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Radioapología

Fuentes: La Jornada

Me despierto escuchando la radio y me duermo escuchando la radio. Es algo tan normal -e integral- para la vida cotidiana como respirar, comer, beber o… leer; una manera -por cierto- suplementaria, pero a la vez sumamente natural de «ingerir» música (clásica), información (política/cultura) o literatura (novela en capítulos). Uno ya ni lo piensa.  Pero […]

Me despierto escuchando la radio y me duermo escuchando la radio. Es algo tan normal -e integral- para la vida cotidiana como respirar, comer, beber o… leer; una manera -por cierto- suplementaria, pero a la vez sumamente natural de «ingerir» música (clásica), información (política/cultura) o literatura (novela en capítulos). Uno ya ni lo piensa. 

Pero a veces cuando sí me pongo a pensar en todo esto o por ejemplo en la relación entre la radio y la política, me da un repentino ataque de memorias perversas y me acuerdo del papel central que le asignaba Hitler en su plan de la colonización de los pueblos eslavos.

¿La radio, una herramienta de la colonización? Así es.

Para Hitler los eslavos eran unos «salvajes» -«como los hindúes o los aztecas» (sic)- a quienes, exterminando simultáneamente sus élites políticas e intelectuales, había que negar toda la educación o la literatura.

El único «pasatiempo» permitido -pensado como un método del control y la despolitización- era «la radio y la música hasta hartar» ( Hitler’s table talk, 1941-1944 , Enigma Books, 2000, p. 237).

En este momento siempre se me quitan las ganas de escuchar lo que ya voy escuchando y lo apago.

Entonces agarro un libro. Normalmente solo para ahondar el desasosiego y seguir leyendo sobre el tema (y no: por fortuna nunca es tan grave como para que tenga que ser Mein kampf…).

El otro día era una hojeada de Adorno que huyendo de los nazis a los Estados Unidos (1938) se dedicó a estudiar los efectos que tenía la radio -algo novedoso en aquel entonces- en la percepción y el funcionamiento de la música.

Partiendo de las observaciones de su amigo Walter Benjamin («lo emancipatorio del arte en los tiempos de la reproductibilidad técnica»), se mostraba no obstante escéptico sobre su potencial: p.ej. su efecto de «aquí y ahora» era, para él, «puramente ilusorio» (Current of music: elements of a radio theory, Cambridge Press, 2009, p. 93).

Otro alivio a mis periódicas «depresiones radiofónicas» llegó hace poco con la selección de programas para la radio escritas -y presentadas- por el mismo Benjamin en los años 1927-1933, una faceta poco conocida de él (Radio Benjamin, Verso, 2014, pp. 424).

En total fueron casi 90: la mayoría en forma de pláticas «para niños» (aunque bastante exigentes y con conexiones con el resto de su obra: El origen del drama barroco alemán, Libro de los pasajes, La obra de arte en la época de su…, etc.); más unas piezas de radioteatro y algunos «modelos experimentales».

Fascinado con el impacto de las «nuevas tecnologías» -apenas en 1920 se transmitió el primer programa de noticias por la radio- Benjamin disfrutaba los momentos pioneros de este medio y las condiciones particulares de la joven República de Weimar (más una fuente estable de ingresos).

Leyendo estas colaboraciones (preservadas en manuscritos; no se conservó ninguna grabación de su voz…) uno casi siente la atmósfera de la efímera libertad intelectual y cultural weimariana que se esfumó con la llegada de Hitler.

Si bien Benjamin estuvo bastante entusiasta sobre la radio y su potencial -mucho más que Adorno- veía unos claros peligros: su ab-uso por el poder y su conversión en la herramienta de la ideología (vide: la máquina propagandística nazi).

Para mí, la radio existía desde siempre; desde que me acuerdo: ocupaba un lugar central en la casa de mis abuelos. Se encendía en la mañana y apagaba antes de ir a dormir cuando el abuelo regulaba los relojes según el tiempo oficial.

Me acuerdo que a veces llegaba un amigo suyo para jugar ajedrez y se ponían a discutir sobre la prohibida Radio Free Europe -¿escuchar o no?- la emisora financiada por la CIA en el marco de la «guerra fría» (como Radio Martí para Cuba).

Estoy seguro de haber escuchado a mi abuelo una vez decir:

No confío en a la propaganda de Varsovia o de Moscú y tampoco en la de Washington«.

En aquel entonces las emisoras y las ondas de radio eran unas de las principales herramientas y terrenos de la lucha ideológica. Hoy, en los tiempos de la «nueva guerra fría» (¡sic!), ya es un poco diferente.

La radio -pasando por una serie de cambios tecnológicos: ¡Internet!- ya perdió su centralidad y la lucha se trasladó a las plataformas digitales que combinan varios medios, canales de noticias 24 horas y servicios de agencia (RT/Sputnik, Telesur, etc., vs. el aparato de la «dictadura global mediática»).

En un texto corto, no pensado para la emisión, pero que también forma parte del tomo –Reflections on radio (1931)- Benjamin subraya que la debilidad fundamental de la radio y el obstáculo para cumplir con su potencial es la separación entre el locutor y el público, una «falla de origen» localizada en su base tecnológica.

Como tal la radio solo reproduce los malos hábitos y la «mentalidad consumista» sin ser capaz -a pesar de sus herramientas formales y tecnológicas- de influir en ellos; y lo que debería hacer es formar un nuevo tipo de radioescuchas: activos y con pericia (p. 364).

Cambiar la radio del aparato «unidireccional» a uno «bidireccional», convirtiendo a un radioescucha pasivo en un productor también fue el postulado de Brecht, igualmente dedicado a la tarea de expandir las fronteras de la radio en tiempos de Weimar.

Hoy tal vez lo más cercano a esta propuesta es la práctica y la experiencia de las radios comunitarias -indígenas y populares- a lo largo y ancho de Nuestra América (y no solo). Como siempre, lo más interesante ocurre «abajo» (véase: www.aler.org y www.amarceurope.eu).

La radio para muchas comunidades y organizaciones es parte integral de su proyecto político y de la vida: la capacitación y la participación de hombres, mujeres, jóvenes y ancianos son procesos de empoderamiento tecnológico-cultural y de la concientización política.

Los antes radioescuchas pasivos se vuelven productores activos con conocimientos nuevos y capacidades para transmitir y articular -mediante los programas y reportajes que preparan- los problemas de sus pueblos.

Si hay un denominador común de todo esto, es la descolonización de los saberes y el afán de independizarse de la influencia y la manipulación mediática de los «malos gobiernos».

¿La radio, una herramienta de la descolonización? Así es.

Hitler se revuelve en la tumba.

Maciek Wisniewski es periodista polaco

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/03/13/opinion/020a2pol