Imaginen un banquete donde se consumen salchichas, sesos salchichones, lomo, solomillo, hígado, piernas de carnero, costillas de cerdo, salmones, liebres, ternera, macarrones, helados, pasteles, tortas y natillas, buñuelos y quesos. Pues es sólo un agasajo en el cual el gigante Pantagruel hace un consumo desmedido de alimentos en una reunión de «gastrólatras». Todo ello se […]
Imaginen un banquete donde se consumen salchichas, sesos salchichones, lomo, solomillo, hígado, piernas de carnero, costillas de cerdo, salmones, liebres, ternera, macarrones, helados, pasteles, tortas y natillas, buñuelos y quesos. Pues es sólo un agasajo en el cual el gigante Pantagruel hace un consumo desmedido de alimentos en una reunión de «gastrólatras». Todo ello se debe a la imaginación exuberante de François Rabelais quien imaginó, en el siglo dieciséis este universo de hipérboles que causó las carcajadas de toda una generación.
Rabelais no era un escritor de vodevil, ni un comediante sino un sacerdote. Monje benedictino, colgó los hábitos para estudiar medicina en Monpellier y ejercer su profesión en el hospital de Lyon. Tuvo mujer y procreó dos hijos. Más tarde su protector, el cardenal Jean du Bellay, obtuvo una bula papal para que pudiera reingresar en la orden benedictina.
Fue su delirante imaginación la que le impulsó a escribir cuatro novelas bajo el título común de «Gargantúa y Pantagruel» como se las conoce hoy. Usando leyendas populares e hipertrofiándolas, sirviéndose de fábulas de la época, creó esta imaginativa farsa de dos gigantes que colman todos los excesos. Su humor escatológico acuñó un adjetivo: «rabelesiano».
La exuberancia creativa que derrochó, su colorido lenguaje, su amplio vocabulario le hicieron popular en su tiempo, aunque nunca dejó de polemizar con sus censores y contendientes. Los sabios doctores de La Sorbona fueron especialmente hostiles y lograron en dos ocasiones prohibir la circulación de sus libros y fue calificado de autor obsceno. El ideó dos calificativos para ellos: «sorbonícola» y «sorbonogro». En mas de una ocasión estuvo en riesgo de ser declarado herético lo cual en aquella época conllevaba terribles castigos.
Pese a su amistad con Margarita de Navarra, hermana del rey, fue perseguido tras la publicación de uno de sus libros y tuvo que huir a Metz. Al final de su vida fue compensado con dos parroquias: Meudon y Jambet. Por el nivel de sus invenciones y la calidad de idioma no era un autor para las grandes mayorías sino para la aristocracia ilustrada que disfrutó con sus sarcasmos.
El primer tomo apareció con el rimbombante título de «Las grandes e inestimables crónicas del grande y enorme gigante Gargantúa». Y la segunda de sus narraciones tuvo un nombre no menos resonante:»Los horribles y terríficos hechos y proezas del muy renombrado Pantagruel». La maestría de su poder narrativo, la hilaridad que provocaba con situaciones grotescas, la ironía socarrona en la cual era un experto, su capacidad para crear un orbe de fantasía con palabras le hicieron un autor favorito en aquella época.
Rabelais agotó la alegría de vivir, el disfrute franco y sin barreras de las gracias de la vida terrenal. Tuvo una especial destreza para inventar términos nuevos y enriquecer el idioma francés. Se burló de las supersticiones y del oscurantismo. La otorgó más importancia a las exigencias de la vida material que a las promesas inciertas de una vida espiritual, pese a que era un sacerdote. El cuerpo humano, con sus excrecencias y solicitudes, ocupa un lugar central en su obra.
La filosofía de Gargantúa es simple: «Las horas se han hecho para el hombre y no el hombre para las horas». Y también, siguiendo a Platón: «Las repúblicas no serán felices hasta que los reyes filosofen y los filósofos reinen». A veces recuerda al Quijote por la aparatosidad incongruente, pero en aquel caso es un loco que sueña, en este caso es el autor quien imparte validez al orbe inventado.
«Gargantúa y Pantagruel» ha quedado como un hito de la literatura universal que contribuyó a despejar oscuridades, confusiones e ignorancias usando uno de los más poderosos recursos, la risa.