«No se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva» (Carlos Marx) Por efecto de la tremenda influencia del pensamiento dominante, se ha instalado en el imaginario […]
Por efecto de la tremenda influencia del pensamiento dominante, se ha instalado en el imaginario colectivo y popular la generalizada opinión de que en política no debemos ser radicales, de que las posturas extremistas no conducen a ninguna parte, de que hay que tener los pies en la tierra, y de que no se pueden proponer utopías. Producto de dicho pensamiento, existen muchas personas que piensan que no podemos realmente hacer todo lo que quisiéramos para transformar el mundo, porque estamos atados de pies y manos por la propia configuración del mundo actual, y de que, por tanto, no nos queda más remedio que adaptarnos a él. Como mucho, según este planteamiento, se pueden proponer pequeñas reformas, suaves, limitadas y edulcoradas, para que el capitalismo no sea tan feroz, no pueda cebarse tanto con las personas, pero siempre «respetando» lo que hay, porque plantear otra cosa sería, simplemente, una utopía o una ingenuidad.
Así las cosas, con este «realista» y prudente planteamiento, resulta que debemos rendirnos a las fuerzas del capital, de la globalización, del neoliberalismo y de la falsa democracia que vivimos, porque si planteamos cambios radicales, estamos siendo utópicos, o cuando menos, ingenuos. Y cuando se dan en algunos lugares del mundo gobernantes que son capaces, valientes y radicales a la hora de enfrentarse a esta realidad insoslayable del capitalismo, resulta que poco menos son tratados de imbéciles, bravucones o dictadores, como en los casos de Cuba o Venezuela. Bien, con los que defienden el actual sistema a capa y espada no podemos hacer nada, pero con los que intentan esas reformas parciales, esos parches al sistema, creyendo que de verdad van a arrancarle al capitalismo su actual estructura, para dotarla de otra más humana, menos cruel, ¿no serán quizá ellos los utópicos y los ingenuos? ¿Dónde está la mayor ingenuidad? ¿En intentar medidas profundas de transformación radical del sistema, para intentar derrocar al capitalismo, aunque sea gradualmente, o en parchear el sistema, aliviarlo con medidas suaves y limitadas, intentando convencer al sistema de que tiene que volverse más humano? ¿Qué representa una utopía mayor?
¿Acaso es más utópico pensar que debemos conseguir una renta básica universal e incondicional, para que todo el mundo pueda disponer de unos ingresos mínimamente dignos, que pensar en proponer medidas de subsidios limitados y condicionales, pensando que de esta forma el sistema reaccionará y conseguirá empleo para todo el mundo? ¿Es acaso menos utópico proponer medidas de desgravación fiscal y bajos impuestos a las empresas para aleccionarlas para que contraten a más personal, que proponer medidas de redistribución de la riqueza y de creación de empleo público? ¿Es más sostenible quizá pensar que la creciente competitividad hará que las empresas crezcan y creen empleo, o por el contrario, lo sostenible es imponer medidas proteccionistas e intervencionistas por parte del Estado? ¿Es quizá menos utópico «rogar», «suplicar» a las grandes empresas transnacionales que nos suministran servicios básicos como la electricidad, el agua, el transporte, la alimentación, las comunicaciones, etc., que traten bien a los consumidores y «clientes», y entiendan que a los que no pueden pagar no se les pueden cortar estos servicios fundamentales, que imponer una política de nacionalización de todos los oligopolios privados que trabajan en los grandes sectores de la economía productiva? ¿Cuál de las dos propuestas es más utópica?
¿Es acaso más utópico pensar en una banca pública, controlada por la ciudadanía, los trabajadores y el Estado, o es más utópico pensar que la gran banca privada va a obedecer los dictados de un código ético de buenas prácticas? ¿Es más utópico quizá pensar en romper con la OTAN y en intentar llevar a cabo una política pacifista en todos los órdenes, proponiendo un proceso de democratización de las Naciones Unidas, para evitar en mayor medida los conflictos bélicos, o bien continuar como aliado de los Estados Unidos, pensando que pertenecer a dicho bloque nos protege de remotas agresiones y conflictos? ¿Es acaso esto último menos ingenuo que lo primero? O bien, para no cansar mucho a los lectores, ¿es menos utópico continuar dentro de la estructura de la Unión Europea y la moneda única, pensando que las medidas neoliberales de austeridad y recortes irán finalizando progresivamente, y que las condiciones de vida de la gente mejorarán, que pensar en romper con los Tratados, y salir definitivamente del corsé al que nos somete la UE y el Euro, que nos conduce cada vez más a una cesión de nuestra soberanía en todos los órdenes? Un buen ejemplo de esto último se está comprobando ahora mismo en Grecia, donde a pesar de la buena voluntad de los gobernantes de Syriza, la Comisión Europea, el BCE y el FMI no permiten que se vaya instalando una política de recuperación de la economía griega, ni de alivio de su grave crisis humanitaria.
Por tanto, ¿quiénes son los ingenuos y los utópicos? ¿Nosotros, los que pedimos una ruptura con los principios y aparatos del capitalismo y sus agentes y gestores, o los que se empeñan en fomentar medidas de lavado de cara, de reformar al capitalismo, o de dotarlo de más sensibilidad o humanización? Decididamente, ellos son los ingenuos. La utopía no se encuentra en pensar que el capitalismo puede ser derrocado, sino en pensar que podemos hacer más buenos a los capitalistas sin medidas de fuerza contra ellos. Ahí están los grandes líderes revolucionarios, para darnos la razón. Hemos de aprender de Fidel Castro, de Hugo Chávez, y de tantos otros en la Historia, que se han enfrentado abiertamente al poder establecido, sin paños calientes. Pero como aquí estamos con ese miedo (lógico, por otra parte, dada nuestra reciente historia), vemos como bravuconadas las acusaciones que, por ejemplo, Nicolás Maduro realiza contra los líderes políticos del PP por injerencias en la política interna de su país, y por defender y amparar a los violentos golpistas que intentan derrocar a su legítimo gobierno.
Como se puede observar, los que intentan situarse entre las dos orillas, en la ambigüedad, en las políticas buenistas, en la conciliación, sin entender que estamos ante una lucha de clases, proponiendo medidas descafeinadas, suaves, edulcoradas, que no supongan grandes transformaciones de los agentes del capitalismo, y todo ello lo hagan desde la buena intención, son los verdaderos utópicos, son los auténticos ingenuos. Hay que apostar fuertemente por la utopía, entenderla como nos la describió el maestro Eduardo Galeano, recientemente desaparecido, pero que honró como nadie el valor de lo utópico, concluyendo que la utopía es lo que nos sirve para caminar. Caminemos, pues, con paso firme, decidido, de forma valiente, sin medias tintas. Enfrentémonos a los poderosos, a lo establecido, al sistema imperante, sin miedo, con la misma arrogancia que ellos practican, porque es el único lenguaje que entienden. Enfrentémonos, aún a riesgo de tener que soportar presiones desde todos los frentes. Porque la Historia demuestra que sólo desde la fuerza y la contundencia de medidas rupturistas, los pueblos del mundo y la clase obrera internacional han podido ir consiguiendo avances frente al capitalismo.
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