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«Rebelión en la Granja» es, también, una crítica feroz al capitalismo

Fuentes: Rebelión

Aunque los críticos literarios llevan diciendo durante décadas que Rebelión en la Granja es una sátira al comunismo estalinista, (lo que con matices podría extenderse a todas las dictaduras del signo que sean) esta fábula animalista es también una denuncia feroz al capitalismo al que nuestro autor acusa, alegórica y directamente, de esclavizar, engañar y explotar “a las clases inferiores”. Esta obra de Orwell se abre en rojo, transita por todos los colores y se cierra con el matrimonio con el becerro de oro.

Rebelión en la Granja es un cuento delicioso, en línea con Caperucita Roja, Los Tres Cerditos o los Viajes de Gulliver, que cualquier niño (de más de doce años) podría leer maravillado sin necesidad de que sus maestros o sus padres le expliquen su significado. Ellos y ellas os sorprenderán con sus conclusiones y aprenderán a plasmar lo aprehendido en páginas en blanco, no en folios programados por “los sabelotodo”. Más tarde, cuando cumplan algunos añitos más, se puede repetir la experiencia y entrar en debate para ir al grano y descubrir el tesoro que se esconde tras la sagrada escritura.

Schopenhauer, en un texto titulado “La personalidad literaria”[1], distingue dos grupos de personas: los que tienen pensamientos propios[2] (quienes en Rebelión en la Granja serían los cerdos, los jefazos que no dejan de engordar, y en el mundo capitalista los puercos que mueven los hilos de la economía especulativa). Y los que tienen pensamientos de segunda mano, que en la obra de Orwell son las ovejas que balan “todas las consignas”. En “las “sociedades dolarizadas” esos rumiantes repiten todo lo que dice la televisión y sus voceros. Estos son meros papagayos mecánicos que provocan el retiro de los sabios y sabias a la Montaña del Espíritu, allí donde fluyen los primeros manantiales y danza el dios (ese de la voz interior) que habita el alma y el corazón.

Aunque los críticos literarios llevan diciendo durante décadas que Rebelión en la Granja es una sátira al comunismo estalinista, (lo que con matices podría extenderse a todas las dictaduras del signo que sea) esta fábula animalista es también una denuncia feroz al capitalismo al que nuestro autor acusa, alegórica y directamente, de esclavizar, engañar y explotar “a las clases inferiores”. Esta obra de Orwell se abre en rojo, transita por todos los colores y se cierra con el matrimonio con el becerro de oro[3].

Orwell (1903-1950), quien era partidario de una democracia socialista y participó, como ustedes sabrán, en la guerra Civil española (experiencia que narra en Homenaje a Cataluña) empieza el relato con una rebelión en la Granja Manor, cuyo propietario es el señor Jones[4], individuo que explota y golpea sin piedad a los animales -ahorrando todo lo que puede en pienso y forraje- hasta que llega la hora de sacrificarlos en los mataderos para convertirlos en carne picada, chuletones, albóndigas y salchichas que llenan las barrigas de los seres humanos.

Pues bien, un día, ante esa situación insoportable, un cerdo con carisma, El Viejo Mayor, que ya tenía doce años, convoca a todos los animales de la granja (puercos, caballos, yeguas, patos, gallinas, gallos, ovejas, palomas, cabras, burros, perros etc.) y, cuando todos están reunidos, a excepción de Moses, un cuervo amaestrado que se había quedado dormido sobre una percha, les dice:

Camaradas, yo no creo que esté muchos meses más con ustedes y antes de fallecer estimo mi deber transmitirles la sabiduría que adquirí a lo largo de mi vida (…) Nuestras vidas son breves, tristes, fatigosas. Nacemos, nos dan la comida que necesitamos para mantenernos y a los que somos capaces de trabajar nos obligan a hacerlo hasta la última partícula de nuestras energías; y en el momento en que ya no somos útiles, nos matan con una crueldad aterradora.

Tras hacer una pausa continúa:

El ser humano es la única criatura de la Tierra que, sin producir, consume. No pone huevos, no da leche, es muy débil para tirar del arado y su velocidad no le permite siquiera atrapar conejos. No obstante, es el absoluto dueño y señor de todos los animales. Hace que trabajen, les da el mínimo necesario para que sobrevivan y se guarda todo lo demás[5].

 Echó una mirada panorámica sobre los congregados y, elevando el tono de voz, agregó:

¿Entonces, camaradas, no resulta de una claridad meridiana que la totalidad de los males de nuestras vidas provienen de la tiranía de los hombres? Camaradas, este es mi mensaje: ¡Rebelión! Ignoro cuando va a venir esa rebelión; tal vez dentro de una semana o dentro de cien años; pero sí estoy convencido de que se va a hacer justicia tarde o temprano (…) El ser humano no sirve a los intereses de nadie con excepción de los suyos propios. Todos los animales son camaradas. Todos los seres humanos son enemigos[6].

El Viejo Mayor falleció mientras dormía plácidamente, tres noches después, y los animales, con los cerdos a la cabeza, pues éstos eran los más inteligentes, se prepararon para rebelarse contra el señor Jones y sus secuaces. Pronto se hizo con el mando Napoleón, un puerco muy grande de apariencia terrible que “tenía fama de salirse siempre con la suya y era de pocas palabras”.

Napoleón se llevaba muy bien con un cerdo joven, pequeño y gordito de nombre Squealer. Éste, de mejillas redondas, voz chillona y ojos vivarachos era un excelente orador, y muy persuasivo. “Se comentaba que tenía la habilidad de hacer ver blanco lo que era negro”.

Napoleón, Squealer y otros puercos elaboraron, basándose en las enseñanzas del Viejo Mayor, una doctrina que llamaron Animalismo y que se resumía en esta sentencia, que siempre solían repetir las ovejas para acallar las críticas, “cuatro patas sí, dos pies no”.

Un día las bestias se rebelaron y atacaron a sus amos con todas sus fuerzas. Las vacas les cornearon, los caballos y los burros les cocearon, los puercos les mordieron, los patos les picaron las pantorrillas, las palomas defecaros sobre sus testas, etc. Al final los propietarios huyeron despavoridos y se instaló la República de los Animales.

Al principio reinó la pureza de la revolución, se sembraron los campos y los frutos de las cosechas se repartieron equitativamente. Las bestias eran felices y sus dirigentes, los cerdos, les prometieron, si se portaban bien y obedecían, una especie de paraíso: “El Monte de Azúcar”. Además, tendrían como premio una jubilación dorada en un terreno maravilloso que colindaba con el caserón del señor Jones.

Pero poco a poco “lo que era sólido se fue diluyendo” como siguiendo las pautas de un macabro algoritmo. Los cerdos empezaron a quedarse con los mejores productos y, ante el incipiente descontento, se protegieron, a modo de guardaespaldas, con feroces perros entrenados para matar. Cada vez que una bestia protestaba porque sus líderes estaban abandonando el código ético del Animalismo, las ovejas acallaban sus voces balando sin parar “cuatro patas sí, dos pies no”.

El señor Jones y otros colegas intentaron reconquistar la Granja Manor pero fueron rechazados por las bestias, aunque en esas batallas muchas quedaron malheridas.

No obstante, los cerdos celebraban sus victorias militares y los animales desfilaban “orgullosos” ante un poste coronado con la calavera del Viejo Mayor. Se impuso un periodo de débiles certezas y lo imprevisible se hizo norma. Incluso se podía calumniar a un héroe que luchó contra los humanos, (por atreverse a denunciar la corrupción de los marranos) y se ordenaba su exilio, detención o ejecución.

Los cerdos engordaban cada día más y empezaban a vender a los humanos los productos de la granja para “hacer obras faraónicas” (como un molino asombroso) o para darse todo tipo de caprichos. Napoleón y su círculo se instalaron, reafirmando su poder, en el caserón del señor Jones. Allí utilizaban sus vasijas, dormían en sus camas, hacían fiestas hasta altas horas de la madrugada, bebían jarras de cerveza, y hasta se ponían la ropa y sombreros de su antiguo amo. Incluso aprendieron a andar sobre dos patas.

A partir de ese momento las ovejas, tras ser reeducadas, balaban “Cuatro patas sí, dos pies también”.

La doctrina Animalista se “reescribió” y se “borraron los primeros capítulos de la Historia que dieron lugar a la revolución”. Luego el terreno paradisíaco que se había preparado para los jubilados se utilizó para solaz de los cerdos y los animales debían pasar sus últimos días de vida a la intemperie. Se produjeron hambrunas y revueltas que siempre fueron acalladas por los feroces perros de los cerdos y por las ovejas que balaban machaconamente las consignas de Napoleón y su guardia pretoriana.

Una tarde llegó a la Granja cierto número de coches. Fue invitada una delegación de vecinos con el fin de realizar una visita (…) Los animales no sabían a quien debían tener más miedo: si a los cerdos o a las personas visitantes (…) Alrededor de una mesa muy larga había sentados media docena de granjeros y media docena de los cerdos más prominentes, y Napoleón ocupaba el lugar de honor de la cabecera[7].

El señor Pilkington, de la granja Foxwood, tras alzar su copa y ofrecer un brindis a los congregados dijo, recalcando el nuevo sentimiento de amistad que impregnaba la atmósfera (alegoría sobre el retorno a los viejos tiempos):

No había entre los cerdos y las personas y no debería haber, ningún choque de intereses de cualquier tipo. Son idénticos sus esfuerzos y sus problemas. ¿Acaso el problema laboral no era el mismo en todos lados? (…) Si bien ustedes deben lidiar permanentemente con sus animales inferiores -agregó sofocado- también nosotros tenemos nuestras clases inferiores[8].

Tras los brindis y las celebraciones, ambas representaciones (de sus respectivas razas)  echaron una partida de naipes. Todo iba sobre ruedas hasta que surgió la desconfianza y empezaron a acusarse de hacer trampas.

La causa del conflicto parecía ser que tanto Napoleón como el señor Pilkington habían descubierto, cada uno, de manera simultánea un as de espadas.

Enfurecidas, doce voces gritaban, y todas eran idénticas. Era indudable la transformación ocurrida en los rostros de los cerdos. Sorprendidos, los animales pasaron sus ojos del cerdo al hombre, y el hombre al cerdo; y, de nuevo, del cerdo al hombre, pero ya no era posible diferenciar quién era uno y quién era otro. No era posible[9].


[1] Este estudio de Schopenhauer corresponde al tomo II, páginas 526-535, de su obra Parerga y Paralipomena (Edición Frauenstädt).

[2] En el mundo real los que tienen pensamientos propios “son claros y espontáneos” y han leído el libro del universo, al decir de Arthur Schopenhauer, mientras que los rebaños, los que se expresan con pensamientos prestados, son ecos de otras mentes, no saben o no pueden utilizar la suya, lo que es “un regalo divino” para los gobernantes, esos pastores de las ovejas de Panurgo que se crecen con la sumisión.

[3] Esto se refleja con contundencia en las últimas páginas de Rebelión en la Granja donde los cerdos prominentes (los rojos) y los humanos (los tiburones de las finanzas) conectan magistralmente cual serpiente que se muerde la cola. Hoy día tenemos ejemplos de países comunistas que han desembocado, siguiendo las pautas de Rebelión en la Granja, en un salvaje capitalismo de Estado.

[4] El señor Jones y sus peones simbolizan tanto el régimen que había en la Rusia de los Zares como (tesis que defiendo con pasajes contundentes que hay al final de la obra) como a los depredadores del capitalismo que se rigen por el adagio que tan sabiamente utilizaba Hannah Arendt del “burro, la noria, el palo y la zanahoria”.

[5] Rebelión en la Granja págs. 10 y 11 (Ediciones Lucemar, Caracas, Venezuela).

[6] Ibídem. Páginas 12 y 13.

[7] Ibídem. Páginas 117 y 118.

[8] Ibídem. Página 120.

[9] Ibídem. Página 123.

Blog del autor Nilo Homérico