Reflexión sobre el escenario político y los principales instrumentos de ataque al interés de la clase trabajadora. Llamamiento en pro de la igualdad, honestidad política, pacifismo, unidad de acción y en defensa de la participación de la ciudadanía en la búsqueda del Bien Común.
Antes de dar cualquier paso en el cenagal de la política, es preciso dedicar algún tiempo a reconocer el entorno. No en vano, el medio político es hostil a los incautos, por lo que se impone abrir bien los ojos, evitando partir de ideas preconcebidas. Cuestionarse a uno mismo y cuestionar todo le rodea: observar, dudar y reflexionar, como paso previo a cualquier otra acción, de lo contrario, podría ocurrir que al cabo de un trayecto más o menos largo, nos diéramos cuenta de que nuestros pasos nos llevaban en sentido opuesto al deseado, que lo hacíamos a destiempo o en mala compañía, errores todos ellos muy graves, tanto por su repercusión en nuestro estado de ánimo, como por cómo puedan nuestros propios hechos afectar en aquello que tratábamos de defender.
La percepción precede al pensamiento, y éste a toda acción inteligente. Es preciso dudar de cuanto se observa, porque hay algunas cosas no son lo que parecen, y otras que sí lo son. Dudad de cuanto sepáis por vosotros mismos, y dudad aún más de lo que os cuenten. La duda como hipótesis de trabajo no es mala, y no se debe confundir con una desconfianza innoble. Una y otra se diferencian por la solidezy el equilibrio de juicios alcanzados en base a la existencia de pruebas y argumentos objetivos.
No se duda porque sí, ni para llegar a la crítica como un fin autocontenido. Reconocer cuanto nos rodea y ejercer el pensamiento crítico son valores fundamentales para tomar consciencia propia sobre la necesidad de intentar cambiar las cosas a mejor.
Todo es política
De nuestra especie se ha dicho que cada uno de sus miembros es un animal político, que cuanto hacemos y dejamos de hacer, cuanto pensamos o dejamos de pensar, lo que decimos o no, afecta de algún modo al conjunto de la Humanidad.
Todo es y todos somos política. Política es incluso la negación de la política. Hoy es prácticamente imposible encontrar un solo hecho no afecte de algún modo a la Cosa Pública, por íntimo, raro o aislado que pudiera parecer. Todo está interconectado. Todo afecta a todos, y todos afectan a cada uno de nosotros.
Mundialización cognitiva
En nuestros días, la eclosión de todo tipo de avances tecnológicos, y muy particularmente aquellos relacionados a la comunicación y el transporte de personas, han convertido el mundo en una Aldea Global, en un todo unido. Hoy más que nunca, el poder se fundamenta en el control del conocimiento, cuya importancia ha desplazado al uso de la fuerza, la gestión del miedo y la necesidad, o la manipulación del carácter íntimo de lo espiritual. El conocimiento y la información, su perversión y ausencia son ahora el puntal básico de la nueva aristocracia global.
Tradicional primacía de la violencia sobre la razón
Existen dos grandes formas de hacer política: la razón y la violencia. Tradicionalmente, los políticos de todas las épocas han optado por la segunda de éstas opciones: matar resulta más sencillo que tratar de alcanzar cualquier acuerdo. En el pasado, la muerte -o la posibilidad de ésta-, se ha revelado como la vía más rápida y eficaz para someter a los más débiles. Para el asesinato político solo se precisa de asesinos y asesinados -y ambos se encuentran en abundancia en el medio natural-, mientras que el camino de la razón no solo exige disponer de talento, sino de la capacidad para reconocerlo y gestionarlo adecuadamente.
El pensamiento crítico, un bien escaso
Crear ideas es difícil, el intelecto es un bien escaso. La razón es preciosa, y por ello, rara. Aplicar procedimientos de economía de escala en la producción del pensamiento no es tarea fácil, y además, puede ocurrir que el resultado de éste no sea útil para quien trata de otorgarles un uso preconcebido. Matar, en cambio, surte efectos inmediatos -fácilmente predecibles-, y sin apenas riesgos para quien toma las decisiones -cuya integridad física, por supuesto, jamás expondrá a peligro alguno-.
Era de cambios, cambio de era
Nada es, todo fluye. Vivimos tiempos extraños… plagados de escenarios cambiantes, pero a juzgar por la genial frase de Heráclito, el presente no dista mucho de aquellos tiempos que le tocó vivir hace veintiséis siglos. Conviene reconocerlo: el mundo está en un profundo y constante proceso de cambio.
Se diría que todo empezó con un capricho oriental, de apariencia inocua, cuyas consecuencias muy pocos podían imaginar en el momento de su concepción: la costumbre de vestir bellos ropajes, elaborados en finas sedas estampadas. Decorar un pedazo de tela con un motivo estampado se convirtió en el factor desencadenante del hecho político más relevante de la historia de la Humanidad: el fin de una larga serie de Eras (Piedra, Hierro y Bronce), y el inicio de la Era de la Mentira -Saramago dixit-.
A decir verdad, el fenómeno de la formidable progresión del pensamiento no es mérito exclusivo de nadie en particular: la reproducción masiva del conocimiento jugó un papel importante, cierto, pero no podemos omitir la existencia previa de hitos tan decisivos como la aparición del lenguaje, o su expresión escrita.
Las primeras etapas se sucedieron velozmente, casi en progresión matemática: de imprimir vestidos se pasó rápidamente a imprimir hojas sueltas, y de éstas a los libros, a la toma de todo tipo de información (imágenes fijas, voz y video), y a la transmisión de todas ellas a larga distancia, para -poco después-, llegar a la creación de un entramado mundial de comunicaciones instantáneas.
Helo aquí: ¡bienvenido, Mr. Murdoch! La razón pierde peso a favor de los pequeños Goebbles de Ávila y Cartagena.
La mentira como arma de destrucción masiva
Todo ello ha provocado que -por una mera cuestión de economía de medios-, la razón gane peso sobre la opción del asesinato, de modo que en la actualidad resulta relativamente fácil encontrar materia prima en cualquiera de ambos campos, y por ello, la necesidad de matar pierde enteros como vía de sometimiento de los demás.
Las grandes potencias han descubierto la posibilidad de conquistar sin exterminar, basta saber mentir correctamente para reducir el papel de la violencia al de una simple opción más.
Todo ello provoca que debamos revisar algunos conceptos, como por ejemplo «sometimiento», «imperio», «expolio» o «esclavitud», y ya puestos, echar una ojeada a otros, como el de «libertad», «democracia», «derecho» o «terrorismo».
Sensación de impotencia
Dominamos la tierra, el aire, el mar y las estrellas. La élite dominante no cesa de levantar nuevas y cada vez más sofisticadas fronteras entre ellos y los demás. El poder es absoluto, inaccesible, sacro y ubicuo. Todo está decidido. Uno es solo uno, y nada puede contra el todo.
La inercia de los intereses del poder establecido, constituye aparentemente el único factor a tener en cuenta en el desarrollo de todo cuanto acontece: guerras, entretenimiento, hambruna, cultura, signo de gobierno, indicadores macroeconómicos… Todo es política, sí, pero nada que nosotros hagamos parece importar a la marcha de los acontecimientos. Los «representantes del Mundo libre» asisten como meros espectadores al espectáculo de un Sistema Capitalista Global donde unos pocos -muy pocos, eligen por todos los demás, actuando únicamente en función de su propio beneficio-.
El poder en estado puro
¿Alguno de nosotros se ha preguntado alguna vez quién es la persona individual más poderosa del planeta? ¿Cuáles son las 25 personas más influyentes del mundo? ¿Qué piensan esas personas acerca de las libertades públicas? ¿Cuáles son sus objetivos particulares? ¿Cómo afectan sus deseos por ejemplo, sobre el fenómeno de la hambruna? ¿El avance del SIDA? ¿La progresiva escalada militar? ¿La delimitación de las fronteras? ¿El fenómeno de la deslocalización? ¿El nivel de presión fiscal media en cada región? ¿La obstaculización del internacionalismo? ¿La calidad de enseñanza o la sanidad pública? ¿El índice de desarrollo Humano? ¿Actuarán estas personas por separado o por el contrario sincronizarán esfuerzos? ¿Estarán a ‘verlas venir’ o dispondrán de un plan para hacer frente a cada contingencia?
La teoría del gran secuestro
Existe una teoría según la cual, el 99,9% de la población mundial estaría presa de un 0,1% que impondría su voluntad por los medios que en cada momento considerara más oportunos. Esa pequeña élite dominante sería la responsable de la toma de cualquier decisión trascendente que se pudiera imaginar, trascendencia que no obstante, jamás alcanzaría a variar ni un ápice de su hegemónica supremacía. Esta no es una teoría conspirativa del tipo «Majority 12», se trata de algo más simple, en cuya génesis incluso puede caber lo espontáneo. Tampoco se trata de una teoría concebida para acusar a nadie… su elaboración responde más bien a la necesidad de encontrar respuestas a situaciones incomprensibles como el exterminio de la sociedad civil iraquí, o la deliberada desertización humana del continente africano.
Solo la teórica existencia de una élite suprema podría dar respuesta a la existencia de situaciones que de otro modo parecerían absurdas: como el hecho de que grandes grupos de individuos que ni siquiera se conocen, decidan asesinarse mutuamente al amparo de la Ley y con el apoyo de la maquinaria del Estado, cebándose especialmente con la población civil de las zonas donde la destrucción tiene lugar, sin mostrar el menor respeto por los hospitales, escuelas, bibliotecas, cementerios, templos de culto, teatros, ayuntamientos, grandes infraestructuras de ingeniería civil, terrestre, naval y aeronáutica…
Estructura de clases
Sea como fuere, lo que sin lugar a dudas se trata de una verdad incontrovertible, es la existencia del Sistema de clases, una segmentación de la Sociedad en función de su capacidad económica. Una estructura en cuya cúspide se encuentran unos pocos elegidos, una estructura social cuya clase media disminuye preocupantemente, y cuya enorme base se mantiene sometida mediante el señuelo de la constante necesidad de alimento, la ilusión de libertad y la invención de preocupaciones absurdas, como la idea de Dios, el fanatismo deportivo, étnico o nacionalista, la necesidad de consumir productos y servicios innecesarios, el culto a la sensación de pertenecer a clases sociales que se encuentran por encima de aquella a la que realmente se pertenece.
Identificación de escenarios de cambio
Todos sabemos lo que es un dispositivo simulador: los hay orientados a simular juegos de guerra -incluso para uso civil-, los hay que simulan diferentes tipos de máquinas, la administración de hoteles o ciudades, e incluso los hay que reproducen el funcionamiento de la Sociedad. El mundo de la simulación, y por extensión, el uso de los modelos matemáticos para describir o anticiparse a las reacciones de un determinado sistema, es bien conocido. Dispositivos simuladores los hay más y menos complejos… sus resultados serán tanto más ajustados a la realidad, cuanto más acertado se demuestre el sistema de reglas que lo componga, y cuanto más precisos sean los datos en base a los cuales se efectúen los cálculos. Así, si hablamos de aeronaves, sabemos que existen ciertas combinaciones de parámetros de vuelo que indefectiblemente conducen a una situación de ingobernabilidad del aparato, a su entrada en barrena, y posterior caída en picado. En el mundo de los barcos, tres cuartos de lo mismo: sabemos que no alterar una trayectoria de colisión, conduce de modo irreversible a una colisión.
Que la ciencia ha avanzado mucho en los últimos tiempos es una obviedad en la que no obstante conviene reflexionar: hoy en día, la ciencia ha desarrollado una base tecnológica que permite disponer de elementos más que suficientes para identificar y gestionar los diferentes escenarios de cambio. Hasta el punto de que es posible afirmar con rotundidad que cualquier noticia importante que pueda acontecer durante el próximo mes se conoce de antemano.
Factores de inestabilidad
En el caso del sistema de la Sociedad, ocurre lo mismo que con cualquier otro sistema: existe un elenco de situaciones conocidas, para las que se conoce una serie de reacciones automáticas. En esencia: los señores del poder saben bien que mientras exista un núcleo estable de estómagos agradecidos (léase clase media del primer mundo), nada habrá que temer.
Se sabe bien, que las sociedades pueden soportar un determinado nivel de injusticia, mientras no se ponga en entredicho el futuro de las clases media y alta. Cuando el estómago aprieta -léase no poder pagar la hipoteca, acceder a los servicios básicos, como: luz, agua, electricidad o comunicaciones, o tener problemas para el acceso a una buena alimentación o atención sanitaria-, entonces, la posibilidad de reaccionar ante lo injusto se hace más patente, y la inestabilidad social está servida.
Principio de conservación del Capital
Con todo, sobran los dedos de una mano para contar el número de grandes Revoluciones Sociales acontecidas a lo largo del S. XX. ¿Por qué? De una parte, porque todo sistema tiende a autoprotegerse -y en el caso del Sistema, más-, impidiendo o dificultando que el acceso de elementos extraños pueda alterar el privilegiado status quo de la élite dominante; y por otra parte, porque cuando surge algo incontrolable que suponga una amenaza para la estabilidad de la oligarquía, existe un buen número de instrumentos para el entretenimiento de la turba, como: retorcer los sentimientos patrios o religiosos; avivar la confrontación fraterna, étnica o social; crear enemigos artificiales -distintos a los verdaderos-; etcétera. Todo vale con tal de evitar que el proletariado acceda a sus derechos con justicia y equidad.
La cría de pirañas
Lo idóneo para el Capital, sería hallar una correlación de equilibrios que permitieran la estabilización de una estructura de clases que asegurara la infinita permanencia de los privilegios de la oligarquía, pero cualquiera que haya intentado la crianza de pirañas sabe que eso no es posible, porque el error sistémico está en la ilimitada voracidad de la ambición. Los poderosos siempre ansían mayores cotas de poder, y como al final, los perjudicados son siempre los mismos, determinados excesos provocan situaciones de inestabilidad equiparables al hambre de las pirañas.
España, hoy
Nuestro caso es un paradigma neo-dictatorial cuya faz más visible viene dada por la presencia de un militar encabezando la jefatura del Estado: el principal cargo público de nuestro país no está sujeto a elección, y no solo es vitalicio y hereditario, sino que además, el individuo que detenta tal posición fue designado arbitrariamente por uno de los tres o cuatro mayores genocidas del S. XX.
Pero Juan Carlos es lo de menos… otro señuelo, un títere más… el empleado Jefe de Estado no es sino otra zanahoria con la que el Capital trata de conducirnos por el recto camino, apartando nuestra mirada de realidades sociales ciertamente más escandalosas, que rodean el estercolero social en el que se ha convertido nuestro país.
Aquí impera un bipartidismo estricto, de listas cerradas, cuyo poder se canaliza a través de un Legislativo unicameral, que incluye al Ejecutivo y nombra al Judicial, todo ello bajo la atenta mirada de quienes ostentan el monopolio del terror armado, y tutelados a su vez por quienes pagan todo, con cargo al proletariado.
Noccones como separación de poderes, laicismo, integración migratoria, elecciones primarias, listas abiertas, proporcionalidad electoral, condonación de deuda externa, control del gasto público, autodeterminación, desconcentración mediática, derecho humanitario penitenciario, participación ciudadana, descolonización, austeridad o igualdad, suenan a pueril utopía, cuando no son motivo de mofa.
EL QUINTETO DE LA ANTIPOLÍTICA
Frente a los intereses del conjunto de la ciudadanía, tenemos cinco elementos claros: la arbitrariedad, la deshonestidad, la violencia, la división y la desmotivación. Juntas o por separado, estas cinco causas, instrumentos y efectos son al mismo tiempo las vías por las que el Sistema se perpetúa.
1. Arbitrariedad
Arbitrario es todo cuanto va en contra de la Igualdad -que no uniformidad-, arbitrario es el nombramiento de alguien para que ejerza el poder sobre los demás, sin más razón ni argumento que el uso o la amenaza del uso de la fuerza. Arbitrario es que unos posean más de lo necesario, cuando todavía hay quienes no tienen ni lo imprescindible.
2. Deshonestidad
La deshonestidad es la otra gran enemiga del Bien Común. La deshonestidad, colectiva o individual, está detrás de cada injusticia a la que no se pone freno, teniendo medios. Sociedades enteras que, sabedoras de la necesidad extrema de otros, dan su espalda a importantes sectores de la Humanidad, son deshonestas, porque conocen lo correcto, y optan por no hacer nada para impedirlo, so pena de perder su privilegiada situación. Personas deshonestas son las responsables de que llevemos demasiado tiempo sin que aparezca ningún gran hombre o mujer de Estado, y que cuando aparecen, fenezcan víctimas de la falta de honestidad de otros. ¿Cuánto tiempo llevamos sin un Mahatma Gandhi, sin un Voltaire o un Rousseau? ¿Por qué razón el Sistema trata de limitar la capacidad de influencia de personas como Julio Anguita, Nines Maestro o Noam Chomsky? ¿Por qué da la sensación de que nuestros representantes solo se representan a si mismos? ¿Qué hacen los líderes obreros dando la mano a un monarca en sede parlamentaria, en el aniversario de la perpetuación de un régimen ilegal? ¿O aprobando el envío de tropas para cooperar en la actividad de gobiernos claramente expansionistas? ¿Qué hace el sucesor de Franco reuniéndose con el dictador Obiang?
La falta de honestidad es sistémica. No hay coherencia alguna entre lo que se sabe correcto y lo que finalmente se dice y hace. Y no se trata de casos aislados: el sistema político español ha devenido en una delitocracia retroalimentada, la endogamia del Mal, donde la deshonestidad adopta mil caras, que van desde la hipocresía, la envidia, el rencor, el odio, o el sectarismo, hasta la represión, la censura, la traición y en algún caso, el asesinato.
Deshonestos son los egoístas cuya ambición no conoce límites, los que se aprovechan de éxitos que saben injustos, o ajenos, y por extensión, todo aquel que actúa en exclusivo propio beneficio -máxime cuando dice hacerlo en bien de los demás-.
3. Violencia
La violencia es otro gran puntal de la antipolítica, causa de sufrimiento por excelencia, y razón por la que la razón se pierde la razón. No hay idea justa que no deje de serlo si en su génesis o desarrollo interviene la violencia. Toda forma de violencia política es ética y moralmente inadmisible. Son falsas las distinciones entre guerra, atentado, combate o terrorismo: no hay violencia política aceptable, jamás, nunca. La única excepción es el derecho a la legítima defensa, y aún en tal caso, deberá emplearse únicamente la fuerza necesaria e imprescindible para repeler la agresión, sin causar más daños que los estrictamente necesarios para la protección de la vida. La defensa preventiva es inmoral, y la toma de represalias, una estupidez.
La violencia deshumaniza no solo a sus víctimas, sino también a quienes la ejercen. Optar por la violencia supone reconocer el triunfo del odio sobre la razón. La guerra no solo constituye el fracaso de la diplomacia, sino de toda forma de política. Ni el origen, ni el desarrollo, ni la terminación de un conflicto bélico son jamás hechos casuales, muy al contrario, todos estos hechos abren interrogantes cuyas respuestas a menudo no serían políticamente correctas, aunque sin duda resultarían muy ilustrativas del estercolero público en que habitamos.
¿Qué razón conduce al principal partido de la oposición a tomar la calle en defensa del abandono de las negociaciones de paz? ¿A quién puede interesar que un conflicto armado tenga lugar, se prolongue en el tiempo o afecte a un ámbito territorial cada vez más extenso?
La violencia deslegitima, hasta el punto de que lograr un nivel aceptable de violencia procedente del otro puede ser una buena forma de conseguir o mantener una situación que a través del diálogo sería imposible de justificar. Además, no hay que olvidar que la violencia es un lucrativo negocio en si misma, cuya existencia genera un vasto repertorio de intereses de todo tipo.
4. División
La élite dominante siempre ha precisado del recurso a la división para salir airosa de su permanente guerra contra el conjunto de la ciudadanía. El por qué es muy sencillo: simplemente, somos más.
Tomemos el ejemplo de la sociedad post medieval francesa, donde un monarca (con la inestimable ayuda de la «nobleza» y el ejército) ejercía el poder absoluto sobre el común de los mortales: de un lado tenemos al estamento militar y la aristocracia, y de otro, al resto de la ciudadanía francesa, bretona, corsa, navarra, española y occitana… es de suponer que en caso de Revolución, ocurriera lo que finalmente ocurrió, pero ésta tardó en llegar gracias a algo muy simple: la falta de cohesión.
De todas las estrategias bélicas conocidas, la más fácil, rentable, carente de riesgo y eficaz consiste en dividir al oponente, y contra ésta no caben titubeos: unidad de acción es el camino. Bien entendida,unidad no es uniformidad, unión no implica fusión. Es perfectamente posible actuar al unísono cada vez que sea necesario, y conservar no obstante, la diversidad de matices y riqueza ideológica en todo lo accesorio o puntualmente prescindible.
Que nadie diga que nos encontramos a años luz de cualquier acercamiento entre quienes de todos modos defendemos objetivos muy parecidos, porque en toda lógica, la propia frase es una contradicción. La Historia demuestra que en tiempos no muy lejanos, la unidad del proletariado fue un hecho, cuya materialización produjo tal acercamiento al concepto de Bien Común, que la oligarquía oficial solo pudo responder valiéndose de su brazo armado, cometiendo un atentado terrorista masivo que bajo el ardid de dirigirse contra la mitad de la población, sometió a toda ella bajo el peso de unas armas, cuyo temor, todavía enrarece nuestra vida pública, impidiéndonos el restablecimiento de la normalidad democrática.
Unidad de acción es la única respuesta efectiva que nosotros, el proletariado, podemos oponer a los constantes intentos de división a los que nos somete el Capital. Y esta es una lucha desigual, porque de la misma forma que es más fácil destruir que construir, también se requiere más coraje, valor y talento para permanecer unidos ante la tentación de dividirnos.
¿Que alguien nos excluye? ¡Fundemos un partido! ¿Que León llevaba más razón que Carlos? ¡Fundemos otro partido! ¿Qué aquí el único que sabía lo que se había era José? ¡Fundemos un partido! ¿Qué alguien está pervirtiendo el mensaje de Pablo? ¡Fundemos un partido! ¿No conseguimos copar los primeros puestos en la lista por Madrid? ¡Fundemos un partido! ¿Podemos defender la independencia socialista de Alpedrete? ¡Fundemos un partido! ¿Importan más las pieles de los animales? ¡Fundemos un partido! ¿Qué ninguna de las tres comprende a José Antonio? ¡Fundemos otra más!
Así no hay forma de conseguir nada. Si el proletariado es uno, no tiene sentido que su fuerza se fragmente, divida y subdivida. El proletariado es único, aunque lo componga un sinnúmero de individuos. La atomización del proletariado es su mayor debilidad… siendo como es la fuerza más poderosa imaginable.
Convivir no es fácil y menos aún en el mundo de la política, donde la intolerancia, el personalismo y otras formas de deshonestidad golpean con frecuencia el corazón y la cabeza, pero nuestro sentido de la responsabilidad hacia la clase obrera debería prevalecer sobre cualquier otra incomodidad.
Sin unidad no hay nada. Es sabido que una sola gota de agua nada puede contra las murallas de un puerto fortificado, pero la experiencia dice que cuando es todo el mar quien ejerce su presión, a fuerza de constancia no hay obra humana que se le pueda resistir. Con el proletariado debería ocurrir lo mismo.
5. Desmotivación
Algunos afirman: ¡qué raro!, otro acto sin concurrencia. Otros preguntan: ¿qué estaremos haciendo mal? ¿acaso ya nadie se interesa por el partido? La respuesta es clara: se trata de la desmotivación, la desazón, la desmovilización. Como todo lo que atenta contra los intereses de la clase obrera, no es casual, tiene causas. Causas que no son fáciles de explicar, y aún menos de resolver.
Básicamente, el hartazgo de la militancia tiene su origen en la sensación de impotencia que cualquier obrero experimenta ante el formidable despliegue de imagen que rodea al poder. Da la sensación de que es imposible que alguien pueda hacer algo que contribuya decisivamente a mejorar la calidad de vida de la gente corriente. ¡No vale la pena! -piensan muchos-.
Eso, unido a la íntima seguridad de que muchos de los que están lo hacen solo por su propia causa, y que además, «todo es una mafia», en la que solo cuenta a quien conozcas y qué estés dispuesto a hacer para quienes estén dispuestos a hacer algo por ti. Todo eso conduce a esta situación, en la que es raro dar con una Agrupación Local cuya actividad política supere un evento mensual.
La gente no se mueve, es un hecho. Es más, existe un elevadísimo índice de rotación: el promedio de permanencia de un militante de base en su partido es cada vez más breve. Nadie hace nada, salvo para lucrarse de algún modo, o asegurar su posición en algún futuro. En muchos de los cuadros intermedios, todo el mundo ve a sus compañeros como a hipotéticos adversarios en futuras cribas en su camino hacia la Secretaría General de las Naciones Unidas, a la que todo trepa parece querer llegar. Y así no hay nada que hacer.
Es necesario concienciar, ejercer una labor pedagógica, sobre la extrema importancia de cada eslabón de un ancla para que el barco no acabe navegando a la deriva. Es cierto que muchas veces hace falta un capitán, pero hay que confiar en la democracia y lo méritos reales de cada cual. De nada sirve tener a un timonel en el almirantazgo, ni a un Jefe de Estado Mayor en la sala de máquinas. Lo que sí es eficaz es que toda la tripulación sepa que se encuentra a bordo de la misma nave, remar al unísono, con buen rumbo y en compañía de la mejor flota.
FORMAS DE HACER POLÍTICA
Básicamente, las formas de participación política en la actualidad se podrían clasificar en tres grandes grupos: el de la agitación intelectual, la toma de la calle y el campo de la política institucional. Cada uno de estos grupos -distintos pero complementarios- presenta una serie de características muy definidas, características que los hacen atrayentes para algunas personas y que al mismo tiempo alejan a otras, dependiendo del nivel de experiencia política de cada cual, de lo satisfactorio de ésta, de los objetivos de cada uno y de otros aspectos, como la preparación o disponibilidad.
1. Agitación intelectual
Se trata no solo de repetir memes, sino de crear o intentar crear opinión. En nuestros días disfrutamos del enorme privilegio de tener a nuestra disposición un amplio abanico de vías de participación, más o menos accesibles y que nos permitirán expresar nuestro pensamiento, mover a otros a la reflexión y compartir ideas para contrastarlas y enriquecerlas.
Además de los tradicionales medios de multicopia y distribución de octavillas u otra suerte de publicaciones, podemos optar por el uso de Internet para difundir nuestro pensamiento: participar en coloquios o foros de opinión, crear o engrandecer sitios web, escribir y publicar una bitácora electrónica, remitir cartas al director a diversos medios de prensa (tanto impresos como digitales). Recordemos que hoy en día es relativamente fácil acceder a los servicios de difusión de videos a través de la Red, así como la transmisión de grabaciones de sonido -a través de los llamados podcasts-.
Otra forma muy efectiva de agitación intelectual es la participación en debates, conferencias, tertulias y ponencias en todo tipo de entornos: profesional, académico, cultural o asociativo. O -si nos es posible- la intervención en espacios radiofónicos o televisivos. Como siempre, puede parecer que ciertos niveles son inaccesibles, pero eso dependerá en buena medida de una serie de condiciones innatas de cada cual, que muchas veces tendemos a valorar equivocadamente. Intentarlo es gratis: todos conocemos emisoras de radio y televisión de ámbito local -para empezar-.
La creación y publicación de libros es otro campo del que muchas personas capaces deciden autoexcluirse, cuando lo cierto es que su contribución sería muy interesante. Algunos de los libros más importantes para el progreso de la Humanidad no se han llegado a escribir, y la causa se debe a que quienes podían hacerlo no contaron con elementos mínimos para ello: existen y han existido vastos países en los que el acceso a la alfabetización era un privilegio reservado a las clases dominantes. Nosotros sí podemos hacerlo. La obra escrita es una vía fundamental para la transmisión del pensamiento. Las personas con capacidad de escribir tenemos la responsabilidad de hacerlo también en nombre de todas las que no pueden hacerlo.
Crear una obra literaria es hoy en día algo muy fácil: no es necesario que ésta termine por ser impresa, basta su redacción en formato electrónico para poder ser compartida por el resto de la Humanidad alfabetizada. A partir de ahí, el único límite es la imaginación. El poder de la palabra es la mejor y única arma de quienes renunciamos al uso de la violencia como medio para conseguir un mundo distinto y mejor.
Dejando los libros a un lado, existen otros caminos, como el de la elaboración de argumentarios, manifiestos -mejor si están consensuados-, y otros instrumentos de trabajo político, como el mundo de la expresión gráfica, documental, teatral y la canción-protesta. Vías todas ellas muy valiosas, puesto que su alcance suele incluir a sectores más extensos de la sociedad, a los que igualmente se debe acceder.
2. Tomar la calle
Tomar la calle no resulta una actividad sencilla, a menudo supone el encontronazo frontal con los enviados de aquellos cuya posición se pueda ver amenazada por la difusión de ideas como el respeto democrático o la justicia social.
Dicho esto, existe una enorme diversidad de actuaciones políticas cuyo desarrollo puede tener curso en la vía pública, desde los más usuales como concentraciones y manifestaciones, pegado de carteles, reparto de periódicos, octavillas o material de propaganda, hasta otros menos frecuentes, como cadenas humanas, o la realización de todo tipo de puestas en escena: formas excepcionales, ingeniosas y siempre no-violentas de reivindicar cuanto creamos justo.
Si excluimos la violencia, todo lo demás es válido. Siempre que deseemos expresar una idea u opinión política, ocupar la calle será nuestro derecho: hay que saber que toda concentración pacífica de personas con fines políticos es legal, si bien es preciso comunicar a las autoridades cuando se prevea que por el número de participantes, la concentración pueda afectar al normal desarrollo del tráfico en la zona.
Jamás debemos responder a provocaciones, vengan de donde vengan. Para ello, lo mejor es disponer de un servicio de orden cuando las circunstancia lo aconsejen -por ejemplo cuando se presuponga la existencia de agitadores, o haya que proteger la integridad física de alguna o algún representante-. Debemos mantener un comportamiento cívico en cualquier acto público, con la única excepción de los actos de desobediencia civil no-violenta que ocasionalmente puedan llevarse a cabo, siempre evitando la improvisación y procurando reducir al mínimo el riesgo para todas las personas que intervengan o presencien la protesta.
Como en el caso de la expresión escrita, no hay límites a la imaginación en cuanto al hecho de tomar la calle, uno puede plantarse donde sea, con un cajón madera de los que se emplean para transportar de huevos o fruta, darle la vuelta, subirse encima y expresar cuanto estime oportuno ante la concurrencia (al estilo Speaker’s Corner del Hyde Par londinense), se pueden repartir folletos en la salida de una estación de metro, en la entrada de una fábrica, o subirse a donde sea. Todo vale mientras se trate de un acto no-violento, y cautive la atención del público en torno a una idea o causa justa.
3. Política institucional
Finalmente, tenemos el campo de la acción política organizada. Ésta puede discurrir en torno a partidos políticos o sindicatos de trabajadores, pero también en otros entornos, como asociaciones culturales, grupos de presión, tertulias literarias, logias, fundaciones benéficas, o instituciones académicas.
Partidos políticos
Por lo general, el hecho de participar en el juego de la política de partidos presupone la aceptación de un conjunto de leyes no escritas. Leyes que convendría conocer con carácter previo a la toma de tan importante decisión, y que por otra parte, tampoco resulta difícil adivinar: los partidos son organizaciones formadas por personas, acostumbran a tener una estructura jerarquizada y sus procedimientos de promoción interna suelen ser el resultado de complejos y cambiantes equilibrios, en los que intervienen parámetros como la amistad o enemistad personal, su trayectoria política, los apoyo de grupos de presión que pueda suscitar, el talento del candidato, su aspecto externo, lealtad, habilidades como comunicador, su género, etnia, orientación sexual, credo, origen, posición social, formación académica y en menor medida: sus ideas, honradez y el resultado del paripé electoral con el que se satisfaga el precepto legal de guardar una apariencia democrática.
Todo ello, sin entrar en detalles más escabrosos como los clásicos navajazos por la espalda, o el riesgo de caer víctima de atropello por parte de alguno de los trenes más veloces, de nuestra propia compañía.
De todos modos, todo auténtico demócrata sabe que por definición: generalizar es malo. Por ello, en ausencia de un examen exhaustivo que demuestre lo contrario, es perfectamente posible que existan organizaciones políticas cuya organización y funcionamiento interno sea plenamente democrático. No hay que desesperar.
Sindicatos
El mundo sindical guarda estrechas similitudes con el de los partidos políticos, si bien éste presenta algunas características que le son exclusivas, como el preciado factor de consolidación profesional (ese halo de indespedibilidad, que tantas veces deriva en desidia, o distanciamiento mórbido de las circunstancias de una vida laboral corriente). Señalar que tanto en el caso de los partidos políticos, como en el de los sindicatos, se suele dar un elevadísimo nivel de corporativismo profesional, que a menudo se parapeta tras una supuesta «disciplina de partido».
Sumemos a eso la existencia de estructuras sobredimensionadas, cargadas de una absurda burocracia que no es sino un ardid para esconder la presencia de más y más parásitos del proletariado, y obtendremos una visión muy nítida del panorama sindical español. ¿Alguien sabe cuántos miembros tenía la Confederación Nacional de Trabajadores en 1935? ¡Cerca de un millón! ¿Y cuántos liberados para hacer frente a tan ingente multitud? ¡Solo uno! La mayor parte del trabajo era de voluntariado, con una dedicación ciertamente más precaria, pero con una honestidad a toda prueba.
Ya en nuestros días, es posible encontrar tendencias sectarias, que llegan a degenerar en situaciones que es mejor no describir aquí.