Una de las cosas que más llaman la atención de las personas sensibles, al valorar lo que está ocurriendo en el mundo durante los últimos meses, es el enorme desfase existente entre la dimensión de la crisis y la tibieza de la respuesta de los sectores sociales particularmente golpeados por la misma. Este desfase resulta […]
Una de las cosas que más llaman la atención de las personas sensibles, al valorar lo que está ocurriendo en el mundo durante los últimos meses, es el enorme desfase existente entre la dimensión de la crisis y la tibieza de la respuesta de los sectores sociales particularmente golpeados por la misma. Este desfase resulta tanto más llamativo cuanto que, desde hace más de diez años, han sido numerosas las voces que se han alzado para proclamar la insostenibilidad del modelo neoliberal dominante. Además, muchas de estas voces no eran sólo críticas del neoliberalismo y del capitalismo salvaje, sino que hicieron propuestas alternativas que movilizaron a otras muchísimas personas en todo el mundo. Ahora, en cambio, parece que hayamos entrado en un estado de necesidad: se habla muy poco de estas propuestas alternativas y las movilizaciones altermundialistas han decaído de forma alarmante.
Supongo que eso es lo que hay en el fondo de tantos y tantos recurrentes chistes sobre las nacionalizaciones en curso, sobre el retorno de Marx, sobre lo que la gente dice querer y hace realmente y sobre los silencios del altermundialismo. Tal vez el más negro de todos los chistes sobre el abismo existente entre la profundidad de la crisis y la tibieza de la respuesta de los críticos sean las palabras que El Roto ponía en boca de su barbudo personaje el pasado martes 10 de marzo: «Yo era profundamente anticapitalista, pero cuando vi cómo se derrumbaba, sin dudar un instante, corrí en su ayuda».
¿Es una ocurrencia así, como suele decirse, desmovilizadora, paralizadora de la voluntad de los que deberían ser sujetos activos ante la crisis? ¿Contribuye a acentuar y agudizar este estado de necesidad en el que, al parecer, estamos? No necesariamente, creo yo. La reflexión humorística y paródica, cuando apunta bien
-por negra que sea, y es el caso-, puede contribuir a desvelar verdades de Perogrullo que, por serlo, se ocultan u olvidan con demasiada frecuencia. Se puede hablar en serio desde ahí y prospectar una salida alternativa a la crisis desde la óptica del «profundamente anticapitalista». Eso sí, a condición de dar la vuelta al chiste y no aceptar el estado de necesidad.
Vale la pena intentarlo porque, para empezar, se necesita otro estado de ánimo. Hay un refrán castellano que viene a cuento. Dice así: «No puede ser el cuervo más negro que sus alas». Con él, otro humorista grande, Mateo Alemán, daba a entender que, tras un gran mal, los que vinieran serían llevaderos o, en cierto modo, menores. Es lo que corresponde al optimismo de la voluntad que acompaña al pesimismo de la inteligencia de los de abajo. Nunca sabemos del todo lo que el capitalismo es o puede llegar a ser. Pero hemos visto muchas veces las alas del cuervo y parece que, efectivamente, el cuervo mismo no puede ser más negro que sus alas.
Para que este cuervo, al que quieren convertir en ave fénix, no acabe resultando ahora más negro que sus alas, convendría escuchar lo que decía el anticapitalista altermundialista El Roto, en vez de prestar atención a sus jeremiadas en el estado de necesidad. Querría subrayar aquí una de las cosas dichas, porque es básica para saber orientarse en la crisis.
En el capitalismo, las crisis han sido siempre una oportunidad para que el capital reestructure y reorganice sus relaciones con el trabajo. Dicho en plata: ocasión para hacer pagar a los trabajadores, a los de abajo, los efectos y consecuencias más negativas de la situación creada. No es que el capital busque intencionadamente la crisis para ello. Es que el capital busca sacar tajada de la crisis económica y financiera para someter aún más férreamente a la fuerza de trabajo. Lo ha hecho siempre así y no hay razón para pensar que vaya a dejar de hacerlo en esta combinación de crisis interrelacionadas que estamos viviendo ahora.
Basta con prestar atención a lo que están diciendo y escribiendo los principales representantes del empresariado y sus ideólogos para comprobar que también ahora la ocasión la pintan calva: donde ayer decían que el Estado tenía que ser mínimo, ahora tiene que ser máximo (ayudando directamente a reflotar bancos y grandes empresas); donde ayer exaltaban el librecambismo, hoy se dejan ir al proteccionismo; donde ayer propugnaban flexibilidad en las relacionales laborales, hoy quieren que el Estado decrete el despido libre.
Las personas desinformadas tal vez se sorprendan de la cantidad de discursos que hoy se escuchan sobre lo necesario que es «refundar» el capitalismo. Pero, a poco que uno quiera informarse, se dará cuenta de que la refundación del capitalismo es precisamente el eslogan que sigue siempre a la crisis y que ha augurado siempre la utilización de la crisis desde arriba. Previsiblemente, en los países que han hecho de locomotora del capital habrá concesiones político-jurídicas; en los vagones de tercera no habrá ni eso y estará en peligro hasta la democracia demediada que conocemos.
Sí: eso es lo que nos enseñan ciertos intelectuales «profundamente anticapitalistas». Y hay que escucharles, porque sabían de qué hablaban antes de que entráramos en el estado de necesidad. Y luego habrá que atender también a las razonables medidas alternativas que proponían: condonación de la deuda de los países empobrecidos; tasar los intercambios financieros y comerciales especulativos; redistribuir la riqueza para acabar con las desigualdades sociales flagrantes; renta básica de ciudadanía; cambiar los tiempos de trabajo y cuidado para favorecer la igualdad entre hombre y mujeres; soberanía alimentaria y energética; sostenibilidad ecológica en serio; reformar democráticamente la ONU; fomentar la democracia participativa… De todo esto, y de cómo llevarlo a la práctica, habrá que hablar con más concreción. Pero, si no se tiene eso ya en el horizonte, es de temer que más de uno acabe creyendo que el cuervo es más negro que sus alas.
Francisco Fernández Buey es Catedrático de Filosofía Política en la Universidad Pompeu Fabra