Imposible censurar a la joven tailandesa, embarazada por obra y gracia de un espíritu humano que, como suele ser habitual, desapareció al tercer día, dejándola a solas con sus nueve meses de calvario. A punto de romper aguas, la mujer se decidió por mejor romper primero una de las ventanas de un banco local, aprovechando […]
Imposible censurar a la joven tailandesa, embarazada por obra y gracia de un espíritu humano que, como suele ser habitual, desapareció al tercer día, dejándola a solas con sus nueve meses de calvario.
A punto de romper aguas, la mujer se decidió por mejor romper primero una de las ventanas de un banco local, aprovechando la noche y el silencio, y gestionarse personalmente un préstamo urgente, sin necesidad de aval ni de garante, y a un ínfimo interés.
Pero la policía la sorprendió revolviendo los cajones de la entidad bancaria, cuando estaba cerca de cerrar el trámite, y se frustró la transacción.
La joven tailandesa, que sólo pretendía ganarse el derecho a ser asistida en su parto en un hospital, estaba poniendo en práctica la metodología aprendida en sus veinte años de vida y de atracos en su contra.
Antes de que se decidiera a entrar en el banco, ya algunos bienpensantes del progreso en su país la habían despojado de su infancia, y antes de que tuviera tiempo de entenderlo, los mismos representantes del modernista nuevo orden también le habían sustraído su futuro.
El último en atracarla había sido «su hombre», que tras encañonarla con las consabidas promesas de amores eternos y bodas inminentes, salió huyendo, sin tiempo ni para desmentirse, desde que supo lo que se incubaba.
¿Por qué entonces no iba la joven tailandesa a agregar al festival de atracos, uno que llevara su propia firma?
¿Por qué, tantas veces atracada en el banco, no iba a poder ella intentar compensar las diferencias, redistribuyendo a su manera tantos desiguales asaltos?
¿Por qué no defenderse del atraco que contra ella y contra su hijo se disponía a ejecutar el hospital, negado a prestar auxilio si la joven madre tailandesa no acompañaba su derecho a parir y el derecho a la vida de su hijo, de los imprescindibles y mercuriales argumentos?
¿Quién puede reprocharle a esa mujer, tantas veces atracada, que a pesar de su manifiesta inexperiencia en cuestión de robos, resolviera competir en eficacia con bancos y hospitales?
Yo, por supuesto, no.