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¿Quién le teme a Rosa Luxemburgo? (I)

Fuentes: Rebelión

¿Rosa qué…?: Los visitantes que llegan hoy al Berlin-Mitte pueden pasear por la AlexanderPlatz, echar un vistazo al imponente teatro Volksbhüne diseñado por Oskar Kaufmann, construido en 1914 y reconstruido después de 1945, al cine Babylon diseñado por Hans Poelzig y seguramente quedarán desconcertados al notar bajo sus pies una serie de palabras forjadas en […]

¿Rosa qué…?: Los visitantes que llegan hoy al Berlin-Mitte pueden pasear por la AlexanderPlatz, echar un vistazo al imponente teatro Volksbhüne diseñado por Oskar Kaufmann, construido en 1914 y reconstruido después de 1945, al cine Babylon diseñado por Hans Poelzig y seguramente quedarán desconcertados al notar bajo sus pies una serie de palabras forjadas en metal incrustadas en forma de zigzag formando ángulos sobre el pavimento. Si nos acercamos notamos que los que se nos revela es en realidad una instalación artística que forma parte de un monumento histórico, uno más de los tantos que Berlín exhibe. Estamos en la Rosa Luxemburg Platz. Esta es un poco particular: se compone de citas escritas a finales del siglo XIX y principios del siglo XX por una tal Rozalia Luksenburg, mejor conocida como Rosa Luxemburgo. Una personalidad que ni siquiera es alemana. Nacida en una zona de la Polonia dominada por el imperio zarista en 1871, de la que emigró, viviendo en Suiza, donde se doctoró, para finalmente recalar en la capital del IIº Reich de Bismarck. Dirigente y teórica del modelo socialdemócrata del sigo XIX, el SPD alemán, fundadora del Partido Comunista alemán, brillante intelectual marxiste, fue asesinada con crueldad en 1919 por los antepasados de los nazis, las fuerzas paramilitares Freikorps. Su crimen se cubrió de impunidad. El pasado 15 de enero se cumplieron 90 años de su infame muerte junto a su inseparable camarada, otro gran líder popular, Karl Liebknecht, asesinado junto a ella. Ambos se enfrentaron a la corrupción de la política parlamentaria, a la monarquía prusiana, a la 1º Guerra Mundial, sufrieron aislamiento, indiferencia, ostracismo, escarnio y prisión. Aunque, salvo contadas excepciones, hubo poco reconocimiento en todo el mundo. Sus libros son inhallables o están agotados. La última pasión febril sobre su pensamiento nació y murió con el ’68 europeo. Paradójicamente en Alemania continúa siendo una figura popular, una heroína de dimensiones nacionales, un ejemplo alternativo tanto a la fallida antiutopía de Stalin como al neoliberalismo del capital. Y Rosa «La Roja» es popular tanto en el este como en el oeste. La parábola de su vida y muerte fue llevada al cine por la directora Margarethe von Trotta en 1985, con Bárbara Sukowa como Rosa, en un film multipremiado, aunque la retrataba como una heroína liberal y feminista y diluía su alma revolucionaria socialista. En los últimos años su figura volvió al espectáculo del music hall, una obra llamada simplemente Rosa que en Berlín agotó rápidamente las localidades. En cada aniversario de su muerte militantes de la izquierda, desde anarquistas a la nueva Die Linke e incluso liberales, le rinden un silencioso homenaje con flores en el cementerio Friedrichsfelde. La damnatio memoriae sobre Rosa comenzó en 1933: un ignominioso 10 de mayo de 1933, el ministro de propaganda del IIIº Reich Goebbels, que había bautizado a todos sus hijos con la letra «H» en honor a Hitler, hizo planificadamente que se quemasen «espontáneamente» miles de libros de autores con espíritu anti alemán en plazas y universidades, en un lugar preferencial se encontraban las obras completas de Rosa Luxemburg y de Karl Liebknecht. La incineración de su pensamiento en papel completaba la damnatio memoriae burguesa, con catorce años de diferencia y demora, el aniquilamiento de su persona en carne y espíritu. La nueva «condena de la memoria» de la unificación capitalista con la RFA de 1989, que aniquiló todo rastro cultural y urbanístico del socialismo soviético, no pudo con su nombre. Los burócratas y políticos burgueses no se animaron a eliminar su nombre y por esas resistencias de la memoria sobrevive su nombre con honor en una calle y en su plaza en el corazón mismo de Berlín.

 

 

 

Pero: ¿quién recuerda hoy a Rosa Luxemburg? El historiador y escritor Jörn Schütrumpf, que vive en Berlín, es director gerente de la editorial Karl-Dietz Verlag (que edita a Marx), editor de la compilación de sus textos, Rosa Luxemburg: Der Preis der Freiheit (Rosa Luxemburg: el precio de la Libertad) y miembro de la fundación Rosa Luxemburg-Stiftung. Schütrumpf afirma con razón que muchos de los que hoy se identifican con su figura, lo hacen impresionados por su cobarde asesinato y no tanto por la comprensión fiel de sus ideas políticas. Pero razona que Rosa compone, junto con Marx, Gramsci y el Che Guevara, los ideales utópicos que nunca han perdido ni perderán vigencia, símbolos unánimes: «Uno de ellos que casi siempre forma parte de todo esto, pero en cierto modo flota en el aire por encima de todo, y por tanto frecuentemente se olvida su mención, es un judío alemán de la ciudad de Tréveris: Karl Marx. Junto a él quedan solamente las imágenes de tres seres humanos, que son mostradas en casi todo lugar: la de una judía polaca, asesinada de forma bestial en Alemania; la de un argentino, que cayó el año de 1967 en Bolivia en las garras de sus asesinos; y la de un italiano, liberado por los fascistas en 1937, después de diez años de encarcelamiento para dejarlo morir: Rosa Luxemburg, Ernesto Che Guevara y Antonio Gramsci… Los tres no solamente materializan esa congruencia poco común entre la palabra y la acción. Los tres representan también un pensamiento propio, que no se sometió a doctrina o aparato alguno. Y: los tres pagaron por sus convicciones con la vida. Fueron llevados a la muerte no por sus contrarios en el propio campo, sino por el enemigo, lo que no era normal en absoluto en el siglo XX.» Rosa tiene algo en común con Gramsci y Marx: nunca se encontraron en una situación en la que se prestaran al ejercicio del poder de Estado, o en que sus manos quedaran manchadas por participar en un régimen dictatorial o totalitario. Ernesto Che Guevara sigue hasta hoy en día avivando la imaginación de la juventud; Gramsci impresiona desde hace décadas sobre todo a los académicos; sin embargo de Rosa, la más multifacética y profunda de los tres, la mayoría sólo conoce vagamente su nombre y lo que le ocurrió, pero no su pensamiento, ni su obra.

 

 

 

Mujer, emigrante, polaca, judía, comunista: Rosa era una mujer pequeña, de apariencia física nada favorable; un cuerpo notoriamente pequeño, poco equilibrado y simétrico, con andar defectuoso por una enfermedad en su cadera. Su rostro, aunque con ojos muy vivaces y despiertos, mostraba casi siempre una sonrisa melancólica, insegura. Su nariz era un poco larga para el modelo femenino del siglo XIX. Para empeorar las cosas era polaca (en la época los palestinos europeos) y además de ascendencia judía… ¡y con ideas de izquierda! Un escándalo. Las cosas no han cambiado mucho. El mismo Schütrumpf cuenta una anécdota terrible del año 2004: «Un conocido mío polaco buscaba en 2004, en Varsovia, la oficina de la Fundación Rosa Luxemburg, y preguntó a una transeúnte por el camino. La mujer reaccionó sumamente irritada, y le gritó a este hombre en plena calle, que cómo se atrevía a molestarla con una institución nombrada como esa puta comunista judía. Además, que no sabía la dirección y que, si la supiera, no se la indicaría.» La tercera rémora consistía en que era una pensadora militante revolucionaria, socialdemócrata (cuando estas palabras significaban algo), que no dudó en criticar a las vacas sagradas del socialismo del ‘900, de Bernstein a Kautsky pasando Jaurés y Lenin, que no dudó en preferir la cárcel y finalmente el Gólgota a rebajar su ética socialista. Su biógrafo inglés J. P. Nettl señaló que sus ideas «pertenecían al lugar donde la historia de las ideas políticas se enseña con seriedad»; el gran filósofo Georgy Lukács dijo que su obra «muestra el último florecimiento del capitalismo alemán… los caracteres de una siniestra danza de la muerte»; Lenin, uno de sus opositores dentro de la socialdemocracia europea de entonces, la definió como «fue y es un águila en obra y pensamiento»; Trotsky decía que detrás de una amenidad femenina surgía una «poderosa mente y gran oradora de masas»; la politóloga conservadora Hanna Arendt tenía la esperanza de un reconocimiento tardío de «quién fue y qué hizo, así como también, de que por fin tendrá su lugar en la educación de los científicos políticos en los países de Occidente»; el fundador de la socialdemocracia alemana y amigo-biógrafo de Marx y Engels, Franz Mehring, dijo que era «la cabeza más genial entre los herederos científicos de Engels y Marx». Lo cierto es que Rosa comenzó su militancia en un pequeño partido socialista sin país soberano, el Partido Socialdemócrata del reino de Polonia y Lituania (SDKPiL). Luego de la revolución rusa fallida de 1905, Rosa fue acusada de «terrorista» y abandonó la Polonia rusa hacia Finlandia para recalar en Suiza, en aquel tiempo el país más libre del mundo ¡incluso las mujeres tenían derecho a estudiar! Allí hizo dos doctorados simultáneos, en economía y en leyes, descubrió a Marx y se hizo marxista ortodoxa. Frecuentó los círculos políticos de emigrados de toda Europa, de rusos a polacos, pasando por italianos y austrohúngaros. Las autoridades en Alemania no la tenían registrada como Rosa Luxemburgo, sino como «Rosalia Lübeck». Mediante un matrimonio de conveniencia con un hijo de inmigrantes socialistas, la economista de 27 años, recién graduada del doctorado en Zurich, había conseguido la nacionalidad alemana. Nacionalidad muy importante para su protección jurídica en la militancia política clandestina en Polonia. Rosa era políglota: hablaba y escribía el idioma alemán mejor que la mayoría de los alemanes. Ni hablar de todos los otros idiomas que dominaba: ruso, francés, inglés e italiano. Se afilió al partido-guía de la socialdemocracia europea, un gigante con pies de barro llamado Sozialdemokratische Partei Deutschlands (SPD), la organización más numerosa de Occidente, lleno de luminarias y rápidamente se ganó un nombre como teórica en el ala izquierda del partido. Al principio Rosa simplemente intentaba aplicar la letra de Marx y Engels a la táctica del partido que llevaba como «doctrina oficial» al marxismo, sin mucha creatividad, pero en 1899 llegó su fama como polemista y teórica con el artículo contra el revisionismo teórico de Eduard Bernstein, colaborador de confianza de Engels, albacea testamentario, considerado uno de los máximos teóricos del socialismo en la época. Rosa, hoy olvidada, nos parece lejana, extraña, pero no hay duda que su combate es y será el nuestro. Ayer, como hoy, el profesionalismo de una nueva clase de políticos profesionales e intelectuales generaba en el seno del movimiento obrero más avanzado de Occidente y en sus partidos políticos el cretinismo parlamentario, el oportunismo y la corrupción del poder. No sólo eso: la miseria del parlamentarismo desarmado abrió las puertas de par en par a la reacción. La muerte de Rosa fue el primer acto de ascenso del nacionalsocialismo en Alemania, el disparo de salida para formas cada vez más totalitarias. Parafraseando al historiador y biógrafo de Trotsky y Stalin, Isaac Deutscher, el crimen fue el último triunfo de la Alemania imperialista-monárquica de Bismarck y el primero del futuro IIIº Reich de Hitler. Sebastian Haffner en su Deutsche Revolution 1918/19 señala con justeza que el asesinato impune de Liebknecht y Luxemburgo fue el preludio de la matanza por venir, la obertura sangrienta del fascismo sobre Europa. Su combate mortal contra el imperialismo, el estado autoritario y la guerra se desarrolló en tres frentes simultáneos, no cronológicos. Tres momentos que se entrecruzan y conforman el cénit del pensamiento político más audaz y avanzado del siglo XX.

 

 

 

Reforma (Y) Revolución: Rosa redactó su primer artículo, sobre una huelga de trabajadores ingleses, en 1893 en un pequeño periódico de disidentes de izquierda emigrados en París, el Sprawa Robotnicza (Asuntos Obreros). Pero su verdadera entrada al gran mundo del socialismo europeo fue gracias a su intervención en la llamada Revisionismusdebatte, una discusión sobre la aparente crisis y caducidad del marxismo comenzada por Eduard Bernstein en Alemania. El debate dio lugar a la más severa y penosa crisis final de la gloriosa socialdemocracia europea: todos los pensadores y militantes se congregaron en el campo de batalla. En Alemania Parvus, Kautsky, Mehring, Bebel, Clara Zetkin: en Rusia Plejanov y Lenin; en Italia el filósofo Antonio Labriola y Croce. Aunque Rosa dentro del SPD estaba confinada a la propaganda y agitación en los territorios del este del Elba (de lengua polaca) logró que lo publicara a regañadientes en entregas el diario socialista local, Leipziger Volkszeitung, una obra culmen: Sozialreform oder Revolution? (¿Reforma social o Revolución?, 1888/9). ¿Qué era el revisionismo? Básicamente el pathos revisionista se sintetizaba en una fórmula del propio Bernstein, que decía «El fin del socialismo, sea cual fuera, no es nada; el movimiento lo es todo». Como notaría Luxemburgo (y mucho más tarde Lenin) el revisionismo pretendía desmontar a Marx desde dentro, pero a pesar de su relativa homogeneidad en el fondo no era una contra teoría nueva y crítica, un sistema alternativo serio y científico, sino una amalgama superpuesta, una síntesis de diversos elementos procedentes de críticas burguesas y conservadoras realizadas a Marx desde 1867. Luxemburg comparó al Revisionismus con un «enorme montón de escombros», en los que los fragmentos y retazos del pensamientos burgués y reaccionario, hallaban una sepultura común. El revisionismo teórico tenía una base bien material: primero una época excepcional de expansión del capitalismo en cuanto al contexto histórico; en segundo lugar un estrato dentro de la socialdemocracia de funcionarios, diputados parlamentarios, representantes en la administración local y una plantilla permanente de «cuadros» político-burocráticos. Como lo demuestran las propias estadísticas los «representantes» del proletariado marxista eran comerciantes, pequeños empresarios, funcionarios, abogados y notarios, profesores universitarios y periodistas de profesión. Su formación política era muy ecléctica, con más influencia del sindicalismo y de la corriente Fabiana que de Engels y Marx. Estratos sociales particularmente receptivos al mensaje de un socialismo evolutivo, reformista y legalista con el status quo. Los rasgos básicos del revisionismo se los puede resumir en seis puntos homogéneos a todos los autores: 1) en lo económico se eliminaba la teoría del valor y de la plusvalía; 2) en lo filosófico se apoyaba en la filosofía neokantiana, rechazando la herencia hegeliana y el materialismo; el objetivo más importante en esta operación crítica era el ataque contra el concepto de dialéctica; 3) en la concepción de la historia se rechazaban la teoría de los estadios de las formaciones económico-sociales y los cortes y saltos violentos (lo que se correspondía con la idea de un proceso evolutivo de la sociedad, de lo viejo a lo nuevo, de una manera gradual y pacífica); 4) políticamente le correspondía, como corolario natural, un reformismo consecuente y resistencia epistemológica contra la idea de violencia y derecho a la revolución («socialismo de destrucción» le llamaba el revisionista ruso Struve a las ideas de Marx); 5) con respecto a la transición al socialismo, se oponía a la teoría de Marx de la dictadura del proletariado como medio más eficaz de paso del capitalismo al reino de la libertad (un «atavismo» según Bernstein); 6) la consecuencia táctica era obvia: para los revisionistas lo único real y racional era la praxis inmediata, el sostenimiento de la forma de estado burguesa, el afianzamiento del día a día parlamentario, la colaboración y alianza interclases y la socialdemocracia; como sostenía Bernstein, era la continuadora histórica del liberalismo político: «no hay ninguna idea liberal que no pertenezca también al bagaje ideológico del socialismo». La conclusión de su razonamiento no dejaba lugar a dudas: el partido socialdemócrata debería tener el valor de «emanciparse de una fraseología que, de hecho, ha quedado obsoleta y adoptar la apariencia de lo que realmente es: un partido democrático-socialista de reforma». Al Standpunkt del revisionismo Rosa le contestó con una superación diríamos hegeliana: reforma y revolución, elementos inseparables: «Para el socialismo la reforma social y la revolución social forman un todo inseparable… Bernstein aconseja el abandono del objetivo final de la socialdemocracia, la revolución social, y convertir el movimiento de reforma, de un medio que siempre fue, en el fin de la lucha entre clases… pero como quiera que el objetivo final (Endziel) es precisamente lo único concreto que establece diferencias entre el movimiento socialista y la democracia burguesa y el radicalismo republicano burgués… al discutir esta postura con Bernstein y sus partidarios no se trata, en último extremo, de ésta o aquella manera de luchar, de esta o aquella táctica, sino de la entera vida del movimiento socialista.» Rosa había descubierto el efecto aniquilador del Revisonismus: conservar o no el carácter proletario en las organizaciones socialistas. Lo más grave no eran tanto los consejos prácticos sino el trasfondo objetivo que presentaba, con aires científicos, del movimiento objetivo de la sociedad capitalista. Era este diagnóstico estratégico optimista en las sombras del cual se derivaban las opiniones y consignas tácticas. Y el diagnóstico se asentaba en un método oportunista, die opportunistische Methode, como le llamaba Rosa. Básicamente este método de reflexión era más o menos la reacción y negación de las premisas básicas científicas del socialismo que residían en El Capital. Si Marx había demostrado, al nivel lógico e histórico, que los resultados del desarrollo del capitalismo eran la anarquía (Anarchie) creciente de su economía, la progresiva socialización del proceso de producción (Vergesellschaftung des Produktionsprozesses) y una mayor conciencia de clase de los trabajadores y paralelamente en sus formas de organización (die wachsende Organisation und Klassenerkenntnis des Proletariats), el revisionismo negaba en el mismo acto la validez de la ley de valor y la necesidad objetiva «la justificación del socialismo basada en el curso del desenvolvimiento social y material de la sociedad». El dilema de hierro era que o bien la revolución se concebía como resultado de las contradicciones internas, en su propia historische Notwendigkeit , «del propio orden capitalista, contradicciones que aumentan al desarrollarse éste haciendo el derrumbe inevitable, no importa el momento ni la forma en que se presente» o, como sostiene el revisionismo el capitalismo desarrolla «medios de adaptación» que no conocía Marx (crédito, medios de comunicación, carteles y trusts de empresas) y que son capaces de evitar y superar las contradicciones internas (inneren Widersprüchen der kapitalistischen Ordnung), evitar las crisis cíclicas, esquivar su hundimiento, con lo que «entonces el socialismo de ser una necesidad histórica, una historische Notwendigkeit, pudiendo ser luego todo lo que quiera, pero nunca el desarrollo material de la sociedad (ein Ergebnis der materiellen Entwicklung der Gesellschaft)». Al llegar a este punto Rosa sabe que el dilema es que si el revisionismo tiene razón el socialismo es una mera idea ética, una fantástica utopía más entre Moro, Campanella, Harrington y los falansterios. That is the question… (continuará)