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¿Qué hacer ahora mismo?

Fuentes: Rebelión

Aquellos que pensamos que la sociedad necesita transformarse tenemos ante nosotros dos problemas históricos que suponen dos objetivos estratégicos: a) superar el capitalismo, actual sistema socioeconómico b) diseñar un nuevo modelo de sociedad (Un tercer problema es que sin haber solucionado «b», tal como la historia ha hecho evidente, no podemos acometer «a».) Estamos viendo […]

Aquellos que pensamos que la sociedad necesita transformarse tenemos ante nosotros dos problemas históricos que suponen dos objetivos estratégicos:

a) superar el capitalismo, actual sistema socioeconómico

b) diseñar un nuevo modelo de sociedad

(Un tercer problema es que sin haber solucionado «b», tal como la historia ha hecho evidente, no podemos acometer «a».)

Estamos viendo cómo el capitalismo, que se parece a Zelig, el camaleónico personaje de Woody Allen, es capaz de «camuflarse» y de sobrevivir a cualquier catástrofe. Por supuesto que esto sólo lo consigue utilizando los servicios del estado burgués que, como dijera el maestro Marx, no es más que una Junta que administra los negocios comunes de la clase burguesa. Las multinacionales, tanto si son locales como foráneas, saben cómo manejar los estados, a los que utilizan para defender sus intereses frente a la competencia; para mitigar los efectos de las crisis económicas y sociales con cargo al erario público; para reprimir a la sociedad en caso de manifestaciones de desacuerdo. Los bancos hacen absolutamente lo que les da la gana, y el estado les suministra fondos robados a los ciudadanos cuando están en apuros.

La izquierda, quod erat demonstrandum , no existe (al menos en el «mundo occidental»); existen los elementos que pertenecen a la «clase política» (una panda de advenedizos que viven a costa de los ciudadanos) y la política se organiza en grupos rivales (como los equipos de fútbol) que tienen diversos grupos de acreedores (algunos compartidos, ya que hay lobbies que, curándose en salud, juegan a dos bandas).

Todo está, en este sentido, privatizado: los congresos, los senados, los parlamentos… todo pertenece a los lobbies . ¿Queda algo público? Si: el dinero de los ciudadanos de a pie. Y nuestra vida privada, que cada vez está más sujeta a injerencias de todo tipo. Fue también Marx quien dijo que la socialdemocracia era el mejor invento de la burguesía; el tiempo y los hechos le han dado la razón ¡ojalá se hubiera equivocado! A fin de cuentas ¿qué es la socialdemocracia sino la enfermera del sistema?

Considerando lo que antecede, no podemos sentarnos a esperar que el capitalismo se disuelva espontáneamente: el cadáver del capitalismo no lo veremos pasar, lo tendremos que llevar a cuestas para lanzarlo a la fosa de la historia.

Pero antes de intentar disolver el capitalismo es necesario diseñar un nuevo modelo de sociedad. Esta gran revolución no podrá ser como las anteriores: quitar a unos para poner a otros. Ya no se trata de substituir la clase más retrógrada por otra más progresista, como en la Revolución Francesa, ni de substituir las clases retrógradas por la clase política, como en la Revolución Rusa. El problema que han tenido estas revoluciones es la falta de un proyecto claro: sabían lo que no querían, pero no sabían lo que querían: libertad, igualdad y fraternidad suena muy bien, pero hay que concretarlo ¡y generalizarlo! So pena de quedarse, como así fue, en una mera frase.

Se trata de disolver el poder y sus mecanismos para poder desarrollar un nuevo tipo de sociedad basado en la confianza y la cooperación. Por eso es tan importante diseñar previamente el nuevo modelo de sociedad, con los mecanismos que lo permitirían funcionar sin demasiadas improvisaciones. Uno de los factores fundamentales sería establecer una clara delimitación de los roles de gestión no automatizables que impidiera (por si acaso) el acceso a ningún grado de poder.

En este punto nos tenemos que enfrentar con nosotros mismos; con nuestra conciencia; con unos prejuicios que la historia y la ideología han implantado profundamente en nuestros cerebros. Debemos despojar el concepto de comunismo de todo el lastre que injustamente le hemos colgado, y perderle el miedo. Los prejuicios que envuelven esta palabra ( comunismo ) y que nos la hacen sospechosa, provienen, en parte, de la presión ideológica del propio sistema y, por otro lado (y esto es lo más grave) de varios errores teóricos y prácticos cometidos por los países que se autoproclamaron «comunistas».

El primer error histórico fue llamar «comunista» a un partido político, porque es una contradicción en sus términos, ya que el comunismo supone la desaparición de la política y, en consecuencia, la inexistencia de partido político alguno; por definición, un partido político no puede ser comunista. Por ende, un país gobernado por un partido «comunista» no puede ser un país comunista; y eso por dos razones: por la existencia del partido y por la existencia del gobierno; esto nos lleva a un tercer error: una de las exigencias fundamentales del comunismo es la inexistencia de estado; en ninguno de los países llamados «comunistas» se disolvió, que se sepa, el estado, sino todo lo contrario. Por otro lado, en ninguno de dichos países se llegó en ningún momento a cumplir el mínimo requisito que estableció Marx para una sociedad auténticamente comunista: que cada ciudadano recibiera todo lo necesario para desarrollarse plenamente y vivir dignamente ofreciendo a la sociedad el potencial de sus capacidades como producto de ese mismo desarrollo personal ( a cada cual según sus necesidades; de cada cual según sus capacidades ). Y, por último, otro elemento incompatible con el comunismo y que subsistió en los países «comunistas» es el dinero; dinero y comunismo son entes antagónicos. El dinero cumplió sobradamente su rol como medio de intercambio (como medida del valor de cambio y como «figurante» del valor). Actualmente ya no es necesario. Bien, en realidad nunca lo fue, aunque para algunos supuestos era un elemento práctico (tal como dijera Aristóteles, era más cómodo llevar una moneda que acarrear el montón de cosas que aquélla podía simbolizar; pero fue también Aristóteles, quien era contrario a la generalización del dinero, el que previno sobre sus nefastas consecuencias).

Por todo ello, podemos afirmar que el comunismo no ha existido nunca (fuera del «comunismo primitivo») y que nuestros prejuicios hacia el comunismo son precisamente eso: prejuicios, adornados con los estereotipos ad usum .

Ahora podemos decir, sin «miedo» ni «vergüenza», que la futura sociedad será comunista (o, de lo contrario, seguirá siendo capitalista); será comunista en el sentido de que todo será común a todos. El problema que tenemos que enfrentar es que no hay un diseño claro de cómo podría ser, a parte del escueto aforismo de Marx citado anteriormente, mientras que sí que tenemos especificaciones de cómo no deberá ser. La sociedad comunista excluye, por definición, el capitalismo, y excluye, por lo tanto:

El dinero, los bancos, la bolsa, el capital

La explotación de unos humanos por otros

El estado, la política y los partidos

De hecho, suprimiendo las citadas lacras históricas, el mundo mejoraría notablemente. Lo único que se precisaría (y lo más difícil de conseguir) es un sistema de gestión social de los recursos y de los subsistemas sanitario, educativo, científico, técnico, etc. Volvemos, con ello, al asunto del diseño de la sociedad y de los mecanismos de gestión. No hace falta decir que para diseñar el nuevo modelo, al menos en su fase más avanzada, hace falta la colaboración de especialistas en todos los ámbitos que involucran el funcionamiento de la sociedad; algunos de los cuales deberían trabajar contra sus propios intereses egoístas: es decir, deberán trabajar para desarticular el actual entramado y substituirlo por otro donde sus roles o desaparecerán o serán completamente distintos.

No podemos esperar a que venga un comando alienígena a salvarnos, tenemos que hacerlo nosotros mismos, y algún día habrá que ponerse manos a la obra.

Sólo he lanzado una piedra; no escondo la mano.


* El autor es Doctor en Filosofía por la Universitat de Barcelona.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.