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Raimon, Manuel Sacristán y el Quadern de El País

Fuentes: Rebelión

El 8 de agosto de 1973 Raimon escribía una carta a Manuel Sacristán a propósito de la edición en Ariel de sus Poemas y canciones. Escrita en catalán, llevaba en el margen izquierdo una breve nota manuscrita del propio cantoautor: «Te escribo a máquina, aunque no sé, porque tengo una letra difícil. Soy de cultura […]

El 8 de agosto de 1973 Raimon escribía una carta a Manuel Sacristán a propósito de la edición en Ariel de sus Poemas y canciones. Escrita en catalán, llevaba en el margen izquierdo una breve nota manuscrita del propio cantoautor: «Te escribo a máquina, aunque no sé, porque tengo una letra difícil. Soy de cultura oral». En la carta Raimon le señalaba: «Te escribo porque el libro que reuniría mis canciones ya existe como mínimo en galeradas. No sé si recuerdas la conversación que mantuvimos en los servicios de la Facultad de Económicas».

Los propietarios de la editorial, proseguía Raimon, no lo veían muy claro por miedo a hacer un gasto inútil, pero finalmente «se han decidido a sacarlo alrededor de los primeros días de Octubre». Cuando él les comentó que quería que Sacristán escribiera el prólogo «hicieron el típico gesto de ‘¡otro problema!’. Xavier Folch, que estaba delante, te lo explicará. De todos modos, estamos finalmente de acuerdo en que seas tú el prologuista. Como puedes imaginarte es un poco urgente y ya sé que esto es siempre muy molesto».

El autor de «Diguem no» proseguía su carta: «No es necesario que te diga que a mí y a Analiza [su compañera] nos causa una gran satisfacción que lo hagas tú: por lo que sabes, por lo que has hecho y por lo que haces. Si estás de acuerdo, cuando antes lo hagas mejor, y si no lo estás, cuando antes me lo comuniques también mejor. Los editores tienen mucho miedo a que haya problemas graves por razones de censura» [la cursiva es mía].

Raimon tenía que ir a cantar a Alp el 8 de agosto de 1973, «si no hay ninguna orden en contra -me han prohibido ya dos recitales en la provincia de Barcelona-, y aprovecharía el viaje para pasar a verte [por Puigcerdà] y, si necesitaras algún tipo de material, si me escribes antes, te lo llevaría». «Nada más. Un fuerte abrazo y muchos recuerdos a los tuyos». Con esas palabras se despedía Raimon.

Sacristán escribió el prólogo del libro. Lo tituló «Amb tots les bons que em trob en companyia». Puede verse ahora en Lecturas [1]. Poemes i cançons se editó en 1974; fue un éxito. Un pasaje de la presentación de Sacristán:

Desde mediados la década de 1960 se puede apreciar ya fácilmente un crecimiento, una maduración del cantar de R. Incluso en la voz, que se llena más. Ahora R canta con «el natural manejo de la voz», según el ideal de los maestros de canto. También diciendo se ha hecho más seguro; ahora dice sin apresuramiento y sin deslices de la sensibilidad, sino con suficiente distancia conceptual. Aunque no moral, porque el canto sigue siendo frenéticamente generoso con lo dicho. En general, R ha aprovechado siempre mucho la raíz común del cantar y el decir: «jo escric aquesta nit» [yo escribo esta noche] y «jo cante aquesta nit» [yo canto esta noche], de En el record encara [En el recuerdo todavía], es una sinonimia característica.

El laconismo y la brevedad de siempre -que a veces serían suicidas, si no fuera porque su «companyia» sabe gustar el sabor de un comentario de pocos minutos a una consigna Iapidaria- ganan todavía audacia y esencialidad en esta etapa. La música puesta a Si com lo taur no es más que un ritmo ascético, y sólo el éxito habitual de T´adones, amic [Te das cuenta, amigo] hace olvidar la exigente pobreza de este arte.

Había sido la ocupación musical con grandes poetas antiguos y de ahora la causa de esa maduración y la razón de las audacias conceptuales cada vez mayores en las letras y las músicas de Raimon, se preguntaba el prologuista:

No parece seguro, aunque el mismo R lo crea, porque él ha cultivado a esos poetas desde antes. Lo que sí es muy probable es que el ejercicio de cantar clásicos de cualquier época sin abandonar la vocación de expresar toda una presente «companyia» haya sido purificador. Pero, en todo caso, es un ejercicio que venía de antes, no una total novedad, aunque los ejemplos mejores se encuentren, como es natural, en años recientes (Cançó dels creients, [Canción de los creyentes] 1968; Com un puny [Como un puño], 1973). En la primera de las dos canciones citadas entre paréntesis R ayuda a expresar a la «companyia» una comprensión de los hechos elementales de la vida colectiva -la fuerza, la debilidad, el miedo, la muerte, la duda, la esperanza, etc.- depurada por la contradicción, esencial a la lucha, entre vitalidad ciega y razón muerta, hasta llegar -con su viejo procedimiento de la reiteración- a la elástica solidez de la razón viva. Que eso ocurra en una pieza de música «ligera» y con el conocido «éxito de público» es para quitarse el sombrero.

El escrito no tiene desperdicio a pesar de que su autor, Sacristán, no quedó totalmente convencido. Sus dudas, en mi opinión, no estaban justificadas.

Muchos estudiosos de la obra de Raimon han bebido del texto sacristaniano. La gran mayoría, algunos sin referencia explícita de su deuda.

No fue su única aproximación. Tres años más tarde, Sacristán tradujo los «poemas y canciones» de Raimon al castellano y añadió una breve nota a esta edición. Decía en ella:

Poco más que las palabras de la presente traducción de las «letras» de Raimon son de exclusiva responsabilidad mía. Los detalles de la edición reflejan el compromiso al que hemos llegado cuatro personas: Raimon, Xavier Folch (director literario de Ariel), Alfred Picó (director de talleres de Ariel) y yo. Criterio común de los cuatro, ya antes de empezar la discusión, era que no se debía dar una versión cantable de los poemas, sino una traducción literal que permitiera a la persona de lengua castellana cantar el texto catalán entendiéndolo en todos sus detalles, o que le sirviera de cañamazo o material para hacerse su propia versión poética y cantable en castellano, al modo como el mismo Raimon se ha hecho la suya catalana de una canción de Víctor Jara, por ejemplo. En cambio, discrepábamos en cuanto a la manera de poner en práctica ese criterio. Yo quería suministrar una versión literal, palabra por palabra e interlineada. Ésa me sigue pareciendo la forma radical de aplicar el criterio común dicho. Pero mis tres compañeros coincidieron en rechazar la presentación interlineada.

El compromiso al que llegó desde su minoría de uno -a Francisco Fernández Buey le encantaba la ironía- consistía en presentar traducciones literales, pero no interlineadas, sino enfrentadas.

Se trata de traducciones palabra por palabra, salvo en los poquísimos casos de frases hechas, como, por ejemplo, deixar ploure (literalmente ‘dejar llover’, traducida por «oír llover») o, en otro plano, hora foscant (literalmente ‘hora oscureciente’, traducida por «entre dos luces»). Doy brevemente cuenta de una pequeña peculiaridad de la traducción: traduzco algunos valencianismos -los que más se prestan a ello- por andalucismos. Por ejemplo: traduzco poc por «poco» y miqueta por «poquito», porque son términos corrientes en Cataluña; pero traduzco poquet, que es catalán del País Valenciano, por «poquiyo», no por «poquito», ni por «poquillo». Quiero así incitar a mis paisanos a ver de qué modo el valenciano es, sencillamente, un catalán, igual que el andaluz es un castellano. Y quizá por causas parecidas a las que hacen que para mi oído el castellano más hermoso sea el sevillano, creo que el valenciano de Raimon es un catalán particularmente agraciado.

Añadía Sacristán una nota de «rabiosa actualidad» política que incorporaba una defensa de la perspectiva leninista sobre el derecho a la autodeterminación junto con algunas «lúcidas predicciones»:

Me siento algo incómodo al ver reproducida en esta edición para lectores de lengua castellana la nota que escribí en 1973 por cordial encargo de Raimon. Alguna gente de izquierda en sentido amplio (yo diría que en sentido amplísimo), creyéndose inminentemente ministrable o alcaldable, considera hoy oportuno abjurar sonoramente de Lenin. No pretendo ignorar los puntos del leninismo necesitados de (auto-)crítica. Pero por lo que hace a la cuestión de las nacionalidades, la verdad es que la actitud de Lenin me parece no ya la mejor, sino, lisamente, la buena. Ahora bien: una regla práctica importante de la actitud leninista respecto del problema de las nacionalidades aconseja subrayar unas cosas cuando se habla a las nacionalidades minoritarias en un estado y las cosas complementarias cuando se habla a la nacionalidad más titular del estado. A tenor de esa regla de conducta, tal vez sea un error la publicación en castellano de mi nota de 1973, dirigida primordialmente a catalanes. Espero que no sea un error importante. Y me anima a esperarlo así la acogida de mis paisanos madrileños a Raimon en este suave y confuso invierno de 1976.

Se comprende entonces que cuando, muchos años después, Xavier Juncosa preparó los documentales sobre la obra de Sacristán [2], Raimon fuera una de las primeras personas que deseábamos entrevistar.

Lo hicimos. Fue magnífica su intervención, excelente.

Se conserva copia de la misma en la biblioteca de la Facultad de Económicas de la UB. Sus palabras están a la altura del magnífico marco en el que se realizó la entrevista: el patio, fue elegido por el propio Raimon, del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.

¿Y? Todo lo anterior viene a cuento de lo siguiente:

Sorprende que en el Quadern (de El País) dedicado a Raimon del pasado 29 de noviembre -¡cuatro páginas!- no haya ni una sola referencia a Sacristán. Ni una.

Miquel Jurado recoge en «Concerts, censura, cançons d’amor…» cincuenta momentos, cincuenta reflexiones sobre la vida y obra de Raimon.

Se habla de Montserrat por ejemplo, del encierro de diciembre de 1970. Se cita a Tàpies, a Miró, a Gabriel Ferrater,…Ni una sola referencia al autor de Sobre Marx y marxismo a pesar de su destacada y reconocida participación en él, y del decisivo papel que jugó su amigo y compañero Francisco Fernández Buey en la preparación del encierro.

Nada se dice del estudio de Sacristán. Nada. Tampoco de la edición catalana de Poemas y canciones, ni de su traducción castellana. Nada de nada. ¿No fue acaso importante el escrito de Sacristán, la traducción de 1976, para el conocimiento más general de la obra de Raimon? No parece razonable pensar que no.

¿Un olvido, simplemente un olvido? Tampoco parece del todo razonable una conjetura así.

¿Hay mucho que decir sobre Raimon, su obra y su tiempo, y hay que elegir y siempre quedan restos al hacerlo? Tal vez, tal vez, pero no parece del todo convincente.

¿Qué entonces? El tiempo, la distancia, las trampas de la memoria, lo poco que se habla de la obra de Sacristán en la Catalunya de CiU (a pesar de que uno de sus alumnos -nada que ver con el legado de su maestro- ha sido conseller de Economía en el gobierno de los mejores privatizadores)… Y acaso también el intento de separación del autor de Pacifismo, ecologismo y política alternativa –el que fuera director de la primera revista escrita totalmente en catalán, Nous Horitzons, en los años de persecución, muerte y torturas- de la cultura catalana mirada, eso sí, desde una perspectiva muy pero que muy nacionalista? ¿No forma Sacristán parte de ella?

La vida nos da sorpresas… ¿O lo sucedido ya no es ninguna sorpresa?

PS: En la última versión que Sacristán escribió para su presentación del libro de Raimon («Amb tots los bons que em trob en companyia (Raimon 1959-1973)», añadió una reflexión, que no llegó a incorporar finalmente, sobre el raimoniano «no creguem en les pistoles». Es el texto siguiente:

Añadido. El asunto últimamente considerado tiene en algunas ocasiones una cola un poco confusa. Se trata de esto: D’un temps, d’un pais ha sido a veces protestada por parte de la colectividad misma de R -o de quienes podrían ser parte de ella- a causa del grito «No creguem en les pistoles» [No creemos en las pistolas]. Podría bastar con decir que ese protesta se base en una confusión de creer con tener que usar. Pero, sin intención de refutar ni de defender a nadie, sino por la cosa en sí hay que subrayar, además, la verdad del canto: la fe en las pistolas es uno de los antics tambors detrás de los cuales se niega a ir el poeta. Y su companyia. ¿O no? Al que no se haya dado cuente de ello habrá que recordarle que o semos o no semos, como diría inapelablemente el charnego semianalfabeto. Por eso, a riesgo de irritar patriotismos (que no dejan de ser eso por el hecho de serlo de oprimidos), hay que decir que con la decisión de no alterar la letra de esa canción R está en la verdad. Y en un importante elemento del cliché tradicionalmente tomado de los valencianos…

Sed contra: no me creo ni poco ni mucho que un valenciano o una valenciana reaccione, por valenciano, peor que cualquier otro mortal cuando se atenta contra su hijo, o su padre, u otra cosa familiar suya, como la lengua o la nación. Si han sido menos afortunados que otros en su defensa, será por otras causas. Y lo que dice el conde-duque, aunque probablemente no quería ser juicio moral, sólo muestra que el ministro pecaba contra el espíritu (dicho con palabras gordas), porque pensaba que es malo lo bueno, o bien (dicho con palabras magras) que era un abusón. La frase de Olivares es un involuntario monumento a la cultura valenciana y otra merecido escupitajo para su memoria, porque, como diría el charnego cit. supra, al que escupe al cielo en la cara le cae.

[…] La historia del murciélago valenciano parece clarísima para todos los entendidos en heráldica. «En heráldica,» dice uno de ellos, «se representa de frente y con las dos alas desplegadas. Una leyenda atribuye a la cabeza de este mamífero, después de bien seca y suspendida del cuello de una persona, la virtud de no dejar dormir (… ) De aquí que simbolice el ánimo vigilante (…)». Otro -refiriéndose a Barcelona, no a Valencia- añade que en heráldica el murciélago denota trabazón, unidad, por la costumbre de estos animales de dormir arracimados. Por lo que hace a Valencia: «El rat penat o murciélago como remate de la cimera que figura en la enseña valenciana se empezó a usar el año 1503, al hacer una nueva bandera real y en recuerdo del que, según la tradición, se posó en la celada de Don Jaime I durante la conquista de Valencia». Esta leyenda, más el recuerdo del yelmo con cimera de dragón de Pedro IV a Martín el Humano que se conserva en la Armería Real de Madrid, más el hecho de que el dragón de ese yelmo fuera tan importante como para que lo reprodujeran en 1399 en un sello, más la alternancia de dragones y murciélagos en tanto confortable gótico civil valenciano, más, quizá, un par de copas de más, dejan fabular, estando de buen humor, que los valencianos han tenido la genialidad moral, intelectual y cultísima de convertir el idiota del dragón, que ni siquiera es de verdad, en el sensible murciélago.

Esa historia es sin duda falsa. Pero es la anécdota «menos mal trovada» que tengo pera resumir la admiración que merece el rasgo de la cultura valenciana que ni el Richelieu en tono menor que fue Olivares ni, en general, ningún Richelieu podrá comprender. Me perece que les pistoles -digámoslo así- siguen siendo instrumentos imprescindibles en este mundo, pero no creo que sean ningún bien intrínseco, ni que tengan sentido en sí. No creguem en les pistoles«.

Notas:

[1] Manuel Sacristán «Amb tots les bons que em trob en companyia». Lecturas, Icaria, Barcelona, 1985, pp. 264-267.

[2] Xavier Juncosa, «Integral Sacristán». El Viejo Topo, Barcelona, 2006.

[3] Quadern, El País, 29 de noviembre de 2012, pp. 1-4.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.