¿Irán, Corea del Norte? Etapas de un objetivo aún en lontananza. No en vano Washington se apresta a trasladar en los próximos años el 60 por ciento de su marina de guerra a las cercanías de China, como parte de una estrategia dirigida a frenar el raudo ascenso de esta y, al decir de diversos […]
¿Irán, Corea del Norte? Etapas de un objetivo aún en lontananza. No en vano Washington se apresta a trasladar en los próximos años el 60 por ciento de su marina de guerra a las cercanías de China, como parte de una estrategia dirigida a frenar el raudo ascenso de esta y, al decir de diversos observadores, reafirmar la hegemonía global en un remake de guerra fría.
El insomnio parece haberse enseñoreado de las elites gringas de poder, si alguna vez durmieron, tan paranoicas ellas. Porque desde la inteligencia nacional -abultada de agencias especializadas- hasta la «selecta» Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) pronostican que en 2016, a tiro de piedra, el rival desplazará a Estados Unidos como primera potencia del orbe, privilegio que ostenta desde la Segunda Guerra Mundial.
Hace unos meses, la OCDE destacaba que la economía del gigante asiático se ha expandido (quintuplicado) con inédita rapidez, a pesar de un catastrófico contexto internacional. Y aunque el aumento de su producto interno bruto se ralentizó en 2011-2012, hasta 7.8 por ciento, se espera que repunte a 8.5 en 2013, y a 8.9 en 2014. Téngase en cuenta que ya representa unos 12 billones 400 mil millones de dólares, o sea que anda frisando los 15 billones 600 mil millones de USA, en cálculos quizás conservadores.
Y las previsiones son tan plausibles, que el plan -más bien contraplan- de EE.UU., oreado en público por la secretaría de Defensa, consiste en reajustar prioridades para el futuro inmediato, centrándolas… allí mismo: en la región de Asia y el Pacífico, donde se está emplazando un número indeterminado de submarinos nucleares adicionales, nuevos bombarderos de largo «aliento», artilugios antisubmarinos y de guerra electrónica, y la mayoría de los navíos de superficie disponibles, que no son pocos, por cierto. Como parte del programa pregonado, cobrarán aún mayor auge los nexos con Japón, Corea del Sur, Filipinas, Singapur, Australia y otros estados, así como los ejercicios conjuntos y el patrullaje del vasto espacio. Ello se suma al ciclópeo dispositivo castrense que EE.UU. mantiene dislocado en el continente y los océanos Pacífico e Índico: más de 300 mil efectivos, en decenas de bases.
Pero corrijamos el tiro. Claro que China no colma en solitario la atención de Washington. Rusia le hace compañía en ese «vía crucis». ¿Por qué si no el Kremlin iba a constituir objeto de la primera visita al extranjero del presidente Xi Jinping, en marzo pasado? Se trataba, se trata, de ahondar en una alianza que se vio reforzada por la firma de un voluminoso portafolio de acuerdos y memorandos de colaboración económico-comercial, con marcado acento en la energía.
Las partes se mostraron la mar de explícitas en una unión que muchos consideran broquel ante las apetencias del Tío Sam. Ratificaron la comunidad de enfoques en torno a la problemática planetaria, desde la posición de miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, agraciados con el consabido derecho al veto. Lo fundamental: expresaron su apoyo mutuo en intereses clave, como la defensa de la soberanía, la integridad territorial y la seguridad. Y aunque una vez más se gastaron toda la diplomacia posible, insistiendo en que no aluden a una liga marcial, no cabe duda alguna de que esas relaciones resultan un contrapeso en la geopolítica mundial, en particular frente a la línea político-militar de la Casa Blanca, contentiva del urticante Escudo Antimisiles.
¿Razón del énfasis en el sector de la energía? En caso de una espiral en la confrontación entre China y los Estados Unidos, la flota norteamericana podría cerrar al rival los canales marítimos de suministro de hidrocarburos, y entonces devendría imprescindible la mano tendida a través de una larga frontera que, de pesadilla, ha devenido esperanza.
Ahora, más impactante que el poderío del binomio Beijing-Moscú es otra realidad. El hecho de que Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica -los Brics, bloque que posee más de la mitad de las reservas de divisa del planeta, y aporta ya 21 por ciento del PIB global- se han insertado en el actual orden universal como una alternativa de desarrollo, crecimiento, cooperación y comercio. La recién propuesta creación de un banco común, que financie proyectos de infraestructura para los países pobres, por ejemplo, plantea un desafío a la regencia del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, controlados por EE.UU. y Europa. Lo cual, en lapidarias palabras de un analista citado por la colega Claudia Fonseca, «supondrá el principio del fin del actual sistema de gestión monetaria».
Consiguientemente, el ocaso de un sheriff que, abandonando la autopercepción -que no el talante- de bravo en taberna, voz de bajo incluida, anda pregonando histéricamente, en agudo registro, que los chinos vienen, que llegan ya, para quedarse… ¿No serán los marginados todos?
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