Vaya por delante que personalmente no tengo nada contra los sindicatos, contra sus líderes ni contra quienes forman parte de ellos… La cuestión es otra. La cuestión es que en otro tiempo, cuando la oferta y la demanda de empleo estaban equilibradas; cuando el despido, sus causas, la indemnización y todo cuanto concernía al mundo […]
Vaya por delante que personalmente no tengo nada contra los sindicatos, contra sus líderes ni contra quienes forman parte de ellos…
La cuestión es otra. La cuestión es que en otro tiempo, cuando la oferta y la demanda de empleo estaban equilibradas; cuando el despido, sus causas, la indemnización y todo cuanto concernía al mundo laboral estaba minuciosamente regulado y con arreglo a derecho las magistraturas solventaban cada caso, los sindicatos eran un muro de contención frente al sistema y un refugio para el trabajador pese a las barbaridades de la dictadura cometidas principalmente en materia política… Pero hoy día ¿qué pintan los Sindicatos? Una institución que no ha podido ni puede ni podrá hacer absolutamente nada frente a unos poderes omnímodos en todos los terrenos incluido el laboral…
No me interesa para nada la actual regulación laboral. Me da igual. El caso es que los sindicatos no pintan nada, ni el trabajador puede esperar de ellos más que lo pueda esperar un meapilas del confesor. La política, el desempleo y los problemas gravísimos sociales van a su aire y no hay fuerza alguna capaz de contenerlos. Pues todo va ligado a la ideología más perniciosa que, dentro de su seno, ha parido el capitalismo propiamente dicho: la privatización salvaje con miras a la supresión del estado en todo lo tocante a lo que el estado pudiera tener de protector y de benefactor del débil. Una privatización, por cierto, cuyo eje no se sitúa en el individuo aislado precisamente, sino en el avispero societario de multinacionales y de complejos vericuetos fabricados por la ingeniería financiera de los que solo sacan largamente provecho unos cuantos sujetos, en perjuicio y detrimento precisamente de los que en nuestro país llamamos pomposamente autónomos…
El marco, pues, es irrefragable, no puede evitarse como no sea en una revolución en toda regla que los partidos emergentes en España, cada uno a su manera, desean evitar. En esas condiciones y con las garras sobre toda la sociedad occidental que se extienden desde Washington hasta Bonn mantenidas por ejércitos y policías preparados para todo, ¿qué coño hacen ahí los Sindicatos que no sea una pamema, un hacer que hacemos, un baile de disfraces? Creo que lo mejor que podían hacer es disolverse. Al menos sería una enorme bofetada al sistema que, ahora, a cuenta de los Sindicatos (y de otras ficciones, como la de la libertad), puede presumir y presume de que ésta es la democracia más avanzada del mundo y éste el mejor de los mundos posibles…
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