derechos civiles parece que es la menos problemática de cara a los contrincantes de derechas. Incluso sirve, como decíamos, para justificar la inacción en áreas vitales. La libertad tiene una manifestación muy importante en el mercado (libre, dicen) y apenas toca la cartera de los poderosos. Hay quienes sostienen que en la II República los empresarios más perspicaces se reían de la cuestión religiosa en cuanto no les afectaba económicamente, y encima servía para dividir a los trabajadores y enfrentar a muchos creyentes no monárquicos con el nuevo régimen. ¿Por qué iba a preocuparles? Francia era un país netamente burgués y la separación Iglesia — Estado no les perjudicó en nada. Más bien al contrario, en cuanto hay verdades económicas muy poco cristianas, como el préstamo usurario, vetado por muchas iglesias. Más bien habría que decir que siendo un problema posiblemente soslayable, la derecha del momento supo convertirlo en esencial, y la República cayó en la trampa. Esto sin olvidar, claro, que la Iglesia era un poder hostil y encima con influencia muy poderosa en la educación del país.  

Hoy, determinados asuntos están siendo manipulados instrumentalmente por la derecha, de forma que adquieran mayor conflictividad de la que realmente requieren; no creemos que a empresarios y demás poderes económicos y financieros les preocupe demasiado el aborto, la eutanasia, la cuestión sexual o de género, la prostitución y demás cosas por el estilo. Además, saben apañárselas adecuadamente para conseguir las desviaciones que más les convenga: no es lo mismo pretender la igualdad salarial entre hombres y mujeres, a secas, que promover la igualdad de oportunidades, tal como la que en su momento planteaba la Sra. Clinton. Si se piensa bien, se esconde un asunto de clases. Dar becas (que en realidad paga el Estado, es decir, todos nosotros) a las mujeres genio significa un beneficio económico, y encima crea un aliado de clase, un miembro más de la élite. Establecer salarios iguales para las limpiadoras sí duele al bolsillo empresarial.  

Por el contrario, la cuestión social sí resulta conflictiva. En este aspecto no caben componendas; ahí el empresario se atrinchera sin que los parlamentos, incluidos los de mayorías progresistas, puedan hacer demasiado. Por un sitio o por otro, surge un impedimento legal o fáctico (la sombra del verdadero poder): o la política se judicializa, o la justicia se politiza, o los resultados electorales, según convenga, quedan mediatizados por organizaciones corporativas que nadie vota y que mucho pueden, etc. Eso cuando la población no apoya directamente a la derecha para que realice una reforma laboral que nos retrotraiga al siglo XIX. Hoy por hoy la cuestión social en España no progresa sino que retrocede. Hace más de una década ser mileurista significaba estar explotado, hoy es una suerte frente a otros sectores que están en peor situación (limpiadoras a 35 horas semanales por 700€ al mes, por ejemplo). La generación que comienza a extinguirse contaba con trabajo fijo y vivienda propia, y el tiempo en pagarla era menor. Hoy, salarios mínimos y alquileres máximos (y minipisos). En el propio lenguaje del derecho laboral ha habido un retroceso considerable que incluso afecta a principios que parecían consolidados, como el de los derechos adquiridos, que de un plumazo desaparecieron de la argumentación jurídica y jurisprudencial. No digamos si nos referimos a la fijeza en el empleo, negociación colectiva, despidos, indemnizaciones, representación de los sindicatos dentro y fuera de la empresa, convenios, higiene laboral, accidentes, muertes, horas extra, bajas médicas (hasta hace poco podían despedir estando de baja médica), etc. Ahora las baterías de la destrucción han enfocado a las pensiones públicas y a potenciar la sanidad privada por la vía del aburrimiento del usuario de la pública.  

Si somos sinceros, la socialdemocracia ha sido o barrida o como mínimo descafeinada. Barrida porque hay partidos socialdemócratas o socialistas democráticos que han ido reculando en sus principios hasta hacerlos irreconocibles. No son pocos los partidos socialistas que representan la antítesis de sus siglas, en cuanto han abrazado el “credo” neoliberal. En su tiempo la socialdemocracia estuvo cuestionada. Gestores del capitalismo, se decía. Comparados con el presente, hoy resultan hasta radicales. No obstante, esa declinación comenzó con cosas a las que no se les dio importancia, cuando tenían mucha y en profundidad. Willy Brand y Olof Palme se felicitaban en mil novecientos setenta y tantos por los principios asumidos por el partido socialdemócrata alemán en Bad Godesberg (1956). Willy Brand los transcribe, y manifiesta sin ningún género de reserva lo siguiente: “El socialismo democrático que en Europa encuentra sus raíces en la ética cristiana, en el humanismo, y en la filosofía clásica no pretende declarar verdades últimas”. Últimas no, simplemente las transcritas. ¿Era esto necesario para atraer a la clase trabajadora? (Olof Palme no renuncia a decir constantemente clase obrera). ¿Qué ética cristina? Muchos pensarán, en esta ola anglosajonizante, que la protestante; y en el caso alemán, la luterana. Es imposible realizar aquí un análisis sobre lo que realmente representa el protestantismo o cualquier otra religión. Baste decir que Lutero en realidad era un servidor de los príncipes alemanes en su lucha contra el Imperio español y la Iglesia que lo sostenía. Ninguno de ambos extremos, el alemán o español, el protestante o el católico, son asumibles por un movimiento emancipador que se desarrolla y perfecciona en el pensamiento científico. Un socialdemócrata no puede anteponer fe a razón, como sí hace un protestante (más que un católico, que dice sopesar los méritos personales del cristiano, es decir, sus acciones, para la salvación futura), ni olvidar cruzadas, guerras de religión, inquisiciones plurales, apoyos a dictaduras, etc. ¿Cómo podrá desenvolverse el partido socialdemócrata alemán, pensando como Lutero “que cualquier enseñanza que no encuadre con las escrituras debe ser desechada aunque haga llover milagros todos los días? Lo mismo ocurre con el humanismo (¿el del colonialismo; el de dos, tres guerras mundiales?). Respecto a la filosofía clásica, hasta que no llega el socialismo científico era cuasi religión. Kant, no pudiendo avanzar más en esa línea, encuentra la solución en el agnosticismo, que después de todo es un idealismo más. Estas son las partes más visible de la cuestión a las que se les ha restado importancia. ¿Qué importa Hegel o Engels? Pues sí que importan, sólo basta ver el estado del pensamiento actual: puro desierto. Y lo más preocupante es que no se le dé importancia, bien por miopía, bien porque se es otra cosa.  

Si tratamos el asunto del sistema económico sorprende que a partir de los ochenta, es decir, en tiempos de crisis aguda, cuando surgen los Reagan y las Thatcher, el lenguaje y las ideas palidezcan tanto y comience la declinación de la izquierda. Si comparamos este lenguaje con el de la crisis de 1973, y recurriendo a dirigentes manifiestamente moderados, no sospechosos de revolucionarismo alguno, podemos leer frases como las siguientes: 

Bruno Kreisky; “En Austria tenemos, en parte, una producción propia de petróleo a través de nuestra industria estatal y además disponemos de instrumentos necesarios para llevar a cabo una política de reservas energéticas: las compañías petrolíferas estatalizadas…” 

“Si el Estado no tiene por lo menos una influencia parcial en la importación de materias primas básicas para la economía, el país corre el peligro de ser una presa muy fácil para las grandes compañías que controlan los mercados mundiales…” 

“… Hoy en día ya nadie puede afirmar que sería una medida muy radical si el Estado decidiera valerse por sí mismo en el sentido de intervenir en la importación de materias primas básicas, sobre todo después del comportamiento de la economía privada en la última crisis (se refiere a la del petróleo del setenta y tres)… por lo demás no sería una socialización en contra de la voluntad de la gente… contamos con el apoyo de la mayoría y, en el fondo, esto es lo importante para nosotros ”. 

De estas frases surgen las siguientes preguntas: 

¿Realmente la mayoría prefería les empresas privadas a las estatales? ¿Qué se había hecho –o no se había hecho– para que este contrasentido ideológico se diera? La empresa privada es eso, una propiedad privada cuyo objetivo es el lucro, el aumento de la plusvalía y la liberalización de todo aquello que le ate las manos frente a sus empleados y frente al Estado; por el contrario la empresa nacionalizada es lo contrario, una propiedad de la nación. ¿Dónde está el patriotismo que se invoca cuando conviene?  

Por otro lado ¿qué relación hay entre la gente y los partidos, sobre todo los de izquierda? ¿Es el partido de izquierdas la conciencia consciente de los trabajadores en particular y del pueblo en general, o es una antena sin criterio destinada a recoger los impulsos de esa gente, que muchas veces –la mayoría de las veces—son el eco inconsciente de lo que quieren los medios de comunicación privados?  

Si en los tiempos de crisis no se manifiesta con total evidencia la razón de la izquierda, cuándo  sucede esto?  

Pero hay otros aspectos menos visibles que el neoliberalismo ha convertido en verdades indiscutibles sin que encuentre resistencia. Por ejemplo, el de la paz. Para el mundo de hoy, pese a las evidencias, no hay problemas con ella. Y si los hay, son colaterales. Sabemos que la socialdemocracia desea pegarse al terreno, prescindir de utopismos que son eso, viajes a ningún lugar. El socialismo parece un viaje por lo alto de una cordillera flanqueada por sendos valles. Qué difícil es guardar el equilibrio y recorrerla por la cima sin caer en uno de los dos valles. Hay errores históricos que proceden precisamente del debilitamiento de los principios (y de la teoría: se ha olvidado, por ejemplo, qué significa praxis). La socialdemocracia era internacionalista, ese era el resultado, la conquista, de su análisis científico, y la clase primaba sobre la nacionalidad. Pero la mayoría de los partidos socialdemócratas, en una reacción nacionalista, votaron en 1914 los presupuestos de guerra. Franceses se sintieron antes franceses que trabajadores. Alemanes, igual. Es ejemplar la actitud adoptada por Romain Rolland, primero sometido al ostracismo más severo tanto por intelectuales franceses como alemanes; después premiado con el Nobel (1918) para subsanar la gran injusticia cometida con él. En eso el socialismo español fue más consecuente: no cayó en el patrioterismo belicista cuando estalla la guerra en Marruecos. Rolland, humanista sincero, es a la vez un hombre realista. Su divisa es “No acepto”, pero proclama que “héroe es aquel que hace lo que puede; los demás no lo hacen”. Cuando le reprochan su antipatriotismo responde: “A cada uno lo suyo: a los ejércitos la defensa del suelo patrio. A los intelectuales, la defensa del pensamiento, Si lo ponen al servicio de las pasiones … corren el peligro de traicionar al espíritu”. ¿Lo contrario era humanismo, cristianismo? ¿Luchando por la paz la socialdemocracia habría perdido más? Se dice que murieron diez, veinte millones de seres y que se perdió cuatro veces el PIB europeo del momento. ¿Más que esto, y todo por defender unos imperios coloniales caducos y antítesis de cualquier principio decente? Nada de esto se recuerda ni analiza actualmente, y sin embargo es necesario para recapitular y encarar pacíficamente el futuro.  

Ante las tensiones geopolíticas actuales, hay que recordar qué era la socialdemocracia en sus orígenes: la conciencia de la clase trabajadora, y aún más, un órgano pensante racionalista, dialectico, sin verdades unilaterales. Quizás no reflexionaron suficientemente los que se dejaron llevar por pasiones transitorias y oportunistas. Una reflexión actual, pendiente, es la del unilateralismo frente al multilateralismo; la del unipolarismo frente al multipolarismo. Los pactos de Munich llevaron a sesenta millones de muertos en la II Guerra Mundial. ¿Qué movimiento progresista quiere cargar con responsabilidad semejante o aún peor? 

Hablar de paz como si fuera un problema secundario, ajeno a los problemas de gobierno, es apartarse de ese cientificismo que el socialismo pretendía o pretende. La guerra no es, por lo general, un acto heroico, sino la última forma de apropiarse de lo que no es de uno, o de defender lo que es propio. Todo está relacionado, y unas propuestas esconden otras. Que el 8,2 por ciento de la humanidad posea el 85 por ciento de la riqueza significa que no hay paz, que no se dan los elementos de justicia necesarios. Una multinacional extranjera se lleva el 99 por ciento de los beneficios del oro guatemalteco. Esos beneficios, que seguramente revierten a la nación extractora, son los que le permite proclamarse exitosamente neoliberal. ¡Claro que triunfan! Pero ¿a costa de qué, de quién? No en balde Wily Brand, nada sospechoso de radicalismo, como hemos visto, dijo que era hora de comenzar a tratar el asunto de las multinacionales. Esto, hoy, suena incendiario.  

Por su parte, Palme se equivocaba cuando decía: “De todos modos estoy de acuerdo en que allí donde la democracia ha echado raíces es imposible el retroceso”. No, no estaba garantizada ni su propia vida. Y si no ha muerto la democracia en su conjunto, han muerto medidas socialdemócratas que se planteaban esperanzadoramente: la cogestión (¿eso qué es?), la planificación respecto a sectores estratégicos del país (Wily Brandt, otra vez), el medio ambiente, la participación de los trabajadores en los beneficios de las empresas, y mucho más,  

Brandt, así mismo, dice: “Después de la gran oscuridad, de Auschwitz, de Hiroshima,  de Nuremberg, de My Lay, hemos aprendido hasta que extremos de barbarie puede retroceder el hombre, cuan poderosas son las fuerzas que se oponen a la organización de la paz en una sociedad digna”. Y eso que no había imaginado que gobiernos de composición neonazi saldrían de esos laboratorios secretos que contienen toda clase de virus políticos para ser extendidos y erradicados a conveniencia. Además, esa oscuridad no ha desaparecido. Al día mueren más de cuarenta mil personas, la mitad niños, por causas evitables, mientras otros pocos pueden comprar países enteros. Las guerras se han multiplicado. No es el fin de la historia, pero esta desmovilización del pensamiento, esta complacencia en un estado de bienestar precario, esta felicidad de plástico, no tiene nada que ver con los pensadores originarios del socialismo o de la socialdemocracia.  

Añadamos a todo esto que una época casi unipolar acaba, y surge el multipolarismo, lo cual va a poner al mundo frente a decisiones muy comprometidas, tanto en el aspecto práctico como en el moral. ¿Seguirá cierta izquierda invocando el occidentalismo y el atlantismo como remedios  de paz milagrosos mientras los grandes rectores repiensan el si vis pax para bellum?A la conciencia de cada uno queda

Jean Ziegler, exrelator especial de la ONU  y actualmente vicepresidente  del Comité asesor del consejo de derechos humanos de las Naciones Unidas en su día dijo que “cada muerte de hambre en el mundo supone un asesinato”. En 2012  declaró que “vivimos en un orden mundial criminal y caníbal donde  las pequeñas oligarquías del capital financiero deciden de forma legal quién va a morir de hambre y quien no”. Para crear curiosidad no repetimos sus palabras sobre las deudas ilegítimas (entre las que incluye la de España).Jean Ziegler es miembro del partido socialista de Suiza. Lo que decíamos al principio: hay muchos tipos de socialismos y de socialistas, y hay muchos tipos de socialismos que no lo son. ¿Somos conscientes de a cuál de ellos pertenecemos?  

Terminamos. Decíamos que sorprende que en tiempos de crisis la mentalidad que domine sea la de derecha y no la que puede solucionar, o al menos aminorar los problemas sociales. No decimos nada sobre la extrema derecha porque en realidad en esto hay otra sutil manipulación destinada a situar a la derecha que por ahora importa, en el centro. Los partidos de extrema derecha en España no son como los de otros países. Nuestra extrema derecha es altamente privatista, globalizadora y atlantista, por lo cual no asusta a los grandes poderes. Si no fuera así no habría tenido el auge que tiene. Pero esta idea no era la final: la idea final es que no debe extrañar la mentalidad que impera. Los medios de comunicación realmente progresistas son mínimos, y encima solapados por medios pseudoprogresistas que proponen cosas como la que sigue: América, vuelve a ser la de antes. Curiosa campaña progresista que quiere quevolvamos a periodos anteriores cargados de guerras y de prepotencia.  

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.