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Ratzinger contra Roma

Fuentes: La Jornada

Si los de la conspiración judeo-masónica existieran, estarían felices de ver a un pontífice que se la pasa dándole de patadas a la Iglesia. En cosa de una semana, Joseph Ratzinger involucró al Vaticano con los neonazis que niegan la realidad histórica del exterminio de judíos durante el Tercer Reich e hizo ronda con el […]

Si los de la conspiración judeo-masónica existieran, estarían felices de ver a un pontífice que se la pasa dándole de patadas a la Iglesia. En cosa de una semana, Joseph Ratzinger involucró al Vaticano con los neonazis que niegan la realidad histórica del exterminio de judíos durante el Tercer Reich e hizo ronda con el impresentable Silvio Berlusconi en el afán por mantener de manera indefinida la tortura contra Eluana Englaro, la mujer italiana que permaneció 17 años en estado de muerte cerebral y que desde ayer, por fortuna, ha logrado descansar en paz.

En el primer caso, Ratzinger levantó la excomunión que pesaba contra el obispo fundamentalista Richard Williamson y contra otros integrantes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, establecida por el fallecido Marcel Lefèbre para dar cauce a la rebeldía tradicionalista ante el Concilio Vaticano II. Días antes del perdón papal, Williamson había porfiado en sostener que las cámaras de gas no existieron y que el número de hebreos asesinados en los campos de concentración de Hitler fue de entre 200 y 300 mil, y no de entre cinco y medio y seis millones, como lo indican los hechos. «El Holocausto sí existió», se asustó El Vaticano, pero ya era tarde. Muchos católicos se sintieron violentados por la reincorporación a su Iglesia de un hombre que participa en los intentos de minimizar uno de los peores crímenes de la historia. Para diversas organizaciones judías, el perdón concedido a Williamson fue una bofetada: el Consejo Central de los Judíos en Alemania anunció la suspensión de sus relaciones con El Vaticano. Y otros, ni judíos ni católicos, se preguntan de qué puede servirle a Roma la reinserción de individuos como los obispos lefebvrianos, enfermos de odio hacia la modernidad, la verdad, la ciencia y la diversidad. Por lo demás, y aunque no tuviese nada que ver, en el momento presente no pasa inadvertido para nadie que la excomunión de Williamson fue decidida por Karol Wojtyla, un hombre que fue víctima de los nazis, y que ahora es revertida por Joseph Ratzinger, quien nunca ha pedido perdón por haber sido nazi.

En paralelo con este traspié que huele a retorno histórico, el cardenal Javier Lozano Barragán, del consejo pontificio de asuntos de salud, involucró al Vaticano en la causa horrenda del encarnizamiento contra pacientes sin esperanza. Berlusconi había visto, en la perpetuación del martirio de Eluana, la posibilidad de ganarle atribuciones a la jefatura de Estado y se lanzó a fondo en el atropello: «Esa mujer podría tener un hijo», exclamó el mafioso, cuando el padre de la mujer parecía haber ganado la interminable batalla judicial para procurarle a su hija una muerte digna. Berlusconi recibió el respaldo inopinado del Vaticano, que por boca de Lozano Barragán calificó de «abominable asesinato» la interrupción de la vida artificial de lo que quedaba de Eluana. Ratzinger, con su aprobación tácita a los dichos del religioso mexicano, confirmó que su papado está en favor de lo que Giuseppe Englaro describió como «tortura inaudita» y «violencia inhumana».

Si en cosa de una semana el Vaticano de Ratzinger ofendió a los judíos y a los enfermos terminales, en episodios anteriores, este Papa ha agraviado a las mujeres, a los protestantes, a los musulmanes, a los homosexuales, a los indígenas americanos y a los habitantes de Gaza, es de suponer, toda vez que, en las horas en que éstos eran masacrados sin asomo de piedad por un ejército asesino, les deseó «que Dios los bendiga con su consuelo, la paciencia y la paz que proceden de Él».

Carente del sex appeal de su antecesor e incapaz de concitar el entusiasmo de las masas, de espaldas al mundo moderno y concentrado en la preservación del misterio de María, Ratzinger ha llevado a la Iglesia católica a un estado de languidez sin precedentes. Sus subordinados del Vaticano harían bien en considerar la sugerencia del teólogo Hans Küng y convencerlo para que renuncie al cargo.