Los gobiernos aún se encuentran en la situación de ser gestores exitosos de la crisis. La fusión nuclear del sistema financiero global se considera controlada, con garantías estatales «poco ortodoxas». Supuestamente falta apenas un programa «certero» para que, con medidas prácticamente sin costes, se evite un profundo desplome de la coyuntura. Oficialmente aun se trata, […]
Los gobiernos aún se encuentran en la situación de ser gestores exitosos de la crisis. La fusión nuclear del sistema financiero global se considera controlada, con garantías estatales «poco ortodoxas». Supuestamente falta apenas un programa «certero» para que, con medidas prácticamente sin costes, se evite un profundo desplome de la coyuntura. Oficialmente aun se trata, única y solamente, de una recesión ligera, definida por un crecimiento cero o negativo a lo largo de dos o tres trimestres. En realidad, el Estado no ha hecho nada más que promesas. La expectativa de que de esta forma se pueda utilizar esa «imagen de confianza» para hacer superfluos todos los avales es inverosímil. Las garantías serán ejecutadas después de las fechas de caducidad. Pero también la llamada economía real ya hace mucho que es parte integrante del capital financiero. La actual crisis de Opel, que debe su situación a la empresa madre, la General Motors, de ningún modo puede ser considerada un caso aislado. La verdad es que todos los balances de la industria automovilística han sido «retocados» por los respectivos bancos. Ahora, lo que se hace precario para los bancos de la industria de los coches no es solo el negocio de leasing de coches, sino también su participación en la economía de las burbujas.
Esto se aplica a todos los grupos industriales. Ya en la década de los ’80, Siemens fue irónicamente descrita como «un banco con un departamento eléctrico». Pese a que el crash del crédito en el sistema bancario no esté todavía realmente financiado, la crisis financiera también afecta ya a una serie de grupos industriales. El Estado tiene que llegar a los límites de su capacidad de crédito apenas para equilibrar los balances. Pero eso no sirve de nada para la venta de un solo coche, central eléctrica u ordenador. La pasada coyuntura del déficit se alimentaba precisamente de las burbujas de crédito que ahora van estallando todas. Si el FMI prevé, por eso, la mayor caída del crecimiento global desde 1945, la situación desembocará en una recesión tal que reventará el paradigma de recesión suave transformando el pensar por trimestres en algo bastante ridículo. Por consiguiente, ya no basta con que el dinero de crédito de saneamiento del capitalismo financiero del keynesianismo sea derramado en el agujero negro de la insolvencia de los grupos bancarios e industriales.
Las opiniones otoñales de los «sabios de la economía» tienden a hacer creer que la rehabilitación del sistema financiero es un hecho consumado. Por otra parte, el gobierno es vehementemente criticado, de forma poco habitual, por la insuficiencia de su programa de coyuntura. Las inversiones y ayudas estatales para inversiones privadas deben ser movilizadas sin mirar el déficit. Ante los hechos reales recalcados, tal cosa solo sería posible a través de una política abierta de inflación. Pero no es sólo por eso que la esperanza de un regreso a la política social keynesiana de los años ’70 no es más que una ilusión. En modo alguno es casual que, a la vez, los «especialistas» pretendan agravar la política neoliberal del mercado de trabajo. Quieren reducir todavía más la protección al paro y acabar con la ya mísera base del sueldo mínimo, reducir el derecho al subsidio de paro y reducir su duración para los empleados más antiguos. El apostar simplemente por las ayudas al capital está en conformidad con la exigencia de las asociaciones patronales de cortar los objetivos ambientales de la Unión Europea. En vez de aumentar la masa salarial se insiste en la desregulación y en los financiamientos estatales para inversiones como forma de animar la coyuntura interna.
Así se está preparando, gracias al Estado, la continuidad del neoliberalismo, le duela a quien le duela. Si ya no se puede evitar una política financiera aventurera, entonces, en nombre de la estabilización, se actúa a costa de la ya amplia «pobreza empleada». La clase política también se ve confrontada con problemas de legitimación, teniendo en cuenta que este catastrófico frenazo del crecimiento ocurre precisamente en 2009, año de elecciones muy importantes. En recesión, las clásicas concesiones clientelistas ya no serán posibles. De ahí no es difícil imaginar que los «partidos del pueblo» se refugien cada vez más en un imaginario «centro», del cual se espera que, rechinando los dientes, asuma la administración de la crisis antisocial rígida, para asegurar de su propia supervivencia política. El descalabro de Hesse mostró que el SPD está definitivamente en descomposición. Si esto valió o no la pena es, para la «conciencia» de los disidentes, perfectamente irrelevante. Ellos ya eran el reflejo de un cambio radical en el panorama político, donde los que quieren salvar el sistema a cualquier precio forman una coalición de emergencia «de derechas» transversal a los partidos, que llevará hasta las últimas consecuencias la paradoja del «keynesianismo financiero neoliberal»
Original DEPRESSION UND POLITIK en www.exit-online.org . Publicado en el semanario «Freitag» el 21/11/2008.
Traducido del portugués por Rodrigo de Rezende