Recomiendo:
0

Que no se nos nuble la vista

Fuentes: Rebelión

Uno de los efectos visibles que han dejado en Chile los 17 años de dictadura y los 16 años de democracia neoliberal es haber transformado a nuestro país en una especie de maniaco-depresivo colectivo. Se pasa de la risa al llanto con una extrema rapidez. No hay moderación. Todo tiende al extremo. Las pasadas elecciones, […]

Uno de los efectos visibles que han dejado en Chile los 17 años de dictadura y los 16 años de democracia neoliberal es haber transformado a nuestro país en una especie de maniaco-depresivo colectivo. Se pasa de la risa al llanto con una extrema rapidez. No hay moderación. Todo tiende al extremo. Las pasadas elecciones, y el pobre resultado de la izquierda bien pueden significar una recaída depresiva para un buen conjunto de pueblo que creyó, que esta vez sí, la izquierda retomaría el camino del crecimiento. Pero no fue así. Una vez mas la socialdemocracia logró su objetivo, avanzar relegando a la izquierda a un rol político marginal. El mismo que viene ocupando los últimos 20 años. Pero este clima de pesimismo impide ver con claridad que, sin duda, los próximos años ofrecen un panorama con muchas posibilidades para la izquierda. Basta hablar con cualquier hijo de vecino para constatar que en Chile el descontento crece. Es más, gran parte de la votación de Bachelet, aunque parezca contradictorio, tiene su raíz en quienes son cada vez más críticos con la conducción de los últimos 15 años de la Concertación. La decisión de que fuera Bachelet (PS) y no Alvear (DC) la candidata de la Concertación tiene que ver justamente con quien representaba mejor las esperanzas de quienes se ven cada día más afectados por el modelo neoliberal. Si se analiza el discurso electoral de Bachelet, es notorio el acercamiento utilitario a la identidad socialista. Y decir socialismo en Chile es hablar de Allende, la UP, el litro de leche para todos los niños, la nacionalización del cobre. Eso sigue ahí, impregnado en los genes del socialismo chileno de base. Si comparamos la elección de Lagos con la de Bachelet, es clarísimo como Lagos nunca no tuvo el más mínimo acercamiento al socialismo. El prefería hablar de la «tercera vía», de su semejanza con Tony Blair, en Inglaterra y con el «difunto» de la Rua, de Argentina. Su discurso eleccionario prohibía cualquier mención al socialismo y menos a Allende. Lo más izquierdista que hicieron fue mostrar la imagen de un Lagos con pelo, y gesticulando con su «imponente» dedo amenazador, en imágenes televisivas de los 80′. Lo cierto es que Lagos y la concertación de hace solo 5 años escondía su pasado socialista en el armario, rehuyendo hablar de él como si se tratase de ese pariente que se fue preso y del cual nadie habla por temor a que resurjan los demonios Con todo, una vez más, la apuesta de la concertación dio resultados. Siguen bajando su apoyo, pero siguen con la primera opción para continuar en el poder. Es la imagen de; la concertación contra la derecha. Un mundo bipolar como lo había imaginado el ideólogo conservador Jaime Guzmán. Dos polos que dividían Chile, generando la estabilidad económica y gobernabilidad política para que, con tranquilidad, sigan funcionando bien los negocios de los poderosos. Todo esto solo es posible mientras no exista la alternativa hacia la izquierda. Pero eso ya no es culpa del ajusticiado Guzmán.

Aunque la mona se vista de seda

El fracaso de la izquierda sigue en una línea de continuidad, solo levemente quebrada por el esperanzador resultado de las pasadas elecciones municipales. Pero una golondrina no hace verano. La izquierda chilena sigue siendo una de las más marginales del continente latinoamericano. Pasamos de ser ejemplo en los 70′ a ser el peor alumno de la clase. Nuestra izquierda solo vive del recuerdo de otros tiempos. Como esos viejos que en las plazas viven recordando esos años donde todo era mejor. No logramos sacarnos el olor a naftalina que impregna nuestras banderas y nuestros discursos. Pero las debilidades de la izquierda chilena no son solo un problema de estética. Hirsch, el presidenciable del comunismo-humanista, aun siendo un candidato cuyo perfil es débil, demostró que con un discurso claramente anti neoliberal se podía tener, desde la izquierda aceptación transversal lo que no se había visto en los últimos años. Y es que, como lo dijimos arriba, hay cada vez más orejas atentas y dispuestas a apoyar la crítica a un modelo deshumanizador. El discurso llega, aunque todavía esa llegada no se transforma en un apoyo en votos. Esta elección demuestra como la izquierda chilena se sigue moviendo entre el autoritarismo y el hippismo. Pasamos sin mucha elegancia del «aquí se hace lo que yo digo (discurso aún sostenido por ciertos sectores comunistas) al «que cada cada uno haga lo que quiera» (discurso sostenido por los sectores humanistas). Pareciera que la izquierda chilena aún no logra superar la difícil encrucijada de enfrentar la amplitud necesaria de un referente masivo, con la necesaria capacidad de conducción política de dicho referente. Los últimos sucesos eleccionarios no debieran hacernos perder el rumbo. El problema que hoy tiene la izquierda chilena es cada vez menos que el contexto le sea desfavorable. Todo indica que son cada vez más los que estarían dispuestos a sumarse a un proyecto popular, nacionalista, antiimperialista, y revolucionario. El problema está por dentro.