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Entrevista a Belén Gopegui

«Quizá uno de los pocos espacios válidos que le queden a la literatura sea el lento trabajo de cribar el miedo»

Fuentes: Cádiz Rebelde

P. Parece que no te hacen daño los sueños en el lado frío de la almohada. Al menos no has perdido la firmeza y el ímpetu. ¿Cuál es, en este tema de la firmeza política e ideológica, tu historia personal? ¿Has subido y bajado pendientes? Belén Gopegui. Las historias personales tienen una parte digamos eso, […]

P. Parece que no te hacen daño los sueños en el lado frío de la almohada. Al menos no has perdido la firmeza y el ímpetu. ¿Cuál es, en este tema de la firmeza política e ideológica, tu historia personal? ¿Has subido y bajado pendientes?

Belén Gopegui. Las historias personales tienen una parte digamos eso, personal, que prefiero no contar o sólo decir que desde muy temprano pude ver muy cerca los efectos del dominio y el desprecio -ambos una sola cosa- del fuerte sobre el débil. Tienen otra parte colectiva, la de las personas y los grupos con que nos formamos. Mi posición política no sería la misma si no hubiera conocido a Juan Blanco, maestro sevillano que daba clases de filosofía política en una casa y a Miguel Verdaguer, fundador de la Escuela Popular de Prosperidad. Los dos han muerto y los dos siguen siendo muy necesarios. Mi historia es entonces trabajar en ese colectivo, la «Prospe», llegar a los textos marxistas, seguir buscando y encontrando personas y colectivos que, como Cádiz Rebelde, hacen su trabajo político sin perder la firmeza ni el ímpetu, y subir y bajar pendientes, claro, pero procurando hacerlo siempre cerca de otros, con otros.

P. ¿Te dolió mucho la presencia de determinados intelectuales en la firma de aquella carta promocionada por la «revista Encuentro» y titulada «Contra la represión en Cuba». ¿Discutiste con algún amigo firmante? ¿Qué conclusiones has sacado de esas discusiones?

B. G. No se podía discutir, lo que ocurrió en el mundo cultural fue que se secuestró de golpe el espacio para la discusión. Como tantas veces, se trataba de luchar por lo evidente, ya no por lo que considerábamos justo, sino por que fuera posible hablar de aquello que considerábamos justo. Pensé que a lo mejor para lo que sí podía servir una novela era para hacer aflorar ese espacio de nuevo, para restituir siquiera la posibilidad de hablar. Ahora algunas discusiones con personas que firmaron o con quienes aprobaron la firma en silencio, muy lentamente, empiezan a tener lugar.

 

P. Mencionas la desfachatez de los intelectuales al tratar con regocijo, por ejemplo, el tema de la riqueza, como si estuviese ahí, al alcance de cualquiera, es decir, de todos. En uno de los pasajes de «El lado frío de la almohada» uno de los personajes habla de la desfachatez de callar. ¿Qué piensas del silencio de los intelectuales? ¿En dónde hay más desfachatez en la mentira o en el silencio?

B. G. Creo que es peor la mentira que el silencio. Un caso reciente y llamativo me parece el libro de Martín Amis, Koba el temible, un libro sobre Stalin y sobre la izquierda plagado de mentiras. Más allá del libro, me parece significativo el regocijo casi unánime que ha suscitado si no en los intelectuales, sí en la mayoría de los escritores que tienen acceso a las tribunas públicas de opinión. No es ya que no procuren contrastar los datos, es que esos datos, falsos muchas veces y en todo caso trágicos, en vez de producirles pesar les regocijan. Esa alegría que experimenta cierta falsa izquierda cada vez que alguien les da motivos aunque sean falsos para pensar que no, que no es posible transformar la realidad, me parece lo más cínico.

P. ¿Cómo ponemos en circulación ideas contra el discurso dominante? ¿Cuáles son nuestras palabras? ¿Cómo las recuperamos?

B. G. A través de la organización y de la acción. No conozco otra forma. Novelas, artículos, entrevistas, duran unos días, pero si no tienen continuidad en una acción política no son mucho. Es cierto que la comunicación, la transmisión de información, ideas y actitudes es ya parte de la acción, pero creo que ha de haber cauces después, en donde lo que se ha comunicado pueda ponerse en práctica.

P- Después de leer tu entrevista en Babelia te he imaginado dando un curso fundamental de «ciencia política» a los políticos de izquierda. Estoy completamente seguro de que has planteado el tema de la izquierda con mucha mayor profundidad que lo que va a hacerse en el próximo Congreso de IU. ¿Crees que sería fácil la comunicación, por ejemplo, con dirigentes políticos de Izquierda Unida?

B. G. Es difícil, siempre resulta difícil hablar con quien necesita estar en dos lugares al mismo tiempo, y eso le ocurre a Izquierda Unida y seguramente nos ocurre también a los escritores y a todos los que estamos inmersos en el capitalismo. Hay que estar sonriendo al jefe por la mañana y por la tarde trabajando para que desaparezca la obligación de sonreír por obligación. ¿Cómo hacer para que la presión de por la mañana no anule el trabajo de por la tarde? ¿Cómo convertir la rabia individual, la certeza clara que de que sólo se vive una vez y de que una vida triste y acobardada no vale la pena, cómo convertir eso en un trabajo político colectivo? De quien sí podría tomar clases Izquierda Unida a la hora de emprender esa tarea es de la revolución cubana.

P. En tu entrevista mencionabas a Paul Klee con su cita del arte haciendo visible lo invisible, después añadías que la literatura suele hacer «invisible lo visible: la explotación, por ejemplo». ¿La literatura refuerza el trabajo habitual de los políticos?

B. G. En general la literatura contribuye a naturalizar las condiciones de vida. Y refuerza el trabajo de los políticos burgueses al colocar la discusión en los márgenes, al dejar el centro -lo que Raymond Williams llamaba el núcleo duro de lo social, la explotación- fuera de las cosas que producen extrañeza, dolor, emoción, literatura.

P. Como a un viejo marinero me ha gustado la metáfora de los libros necesarios como las ráfagas luminosas de un faro. La literatura convencional oscurece, la literatura necesaria ilumina. ¿Hacia dónde orientarías tu faro? ¿Quieres iluminar el dominio económico, la explotación?

B. G. A veces pienso que ya está lo bastante iluminado, la mayoría de las personas somos conscientes de ese dominio y de esa explotación pero quizá hacemos el cálculo, damos la vuelta a la almohada y nos decimos que esto es lo menos malo, que luchar contra esto nos haría sentir más inseguros, que es mejor el miedo conocido que el desconocido. Por ahora la decisión que he tomado es orientar el faro hacia los lugares en donde se vislumbra otra cosa, otra posibilidad, y no en la imaginación sino en la historia concreta de una isla concreta. Hacia delante, realmente no sé por dónde voy a seguir trabajando.

P. ¿Tienes alguna idea sobre ese novela de mil páginas, «absolutamente precisa», en la que el movimiento de cada personaje es condicionado por la historia? ¿Has pensado en algún personaje?

No, de momento no me veo capaz de escribirla.

P. ¿Escribiste «El lado frío de la almohada» pensando en provocar un debate sobre lo que le ha pasado a la izquierda para dejar de defender a Cuba?

¿Cómo va ese debate? ¿Lo han aceptado las organizaciones que -aunque sea con cierto descaro- se dicen de izquierda?

B. G. Creo que en la pequeña escala de la literatura, y de menos que la literatura, de una mera novela, algo ha servido, aunque sea para comprobar que no es necesario hablar de Cuba a la defensiva, que se puede hablar a la ofensiva, que la revolución cubana es un modelo hacia el que tender y que la izquierda no puede en absoluto dejar de lado. Pero creo que esto ha ocurrido en el espacio de las personas y los colectivos que trabajan y no tanto en el de las organizaciones que, diciéndose de izquierdas, permanecen presas por un conjunto de intereses poco claros.

P. Lo que ha ocurrido en los últimos meses -la guerra de Iraq, por ejemplo, la matanza continua de palestinos, por ejemplo- ha colocado muy alto el listón de la inmoralidad que hay que saltar para que la izquierda vencida se sitúe al lado de los vencedores. Ahora tendrían que retornar, escandalizados, hacia el otro lado.

¿Consideras irreversible esa asimilación de la izquierda organizada al otro lado de la barricada?

B. G. ¿De qué hablamos cuando hablamos de izquierda organizada? ¿Del PSOE? Digamos que bastante irreversible. ¿De Izquierda Unida? Con pequeñas posibilidades de reversibilidad. ¿Del PCE? Con más posibilidades. ¿De esos muchos colectivos con distintos nombres y distintos proyectos que no han renunciado a la palabra revolucionario? Esos están a este lado de la trinchera, desde luego.

P.¿Qué sueños frustrados y que servidumbres asumidas tienen los jóvenes en el lado frío de la almohada? ¿Llegarán a amar lo que significa Cuba?

B. G. Por las reacciones que ha suscitado la novela he podido ver que bastantes jóvenes al menos no están tan condicionados por las campañas mediáticas contra Cuba como sí lo están algunas personas de más edad, quizá porque no las han leído, a lo mejor porque han crecido sabiendo que no podían dar crédito a los grandes medios de comunicación.

P. ¿Piensas que la «izquierda» critica a Cuba para no reflexionar sobre sí misma?

B. G. Creo que sobre todo la critica por miedo. Miedo a los tópicos, miedo a los falsos eslóganes como el de «dictadura de izquierdas» o cualquier otra cosa y miedo sobre todo a los dueños de esos eslóganes que son también los dueños de las llaves de casi todo lo aparentemente deseable: avales bancarios, espacios mediáticos, puestos de trabajo, etcétera.

Quizá uno de los pocos espacios válidos que le queden a la literatura sea el lento trabajo de cribar el miedo, de separar, en el miedo, la parte más fina de la gruesa. Y contar que no merecen la pena una vida ni una izquierda paralizadas por el miedo al miedo.

P. Creo que una de las demandas más importantes que has hecho es la de discutir sobre «¿a qué llamamos libertad?». Sobre la Libertad con mayúscula que predica Bush y la libertad con minúscula que depende de las condiciones de vida. ¿Cómo empezarías el debate?

B. G. Lo empezó Lenin por nosotros: ¿Libertad para qué, libertad para quién? Yo lo continuaría con palabras de Néstor Kohan cuando alude al fetichismo de la mercancía en Marx: ¿cómo vamos a hablar de libertad en una sociedad que no puede elegir lo que es más necesario, lo que quiere producir, cómo y para quién?

P. También en tu novela «El lado frío…» se habla de este país como «un país que da la injusticia por sentada, que expulsa al que tropieza, al que pierde y al que no puede correr». ¿Te parece una buena definición de la «democracia imperfecta» de la que te hablaba el periodista de El País?

B. G. Tal vez insuficiente, le falta la parte de la violencia que esas democracias imperfectas ejercen no sólo sobre sus miembros, sino sobre otros países. Pero me parece un comienzo de la definición válido.

P. Iroel Sánchez, presidente del instituto cubano del Libro, imagina a Marx que «en estos tiempos de internet y exclusiones, de satélites y hambre, sonriente y subversivo, susurra a los oídos del mundo: disidentes de todos los países, comunicaos».

Tú, que has afirmado que somos muchos los que defendemos a Cuba, y que la defensa de Cuba de los que hemos sido derrotados pero no asimilados, de los que tenemos capacidad de respuesta, es la lucha contra la barbarie, que piensas que nos susurraría aquél viejo y sabio disidente?

B. G. Comunicaos y, después, organizaos, diría quizá que a pesar del rechazo que ha llegado a provocar esa palabra, no la diéramos de lado. A veces he pensado que nos pediría un poco de clandestinidad, pero no estoy muy segura. Y si se trata de susurrar, a lo mejor usaba un verso de Walt Whitman, pasándolo al plural: «No creáis demasiado que ahora no estamos juntos». En cuanto a la derrota, usaría, seguro, las palabras del Che.