La entrada a la llamada sociedad del conocimiento se está produciendo de manera acelerada y vertiginosa. Infinidad de ejemplos pueden citarse para poder entender qué significa este estado en el que la caducidad es cuestión de segundos y lo obsoleto más que un estado se transforma en una permanencia. Desde experiencias cotidianas que muestran el […]
La entrada a la llamada sociedad del conocimiento se está produciendo de manera acelerada y vertiginosa. Infinidad de ejemplos pueden citarse para poder entender qué significa este estado en el que la caducidad es cuestión de segundos y lo obsoleto más que un estado se transforma en una permanencia.
Desde experiencias cotidianas que muestran el avance de la tecnología como las máquinas que cargan saldo a las tarjetas de transporte público, función antes desarrolladas por trabajadores del servicio, o celulares que ya al retirar del envoltorio quedan retrasados a nuevos modelos lanzados al mercado.
Y ejemplos de mayor complejidad que involucran operaciones precisas como es el caso de las innovaciones en materia agrícola con maquinarias de siembra directa, capaces de realizar las estimaciones de suelo y recomendaciones que antes eran competencias de profesionales expertos en el tema, o drones con identificadores faciales para uso militar.
Lo cierto es que el conocimiento se transforma hoy en el principal factor de producción de valor y la educación, con su función fundamental en la distribución de los saberes, la cultura y, por lo tanto, en la formación y preparación de las nuevas generaciones, no puede permanecer ajena a este fenómeno.
¿Qué sujetos queremos formar?, ¿para qué sociedad? se tornan en las preguntas orientadoras que intentan acercarnos al nudo central de la cuestión que significa el qué y para qué de la escuela y de los sistemas educativos actuales.
La llamada Cuarta Revolución Industrial o Industria 4.0 se establece sobre una nueva forma de organización económica, social y cultural centrada en el conocimiento. Con la crisis económico-financiera de 2008, emerge el cuestionamiento de las formas de acumulación y concentración del capital.
La búsqueda insaciable de mejoras en la producción y la máxima rentabilidad, obligaron a las empresas a reinventarse y establecer nuevos patrones para garantizar mayor escala, mayor velocidad, reducción al mínimo de los costos y, por lo tanto, menos obreros. Bajo estas condiciones, ¿qué lugar tiene el trabajador en esta nueva forma de capital?
Según la Federación Sindical Mundial (FSM), desde la caída del Lehman Brothers hasta la fecha, se perdieron en el mundo más de 63 millones de puestos de trabajo a causa del acelerado proceso de quiebras, compras y fusiones de grandes empresas y la incorporación de nuevas tecnologías al proceso productivo. En concordancia con estos datos, se estima que en los próximos 20 años el 50% de la mano de obra mundial será reemplazada gracias a la innovación tecnológica y a los procesos de robotización y digitalización.
La educación y el mundo del trabajo
Frente a estas realidades, debemos preguntarnos qué papel debe jugar la educación, cuáles son las nuevas demandas y qué nuevas herramientas son fundamentales para dotar a los trabajadores de las competencias necesarias para enfrentar el mundo del trabajo, cada vez más exigente y cambiante, pero principalmente parademocratizar al máximo los saberes y habilidades fundamentales que garanticen el acceso al conocimiento estratégico para dominar la tecnificación y ordenar la información en las aceleradas sociedades modernas, donde el caos de lo informático constituye la fuente para la enajenación y el sometimiento de los individuos.
Que la escuela y su formato están agotados es cuento viejo. Desde su invención y su función en la constitución del Estado-Nación, vienen emergiendo corrientes pedagógicas que critican el modelo tradicional enciclopeidista y el currículum disciplinar. La cuestión se torna interesante cuando comenzamos a preguntarnos cómo afrontar estos desafíos.
Hay dos grandes caminos a seguir, ambos sinuosos y confusos. El primero implica la puesta en juicio de corrientes y experiencias que buscan el cambio y la innovación al interior de los sistemas educativos y, por lo tanto, la resistencia al «fin» de la escuela tal y como la conocemos hasta el momento.
El segundo implica las tendencias a modificar las viejas estructuras retrasadas para un mundo fugaz y mediado por la virtualidad, dónde las propuestas son especulaciones o proyectos experimentales en su fase inicial y, por lo tanto, el proyecto de lo escolar se torna un tanto difuso: ¿individuos aprendiendo frente a una computadora?
¿ Homeschooling o educarse en casa, nuevos formatos escolares, currículum basado en problemas?. Bajo estas propuestas surgen las interrogantes: ¿cuál es el lugar del docente y cuál es el proceso de formación, cómo es la relación con el mundo del trabajo, cuáles son las condiciones para garantizar el acceso de las mayorías, qué implicancias tiene el Estado y las políticas públicas para garantizar estas condiciones?
Asumir un camino es difícil porque no contamos con las garantías necesarias. Sin embargo, si nos mantenernos en la seguridad de lo conocido, debemos asumir que el mercado está tomando la posta a escala mundial, regional y local y, desde su visión neoliberal, a cada individuo que quiere «permanecer» en el sistema, se le exige que afronte los costos de su propia educación y acceso al saber; a través de empresas cotizantes en el mercado de lo educativo y sus fundaciones expendedoras de recetas, que extirpa cualquier reflexión sobre cómo funciona el propio sistema, haciendo la evaluación de calidad como se hace con cualquier producto comercial.
En términos prácticos, esto no está funcionando. Corrientes desescolarizantes y, por lo tanto mercantilizadoras y privatizadoras de la educación tornan cada vez más complejo el acceso a los conocimientos necesarios para el bien común, como señala Landislaw Dowbor, más cuando consiguen «pase libre» con gobiernos que convierten sus propuestas en políticas de Estado.
Aprovechan las desigualdades y fragilizan la propia dinámica de libertad y dignidad asociada a la construcción de conocimiento para someter a los pueblos y extraer el máximo la ganancia a costa de los trabajadores.
La educación, entonces, más allá del aula y de los formatos, tiene que tomar el sendero de la universalización de la enseñanza pública, laica y gratuita, considerando que una juventud bien formada es la única inversión de la sociedad que garantiza su propio futuro, en la medida que provee la elevación general del nivel de conocimiento científico-tecnológico para la comprensión de sus formas de funcionamiento y la garantía de la dignidad de las mayorías.
Betiana Vargas: Licenciada argentina en Psicopedagogía (UNRC), maestranda en Ciencias Sociales con orientación en Educación (Flacso), redactora-analista del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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