Historia de las historias George Orwell decía que «sólo se puede confiar en una autobiografía cuando revela algo vergonzoso. Un hombre que rinde buenas cuentas de sí mismo probablemente miente, ya que cualquier vida que se vea desde dentro es simplemente una serie de derrotas». Algo similar podríamos decir sobre la realidad contemporánea: sólo podemos […]
Historia de las historias
George Orwell decía que «sólo se puede confiar en una autobiografía cuando revela algo vergonzoso. Un hombre que rinde buenas cuentas de sí mismo probablemente miente, ya que cualquier vida que se vea desde dentro es simplemente una serie de derrotas». Algo similar podríamos decir sobre la realidad contemporánea: sólo podemos fiarnos de las narraciones que dan cuenta de su ambivalencia, de su opacidad, de su precariedad y fragilidad. Las historias sobre sujetos imbatibles que progresan imperturbables hacia la victoria final no son de nuestro mundo. No restituyen la tragedia, la prueba, la adversidad, que por lo demás son los ingredientes imprecindibles de toda buena historia. No dibujan un retrato ni siquiera aproximado de nuestro enemigo, que no es la imposición alienante de sentido, sino la dispersión absoluta de -las condiciones de- sentido.
Las nuestras son todas historias de perdedores. No necesariamente de gente que pierde, sino de gente que ha perdido. Que habita en la desarticulación de las ilusiones revolucionarias de los dos últimos siglos, en la destitución radical de los modos de organización y conflicto tradicionales. A partir de ahí, la nostalgia, el resentimiento, la estetización de la derrota, la resignación o el suicidio son opciones. Pero también miente quien las presente como opciones exclusivas, ya que cualquier vida que se vea desde dentro es más que una serie de derrotas. Sobre todo si consideramos que las derrotas son irreversibles (contra toda teología), pero también dejan huellas de la lucha, marcas de lo común, rastros de carmín. Semillas que el presente –y sólo el presente– puede fecundar de manera imprevista. En realidad, las decepciones sólo pueden erosionar una creencia en la vida muy infantilizada. Por el contrario, como cantaba Wordsworth, pensando en su niñez: «¿Dónde se ha ido ese rayo visionario?/¿Dónde están hoy esa gloria y ese sueño?/No nos aflijamos, busquemos más bien la fuerza en lo que permanece».
1. Buenos Aires, 30 de diciembre de 2004
La sala de conciertos República Cromañón se incendia durante un recital de rocanrol en un barrio muy céntrico bonaerense. Un humo tóxico provoca la muerte a 194 personas y varios centenares de heridos. La puerta de emergencia estaba cerrada con alambre y candado. El local no se encontraba debidamente habilitado para funcionar y ese día entraron más del triple de las personas permitidas. El plan de emergencia tras el incendio brilla por su ausencia. Son los propios chicos quienes vuelven a entrar en la sala para salvar vidas, mientras la mayoría de policías y bomberos están a otra. Se calcula que el 40% de los jóvenes que perdieron la vida en Cromañón son chicos que consiguieron salir del infierno y entraron de nuevo para rescatar gente. La situación en los hospitales, los tanatorios y los cementerios durante los días siguientes es un caos absoluto.
La prensa y los políticos hablan de «tragedia». Los familiares, los amigos y los supervivientes prefieren llamarlo «masacre». Desde arriba se activa una campaña difusa para culpabilizar a las víctimas, que se recrudecerá más tarde cuando se organicen (hasta el punto de acusarlas de «golpismo»). ¿Cómo es que los chicos encienden bengalas durante los conciertos? ¿no había en Cromañón una guardería organizada en el cuarto de baño de mujeres? ¿acaso los chicos no estaban todos drogados? ¿a qué padres se les ocurre llevar a sus hijos pequeños a un concierto de rock? Los medios de comunicación difunden masivamente todas esas preguntas, mientras se ensañan en las historias más morbosas (e inverosímiles) sobre los chicos de Cromañón. En una parte no desdeñable de la sociedad prende enseguida esta criminalización de las formas de vida y de ocio juveniles. Se difunde la nostalgia por las viejas tutelas verticales sobre los chicos y el Gobierno (progresista) encuentra legitimidad suficiente para emprender una campaña represiva que incluye el cierre masivo de discotecas, la prohibición de fiestas y la anulación de conciertos.
Por abajo, familiares, supervivientes, amigos y gente que se siente afectada por lo sucedido empieza a juntarse. No se conocen de nada, ni comparten una identidad previa (ideológica, cultural, generacional, etc.). A gran velocidad, reelaborando creativamente saberes «antagonistas» de otras luchas contra la impunidad y por la dignidad en Argentina, se organiza la protesta colectiva, la exigencia de responsabilidades. La respuesta inmediata se articula en torno a varias consignas: «República Cromañón es República Argentina», «ni la bengala ni el rocanrol, a nuestros pibes los mató la corrupción», «todos somos supervivientes de Cromañón».
La corrupción, la desidia, la negligencia y la impunidad atraviesan la vida pública y descomponen el lazo social en Argentina. La noche del 30 de diciembre de 2004 revela hasta qué punto el Estado ha sido reducido a funciones represivas y de gestión de los capitales extranjeros. La cadena de responsabilidades (no sólo penales, sino también civiles, sociales y morales) que el Movimiento Cromañón pone encima de la mesa es amplia y compleja: alcanza de distintas maneras al mundo de la política y el dinero, al mundo del rock y a las formas de ocio juveniles, tan asociadas al riesgo. No sólo acusa y pide castigo para tal o cual responsable público o empresario, sino que denuncia toda una lógica social que produce riesgos, daños colaterales, fragilidad, vulnerabilidad. Su mensaje más hondo interpela a la sociedad entera, la convoca a hacerse cargo de lo sucedido, no tanto para reivindicar formas de tutela más firmes al Estado o a los padres, como en el sentido de desarrollar una lógica de autocuidados contra la precariedad. Una lógica inmanente a las propias formas de vida, no exterior, vertical, trascendente o moralista.
2. París, 23 de marzo 2006
Los estudiantes franceses llevan semanas luchando contra el CPE (contrato de primer empleo) que precariza el trabajo y la vida. Bloquean universidades, salen a manifestarse, organizan coladas masivas en museos y cines, etc. El jueves 23 de marzo han organizado una gran manifestación en el centro de París. Centenares de jóvenes venidos de las periferias arremeten contra ella, agreden físicamente a los manifestantes, roban teléfonos móviles, se ensañan especialmente con las chicas. Las escenas de las palizas son verdaderamente terroríficas. El miedo a que la historia pueda repetirse amenaza con dejar en casa la próxima vez a los manifestantes más tímidos.
Los medios de comunicación, los sindicatos mayoritarios y los partidos de izquierda se aprestan a separar a los «estudiantes cívicos» de los «bárbaros venidos de la periferia». Muchos izquierdistas resuelven el problema denunciando conspirativamente que la policía ha pagado a esos chicos para crear cizaña y desprestigiar la protesta colectiva. Algunos estudiantes deciden silenciar el problema para no estigmatizar más aún a los chicos de banlieue y proponen simplemente reforzar el servicio de orden para la próxima manifestación. Militarizarla. Otros asumen por lo bajo que esos chicos de periferia ya están perdidos, inmersos irremediablemente en su subcultura de gueto, víctimas propiciatorias de las redes integristas, abocados al racismo contra los «pequeños blancos», fruto de su resentimiento.
Ciertamente, tanto los universitarios como los jóvenes de las periferias son precarios o están amenazados por la precariedad. Pero la alianza, impecable en el cielo de las categorías, estalla en el roce con lo real. Ahí se impone más bien la guerra de todos contra todos. ¿Cómo es posible que algunos jóvenes en situación de relegación social consideren como enemigos a otros que se manifiestan contra la precariedad y a favor de la igualdad de oportunidades? ¿Cómo elaborar un discurso colectivo sobre lo que ha sucedido sin aullar con los lobos ni bajar la mirada ante el problema? Algunos estudiantes de la Sorbona se sienten incómodos ante la alternativa entre el tabú o la neurosis: deciden hablar y hacer públicos sus pensamientos, arriesgando así la comodidad de una representación simple del mundo. Hacerse cargo del problema, desde el fragmento de realidad que habitan.
Para ellos, la confrontación «ha sido una toma de conciencia dolorosa y amarga sobre que la lucha que desarrollamos no está desconectada de otros aspectos de lo social ni es tan simple (nosotros, los buenos, contra el gobierno, los malos). Un tercer actor se ha invitado a la fiesta». Una vez condenadas las agresiones y organizada la autodefensa, ¿qué? «El 23 de marzo de 2006, en las calles de París, dos tipos de juventud se encontraron en la calle y cruzaron miradas llenas de incomprensión, desconfianza, desconcierto, vergüenza, odio; dos clases de jóvenes extraños los unos a los otros. Ese divorcio es el fruto rendido por años de políticas cuya violencia criminal resplandece hoy a la vista de todos». La solidaridad retórica que mostraba el movimiento anti-CPE con la «revuelta de las banlieues» de noviembre sólo era una pobre fachada: «la realidad de la cólera de noviembre nos estalla en la cara. ¿Cómo dejamos pasar el mes de noviembre sin organizar ni siquiera una vez, bajo la forma que fuese, la manifestación de nuestro apoyo? Ahora en marzo ese silencio vuelve a nosotros con un regusto muy amargo».
Se vuelve preciso, urgente e importante consagrar tiempo e imaginación a inventar la forma de establecer un diálogo con la juventud de las periferias, de tejer lazos con ellos, una forma de reconciliación. «Va a ser una tarea nueva y difícil, que exige creación».
3. Madrid, 12 de marzo de 2004
Un día después de la masacre de Atocha, El Pozo, Santa Eugenia y Tellez, el vacío de la pérdida se traga el sentido de la vida cotidiana. El gobierno convoca una manifestación con el lema «Con las víctimas, con la Constitución, por la derrota del terrorismo». La población acude masivamente, aunque muchos no estén de acuerdo con la convocatoria: mentar la Constitución en ese contexto significa apuntar la autoría de ETA y, más aún, la complicidad objetiva de los nacionalistas vascos incómodos con su encaje en la Constitución española. Durante las primeras 24 horas tras el atentado, que se vivieron como si fueran semanas, el gobierno trata de fundirse con la sociedad, autorizando una interpretación única sobre lo sucedido y señalando como «mentirosos intoxicadores» a quienes levantaban la voz para dudar públicamente de la atribución inmediata de la autoría a ETA. El gobierno decide manipular la muerte de 192 personas y utilizarla como propaganda electoral 4 días antes de las elecciones generales.
En la manifestación del día 12, el ambiente era muy extraño, ambigüo. Resultaba imposible predecir si la respuesta a lo que se estaba viviendo sería algún tipo de linchamiento organizado o alguna modalidad de revuelta colectiva. Las dudas sobre la autoría dificultaban compartir el sentido de la manifestación. Estábamos todos allí juntos, pero separados. Durante el día se habían producido encendidas discusiones en la calle sobre las distintas interpretaciones, la manipulación, etc. Atisbos de enfrentamiento civil entre «las dos Españas». Un hombre muere tiroteado en Pamplona a causa de una de ellas. Mayoritariamente silenciosa, el grito que concitó mayor unanimidad en la manifestación fue «todos íbamos en ese tren». A pesar de que desde arriba se pretendía que la sociedad fuese sólo una masa temerosa y obediente deseosa de entregar toda la iniciativa y capacidad de expresión al Estado, al final la cabecera de políticos tuvo que abandonar precipitadamente la calle perseguida por gente que preguntaba a voz en grito «¿quién ha sido?» El espíritu del «no a la guerra» demostraba así que no ha remitido, como habían predicho los agoreros.
Al día siguiente, jornada de reflexión, una concentración de miles de personas autoconvocada de forma horizontal mediante móviles e internet se planta frente a las sedes del Partido Popular rompiendo el estado de sitio informativo, denunciando la manipulación, recordando que la sociedad española se había manifestado masivamente contra la guerra en Irak, reivindicando el derecho a dudar, preguntar y disentir. Sin dirigentes ni portavoces, la gente se desplaza luego por el centro de Madrid durante horas, evitando espontáneamente el enfrentamiento con las fuerzas del orden, alternando los cánticos y los minutos de silencio, haciendo oídos sordos a las voces mediáticas que hablan de «piquetes golpistas teledirigidos» por el PSOE. Sin desmigajarse, como ocurrió el día anterior, cuando se compartía el dolor pero no su elaboración. La ambigüedad se ha decidido. Esta vez, toca revuelta.
4. Virginia Occidental, 2 de noviembre de 2004
Virginia Occidental es el estado más pobre de EEUU. La empresa privada con mayor número de trabajadores en Virginia Occidental es Wal-Mart, el gigante de la distribución comercial estadounidense y emblema de la precarización laboral. Durante décadas durísimos enfrentamientos entre los mineros y los dueños de las minas han dado forma a una sólida conciencia de clase. ¿Qué tenía que ganar Virginia Occidental con las rebajas de impuestos de Bush, con sus ataques a los sindicatos, a los subsidios, a lo que queda de derechos sociales? Nada, sin embargo el Partido Republicano vence en Virginia Occidental con un margen del 13% en las elecciones de 2004.
Durante el transcurso de la campaña electoral había carteles de Bush&Cheney por todas partes y también pancartas con el lema «We support our troops». La posición sobre el aborto y sobre el control de las armas de fuego favoreció a los Republicanos. Según algún observador exterior, «piedad, patria, carbón y fusil» son las 4 palabras más veneradas en Virginia Occidental. Además, como comenta un activista conservador, «cuando miras las fotos de Bush en su rancho de Tejas, con sus pantalones tejanos y su sombrero de vaquero, eso es auténtico. Estuve en Beckley cuando dio un mitin hace un par de semanas y esa multitud, cuatro mil personas, le adoraron. Personalmente, no creo que se pueda fabricar eso. No se puede fingir. Le adoraron. Conectaron con él, creen que él los entiende y yo también lo creo». El sombrero de George W. Bush provocaba carcajadas en los cines de toda Europa cuando lo mostraba Michael Moore. Y sin embargo…
Virginia Occidental es uno de los «estados rojos» donde supuestamente imperan los valores tradicionales que sostienen (a) los republicanos. Sin embargo, el número de divorcios en los «estados rojos» supera al de los «estados azules». En tiempos de fuertes dislocaciones sociales, una vez evaporadas las referencias colectivas, esos «valores tradicionales» son una retórica que los Republicanos explotan a placer, mientras que promueven políticas que agravan las fracturas sociales. El aparato publicitario del Partido Republicano se encarga de redirigir el «resentimiento de clase» hacia los izquierdistas, los intelectuales elitistas de la Coste Este, los «bobos» (burgueses y bohemios) que nunca han trabajado con sus manos, los ecologistas que buscan suprimir la minería y con ella toda una forma de vida. Ellos son los causantes de la desarticulación de los vínculos tradicionales, de que el mundo sea cada vez más desconcertante, de la erosión de los valores del hombre común, de la fragilización del modo de vida asociado a la minería, a la agricultura. Según los Republicanos, no existe ninguna guerra social, política o económica en EEUU. Se trata de una guerra cultural (cultural war) contra el individualismo, el narcisismo y el intelectualismo de los progresistas que defienden la eutanasia, la legalización de las drogas y los matrimonios homosexuales; una guerra a favor de la patria, los valores familiares, la religión, la navidad y la tradición, el deporte, la caza, la pesca, etc.
Cuando Bush ganó las elecciones, la blogosfera se inundó de este tipo de mensajes:
«Nosotros los ciudadanos del Archipiélago Urbano, las Ciudades Unidas de América (…) vivimos en una cadena de islas de cordura, progresismo y compasión (…) Y somos los verdaderos americanos. Ellos, votantes de las zonas rurales y los estados rojos (…) no son americanos verdaderos. Son paletos, tontos y propagadores del odio (…) A los votantes de los estados rojos, de las zonas rurales, de los pueblos que se mueren y de las urbanizaciones sin alma, les decimos esto: idos a la mierda. Vuestras preocupaciones ya no son las nuestras (…) Ya no nos preocuparemos de la crisis en la asistencia sanitario que afecta a las zonas rurales. Lo que haremos es trabajar para conseguir asistencia sanitaria universal en los estados azules, poco a poco y uno por uno. Lucharemos para que no haya armas en las calles de nuestras ciudades, pero cuantas más haya en las zonas rurales, mejor. Si un chaval de un estado rojo encuentra la pistola de su padre y se vuela la cabeza, nos sentiremos mal, claro, pero no hay mal que por bien no venga: por lo menos ese chaval no llegará a votar como su padre. Desde hoy en adelante, ya no nos importa que las granjas familiares se hundan. Menos granjas familiares significan menos votantes rurales».
5. Bolonia, 16 de mayo de 2005
Hace un año que Sergio Cofferati, líder histórico de la poderosa central sindical CGIL metido a político, ha arrebatado el poder de la alcaldía de la ciudad a la berlusconiana Forza Italia. Se trata, repiten los medios de comunicación, de una «victoria simbólica» que anticipa (y prepara) lo que puede ocurrir en las elecciones generales de 2006.
En la izquierda, incluida mucha gente escéptica generalmente con los partidos políticos, la victoria de Cofferati se vive con ilusión y esperanza. Después de años de gobierno berlusconiano sobre la ciudad, años de desmantelamiento neoliberal de los servicios públicos y el lazo social ciudadano, ¿puede hacerse ahora de Bolonia un laboratorio de la tolerancia, de la solidaridad con los más débiles, un laboratorio de innovación cultural y renovación de la vida pública?
Se confía especialmente en Cofferati porque durante su último mandato en la CGIL se ha opuesto con determinación a Berlusconi tomando algunas atrevidas decisiones de lucha y alianza con los movimientos sociales impensables durante los años 90. De hecho, Cofferati fue aupado al poder en Bolonia por una ola de protestas multitudinarias de varios años contra el rumbo de la globalización neoliberal y su aplicación concreta en Italia, contra la «guerra infinita» decretada por Bush tras el 11 se septiembre (Afganistán e Irak) y la colaboración del gobierno italiano, contra los centros de internamiento de inmigrantes, la precarización del trabajo, el monopolio comunicativo de Berlusconi, etc. ¿Puede darse a partir de ahora una relación de complicidad entre la administración y los distintos componentes sociales que reinvente las formas de hacer política?
Un año después la ciudad se ha convertido efectivamente en un laboratorio de experimentación política, pero de signo opuesto: un laboratorio de intolerancia, de violencia contra los más pobres, de fetichismo histérico del orden y la legalidad, de arrogancia del poder y de represión. Se producen numerosos desalojos de casas ocupadas y autoconstruidas por inmigrantes sin papeles, se persigue el comercio ilegal a pequeña escala en la calle, se prohibe beber alcohol a partir de las 9 de la noche fuera de los comercios reglamentarios, se reprime con especial dureza a los espacios de disidencia cultural y política, se vigila con mucha atención a quienes discrepan en el propio partido en el poder. De la ilusión de una política más basada en el diálogo y el consenso entre los distintos agentes sociales no queda nada. Cofferati toma todas sus decisiones unilateralmente y atiza el odio de todos contra todos. La tradición política que actualiza en su gestión feroz del neoliberalismo es (¿curiosamente?) el estalinismo de sus años mozos.
Entre los decepcionados se oyen voces que afirman incluso: «puestas así las cosas, para el 2006, casi, casi, prefiero a Berlusconi».
6. Madrid, 30 de marzo de 2006
Ese día declaran, en un edificio especial de la Audiencia Nacional habilitado en la Casa de Campo para el juicio contra el «entorno» de ETA, Pepe Uruñuela y Sabino Ormazábal. Es un juicio insólito, porque apenas hay pruebas personales contra ninguno de los 55 acusados de «pertenencia» o «colaboración» con ETA. Se trata todo el rato de imputaciones difusas, genéricas, organizativas, ideológicas, colectivas. La idea (de fuertes resonancias estalinistas) es que se puede ser «subjetivamente inocente, pero objetivamente culpable». Es decir, se puede pertener a ETA sin saberlo e incluso aunque se rechace pública y cotidianamente su estrategia del miedo.
Todo el mundo es sospechoso, todo el mundo debería sentir vergüenza y culpa por algo, nadie debería confiar en la persona que tiene a su lado, lo mejor es quedarse en casa. Ése es el mensaje principal que lanza a la sociedad la teoría del «entorno» del juez Garzón. Se confunden monstruosamente las responsabilidades políticas o morales que alguno de los acusados pudiera tener por encontrar justificaciones a la acción de ETA con responsabilidades penales, colectivas, objetivas, tangibles y verificables en un juicio. Como si ambas estuvieron en el mismo plano. Como si de ambas hubiera que tratar en la sala de un tribunal.
Pepe Uruñuela es un libertario de toda la vida. Está en las antípodas políticas de la izquierda abertzale. Participa en movimientos sociales de nuevo cuño que poco o nada tienen que ver con reivindicaciones identitarias, nacionalistas o de otro tipo. Sabino Ormazábal es un militante histórico del pacifismo y el ecologismo. Ha colaborado varias veces con Elkarri en la apuesta por «humanizar el conflicto», ha escrito «Mapa (inacabado) del sufrimiento», un libro que trata de elaborar una memoria incluyente de todas las violencias ejercidas y padecidas en las últimas décadas en el País Vasco y lleva décadas pensando y actuando políticamente en claves de «noviolencia activa».
Ambos participaron en la creación de la Fundación Joxemi Zumalabe, que prestaba apoyo a los movimientos sociales de base en el País Vasco. Ambos encarnan el virus de una cultura política del diálogo, la autonomía y la horizontalidad que tantísimo podría aportar allí. El juez Garzón bloqueó la posibilidad del contagio cuando les detuvo, les encarceló y les acusó de vehicular a través de la Fundación una estrategia de desobediencia civil planeada por ETA como complemento a sus acciones armadas. La práctica de la desobediencia civil, de larga y fecundísima tradición, quedó de pronto marcada, asimilada al terror y criminalizada. Menos salidas, menos alternativas para la humanización del conflicto, de esa banda de Moebius de resentimiento, rencor, deseos de venganza y castigo, odio al otro.
Coda
¿Por qué nos cuesta tanto reconocernos en nuestras historias? Es decir, ¿por qué nos cuesta tanto reconocer a los chicos de banlieue como a nuestros hijos o a nuestros hermanos pequeños? La nostalgia y el resentimiento contra el presente que la acompaña inevitablemente son afectos propios de los tiempos de inestabilidad generalizada y discontinuidad radical. Buscan apoderarse de nuestra mirada y afectarla de exterioridad. Contemplar lo que ocurre desde fuera, desde el observatorio de un ideal sólido que determina cómo debiera ser todo, nos permite juzgar el presente por contraste, sentirnos a salvo de tanto desconcierto, por encima o de vuelta. Pero de ese observatorio han sido desalojados convenientemente nuestro propio cuerpo, nuestra propia cabeza y nuestros propios problemas. Ahí no pensamos a través de imágenes, somos pensados (y, por tanto, vividos) por ellas. Podemos reconocer nuestras historias porque nos hablan de la potencia del vacío y de la administración del miedo al vacío como estrategia del poder, de distintas vías de elaboración de la marca que deja el zarpazo del vacío en nuestros cuerpos, de reacciones delirantes de lo social desamparado y de una política de cuidados que teje vínculos en la carne desgarrada, de guerra de todos contra todos y de recreación de un común no identitario, de categorías-zombi y de dispositivos-zombi, de depresión y de creación. Y cuando me refiero a «nosotros» no describo una realidad: lanzo una botella al mar.
Copyright©2006 Amador Fernández-Savater. Este artículo ha sido publicado bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 2.0. Eres libre de copiar, distribuir y comunicar públicamente la entrevista por cualquier medio, siempre que sea de forma literal y sin fines comerciales.