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¿Qué es un banquero?

Fuentes: El Periódico de Aragón

Nuestro sistema social y jurídico cobija prácticas tan obscenas que repugnan al sentido ético.

La eficacia de la dominación radica en convertir en naturales, incluso en inconscientes, los mecanismos del poder. Las cosas son como son y no cabe preguntarse por qué son como son. Es lo que denominamos sentido común, un sentido común que no es, nos lo recuerdan desde Gramsci hasta Sousa Santos, más que una construcción ideológica cuyo objetivo es mantener intacto el estado de cosas.

En unos momentos en que la banca nos lleva de escándalo en escándalo y que abre voraz sus fauces para tragarse los recursos públicos que debieran emplearse en la prestación de servicios a la ciudadanía, quizá merezca la pena reflexionar sobre ella. La banca se constituye con las imposiciones que los ciudadanos depositamos. Es decir, el negocio bancario, en su esencia, no es sino la gestión delegada de unos recursos ajenos. A partir de esos depósitos, los bancos realizan negocios para incrementar su patrimonio. Sin embargo, en el proceso, se ha producido una curiosa autonomización que ha llevado a que se olvide que, en realidad, los banqueros no hacen sino administrar nuestros capitales.

Esa autonomización tiene como efecto la paradoja de que quienes somos los verdaderos propietarios de los capitales podemos llegar a tener dificultades en acceder a nuestros capitales depositados, mientras que quienes los administran realizan juegos malabares con los mismos propios de la prestidigitación más obscena. ¿Cómo es posible que los directivos de nuestros bancos acuerden con nuestros capitales indemnizaciones escandalosas como las que reciben sujetos como Rato o Goirigolzarri? ¿Cómo es posible que se indemnice a alguien por abandonar su puesto de trabajo voluntariamente, y más si su gestión ha sido deplorable, caso de Rato? ¿Cómo se entiende que el resultado de su ruinosa gestión en vez de conllevar responsabilidades administrativas, o incluso penales, deba ser resuelto con dinero de todos? ¿Cómo es posible que estos inútiles –que es lo más suave que se les puede llamar, pues han demostrado su tremenda incapacidad– e inmorales sujetos no sean inmediatamente apartados de la vida social? Muy al contrario, siguen siendo figuras de referencia y con un lugar de privilegio en la estructura social. Zapatero miraba ansioso a Botín cada vez que tomaba una decisión como si fuera la figura de referencia de nuestra economía y Rajoy ha colocado al frente del Ministerio de Economía a un lacayo de los mercados cuyo principal mérito reside en haber sido el representante en Europa de la empresa que generó el origen de la crisis.

¿Son delincuentes estos individuos? ¿Son Rato, o Botín, sujetos al margen de la legalidad? La respuesta es, evidentemente, no. Y ahí está el problema, que nuestro sistema social y jurídico cobije prácticas tan obscenas, que repugnan al sentido ético. No hay delito en la acción de estos personajes. Lo que está equivocado no es nuestro sentido ético, sino la arquitectura social que ha convertido estas prácticas, como las de la corrupción, en un lugar común. Como argumenta el filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel, la moral es el sistema de valores construido para defender el estado de cosas, mientras que la ética construye un nuevo sistema desde la mirada crítica sobre lo que hay. En ese sentido, la mirada de nuestra sociedad es una mirada ética, que sobrepasa la moral de lo que hay, que reniega de unas prácticas y discursos que resultan ya indigeribles.

Esa convicción de la inmoralidad de las prácticas aquí descritas, y de otras muchas que acompañan al sistema, nos debe hacer reflexionar sobre el carácter mismo del sistema. Seamos radicales. No en el sentido que a la palabra se le da en la cháchara comunicacional, sino en el que le otorga Marx, en el sentido de ir a la raíz de los problemas. No cabe duda, si se reflexiona sobre ello, de la irracionalidad de muchos de los principios sobre los que se fundamenta el mafiocapitalismo que nos ha tocado sufrir. Y esos principios son los que defienden los gestores del sistema, sean banqueros, sean tecnócratas, sean políticos sistémicos. Por eso sus recetas, y sus valores, no sirven sino para profundizar la crisis.

Cuenta el sociólogo Jesús Ibáñez la historia del maestro zen, que le dice a su discípulo, empuñando un palo: «Si dices que este palo es real, te pegaré con él, si dices que no es real, te pegaré con él, si callas, te pegaré con él». La salida, dice Ibáñez, para evitar el palo, es arrancárselo de las manos y partírselo a Merkel, a Rajoy, a Rubalcaba, a Lagarde (perdón, al maestro), en la cabeza.

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