Estamos en el primer capítulo del libro: «Capitalismo y ‘marxismo». Veremos las razones por las que MH entrecomilla el término marxismo. Tres apartados: 1. ¿Qué es el capitalismo? 2. El surgimiento del movimiento obrero. 3. Marx y su «marxismo» (de nuevo entrecomillado). Me centro en el primer punto. […]
Estamos en el primer capítulo del libro: «Capitalismo y ‘marxismo». Veremos las razones por las que MH entrecomilla el término marxismo. Tres apartados: 1. ¿Qué es el capitalismo? 2. El surgimiento del movimiento obrero. 3. Marx y su «marxismo» (de nuevo entrecomillado). Me centro en el primer punto.
Las sociedades actuales, señala MH, están atravesadas por multitud de relaciones de poder y de opresión que se manifiestan de diversas formas. Sus ejemplos: relaciones de género asimétricas, discriminación racial, enormes diferencias de posesión, estereotipos antisemitas, discriminación de determinadas orientaciones sexuales, etc. Hay más. En Cataluña tenemos otros ejemplos.
Se ha debatido mucho sobre la conexión entre esas relaciones de poder y sobre si una una de ellas es más fundamental que las restantes. La observación de MH:
Si en lo que sigue se ponen en primer plano las relaciones de poder y de explotación fundadas económicamente, no es porque sean las únicas relaciones de poder relevantes. Pero no se puede hablar de todo al mismo tiempo. En la crítica de la economía política de Marx se trata fundamentalmente de las estructuras económicas de la sociedad capitalista, y por eso se sitúan en el centro de esta Introducción.
Sin embargo, nos advierte MH, uno no debería confundirse: con el análisis de los fundamentos económicos del modo de producción capitalista (MPC) no está dicho todo lo decisivo sobre las sociedades capitalistas. Hay más cera, hay más análisis, hay más aristas. MH fijará su atención, en todo caso, en las estructuras económicas de esas sociedades capitalistas con algunas incursiones fuera de campo sin que reduzca a ello la mayor complejidad de las sociedades capitalistas.
MH señala a continuación que el hecho de que vivamos en una sociedad de clases parece ser, sobre todo en Alemania, un asunto controvertido. Raramente se oye una palabra parecida a la expresión inglesa «working class», clase o clases trabajadoras. Tampoco en España es frecuente. Vicenç Navarro ha hablado sobre ello en repetidas ocasiones. Con razón. El término-mal concepto de clase media sirve para un cosido y para un fregado. Parece iluminarlo todo; es decir, confunde la mayor parte de las veces.
Y hablamos de clases trabajadores, no de la clase obrera. La noción o de expresión de clase obrera apenas aparece y cuando lo hace sirve para designar a los trabajadores industriales que están en peores condiciones y no siempre la aproximación es respetuoso o afable. Como si no pintaran para nada o pintaran muy poco.
Todas las sociedades que conocemos, sigue comentando MH, son sociedades de clases. Explotación significa, esta es su primera consideración, que la o las clases dominadas no sólo producen su propio sustento sino el de las clases dominantes. Estas viven a su costa. Las clases, sabido es, aparecen históricamente de formas muy distintas. Lo decisivo, en opinión de MH, es cómo funciona, cómo se ejerce ese dominio de clase y cómo rige la explotación en una determinada sociedad.
Desde esa perspectiva, el capitalismo, como modo de producción, se distingue de las sociedades precapitalistas (S.P.C) en un doble aspecto:
1. En las S.P.C. la explotación se basaba en una relación personal de dependencia y de poder: el esclavo era propiedad de su amo, el siervo de la gleba estaba sujeto al correspondiente señor feudal, etc. En cambio, en los países capitalistas desarrollados (un adjetivo que ahora añade MH sin explicar de entrada) no existe una relación de poder personal, por lo menos, añade, como norma. Por eso, señala, algunos economistas niegan la existencia de la explotación capitalista y prefieren hablar no de capitalismo sino de economía de mercado. En estas sociedades de mercado, señalan esos economistas, concurren diferentes factores de producción (capital, suelo, trabajo) y cada factor recibe la parte correspondiente del producto social conseguido (beneficio, renta de la tierra, salario). No cabe hablar propiamente de explotación (desde esa perspectiva).
2. En las S.P.C.la explotación de la clase dominada sirve de manera predominante para el consumo de la clase dominante. «La producción sirve de manera inmediata para cubrir necesidades; para cubrir las necesidades (forzosamente) simples de la clase dominada y las extensas necesidades suntuarias y bélicas de la clase dominante». Solo en casos excepcionales se usa la riqueza de la que se apropia la clase dominante para aumentar la base de la explotación (por ejemplo: renunciando al consumo excesivo para comprar más esclavos y obtener así más beneficios para satisfacer más necesidades o necesidades más sofisticadas).
Este, en cambio, es el caso típico de las sociedades capitalistas: la ganancia de la empresa capitalista debe invertirse nuevo para generar más riqueza en el futuro. El fin inmediato de la producción en el MPC no es la satisfacción de las necesidades sino la valorización del capital. Cada capitalista se ve forzado por la competencia de los otros en este movimiento incesante de ganancia: o invertir y renovarse o perecer como capitalista.
Esa es la norma que rige el MPC. No depende de la voluntad individual de cada capitalista. El «afán desmesurado de lucro», sostiene MH, no es una deficiencia moral de tal o cual capitalista. Es una necesidad para sobrevivir como tal. Una de sus tesis:
El capitalismo se basa en una relación de poder sistémica, que supone una coacción para todos los individuos que están sujetos a esa relación, tanto para los trabajadores y trabajadoras como para los capitalistas. Por eso se queda muy corta la crítica que se dirija al «afán de lucro desmesurado» de los capitalistas individuales pero no al sistema capitalista en su conjunto.
En casi todas las sociedades que han conocido el intercambio y el dinero ha habido capital, capital que devenga interés y capital comercial. Se puede hablar propiamente de capitalismo, señala MH, solo si el comercio y sobre todo la producción funcionan predominantemente de forma capitalista. En ese sentido, el capitalismo se da por primera vez en Europa. Las raíces del desarrollo capitalista se remontan hasta la Alta Edad Media. El desarrollo del capital en Europa experimentó su verdadero auge en los siglos XVI y XVII.
MH cita a este respecto un pasajes del primer libro de El Capital sobre «la época de los descubrimientos».
Junto a los capitalistas comerciales, se establecieron finalmente los capitalistas industriales. A finales del XVIII y principios del XIX empezó a desarrollarse este capitalismo industrial en Inglaterra. Posteriormente, ya en el XIX, en Francia, Alemania y Estados Unidos.
MH sostiene que tras el colapso de la URSS y la orientación de China hacia estructuras capitalistas de economía de mercado, el capitalismo a comienzos del siglo XXI no conoce fronteras geográficamente.
Es cierto que se no se ha establecido aún en todo el mundo (como muestra una ojeada a la mayor parte de Africa) pero no porque se haya encontrado con una resistencia, sino porque las condiciones de valorización no son igualmente favorables en todas partes, y el capital busca siempre las mejores oportunidades de ganancia y pasa de largo ante las menos favorables.
Lo dejamos aquí por el momento.
El próximo apartado de este primer capítulo lleva por título: «El surgimiento del movimiento obrero». En él y con él nos encontraremos.
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