«Lo imprescindible es volver a hacer funcionar la banca» Dominique Strauss-Kahn, director gerente del FMI El hecho de que el -autoproclamado para la ocasión- directorio del mundo (G-20 más España y Holanda) haya podido consensuar un acuerdo en poco tiempo ha sido más importante que el contenido del acuerdo en sí. Fundamentalmente, lo que se […]
«Lo imprescindible es volver a hacer funcionar la banca»
Dominique Strauss-Kahn, director gerente del FMI
El hecho de que el -autoproclamado para la ocasión- directorio del mundo (G-20 más España y Holanda) haya podido consensuar un acuerdo en poco tiempo ha sido más importante que el contenido del acuerdo en sí. Fundamentalmente, lo que se pretendía era desactivar una crisis casi más peligrosa que la financiera: una crisis de legitimidad política.
Lo que más ha sorprendido del acuerdo de Londres es la renovación de capital del desacreditado Fondo Monetario Internacional. Se prevé que los Estados aporten cientos de millones de dólares al FMI y que este organismo emita más derechos especiales de giro (DEG), creando divisas de manera artificial, y hasta bonos de deuda. El organismo responsable de los planes de ajuste estructural en África desde los años 80, que contribuyó a agudizar la crisis asiática de 1997-98 y acelerar la fuga de capitales en la Argentina de 2001, vuelve a presentarse como la principal herramienta con la que ayudar a las economías con problemas.
Para poder obtener estos fondos el FMI tuvo que aceptar una reforma institucional (más cuotas de poder para los países emergentes) y un cambio en su conocida política de condicionalidad (préstamos a cambio de reformas estructurales normalmente basadas en la privatización, la liberalización de la economía y la reducción del gasto público). Sin embargo, esta política sólo se ha modificado parcialmente. Frente a criterios estructurales de cumplimiento que se aplican durante la ejecución del programa, el FMI privilegia ahora una condicionalidad ex ante: sólo prestará de manera flexible y con condiciones algo menos onerosas a aquellos países que califiquen previamente. Lo cual no quiere decir que el FMI no siga exigiendo cosas como recortes en el gasto público, como ha sucedido con Hungría.
Pero, ¿a quién prestará esta vez el FMI y otras instituciones financieras?
De momento los países latinoamericanos, al menos aquellos donde gobierna la izquierda, prefieren no volver a probar la amarga medicina neoliberal. Los únicos países que han solicitado préstamos han sido el México de Felipe Calderón (a través de la nueva línea de crédito flexible) y El Salvador (antes de la victoria del FMLN). Por otra parte, Brasil, Venezuela y otros países sudamericanos, apoyan un Banco del Sur que no acaba de arrancar, mientras Argentina recibirá financiación de China para equilibrar sus cuentas. Si Argentina y Brasil firmaron el acuerdo de Londres es porque confían más en la emisión de DEG y en la financiación de grandes proyectos por medio de bancos multilaterales de desarrollo.
En Asia sólo encontramos el caso significativo de Pakistán, junto con Mongolia y Tayikistán. En el quirófano espera Sri Lanka. En cambio, los países asiáticos que también sufrieron en su día las recetas del Fondo optaron en los últimos años por acumular reservas de divisas y explorar otras vías de financiación.
Todo parece indicar que los principales destinatarios se concentrarán en África (Costa de Marfil, Kenia; países pobres altamente endeudados -HIPC- como Malawi, Senegal o Etiopía, han obtenido recursos a través de préstamos más reducidos de corto plazo con una menor condicionalidad), donde predomina un lógico escepticismo, y sobre todo en la periferia europea (Islandia, Hungría, Letonia, Rumanía, Bielorrusia, Serbia, Ucrania, Georgia, Armenia, próximamente Turquía, y en un futuro tal vez cercano Irlanda y Grecia), cuyo hundimiento ha puesto en grave riesgo la zona euro. Como muestra de su ceguera política y de lo que entienden por solidaridad, los gobiernos de la Unión Europea han impulsado la intervención del FMI en los países de la Europa Central y Oriental, a los que se exige un recorte del gasto, mientras aprueban planes nacionales de estímulo fiscal y mantienen los recursos propios comunitarios en un precario 1,24 % de la Renta Nacional Bruta de la UE.
El parche de urgencia del FMI constituye una pobre alternativa a una reforma en profundidad del sistema financiero y monetario internacional. En su último informe sobre la crisis económica global, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) critica abiertamente la especulación monetaria que se ha desatado a raíz de la crisis financiera y el papel que puede jugar el FMI en este caso. La UNCTAD duda «acerca de la adecuación del enfoque tradicional del FMI para afrontar esta crisis». Y añade:
«Elevar los tipos de interés para evitar más devaluaciones es como decir que la cola mueve al perro, porque los paquetes tradicionales de ayuda, combinados con políticas de gasto restrictivas, son claramente pro-cíclicas. De hecho, los países que han sido expuestos a especulación de tipo carry trade necesitan una devaluación real para poder restaurar su competitividad internacional. Necesitan también asistencia para evitar un exceso a la baja del tipo de cambio, que bloquearía su habilidad para controlar la inflación y distorsionarían innecesariamente el comercio internacional. Pero no necesitan atarse el cinturón. Elevar los tipos de interés y reducir el gasto público sólo servirá para fomentar la especulación y empeorar las cosas en la economía real.»
Más asistencia del FMI a los países debilitados (o, mejor, al sistema financiero, a sus bancos y a los nuestros, recuerden la frase de Strauss-Kahn) significa, no lo olvidemos, más deuda externa multilateral, aunque en 2007 sólo representara un 11 % del total de deuda externa. Además, la caída de los ingresos por exportación y la consiguiente reducción de la entrada de divisas provocará que muchos países en desarrollo encuentren dificultades para reembolsar su deuda externa pública. La deuda ha representado tradicionalmente un mecanismo de control político y de transferencia de activos del ámbito común al privado, de los trabajadores a las elites, del sur al norte. Sólo que ahora la situación ha cambiado y se ha vuelto más compleja, como describe irónicamente el economista peruano Oscar Ugarteche a propósito de la reunión de Londres:
«Un grupo de siete países ricos altamente endeudados (PRAE) del mundo han organizado una reunión de veinte países en Londres con el fin de debatir el futuro de las finanzas del mundo. Han llamado a la mesa a algunos acreedores de los países en desarrollo como Brasil, Argentina, México, algunos países árabes, China e India, dejando de lado a todos los demás países con superávit en el mundo, acreedores de los EE.UU. y Europa.»
Según Ugarteche, los nuevos deudores ya no están para imponer condiciones a nadie, y de hecho, tras la aportación de Japón y la UE, se espera que los países emergentes contribuyan más al FMI, de acuerdo con las nuevas cuotas de poder que se les ha prometido. En realidad, la interdependencia financiera entre acreedores y deudores hace que por el momento ni unos ni otros estén en condiciones de imponer nada al otro: así, tanto China como Estados Unidos están metidos en la misma trampa, por usar la expresión de Paul Krugman.
La cumbre del G-20 no inaugura un nuevo orden internacional, pero si supone un paso más hacia una dirección desconocida. Habrá nuevo orden, sí, pero tal vez no el que imaginan los miembros del directorio, que siguen aplicando en beneficio propio un diagnóstico incompleto, limitado a una esfera financiera que resulta imposible de separar de la estructura productiva, social y ecológica que conforma eso que se ha vuelto a llamar capitalismo.