Si de Economía Política se trata y no de quimeras, el socialismo es el nuevo régimen económico-social de producción basado en el cooperativismo y la autogestión. Las crisis económicas en el capitalismo y en el socialismo de Estado, causas, manifestaciones, consecuencias y soluciones. El socialismo. A la debacle del «socialismo real», a fines del siglo […]
Si de Economía Política se trata y no de quimeras, el socialismo es el nuevo régimen económico-social de producción basado en el cooperativismo y la autogestión. Las crisis económicas en el capitalismo y en el socialismo de Estado, causas, manifestaciones, consecuencias y soluciones. El socialismo.
A la debacle del «socialismo real», a fines del siglo pasado, siguió una indudable crisis del pensamiento socialista y del movimiento obrero y revolucionario mundial. En la gran mayoría de los partidos comunistas y en la izquierda en general cundió la desesperanza. ¿Había sido aquello Socialismo? ¿Qué era entonces Socialismo? El neoliberalismo se aprovechó de la coyuntura para «decretar el fin de la historia» y arrancar a la clase trabajadora muchas de las concesiones que había logrado en más de un siglo de luchas por el derecho a huelga, el salario mínimo, la jornada de ocho horas, y otras. El imperialismo yanqui se creyó omnipotente.
La izquierda internacional no tardó en empezar a recuperarse de la sacudida y aparecieron los movimientos antiglobalización, alter mundistas, contra el ALCA, por el respeto a los derechos humanos de los pueblos y las minorías, las etnias, los ambientalistas, y otros muchos. Como siempre, la acción, la realidad del movimiento, se fue delante del pensamiento, como el hecho precede al derecho, la práctica a la teoría, y el ser a la conciencia social.
Los pensadores -la intelectualidad de la izquierda- luego de un impasse inicial, indagaron sobre las causas de la caída del socialismo, que otros anteriormente ya habían previsto, y comenzaron a proyectar nuevos «modelos» socialistas. Una buena parte de sus análisis sustenta el desastre en las fallas del sistema político, la mala dirección del Partido y otras por el estilo y, no pocas proyecciones, partiendo de tales evaluaciones, siguen, más de una década después, haciendo énfasis en la necesidad de luchar por un «socialismo más humano, más participativo, y más democrático», sin abordar el meollo del problema.
Las contradicciones principales del «socialismo real» deben buscarse en las relaciones de producción
No parece todavía generalizado en la izquierda un consenso que identifique el derrumbe de aquel «socialismo» partiendo de un análisis de su Economía Política. Si para buscar las profundas causas de las crisis capitalistas, debemos remitirnos a las relaciones económico-sociales que contraen los hombres en el proceso de producción, lo mismo debemos hacer, si queremos encontrar las verdaderas razones sistémicas que condujeron al desmoronamiento del «socialismo real».
Intentar pues, encontrar las causas principales de aquel desastre en el sistema político de «democracia socialista» con sus muchos defectos y violaciones, es tanto como pretender localizar las raíces de las crisis capitalistas en sus formas de gobierno y correspondientes desperfectos.
Cuando se instauró la NEP (Nueva Política Económica) en 1921 en Rusia, en el socialismo se introdujo el capitalismo de Estado, el cual traspasó luego al socialismo de Estado el trabajo asalariado y sus demás vicios naturales como el burocratismo y la corrupción. A partir de entonces, las relaciones de producción en el «socialismo real» se caracterizaban esencialmente por la propiedad del Estado sobre los medios de producción, la planificación centralizada y el trabajo asalariado, en forma parecida al capitalismo, con la diferencia de que en el capitalismo los medios de producción (capital constante) eran aportados por el dueño capitalista y acá eran proporcionados por el Estado. En ambos casos, los trabajadores tributaban la fuerza de trabajo, que era pagada y mal pagada como una mercancía más, destinada a producir la plusvalía en el capitalismo, plus trabajo en el «socialismo»: el excedente.
Si «la condición de la existencia del capital es el trabajo asalariado» como se expresa en el Manifiesto del Partido Comunista (1), la abolición del capital implica la eliminación de la condición de su existencia: el trabajo asalariado. Esta perogrullada fue livianamente borrada de la terminología y la ideología revolucionarias por los que luego pretendieron identificar el capitalismo de Estado con el socialismo.
En verdad, tal «socialismo» que siguió basándose en el trabajo asalariado no era más que una especie de capitalismo de Estado -sin dueños capitalistas particulares- pero abigarrado, toda vez que el capitalismo tiene como finalidad a la ganancia, mientras que esta versión «socialista» de capitalismo estatal se proponía la satisfacción de las necesidades crecientes de la población, a realizar en la esfera de la distribución, en forma similar al Estado de Bienestar, por medio de la buena y sabia voluntad del aparato estatal que «representaba los intereses de todo el pueblo». Pero lo que califica a un sistema no son sus fines enunciados, sino sus formas y medios para conseguirlos.
Un problema histórico, antiguo de la filosofía, vuelve a la palestra: la correspondencia entre medios y fines. No es posible cualquier fin con cualquier medio. Los fines no justifican los medios, como afirmaba Maquiavelo, sino que los determinan. Consecuentemente la construcción de una nueva sociedad, tiene que ser realizada por nuevos medios, los que deben corresponder a sus fines. El trabajo asalariado que es el medio de la explotación capitalista, no puede ser, por tanto, el medio para conseguir la sociedad sin explotadores ni explotados.
Así, las raíces de las crisis del capitalismo, como las correspondientes al socialismo estatal yacen en el régimen de explotación de la fuerza de trabajo asalariada y la forma de propiedad, que a su vez son las que determinan las maneras en que se distribuye el excedente, todo lo cual permite que unos se apropien y dispongan de la riqueza que otros producen.
Si las contradicciones fundamentales del sistema capitalista son las que se muestran entre el trabajo y el capital, y entre la producción cada vez más social y la apropiación cada vez más privada, las contradicciones fundamentales del socialismo de Estado, por basarse en el mismo sistema de explotación asalariada de la fuerza de trabajo (esencia de las relaciones de producción capitalistas) tienen -pues- orígenes similares, solo que, ahora las contradicciones son entre el trabajo y el capital estatal, y entre la producción social y la apropiación cada vez más concentrada en manos del aparato del Estado, razones por las cuales, sus manifestaciones sí que no son iguales.
A las contradicciones clásicas del capitalismo, el socialismo de Estado, basado en la propiedad estatal y el trabajo asalariado, agregó otra crucial: la incompatibilidad entre los fines que se persiguen y los medios para conseguirlos.
Manifestaciones y consecuencias de esas contradicciones: las crisis en el capitalismo moderno y en el «socialismo de Estado» neo-capitalista.
El capitalista como término medio social general, paga al obrero por su fuerza de trabajo, pues necesita su reproducción para poder seguir obteniendo la ganancia -la plusvalía- que extrae del trabajo asalariado, su razón de ser, y solo puede subsistir repitiendo sucesivamente sus condiciones de existencia, invirtiendo nuevamente y cada vez más; pero como explica Marx en la Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia (2), ésta va disminuyendo en razón inversa al aumento relativo de los medios de producción y las materias primas, capital constante, que necesita crecer incesantemente, y mucho más que el capital variable, la fuerza de trabajo, por el nivel de desarrollo tecnológico y la necesidad de mantener la competitividad.
El ciclo de reproducción del capital, lo obliga sistemáticamente a disminuir relativamente la inversión en el capital variable -la fuerza de trabajo- y es así como se materializa en el proceso de producción, el enfrentamiento entre el capital y el trabajo, pues el capitalista se ve obligado a sacrificar proporcionalmente a los productores en beneficio de su capital, para mantener sus ganancias.
Por efecto de la diferencia relativa cada vez mayor entre el capital constante y el capital variable surgen y se desarrollan las crisis de superproducción, las financieras, las de los mercados y otras por el estilo, las cuales no son más que manifestaciones de la agudización de las contradicciones irreconciliables en esa relación entre el capital y el trabajo, en la organización de la explotación asalariada, en la forma cada vez más privada de la apropiación del excedente cuando la participación en la producción es más extendida, más social.
El aumento sistemático de los precios, que el capitalista evalúa sobre todo como consecuencia de Ley de oferta y demanda en la esfera del consumo, en verdad tiene su base en el constante aumento del costo de producción a consecuencia del inevitable incremento de la inversión en capital constante que demanda la esencia reproductiva del sistema.
Esas crisis, ya más constantes que agudas, son las que llevan a reajustes y regulaciones en la mano de obra, los despidos masivos, el desempleo y el subempleo, las reducciones salariales, las desapariciones de plantas enteras de producción, y otros, mecanismos todos para tratar de evitar pérdidas, mantener los precios y sobre todo sus ganancias a costa de la plusvalía.
El imperialismo, trata de atenuar los efectos de sus crisis disminuyendo su inversión en capital variable (fuerza de trabajo) y también, procurando nuevos mercados y fuentes baratas de materias primas y mano de obra que conducen al reparto del mundo y las guerras de rapiña imperialistas; introduciendo el mayor planeamiento posible de la producción con sus estudios de mercado, y finalmente, acudiendo a la parcelación del capital -para poder ejercer un mejor control- y a la autogestión administrativa, en la cual, como se explica en trabajo anterior del autor (3) el capitalista moderno llega a dar alguna participación a los trabajadores en la propiedad por medio de la venta de algunas acciones y por esta vía en el excedente. Todas estas acciones alivian las crisis pero no las eliminan, en tanto persistan sus principales contradicciones.
El neoliberalismo, perfil con que se ha mostrado últimamente el sistema capitalista en su fase imperialista, tratando de mantener y aumentar sus ganancias y buscando al mismo tiempo evitar sus inevitables crisis de siempre, ha acudido a reajustes estructurales, la desregulación financiera y de los mercados, la focalización de la seguridad social, las privatizaciones, y la eliminación de los contratos colectivos e indefinidos de trabajo, y otras tantas formas de lo mismo, que nunca resolverán el fondo de sus problemas.
De hecho, las crisis no se muestran iguales, pues si en el capitalismo son de superproducción, en el socialismo de Estado se manifestaron como déficit de producción.
Marx, en la Crítica al Programa de Gotha (4) expresa: «El socialismo vulgar (y por intermedio suyo una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y a tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución. Una vez que está dilucidada la verdadera relación de las cosas, ¿porqué volver marcha atrás? «
El socialismo de Estado neo-capitalista, retomó aquella vulgarización del socialismo e intentó erróneamente la justicia social igualitaria en la esfera de la distribución y el consumo y no en las relaciones de producción. Asumió el socialismo como una mejor distribución. Por eso y por necesitar de un enorme aparato burocrático para controlar sus recursos, el socialismo estatal precisa de un volumen de financiamiento que solo puede obtener de pagar salarios no directamente relacionados con los resultados de la producción, y por tanto, como media general social no paga con arreglo al trabajo, sino muy por debajo.
En consecuencia, el socialismo estatal tiende a una mayor explotación de los que trabajan, de la fuerza de trabajo (capital variable) para poder intentar su «vulgar socialismo distributivo», beneficiar a los que menos producen y mantener los altos salarios, costos y prebendas de su aparato burocrático, en lo que diluye la alta cuota de ganancia que consigue súper explotando el trabajo productivo.
El Socialismo de Estado mostraba así su innata incongruencia entre las relaciones de producción esencialmente capitalistas que mantuvo, y su enunciada finalidad de satisfacer las necesidades crecientes de la población. Algunas propuestas reformistas en el socialismo de Estado, salpicadas de medidas neo keynesianas, planteaban superar esta contradicción del sistema mejorando los salarios de los trabajadores, aumentado su paga, remunerando las horas extras, focalizando -igual que el neoliberalismo- la seguridad social, estimulando el ahorro, aumentando las fuentes de trabajo y otras que atenuaban pero no resolvían el problema de fondo en las relaciones de producción y que, de aplicarse consecuentemente, según el criterio «de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo», solo podían hacerse a costa de la «justicia social que se propone en la esfera de la distribución».
La contradicción entre ese principio de la distribución socialista, heredado del capitalismo, y la intención de realizar la justicia social en la esfera de la distribución, es otra evidencia más de la incongruencia entre los fines y los medios del socialismo estatal, toda vez que el cumplimiento de tal principio dejaría al Estado sin los recursos suficientes para sostener su aparato burocrático, realizar su reproducción ampliada y hacer su bondadosa política distributiva. Queda así al descubierto la necesidad de un cambio en los medios, en la forma de organizar la producción, específicamente en el trabajo asalariado y la forma de propiedad.
El no pago adecuado de la fuerza de trabajo, por el socialismo estatal trajo afectaciones a la reproducción de la clase trabajadora, que se vio obligada a buscar salidas a su situación fuera del trabajo productivo para el Estado ya sea en la corrupción, el trabajo ilegal informal o en la emigración; la producción perdía así el estimulo principal que ofrecía el sistema para los trabajadores: su reproducción como clase trabajadora y la satisfacción de sus necesidades, con lo cual decaía el interés de los creadores de las riquezas por la producción sistémica y las consiguientes disminuciones relativas en la productividad y en medios producción y de consumo que provocaban los inevitables déficit de ofertas de mercancías. El socialismo de Estado trató de suplir entonces su falta de estímulo material apelando a la solidaridad social, con arengas, premios y compulsiones «morales» y otras formas extraeconómicas.
Las causas de sus desastres siempre eran buscadas fuera del sistema y lo mismo se culpaba a la naturaleza de las malas cosechas, que a los vaivenes del mercado internacional, o a las necesidades de la defensa, la seguridad y otras, todas con ocasionales reales -pero no determinantes- incidencias. Cuando no había manera de culpar a estos elementos externos, casi siempre la culpa recaía en los funcionarios «mal preparados» o los trabajadores que «todavía no tenían conciencia para sí y necesitaban ser educados política y económicamente».
Para realizar su ciclo de reproducción, que también demanda grandes inversiones en capital constante como vía para tratar de aumentar la productividad y la producción y mantener la competitividad en el mercado mundial capitalista, el socialismo de Estado, también se ve obligado a sacrificar, y cada vez más y en forma peor a los trabajadores productivos que debían crear riquezas para toda aquella distribución voluntarista, para la reproducción ampliada del sistema y las políticas internacionales.
Como consecuencia de la aplicación de este ciclo que afecta sobre todo a los trabajadores productivos, irremediablemente se manifestaba la constante y creciente tendencia hacia la disminución de la productividad, el estancamiento económico, la inflación y la escasez constante de recursos para la adquisición de productos tanto del sector I -medios de producción-, como del sector II -medios de consumo-.
Una de las «salidas» que buscaba siempre el socialismo de Estado -que monopolizaba los mercados de ambos sectores- para garantizar su reproducción, era acudiendo a más restricciones en el sector II que, a su vez, llevaba al aumento de los precios por la ley de oferta y demanda, lo cual por término medio afectaba más a los salarios de los productores directos que a los receptores indirectos de beneficios (subsidios y prebendas) generales del sistema que van por fuera del salario.
Otras de sus «soluciones» clásicas era acudir a los créditos para adquirir medios de consumo, deudas luego impagables por improductivas y a las inversiones directas de capital extranjero, que por su naturaleza arrastran todos sus vicios y entran en contradicción con las regulaciones salariales y de todo tipo impuestas por el capital estatal, por lo cual terminan imponiéndose económicamente si se le permite el libre desarrollo -caso chino-, o complicando las relaciones sociales para finalmente retirarse si encuentra muchas dificultades para su reproducción.
De otra parte, los bajos salarios reales que precisa el socialismo estatal neo-capitalista, como condición de su reproducción, incentivan indirectamente el desplazamiento de muchos trabajadores calificados y eficientes al trabajo individual, la producción mercantil simple, que «increíblemente» se vuelve aquí más rentable y productiva, por el simple efecto del auto respeto a su reproducción, ocurriendo un proceso inverso al que se da en el capitalismo que tiende a absorber de manera natural a la pequeña producción. Esto explicaría la forma violenta en que el neo-capitalismo «socialista» de Estado reaccionaba contra la pequeña burguesía, expropiándola, tratando de imponerle todo tipo de trabas y acusándola de generar «capitalismo», cuando en verdad se trata de aliados naturales de los trabajadores.
La fuerza de trabajo en ese socialismo de Estado era, por tanto, más explotada y, por consiguiente, la contradicción entre el Estado todo poseedor y el trabajo peor pagado, se hacía más insostenible para los que producían directamente bienes o servicios, lo que explicaría tanto la disposición mayoritaria de sus productores -especialmente los más preparados- a pasar al capitalismo clásico, como la mayor inestabilidad y debilidad -en todos los órdenes- del socialismo de Estado.
Esas eran las razones por las cuales, los obreros del socialismo de Estado europeo, cuando se comparaban con los obreros del capitalismo europeo, notaban que sus niveles de vida y consumo eran muy inferiores. Y no estamos evaluando el consumismo inherente a las clases explotadores, que nunca ha tenido nada que ver con el consumo de la clase trabajadora para su reproducción.
Esta mayor explotación relativa de la fuerza de trabajo productiva, tuvo consecuencias doblemente contraproducentes, pues ocurrió que la distribución del excedente resultante, era realizada además, en función de intereses objetivamente predeterminados por la separación real que existía entre los medios de producción y los productores, y la consecuente existencia de un aparato burocrático hiperbolizado, que haciendo las veces de dueño, se veía obligado a cuidar y responder por sus bienes y su propia reproducción como ente social, razón que lo llevaba, cada vez más, a separarse de los intereses del pueblo y los trabajadores. Este controvertido gasto burocrático afectaba a su vez la reproducción ampliada del capital estatal.
Tal aparatazo, por muy buenas intenciones que poseyera, situado fuera del control real de la sociedad -sólo posible de realizar por medio de la socialización de la propiedad y la apropiación en beneficio de los colectivos obreros y sociales- tendió por naturaleza, en razón de su posición respecto a los medios de producción, al burocratismo y a la corrupción en grados extremos.
La legalidad, las libertades, la democracia y los derechos que se suponían al Socialismo, eran violados consecuencias de aquel régimen de explotación encubierto y de las necesidades lógicas de control del aparato burocrático para mantener su dominio en aquella sociedad. El Estado, cuando debió caminar hacia su extinción, disminuyendo sus funciones de control social y económico en beneficio de los colectivos sociales y de trabajadores, en cambio tendió a su fortalecimiento y al desarrollo de nuevos sistemas y métodos de controles cada vez más sofisticados y centralizados. En la práctica aquel socialismo estatal, particularmente en la URSS, generó formas en el comportamiento social de su burocracia, más parecidas a las de los señores feudales que a las de los propios capitalistas, como aquella de la nomenclatura cuyos miembros -una especie moderna de upátridas atenienses- eran los únicos que podían ocupar responsabilidades públicas.
Un factor adicional que comprometió la inversión en el socialismo de Estado, fue la carrera armamentista y el mantenimiento de un ejército de enormes proporciones, que en el capitalismo es un escape para la inversión de capitales ociosos y la creación de fuentes de trabajo a costa del presupuesto-parásito del Estado (5), pero para el Socialismo de Estado era un consumidor improductivo de recursos, técnicas de alta tecnología y finanzas que recaía directamente sobre los hombros y estómagos de los trabajadores.
Si en el sistema capitalista de producción, la tan cacareada «democracia representativa», no es más que una dictadura del capital sobre el trabajo, en aquel socialismo de Estado, la dicotomía engendrada y desarrollada entre el Estado todo poseedor y el pueblo trabajador, convertía en realidad a la «democracia socialista», en la dictadura del aparato del Estado neocapitalista sobre el trabajo, igualmente.
Como resultado, las contradicciones propias del capitalismo traspasadas al neo-capitalismo estatal creído socialismo, en lugar de ser resueltas, fueron agudizadas aun más, aunque sus manifestaciones, y consecuencias fueran distintas.
Entonces vino, necesariamente, a hacer acto de presencia la ley general del desarrollo de la historia humana, descubierta por Marx y descrita brillantemente en su Prólogo a la Contribución de la Crítica de la Economía Política, según la cual: «En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones que son necesarias e independientes de su voluntad, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre lo que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto con las relaciones de producción dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De forma de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social.» (6)
Aquel intento socialista, devenido capitalismo total de Estado, mezcla de viejos métodos -«las armas melladas del capitalismo», según el Che, entre las que se destaca como principal el trabajo asalariado- para nuevos propósitos, fue superado por el agotamiento político de las masas trabajadoras, aprovechado por los nuevos capitalistas creados por aquel mismo Estado, que buscaban un mejor despliegue de las fuerzas productivas contenidos en aquella sociedad y todavía organizadas sobre la base del trabajo asalariado. Las relaciones de producción capitalistas, fueron así depuradas de las reminiscencias feudales que surgieron con el socialismo de Estado.
La solución de las contradicciones en el capitalismo y en el socialismo de Estado. El Socialismo.
Ya en trabajo anterior citado, explicaba que la nueva forma de producción socialista había sido descubierta por Marx, en el régimen de trabajo de las cooperativas nacidas en el propio seno del capitalismo. Este sistema de producción elimina las contradicciones entre el capital y el trabajo y entre la producción social y la apropiación privada, en tanto que los propios trabajadores asociados, dueños colectivos de sus medios de producción, se auto sirven (la palabra explotan ya no cabe) de su fuerza de trabajo; administran democráticamente su gestión productiva y controlan y distribuyen el excedente.
Si de Economía Política estamos tratando y no de quimeras y utopías, el socialismo es por tanto el nuevo régimen económico-social de producción basado en el cooperativismo y la autogestión, llamado a sustituir al sistema de explotación capitalista, cimentado en el trabajo asalariado y la propiedad capitalista, privada o estatal. Este nuevo régimen, que ya no tendrá como propósito la producción de mercancías para obtener la ganancia, la plusvalía, en su desarrollo conducirá al comunismo, y la lógica de su Economía Política será distinta a la de la producción mercantil.
Los caracteres colectivistas, democráticos y libertarios que respectivamente portan las formas de propiedad, gestión, y distribución de las relaciones cooperativistas y autogestionarias, serán los que se proyectarán en las instituciones políticas, sociales, judiciales e ideológicas de la superestructura de la nueva sociedad; tanto como los caracteres privados, antidemocráticos y autoritarios inherentes a la propiedad, la gestión, y la distribución de las relaciones de producción capitalistas, se manifiestan en las instituciones políticas, sociales, jurídicas e ideológicas de su superestructura.
Guardando dichos caracteres, ya las formas y maneras específicas que asuman las organizaciones e instituciones políticas, sociales, jurídicas y otras de la conciencia social, así como los demás aspectos de la superestructura tendrán expresiones tan variadas como diversos son la idiosincrasia, la cultura, la historia y el desarrollo económico de cada país; tal y como ocurrió en el capitalismo, que teniendo la misma forma de explotación en todas partes, sus maneras y entramados políticos y superestructurales fueron y son, muy diversos, pero manteniendo la esencia, el sello de sus caracteres sistémicos.
En consecuencia, pretender un «modelo» de estructura organizativa, estatal, política, jurídica o sociocultural, o un conjunto de normas que rijan la nueva superestructura socialista, sería tanto como intentar negar la rica diversidad de la humanidad. Algunos insisten en definir que serán sociedades humanísticas, libertarias, democráticas, inclusivas, etc., lo cual parecería una redundancia, toda vez que tales cualidades íntegramente -que siempre fueron propósitos del pensamiento revolucionario de todos los tiempos, convertidos en letra muerta en todos los regímenes prehistóricos de la humanidad- solo pueden manifestarse como fines y medios al mismo tiempo, a través del desarrollo y avance de la nueva sociedad basada en esas nuevas relaciones socialistas de producción que, como hemos visto, hasta ahora no han sido predominantes en ninguna sociedad.
C. Marx, en el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores, señala: «Pero estaba reservado a la Economía política del trabajo alcanzar un triunfo más completo todavía sobre la Economía política de la propiedad. Nos referimos al movimiento cooperativo, y sobre todo a las fábricas cooperativas, creadas sin apoyo alguno, por iniciativa de algunos obreros audaces.
Es imposible exagerar la importancia de estos grandes experimentos sociales, que han mostrado con hechos, no con simples argumentos, que la producción en gran escala y al nivel de las exigencias de la ciencia moderna, puede prescindir de la clase de los patronos, que utiliza el trabajo de la clase obrera; han mostrado también que no es necesario a la producción que los instrumentos de trabajo estén monopolizados como instrumentos de dominación y de explotación contra el trabajador mismo; y han mostrado, por fin, que lo mismo que el trabajo esclavo, lo mismo que el trabajo siervo, el trabajo asalariado no es sino una forma transitoria inferior, destinada a desaparecer ante el trabajo asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo y alegría.» (7)
Este sistema, sustentado en la autogestión obrera, que Marx y Engels identificaron en múltiples ocasiones como la nueva forma de trabajo llamada a sustituir el régimen asalariado, fue también la que señaló Lenin en 1923, como la vía para avanzar en el socialismo, en su último e importantísimo trabajo teórico relativo a la construcción socialista: «Sobre la Cooperación» (8).
Si en 1864, hace casi siglo y medio, ya Marx reconocía que no eran necesarios los capitalitas ni el trabajo asalariado para la producción en gran escala, y lo mismo expresaba Lenin en 1923 en aquella Rusia atrasada y destruida, no parece sostenible hoy el argumento de que el capitalismo (de Estado o el que sea) sigue siendo necesario para desarrollar las fuerzas productivas, toda vez que salvo las sociedades tribales selváticas que todavía quedan en África y en algunas zonas americanas y asiáticas, en el resto del mundo existen, por lo menos, niveles medios de capitalismo. Tales presunciones parecerían más bien justificar ínfulas hegemónicas de individuos o grupos, cuando no visiones consumistas del nuevo régimen.
Tan cierto es que la autogestión obrera es el camino a la solución de las contradicciones del capitalismo, que muchas empresas capitalistas modernas emplean parcialmente el sistema autogestionario surgido en el cooperativismo, para evitar el paro obrero, procurar una mayor participación de los trabajadores en la gestión empresarial y, por esa vía, tratar de preservar el sistema capitalista, lo cual ya fue tratado en artículo ya citado.
Si las contradicciones fundamentales del sistema capitalista, se resolverán a través del trabajo asociado cooperativo -la Autogestión Empresarial Obrera y Social- y ya vimos que las contradicciones del socialismo de Estado neo-capitalista son esencialmente las mismas, no así sus manifestaciones, la lógica indicaría que la solución de sus contradicciones podría ser, de suyo, igual también, a partir de la autogestión obrera. Sin embargo, la práctica ha traído otros resultados.
Allí -caso típico URSS- donde el desarrollo del capitalismo estatal «socialista» se hizo absoluto, total, y degeneró a formas semi-feudales, evolucionó hacia el capitalismo clásico que significaba un paso de avance, por cuanto comportaba una liberación de las fuerzas productivas que el Socialismo de Estado neocapitalista constreñía. Cuando, como en China, el capitalismo de Estado evolucionó a su forma clásica con participación también de capitalistas individuales, la tendencia ha sido a la paulatina absorción del capitalismo estatal por el capitalismo nacional e internacional. Está por demostrar aún que el capitalismo de Estado, sea capaz de conducir al socialismo, lo cual, de acuerdo con la experiencia práctica hasta el momento, podría ser posible antes de que degenere a formas semi-feudales o sea devorado por el capitalismo nacional y extranjero.
Hay una diferencia muy clara entre la experiencia rusa y la china, de capitalismo de Estado: En la URSS el capitalismo de Estado «socialista» tuvo que fracasar para que se implantara el capitalismo clásico, en China lo implantó el propio socialismo estatal.
Se trata de que acabemos de entender que nunca en el socialismo anterior, llegaron a predominar las relaciones socialistas de producción basadas en el cooperativismo y la autogestión obrera y que se quedó estancado en el neo-capitalismo de Estado. Nunca se creó la base económica socialista. Esto fue así porque las Revoluciones políticas en Rusia y China que comenzaron las Revoluciones sociales con la expropiación a los expropiadores, no las culminaron al quedarse varadas en la concentración de la propiedad en el Estado y continuar aplicando el régimen de explotación asalariado, por lo cual no cambió la esencia de las relaciones de producción, no cambió la base de la sociedad al no socializar la propiedad y la apropiación. Aquel engendro resultante fue después erróneamente identificado, divulgado y aceptado como «socialismo», no obstante las diferencias en los niveles de desarrollo, las idiosincrasias y las culturas de ambos países.
El mantenimiento y fortalecimiento del capitalismo estatal en el «socialismo», fue el que impregnó a aquellos Estados «socialista», a sus gobiernos y demás instituciones de sus superestructura de sus enajenantes formas antidemocráticas, autoritarias y explotadoras.
Estas experiencias corroboraron una vez más en la Historia que las revoluciones políticas para hacerse irreversibles, deben cumplir ineludiblemente su ciclo social, pues de lo contrario se quedan en los marcos de la superestructura, que siempre tenderá a responder a la base -fuerzas productivas y relaciones de producción- sustento de la reversibilidad. Es imposible un nuevo modo de producción sin su nueva base. Son imposibles los paradigmas socialistas, sin las correspondientes relaciones de producción en su base económica.
El capitalismo de Estado, importado al socialismo con la NEP, fue concebido inicialmente solo como una necesidad temporal para sacar a Rusia del desastre de la guerra, la intervención extranjera y el comunismo de guerra, pero tanto se desarrolló y creció en lugar de las relaciones socialistas de producción -el cooperativismo y la autogestión- que las desplazó hasta llegar a imponerse casi totalmente. He ahí el germen de la debacle.
Luego de la muerte de Lenin, la concepción marxista y leninista, sobre el carácter cooperativista de las nuevas relaciones de producción socialistas, fue secuestrada y suplantada por la noción del neo-capitalismo de Estado ya analizada. Hubo cooperativas, sí, pero solo en la agricultura y limitadas en todo sentido, y se intentaron formas en línea con la autogestión, pero siempre obstaculizadas por el centralismo burocrático.
El único país europeo que avanzó a cambios importante en las relaciones de producción, en la base de la sociedad fue Yugoslavia, cuyo proceso autogestionario fracasó porque se violaron los principios mismos de la Autogestión Empresarial Obrera y Social, especialmente la democracia de la gestión y el carácter social de la autogestión, violaciones que estimularon las contracciones étnicas, regionales y religiosas de aquel Estado multinacional.
La Liga de los Comunistas de Yugoslavos (LCY) que primero apoyó la plena autogestión a nivel empresarial, no supo contrarrestar sus fuerzas centrífugas naturales con la autogestión social socialista (el cooperativismo visto como sistema social integral) capaz de promover precisamente la fuerza centrípeta que garantiza la unidad del conjunto. La LCY trató luego de remediar la situación imponiendo una mayor centralización que, en lugar de detener la desintegración, la aceleró y estimuló aun más las agudas contradicciones subyacentes en aquella complicada sociedad.
Esta experiencia es muy importante en tanto que ha permitido darle base científica a la noción de la autogestión social enunciada por los clásicos, como una combinación de la autogestión empresarial con la social.
El otro factor que torpedeó y ayudo a hundir la autogestión yugoslava fue el estrangulamiento a dos manos que escenificaron el Estalinismo y el Imperialismo. El primero aisló económica y políticamente a Yugoslavia del existente campo socialista, empujándolo al comercio y los créditos de Occidente, de lo cual el Imperialismo se aprovechaba para penetrar sus capitales y exacerbar las contradicciones internas que enfrentaba el novel sistema yugoslavo.
La experiencia del socialismo europeo, especialmente de la URSS que tomamos como modelo de análisis, demostró que la Revolución social no puede detenerse en ninguna fase y que mientras mayor sea la consolidación del capitalismo de Estado en el socialismo, mayores serán las dificultades que encuentre el avance hacia las formas socialistas de producción. Tal descarrío, resultó en un régimen mucho más contradictorio que el propio capitalismo, como ya vimos, y provocó también formas más antagónicas en la superestructura, como el totalitarismo, el abuso de poder, la superexplotación, el burocratismo aberrante, la represión, la corrupción generalizada y otras, razones por las cuales estaba destinado a desaparecer mucho más rápido que el propio sistema capitalista y derivar al capitalismo clásico.
El momento de reorientar el camino hacia relaciones socialistas basadas en el cooperativismo y la autogestión, en el caso de Rusia, lo señaló Lenin en 1923, un año antes de su muerte, en su crucial obra ya citada Sobre la Cooperación, pero para desgracia de Rusia y el socialismo mundial, el Partido Comunista dirigido por Stalin siguió el camino del fortalecimiento del capitalismo de Estado.
Cuando vino la debacle, el capitalismo clásico fue la opción a mano para aquellos pueblos, pero no porque fuera mejor que el socialismo que nunca existió, que nunca se probó, sino porque representaba algunas ventajas respecto al neo-capitalismo de Estado creído socialista, como ya se ha explicado. Aquellos trabajadores, agobiados por decenios de explotación y opresión política en nombre del «comunismo», encontraron muchas dificultades para emprender el verdadero camino socialista pues no tenían el control necesario sobre el Estado ni sobre los medios de producción que, en su caso, intentó la perestroika en la URSS, pero que fue incapaz de concretar. Esta es una lección muy importante de aquella historia.
Fueron las contradicciones señaladas, las causantes sistémicas principales del desmoronamiento más, que las abundantes desviaciones políticas resultantes de aquellas, como la mala dirección, las «insuficiencias democráticas», y otras razones, todas presentes, pero ninguna determinante. Toda esta sería una breve pero plausible explicación, desde el punto de vista de la economía política marxista, al desastre del «socialismo real» que, por mucho que quisiera ignorar las leyes de la producción capitalista, por basarse en la explotación del trabajo asalariado, se mantenía inevitablemente atado a ellas.
Si aquel desvarío basado en el control total del Estado sobre el capital, llevó al desastre a la Europa que pretendió el socialismo, en China el predominio mayoritario del control extranjero y privado sobre el capital, en relación con la parte que controla el Estado y donde el cooperativismo existe solo comunalmente en alguna regiones y es muy débil, está conduciendo a una forma más clásica de capitalismo de Estado, pero capitalismo al fin, donde además de éste, existen otros capitalistas privados nacionales y extranjeros que ya van siendo predominantes y se sirven de aquel y la larga tenderán, naturalmente, a devorarlo con la privatización creciente. «El desarrollo» que se aprecia en China, no es por tanto, el desarrollo del socialismo, sino el desarrollo del capital extranjero, privado y estatal, por ese orden, a costa de la explotación de los trabajadores y el pueblo chinos.
La reacción internacional ha presentado aquel desastre de los años 90 como consecuencia de la rebeldía obrera y popular contra el socialismo, para tratar de denigrarlo, cuando en verdad fue contra la desviación del socialismo y la más grande evidencia, en la segunda mitad del Siglo XX, de rechazo popular a la explotación y la conculcación de los derechos ciudadanos en que había degenerado aquel intento socialista devenido neo-capitalismo estatal.
Aunque el Imperialismo no lo entienda, no pueda entenderlo, ni tampoco muchos luchadores sociales que veneraron de lejos aquel «socialismo» y, equivocadamente, crean que la caída del capitalismo de Estado «socialista» degenerado semi feudal sirvió para fortalecer el viejo régimen burgués, en verdad tal desastre fue más bien el anuncio del derrumbe total del sistema capitalista, casi cesariano en aquellos países, una clarinada, intangible testimonio de que la clase trabajadora moderna y los pueblos se cansaron de soportar la explotación y la falta de libertades, no importa su origen.
Como dijera el Presidente cubano Fidel Castro durante su reciente visita a Argentina, por el camino que va, al Imperialismo no debe quedarle más de medio siglo de vida. Quizás, pueda durar algún otro tiempo, su agonía, en la medida en que asuma la autogestión administrativa, una imitación parcial de la autogestión obrera, como vía para atenuar la contradicción entre el capital y el trabajo, que ciertamente solo resolverá la revolución que socialice los medios de producción y la apropiación.
Evidentes demostraciones de que vivimos la centuria final del sistema capitalista, las encontramos en la incapacidad de los partidos burgueses de la mayoría de los países del antiguo socialismo de Estado para estabilizar su pleno control y al propio régimen capitalista, la derrota político-militar norteamericana que se vislumbra ya en Irak, la agudización de todas las contradicciones del imperialismo que genera el incontrolable consumo de energía y sus consecuentes altos precios, el revés israelí en el Líbano, el desmarque de la política norteamericana en el Medio Oriente asumido por muchos de sus aliados, el rechazo al ALCA y al neoliberalismo en América Latina, el surgimiento de regímenes populares pro-socialistas en Venezuela y Bolivia que a su vez potencian el socialismo en Cuba, la aparición de gobiernos democráticos de izquierda antiimperialistas en varios países latinoamericanos y los crecientes movimientos masivos por reivindicaciones sociales y políticas en Estados Unidos, Francia, México, Ecuador y otros.
El propio avance acelerado del capitalismo en Rusia y China, a consecuencia del boom petrolero y de la explotación masiva de la mano de obra barata china por el capital internacional respectivamente, solo puede conducir en el mediano plazo a una mayor agudización de las contradicciones propias del sistema en su fase imperialista, lo cual se manifestará en nuevas y más constantes y agudas crisis económicas de superproducción y luchas por el control de los mercados y de las fuentes de materias primas.
Politólogos de la izquierda moderna escriben sobre la necesidad de un «nuevo socialismo», la conveniencia de reformularlo y repensarlo, en la búsqueda de un socialismo «moderno», del Siglo XXI, el del «futuro», el «deseable» o el «posible», buscándole mejores atributos a la forma de distribución, a sus instituciones democráticas y representativas, a sus leyes «más humanas», a sus «libertades de creación, expresión y manifestación», fenómenos todos de la superestructura, que en realidad se verificarán más por la práctica del perfeccionamiento de la nueva sociedad sobre su propia marcha, que por las construcciones ideales de mentes bienintencionadas o de las mejores plumas humanísticas. Algunos intelectuales han llegado a elucubrar sus «construcciones socialistas» fuera del marxismo, en banal ejercicio sibilino.
Muchas de estas «variantes» que concentran su atención en las bondades que debe presentar el «nuevo socialismo», sobre todo en la esfera distributiva y sus alicientes libertarios, olvidan, desconocen -tal vez-, que las formas de expresión jurídica, política y social, están indisolublemente ligadas y determinadas por las relaciones de producción y propiedad que junto al desarrollo de las fuerzas productivas, constituyen la base sobre la cual se erige todo el andamiaje de la superestructura social y, particularmente, la distribución del excedente.
Las relaciones de producción en las que se basará el nuevo régimen, la Autogestión Empresarial Obrera y Social, el cooperativismo, anularán las irreconciliables contradicciones del capitalismo, porque los propios dueños colectivos y asociados de los medios de producción auto «explotarán» democráticamente su fuerza de trabajo y distribuirán el excedente, sistema de trabajo que sustituirá al «trabajo asalariado forma transitoria inferior, destinada a desaparecer ante el trabajo asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo y alegría.»
El objetivo del nuevo sistema no será ya la producción de mercancías, para obtener ganancias a través de la plusvalía, nacida del trabajo asalariado y realizada en el mercado. La lógica de la nueva organización productiva socialista, a la que se llegará a través de un proceso y no de golpe, se distanciará paulatinamente de la anterior, en la medida en que el intercambio de mercancías vaya siendo sustituido por el intercambio de equivalentes.
De manera que: ley del valor, trabajo abstracto, valor de uso y valor de cambio, mercancía, mercado, plusvalía, ley de oferta y demanda, ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y demás leyes y categorías de la economía mercantil, seguirán funcionando por tiempo indeterminado, mientras las relaciones de producción socialistas llegan a ser predominantes, pero se irán modificando hasta desaparecer en el traspaso del umbral del comunismo, que basará su sistema productivo en otros medios y fines, a los que corresponderán otras leyes y categorías.
Como el socialismo se irá consolidando paulatinamente por países y a escala internacional en la medida en que vayan predominando las relaciones socialista de producción (léase cooperativismo y autogestión), no parece probable ni científico definir desde ahora, cuándo sería posible considerar que se haya terminado de construir la primera fase socialista de la nueva sociedad, fenómeno que, de acuerdo con el análisis de los anteriores regímenes de producción, debería más bien ser considerado como un proceso en desarrollo, sin pretender tabiques infranqueables.
Una honesta distribución democrática del excedente, una verdadera igualdad que permita similares accesos a la cultura, la salud, la educación, el deporte, la recreación, y a una seguridad social efectiva; una auténtica igualdad ante la ley de las mujeres, las etnias, los religiosos y los discriminados por cualquier razón; una fidedigna democracia participativa que brinde a todos por igual posibilidades de ser electos para responsabilidades sociales; una real libertad de creación y expresión humanas solo son posibles en una sociedad de hombres libres, que no estén obligados a vender a nadie su fuerza de trabajo para vivir y resolver sus necesidades.
Tal sociedad irá apareciendo en la medida en que los medios de producción vayan siendo francamente socializados y primordialmente pertenezcan en propiedad o usufructo a los colectivos de trabajadores asociados, quienes se auto sirvan de su fuerza de trabajo y no ningún capitalista, sea individual o estatal.
Ciertamente, la nueva sociedad socialista sigue siendo hoy una intención. Lo ocurrido hasta ahora más bien serviría para explicar lo que no es socialismo, como muy acertadamente describe el Profesor Michael A. Lebowitz, en su reciente artículo ¿Qué es el socialismo?, casi de mismo nombre que éste (9). De manera que intentar teorizar sobre la Economía Política de la nueva sociedad, debe partir de las proyecciones que nos legaron los clásicos y precisamente de esas fallidas experiencias y de las que se mantienen en la contienda, todo lo cual permite solo ascendientes generales, a mi juicio.
Ese nuevo sistema socialista que armonizará los intereses de la sociedad con los de las regiones, los de los colectivos de trabajadores, los de los trabajadores mismos y con los de la naturaleza, es el único que puede salvar a la humanidad y a nuestro planeta de perecer a causa de la insaciable voracidad del imperialismo.
Los grandes problemas globales que enfrenta la humanidad, los múltiples problemas medioambientales, las enfermedades, la paulatina escasez de recursos no renovables, el hambre crónica de pueblos enteros, las migraciones incontrolables, la sustentabilidad, los choques de culturas y religiones, el terrorismo internacional y de Estado, el narcotráfico, las amenazas de guerras infernales, el armamentismo nuclear y de otras armas de exterminio masivo, un verdadero nuevo orden económico internacional, y las crisis de todo tipo, irán encontrando soluciones estables en la medida en que vaya avanzando, internacionalmente, el nuevo régimen económico-social socialista sobre las bases democráticas libertarias y colectivas que proporcionan la Autogestión Empresarial Obrera y Social.
Todas esas pandemias persistirán mientras existan el imperialismo y el régimen capitalista, cuya naturaleza sistémica, los engendra, reproduce, facilita o simplemente ignora. Pretender su solución a partir de la buena voluntad de los grandes y pequeños poderosos para que cambien sus políticas, ha sido una de las tantas quimeras del complejo Siglo XX, y de las elites del Socialismo de Estado.
La fuerza de los trabajadores y los desposeídos, está en su número: usémosla. La unidad internacional de todos los trabajadores, en todos los países, su frente común contra el capital internacional, debe ser retomada. Impulsemos por todas las vías posibles, principalmente en el seno de los países capitalistas desarrollados, en sus masas de trabajadores la conciencia de que el régimen de explotación capitalista y especialmente sus grandes magnates, son los responsables directos o indirectos de todo el desastre que ya vive una parte de la humanidad y hacia el cual avanza el mundo. Ese régimen es el que hay que superar. La forma de iniciar y lograr el cambio ya es cuestión de las circunstancias históricas concretas de cada país, de sus trabajadores, de sus respectivos pueblos.
Simplemente hay que rescatar a Marx. La lucha por el «nuevo» socialismo autogestionario, colectivista democrático y libertario, en el seno del Imperialismo, en las modernas sociedades capitalitas, es la clave para la solución de los grandes problemas de la humanidad. La globalización que no es otra cosa que la internacionalización y la concentración cada vez mayor del capital prevista por los fundados del Socialismo Científico (identificativo que algunos prefieren no usar) posibilita como nunca antes la unidad de las luchas contra el imperialismo entre los distintos destacamentos nacionales de la clase obrera moderna, los movimientos sociales y alter mundistas y las reivindicaciones de los países en desarrollo y más atrasados, teniendo como fin común la lucha por la autogestión social.
Solo una sociedad capaz de estructurarse sobre la base del predominio de las nuevas relaciones de producción, entendidas como el cooperativismo y la autogestión social, posibilitará la realización de todas las aspiraciones democráticas, libertarias, humanas y socialistas que las mentes progresistas de todos los hombres, en todas las épocas, han desarrollado como arquetipos de la humanidad y posibilitará superar todas las grandes contradicciones y retos que actualmente enfrenta la humanidad, derivados del capitalismo en su fase final.
Conseguir ese socialismo añorado por muchos, esos paradigmas sociales, pasa por la lucha consecuente, en todos los países, de todo el movimiento obrero, revolucionario y progresista, por el establecimiento paulatino del nuevo régimen social basado en el predominio de las relaciones socialistas de producción: la autogestión empresarial obrera y social.
Entonces, será el Socialismo y comenzará la verdadera historia humana.
Bibliografía.
1) C.Marx y F. Engels, El Manifiesto del Partido Comunista. OE. en tres tomos. T-I. Editorial Progreso. Moscú 1973
2) C. Marx. El Capital. T-III, Sección Tercera. Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1973
3) La forma genérica de la producción socialista es la Autogestión Empresarial Obrera. Debe extenderse socialmente. Publicado en las revistas digitales Rebelión, Insurgente, Aporrea, Kaosenlared, Analitica.com, y Lafogata el 29 de Agosto de 2006
4) C. Marx. Crítica al Programa de Gotha, O.E, en tres Tomos, T-III, Editorial Progreso, Moscú 1974
5) A reservas de que los presupuestos actuales del imperialismo, merecen un análisis especial aparte, como quiera que se les mire, constituyen una institución parásita que se alimenta de los contribuyentes para beneficio general principal del sistema capitalista moderno. Nota del autor.
6) C. Marx. Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política. C. Max y F. Engels OE. en tres tomos. T-I. Editorial Progreso. Moscú 1973.
7) C. Marx. Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores. OE. en tres tomos. T-II. Editorial Progreso. Moscú 1973
8) V.I. Lenin. Sobre la Cooperación. OC. T- XXXIII. Editora Política. La Habana.1964
9) Micael A.Lebowitz. ¿Qué es el socialismo?. Publicado en La Haine el 11.08.06