Y yo digo que no hay derecho a hablar de nada en España mientras haya españoles que se acuesten sin cenar. Manuel Azaña
Aclaración previa: Algunos artículos de opinión tocan a rebato preocupados por los próximos resultados electorales. No es el asunto aquí tratado. Las fórmulas transitorias, de oportunidad, no están a la altura de lo que es verdaderamente el socialismo y de lo que verdaderamente requiere. No se trata de ganar unas elecciones para que todo siga igual. Se trata de abandonar conscientemente el liberalismo (en su enfoque nacional e internacional) y recuperar el socialismo. ¿Qué socialismo? Ese es precisamente el análisis que hay que realizar. Como dice el refrán, retroceder un paso para avanzar dos. Pero para eso hay que quitarse las anteojeras de décadas pasadas, y además querer hacerlo.
El socialismo ha sufrido a lo largo del tiempo una progresiva decoloración que lo ha vuelto irreconocible; irreconocible, por supuesto, para aquellos que conocen las causas reales de su nacimiento, de sus luchas, de sus polémicas; en definitiva, de su larga historia y de su razón de ser. El socialismo de hoy es pálido, con una atonía que permite le roben los logros históricos y le imputen los errores y delitos que realmente comete y ha cometido el imputador.
Quienes han tolerado e incluso abonado esta situación, o no saben qué es el socialismo, o no saben quiénes son ellos mismos y que causa de orgullo han perdido. Lamentablemente, el liberalismo, una ideología combativa desde posiciones ventajosas de poder, frecuentemente alimenta su ideología trasladando al socialismo sus propios defectos. Quién nos iba a decir, por ejemplo, que las advertencias de Marx contra el dogmatismo se iban a convertir en una letanía liberal (ellos, que son metafísicos) contra un socialismo que era precisamente dialéctico. Pero lo que hace el liberalismo es normal; es la batalla que ha seguido a lo largo de su historia. Lo anormal es que el socialismo contemporáneo lo acepte pasivamente, entregando victorias sin batallas, y a veces amordazando a quienes sí desean proclamar lo que es.
Todo esto demuestra, además, que discusiones que se presentan como caducas son totalmente actuales. Si se insiste en tal caducidad es precisamente para evitar una conexión histórica que le dé consistencia en el presente.
La cuestión es que hoy los papeles están cambiados, encima con la anuencia de las partes.Jugando con los términos, si las cosas van mal la culpa la tienen las medidas socialistas (¡¿cuáles?!); si van relativamente bien es la demostración palpable de que la democracia liberal es insustituible. Algo similar sucede con las crisis: si se resienten las clases altas hay que socializar las pérdidas y subvencionar a los potentados; si se resienten los trabajadores la culpa la tiene su improductividad. Habría que preguntar a esa clase quedice que madruga quién mueve esos billones de toneladas de materialidad que la humanidad disfruta; quién sufre los accidentes laborales, a veces mortales; quién nutre el grueso de los presupuestos nacionales.
Tal pasividad ha conferido al liberalismo un gran poder ideológico entre la gente, que incluso dificulta demostrar lo evidente. Bertolt Brecht se preguntaba qué tiempos eran aquellos (III Reich) en los que se tenía que defender lo obvio. ¡Pobre cuadro a Guernica, al que recurren todos los bandos, cualesquiera que sean sus aliados!
Una cuestión fundamental es la de a quién sirve este socialismo. Si miramos la distribución de la riqueza, parece que no precisamente a los más desfavorecidos. Además, no hay que hacer demasiado esfuerzo para saberlo; ese socialismo que se resiste a borrar nominalmente sus referencias originarias, no oculta su proclividad hacia las clases medias (y medias altas si es posible; ya hemos olvidado aquella cursilada de la beautiful people y sus repercusiones reales; también hemos olvidado que algunos de sus ideadores luego desembarcaron en la derecha.
A esto han contribuido unos monopolios de la comunicación y de popularización cultural que naturalmente sirven a sus propietarios, los más ricos; esto, unido a una mentalidad localista (no nacionalista), que limita a lo más próximo su curiosidad por la realidad. Se sabe que hay hambre y que incluso se muere por su causa; pero ese drama no forma parte de la realidad tangible (los 375 mil yemeníes muertos, casi la mitad niños, en una guerra que dura ocho años, no existen); son otra cosa, difícil de clasificar; quizás un destino inevitable (no está de más añadir que lamentablemente algo así también ocurre con el triste destino de los animales). El mundo, nuestro mundo, son televisivas mansiones cinematográficas que estimulan nuestra capacidad onírica. El otro día contaban muy oportunamente la anécdota de una anciana chilena, de clase humilde, que se regocijaba de que después del golpe pinochetista los escaparates estuvieran llenos de cosas, no como con Allende. Ni sabía las causas del vaciamiento, ni ella iba a disfrutar nada de lo expuesto en los escaparates. Si nos dicen que sólo el 15% de la población mundial (quizás ya haya disminuido) goza de un bienestar aceptable, y que dentro de ese 15% hay un 20% (quizás ya haya aumentado) que vive mal, no hay reacción. Una de las grandes virtudes del socialismo, su internacionalismo, su solidaridad hacia todo lo doliente, se ha diluido a conveniencia.
Todo esto último forma parte no sólo de una derrota política e ideológica, sino también cultural, que no es menos importante. El otro día, en las altas instancias de un organismo europeo, discutían si un determinado país era europeo. La pregunta debería haber sido ¿es Europa europea? Música, músicos, cine, actores, actrices, literatura, referencias bibliográficas, ciudades, personajes a acertar en los concursos, no son precisamente de Europa, y si lo son, en proporción mínima.
No obstante, la realidad económica (sus crisis) va desenmascarando a la ficción, demostrando que ese mundo de felicidad banal es mínimo. Ni existe una felicidad global, ni hay una muralla infranqueable que nos haga distintos a aquellos cuya vida es un drama diario. Para colmo, añadamos unas campañas lacrimógenas que intentan suplantar la función social con mínimas soluciones caritativas en territorios cuidadosamente seleccionados. Curiosamente, esa es la cara que queda de Occidente, no el intercambio desigual, la deuda, la moneda sin respaldo, las guerras, etc.
Y a ese socialismo ¿qué se le puede reprochar concretamente? En primer lugar dejar de ser la conciencia de la clase a la cual debería representar, en cuanto que ha nacido gracias a ella. Desde hace mucho tiempo, el electoralismo le ha llevado a querer ocupar un espacio de centro que es otra ficción del sistema, Porque, en la realidad actual ¿de cuándo ese sector de centro, esa clase media, tiene alguna afinidad con los dueños del sistema? ¿De cuando sus necesidades objetivas están más próximas a las de los milmillonarios que a las de los mileuristas? ¿No se repitela misma ficción del pasado, en la que sectores interesados enfrentaban a campesinos pobres y proletarios, identificando a los campesinos pobres con los campesinos ricos?
En tal ficción, producto de la derrota cultural, los expertos de corbata y marketing presentan esta operación como una necesidad (no os damos lo que os corresponde para que los otros no os quiten más); sin embargo, la correlación de clases en España, según su riqueza, es la siguiente: el 50% posee el 6,7% (cociente de 0,002); el 40% el 35,8% (0,89); el 10%, el 57,6% (5,76); , y el 1%, el 24,2% (24,2). Esto es lo que dice el World Inequality Lab, (sin cocientes) cuya fiabilidad desconocemos, pero cuyos datos se corresponde más o menos con otros observatorios. Respecto a la calidad del trabajo, el 46,4% de los asalariados tenía un contrato temporal en 2019. ¿Quieren para sus hijos semejante perspectiva de vida?
Es decir, que su discurso no contribuye a que esa clase media comprenda la realidad, es decir, que no son los de abajo los que amenazan su posición, sino los de arriba. Si se observan las tablas de distribución de la riqueza se verá que hay un corte horizontal que divide a las clases en dos bloques: unos que son menos y tienen más, y otros que son más y tienen menos. Y esa desigualdad tiende a agudizarse.
Junto a esa perdida conciencia de clase, ese socialismo ha abandonado una de sus grandes virtudes históricas, la de ser un instrumento colectivo de reflexión, de discusión. Esta es una de las más graves dejaciones. Los malos resultados no siempre son evitables. Sin embargo, articular mecanismos para analizar, formar (dentro y fuera de las organizaciones), preparar para cambiar esa realidad hostil, si es su responsabilidad. Si se hubiera hecho habrían sido 50 años de preparación para evitar un retroceso que puede ser histórico. Y no hablamos sólo de lo que se debe hacer, sino también de lo que se quiere ser.
Respecto a la organización, el socialismo se ha institucionalizado, de forma que ser político es sólo ser cargo público, lo cual contribuye a que se pierda la perspectiva humana de clase en beneficio de un tecnocratismo desideologizado. ¿Recuerdan las discusiones sobre si el socialismo era un humanismo, planteadas más en beneficio de la suspicacia que del socialismo? Imbuidos de un falso sentido de responsabilidad, sólo aceptan un concepto aséptico de ciudadano interclasista, lo cual ayuda a una cómoda levitación sobre compromisos problemáticos. Por otra parte, ese tecnocratismo desideologizado no es el mejor valladar para combatir las corruptelas. No hablaremos de las extrañas baronías autonómicas que tanto contribuyen al taifismo y fomentan una mentalidad que antepone lo menor a lo mayor, en cuanto no es un problema exclusivo del socialismo. No se ha querido sacar consecuencia de los problemas surgidos en la última pandemia. El autonomismo debe tener una función integradora, articuladora, no fraccionadora.
Al principio de la transición se introdujo en la política el término de modernidad. Pero la modernidad no es nada, salvo lo actual de cada momento, sin matices morales ni políticos. Quien opta por la modernidad opta por el seguidismo, por lo impuesto, por lo efímero, por lo superficial. Así de endeble fueron los cimientos propugnados para el nuevo socialismo. Los clásicos del socialismo siempre advirtieron contra ese progresismo que quiere avanzar desconociendo las distintas capas que conforman la historia: lo nuevo basado en el estudio de los errores y aciertos del pasado.
Más que de nacionalismo se debe hablar de localismo. Sorprende que de repente haya surgido tanto geopolítico sumiso en un lugar en el que el horizonte máximo de la acción política no traspasaba el plan municipal.
Respecto a los alineamientos, la proclamación de unos derechos humanos etéreos, de unas democracias abstractas, de un pluralismo político en el que se ha ido laminando todo lo molesto porque cuestionaba lo imperante, ha convertido a lo que era un movimiento mundial en un rincón quizás destinado a desaparecer.
Es un error hacer hincapié en derechos humanos abstractos (más bien de carácter civil) y olvidar los derechos sociales. Por ejemplo, desde 1982 hasta 1990 (ocho años) las transferencias de recursos del Sur al Norte alcanzaron el equivalente a seis planes Marshall.
Oxfam, en su informe “Una economía para el 99%”, afirma que la crisis de la desigualdad sigue en juego. Que somos una sociedad global en la que tan sólo 8 personas tienen tanto como la mitad del mundo, 3.600 millones. Lo cual amenaza la estabilidad y el crecimiento mundial.
¿Esto no le interesa al socialismo? ¿No le dice nada respecto a las bases sobre las que se construye el mundo y con el cual ha de relacionarse? ¿Ignorando esas bases pretende transformar nada, crear redes de hermandad, por ejemplo, con Latinoamérica?
¿Y cuál es el instrumento mínimo que desean para llevar el bienestar a la sociedad? Sorprendentemente, un movimiento que es social, ha contribuido a privatizar las empresas públicas que hoy están reportando grandes ingresos a las arcas… privadas. Si no que le pregunten a Telefónica.
No vamos a hablar de pacifismo en unos momentos en los que las razones se ponen, anteponen, compartimentan y entrecruzan. Lo que no es óbice para recordar que no hay dinero para la sanidad, la educación, la asistencia a los ancianos, a los desempleados, a la vivienda social, a unas pensiones mínimas, etc.
Por mor de esa ignorancia, muchas veces buscada, es fácil caer en un unilateralismo desconectado de la realidad mundial y de la necesidad de buscar soluciones que beneficien a quienes se representa, no a sus contrarios.
Terminemos con la llamada memoria histórica. Dice la página del gobierno: Siendo la memoria el ejercicio de reconstrucción del pasado en el momento presente, ha de entenderse como un derecho; un derecho de la ciudadanía. Para ello, el objetivo fundamental de toda política de memoria y de este portal web en particular es crear condiciones de pedagogía social que se constituyan en garantías de no repetición».
La aclaración está muy bien y es necesaria. Cosa distinta es que se haya realizado o se realice idóneamente. La acción de la memoria se ha reducido a recuperar (con obstrucciones consentidas) los cadáveres de las víctimas de la guerra civil y postguerra, lo cual es muy importante, pero insuficiente. No es cierto que se recuerde (memoria) qué fue la República, la guerra civil, sus causas, sus aliados, sus enemigos. No se sabe qué se hizo en los dos años primeros y qué se destruyó en los dos siguientes. No se habla de cómo los países civilizados la abandonaron a su suerte, mientras se tejían pactos de Munich y demonizaciones interesadas. En esa recuperación de la memoria se trasluce el deseo de olvidar el pasado. En ese olvido quedan muchas cosas que las fuerzas progresistas construyeron, o al menos, delinearon. Sin embargo, hemos avanzado tan poco en ese aspecto, que seguramente para muchos españoles el socialismo ha sido un fenómeno político más autoritario que el propio franquismo. El pronto reconocimiento de Franco. El apoyo que le brindaron los EEUU no obra contra esa idea equivocada. Se ha querido salvar esta situación no denunciándola, rebatiéndola, sino huyendo de cualquier referencia histórica del socialismo. No exageramos si decimos que para el socialismo renovado, el socialismo histórico era, como mínimo, gravoso. ¿Qué se habrá podido construir con tal mentalidad? No hay un reconocimiento hacia unos republicanos, que en casos, combatieron en dos guerras contra el fascismo y el nazismo. Encima, en nombre de la modernidad antes aludida, este es un lenguaje que suena a decrepitud.
Abríamos con una frase de Azaña. No ignoramos que Azaña no era socialista; sin embargo, su honradez, su decidido alineamiento con lo correcto, con las clases humildes, con una verdadera reforma y renovación de España, lo hacen tan ejemplar que resulta penoso saber que la mayoría de los españoles desconoce su labor. Estas lagunas son las que precisamente fortalecen a ese liberalismo (neoliberalismo le llaman, para renovarlo) que tantos estragos ha realizado en el mundo. Pero aquí, se da el juego contrario, de localistas pasamos a globalicionistas.
Pero es un error considerar que el socialismo ha dejado de ser una solución. Sólo hay que restaurar el socialismo verdadero, que habla en nombre de los que menos tienen, y que son los más.
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