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¿Quién monta el espectáculo?

Fuentes: Rebelión

Ocasionalmente, en la sociedad se vienen asumiendo como naturales situaciones irracionales sin, cuanto menos, adoptar una postura crítica, tal vez en el convencimiento de que poca cosa se puede hacer para superarlas. Con lo que muchas quedan como lastre sin que, pese a la posibilidad de resolución, apenas se repare en tales situaciones, acabando por […]

Ocasionalmente, en la sociedad se vienen asumiendo como naturales situaciones irracionales sin, cuanto menos, adoptar una postura crítica, tal vez en el convencimiento de que poca cosa se puede hacer para superarlas. Con lo que muchas quedan como lastre sin que, pese a la posibilidad de resolución, apenas se repare en tales situaciones, acabando por convivir con ellas haciéndose familiares. Incluso las injusticias llegan a prolongarse en el tiempo y la postura mayoritaria sigue siendo la misma: pasividad y resignación. En estas situaciones el problema está ahí vigente y en presencia, pero nadie hace nada.

Sin embargo, en un panorama existencial dominado por el espectáculo que promueven los tiempos, de buenas a primeras alguien organiza la función, con el claro propósito de obtener algún tipo de rédito particular, provocando el despertar de las conciencias. Porque el espectáculo resulta ser la vía a seguir para que la percepción de la realidad alcance de lleno a las masas, puesto que de otra manera resulta que cualquier otra reflexión se pierde por el camino. Así se convierte en una llamada de atención a las masas sobre algún problema puntual que afecta a la sociedad y que de otra forma quedaría en el fondo sin salir a la superficie. Entonces entra en juego ese toque mágico del prestidigitador y hace que lo que era una realidad cotidiana que se prolongaba en el tiempo, y por habitual pasaba sin pena ni gloria, adquiera rabiosa actualidad, con lo que si hasta ayer mismo parecía no existir, hoy resulta que ya existe. De esta manera el que monta la actuación es como un diosecillo creador de cosas que ya eran. Pero sucede que, al darlas ese toque especial que las transporta a la mente de las masas, se le hace figurar como un creador de vida. Aunque procura ser discreto -me refiero al montador del espectáculo- cediendo el protagonismo público a los organizadores y a los participantes en el evento, mientras que él se queda solamente con la rentabilidad del negocio.

Si hubiera que acudir al dato de los espectáculos que puntualmente se sirven a la sociedad, tal vez para aliviar el aburrimiento de las personas, afectadas por la escasa creatividad que domina el panorama, y procurando no hacer trabajar en exceso la memoria colectiva, bastaría con acudir -antes de que se enfríe- a un acontecimiento reciente, centrándolo en estas latitudes y longitudes -aunque no sea exclusivo de ellas- como fueron los aireados y exitosos movimientos de las mujeres reclamando derechos de los últimos días. La cuestión de fondo estaba ahí, latiendo en el resignado silencio de la colectividad afectada, pero resultaba que no se percibía como se debería por el resto de la sociedad. Se presentó ahora como si fuera algo nuevo, cuando realmente se trata de que no se han venido adoptando soluciones efectivas en orden a garantizar la igualdad en la vida real. Hubo que convertir el problema en imágenes para que saliera del ostracismo y cobrara actualidad, ya que aquellas, en contra de lo que sucede con la realidad, curiosamente resultan ser más directas y efectivas que la vida misma. Parece como que si, en tanto la realidad no pasara a transformarse en espectáculo, lo que sucede a plena luz pasara desapercibido para la gran mayoría, ya que a esto es a lo que se nos tiene acostumbrados.

Siguiendo con los   datos -que tanto seducen a la ciencia academicista- con remisión al mismo lugar geográfico y al momento actual, los pensionistas han salido a las calles para reclamar una cuestión de justicia social. Lo más llamativo, acaso para no desentonar con el sistema, es que se demanda una justicia demasiado tardía. Tras varios años de actualización simbólica de las pensiones -en realidad de puro y simple estancamiento, disimulado con el término subida, para lustre de quien gobierna, del «0,…, reflejada en datos como 0,25%- ahora se pide realismo por los afectados. Lo sorprendente es que, estando el asunto latente en la realidad durante años, casi nadie haya abierto el pico y se viniera tragando por decreto, es decir sin rechistar, con una limosna que, en la mayoría de los casos ni los practicantes de la caridad, si se sienten afectados de eso que llaman vergüenza, darían a un desfavorecido, porque resultaría ofensivo para la dignidad de este último. Sin embargo, pese a la tomadura de pelo de las subidas anuales, es ahora cuando las masas salen a las calles, recobrando la racionalidad silenciada durante mucho tiempo y se aprovecha, una vez convertido el asunto en motivo de la fiesta visual, para tratar de remover conciencias.

En ambos ejemplos, basados en simples datos y no experiencias, porque estas quedan en el lugar de la realidad y los otros forman parte de lo aparentemente visible, resulta que es inevitable otra pregunta, ¿por qué ahora y no mucho antes?. Aunque más vale tarde que nunca, acaso sea una cuestión de oportunidad para alguien y este haya sido el momento para sacarlos a la luz. En todo caso habría que indagar, dado que no se han aportado soluciones previas a los distintos problemas, quién monta ahora el espectáculo y, sobre todo, los motivos puntuales del montaje, por si se puede llega en algún momento a disponer de una respuesta válida. Claro está que necesariamente, sino se peca de ingenuidad, la respuesta sería pura formalidad, para no desentonar con el papel que representa el protagonista de fondo. A la vista solo están, entre otros, los directores del festival, con la finalidad de gozar de un rótulo de prestigio social; los que aprovechan la situación haciendo de ella una especie de fiesta informativa destinada a aumentar los dividendos empresariales; los que juegan a la política, ya   que tienen que pensar en clave electoralista; los directamente afectados, que asumen un protagonismo tardío de un problema que repercute en todos y, por último, los espectadores, para que se animen a reflexionar sobre la situación en tanto dura la fiesta.

El que monta realmente, y no en apariencia, tales eventos con la finalidad de tocar la fibra sensible de las masas, es decir, el que mueve los hilos desde la sombra -ya sea individuo o grupo con poder– resulta que no da la cara, no sale a la palestra a relatar a la audiencia los verdaderos motivos, los intereses que le mueven para poner en marcha ahora y no mucho antes la realidad en forma de espectáculo, tan solo utiliza a los otros. Juega con la emotividad de las masas para satisfacer sus conveniencias particulares, incluso podría ser que pasara por alto a los afectados, que resultan ser simples peones de su juego de intereses. Convierte ahora, aquello que era argumento de razón, desde mucho antes de que fuera utilizado para sus fines ocultos, en razón oficial, ya que parece como si la realidad estaba esperando a que él diera el visto bueno para que empezara a ser visible.

Habría que reconocer, aunque lleguen tarde, los buenos oficios del montador del espectáculo, porque con su montaje ha permitido encarrilar situaciones irresolutas en la dirección de encontrar soluciones a ciertas injusticias. Pese a ello, no estaría de más aclarar su juego. Por eso vuelvo a preguntar, ¿quién monta el espectáculo?, ¿con qué finalidad?, ¿tal vez buscando soluciones a graves problemas sociales?, ¿acaso respondiendo a una estrategia orquestada para aliviar con un poco de fiesta el tedio colectivo que afecta a muchos? Puede haber respuestas, pero no del montador, que permanecerá agazapado entre bastidores para que no se le reconozca. Es posible que en su lugar respondan los encargados de explicarlo todo, dando sus versiones, que serían las que les encomienda el pagador, o dejando caer verdades a medias para prolongar el suspense y aumentar los beneficios. En todo caso, la realidad real estará condenada a permanecer oculta en el núcleo blindado del sistema capitalista para que no sirva de experiencia ilustradora a las masas, porque es preciso tenerlas entretenidas, para que una minoría dominante continúe con el negocio habitual.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.