En días en que tenía la misma edad de la treintena de muchachos que se reunieron hoy frente al Ministerio de Cultura, grabé en un casete una canción del uruguayo Alfredo Zitarrosa que en uno de sus fragmentos dice: “En mi país, qué tristeza, la pobreza y el rencor”.
En aquellos años a los jóvenes solo nos quitaba el sueño cuánto de cercano andaba ese comunismo que ayudábamos a construir “preparándonos para el futuro”, cultivando el pedacito que nos tocaba del paraíso que heredarían nuestros hijos. No iba a ocurrírsenos otra cosa que solidarizarnos con la tristeza de otros veinteañeros que en el sur del continente se la jugaban en la calle por desterrar el fascismo que acabó con tantos sueños. Qué íbamos a pensar que treinta y pico de años después fuéramos a ver en pleno Vedado capitalino lo que vimos hoy.
Digo ver porque para escribir esto no me he dejado arrastrar por la pasión de oír tres cosas, observar dos y sopesar una. Me he documentado durante horas cuando me fue permitido ―es un hecho que durante al menos dos estuvo bloqueado Internet―, y vengo a apuntar que pocas veces en sesenta y dos años unos servidores públicos han quedado tan mal ante ellos mismos. Los jóvenes que tenían delante pueden ser inmaduros, estar guiados por unas hormonas que ojalá tuviera yo ahora mismo, o no tener en ciertos asuntos una agenda organizada para luchar por lo suyo, pero ninguno de los planteamientos que enarbolan son ilegítimos. ¿Lo es exigir el cese de la represión ―represión, sí, fascismo también, no tiene otro nombre― que con total impunidad se sigue contra personas que no son delincuentes ni tienen causa penal alguna? ¿Es ilegítimo pedir que para que exista el diálogo este no deba acompañarse de fuerzas policiales? Las vimos por centenares los que estuvimos frente al Mincult el 27 de noviembre, ahí estaban hoy porque en un espacio público había treinta jóvenes con su palabra como única arma, como si los trabajadores del organismo, en otro sucio remedo de los tristemente célebres mítines de repudio, no bastaran para, como dijo el noticiero del mediodía, “enfrentarlos y desalojarlos” del lugar.Anuncios
Los que no podían equivocarse eran dirigentes que peinan canas y están para, entre otras cosas, representar a los artistas, razón de ser de dicho Ministerio. Y se equivocaron. Porque entre las atribuciones de un viceministro no está decidir por calles y aceras que no son de él, mucho menos exigirles a esos jóvenes que se retiraran del lugar, porque esa institución tampoco es de él ―en el socialismo, Fernando, si es que todavía estamos en socialismo, todo pertenece al pueblo―. Y Alpidio se acordó de lo que dijo su antecesor Abel hace mes y pico ―el enemigo busca un muerto―, e hizo su trabajo con un manotazo que pudo llevar a ello.
¿En las altas esferas partidistas alguien piensa que con esos métodos se hace Revolución, se establece un proceso de diálogo inaplazable en aras de salvar lo que con tantas chapucerías, desvergüenzas y afrentas se pisotea? ¿No se dan cuenta de que hay que abrir con urgencia espacios para la disensión si se quiere arreglar el desparpajo de acusar a todo el mundo de mercenarismo, contrarrevolución y servicio a la CIA? ¿En el gobierno cubano no acabarán de razonar que los mayores contrarrevolucionarios son los que desconocen el clamor popular por cambios medulares que marquen el comienzo de actualizaciones que lo sean y rectificaciones desde la raíz de los problemas que han creado ellos mismos?
Quiero pensar que con la premura del cierre al mediodía se les fueron a los compañeros del Departamento Ideológico estos detalles que he narrado y que hoy circulan con profusión por las redes. Que con la noticia de la renuncia de ambos dirigentes se señale además que nuestro gobierno repudia la manera lamentable en que fue resuelto el incidente de hoy en el Ministerio de Cultura. Que acepten los medios de difusión masiva cubanos que llevan tiempo alentando el odio contra todo aquel que piensa de forma diametralmente opuesta de los que sí tienen derecho a equivocarse hasta la eternidad.
En la canción de Zitarrosa hay otra estrofa que exclama: “En mi país somos duros, el futuro lo dirá”. Ojalá y los decisores de política entiendan que hay que ser duros no para la injuria o la descalificación, no para el golpe duro contra el “golpe blando”, sino para admitir que siguen metiendo la bota en el lodo, que una sociedad verdaderamente abarcadora se forja desde la perspectiva inclusiva que caracterizó al hombre que honraremos el 28 de enero.
Que me acusen de lo que les dé la gana los que, como dijo el poeta, viven de delimitar nacimientos como el del movimiento dado en llamar 27N. No me arrepentiré de haber asistido en el mes de mi cumpleaños a ese parto junto a los jóvenes que se reunieron en la calle 2, de advertir desde mi periodismo y desde hace años hasta dónde se desvirtúa el proceso emancipador que triunfó con la Revolución Cubana, de decir lo mío “a tiempo y sonriente”. No me esconderé para escribir lo que escribo, no temeré zarpazos totalizadores como el que hace medio siglo se dio ―en un proceso que debía servir de enseñanza― al poeta Heberto Padilla, el mismo de aquel poema que siempre me acompaña: “Di la verdad. / Di, al menos, tu verdad. / Y después deja que cualquier cosa ocurra: / que te rompan la página querida, / que te tumben a pedradas la puerta, / que la gente se amontone delante de tu cuerpo como si fueras un prodigio o un muerto”.
Jorge Fernández Era. Periodista, escritor, editor y corrector. Perteneció al grupo humorístico Nos y Otros.
Fuente: https://www.desdetutrinchera.com/politica-en-cuba/que-tristeza/