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Reseña del libro Reencontrando a Gaia. A hombros de James Lovelock y Lynn Margulis, de Carlos de Castro. Ediciones del Genal 2019

Reencantamiento con Gaia

Fuentes: Rebelión

Si la simbiosis es tan frecuente e importante como parece, habrá que reconsiderar la biología desde el principio (Lynn Margulis, 1995)    Sí, Dios ha muerto, hemos sufrido el desencanto del mundo. Ya no hay magia, no hay misterio, no hay encanto… todo está permitido y nos encontramos en un nihilismo más o menos activo. El budismo es […]

Si la simbiosis es tan frecuente e importante como parece, habrá que reconsiderar la biología desde el principio (Lynn Margulis, 1995) 

 

Sí, Dios ha muerto, hemos sufrido el desencanto del mundo. Ya no hay magia, no hay misterio, no hay encanto… todo está permitido y nos encontramos en un nihilismo más o menos activo. El budismo es el caso más severo de nihilismo pasivo.

Por eso el anuncio de este libro señala la aparición de un nuevo encantamiento de la mano del reencuentro con Gaia.

Hablar de Gaia es hablar de Lovelock (1919) y de Margulis (1938-2011)

Carlos habla de reencuentro porque ya hizo un trabajo preliminar hace más de diez años y dos novelas gaianas hace poco. No es nuevo en la preocupación e interés por Gaia. Es más, posiblemente sea una de las personas que en este país está más interesada y apasionada en Gaia, especialmente desde un punto de vista científico, pero también filosófico y yo diría que espiritual.

Veamos nuestras visiones

No sé si a Carlos le ha ocurrido como a mí, pero confieso que después de 20 años rumiando a Margulis especialmente, tuve no hace mucho (a edad provecta) una visión como San Pablo, que me hizo caer del caballo y de alguna manera me «decía»: has encontrado una cosmovisión que hay que convertir en una buena nueva y hacer la correspondiente predicación de la misma, con ocasión o sin ella. Es única y es rabiosamente de ahora. Estoy encantado.

Mi visión se centra en que sin Margulis y Lovelock, a partir de los años 60 y 70 del pasado siglo, no era posible ver Gaia, el planeta Tierra como un ser vivo, ni el origen y la evolución de la vida sin el concurso básico de la simbiosis efectuada por las bacterias.

No pudo ser antes porque, aparte de que el mundo de la microbiología es un gran desconocido para los biólogos, excepto en su parcela de patógenos, el microscopio electrónico, que es el instrumento que permite ver ese micromundo con toda claridad, no estaba disponible hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Margulis empieza a formular su teoría endosimbiótica a finales de los 60. Eso no quita que intuitivamente los conceptos de simbiogénesis y biosfera ya se hubiesen adelantado a principios de siglo. Igualmente hasta que Lovelock no fue contratado para trabajar en la NASA a principios de los 60, para estudiar la vida en Marte, no fue posible intuir la hipótesis Gaia, disponiéndose también de instrumentos que permitían conocer la atmósfera de Marte a distancia. Ayudó la visión de la Tierra desde la Luna enviada por el Apolo 8 en 1968. La visión me iluminaba que hacía menos de 50 años se habían conjuntado unas circunstancias que estaban llamadas a cambiar nuestra cosmovisión global de la vida: se trataba de la teoría Gaia y de la visión marguliniana del mundo de las bacterias: del antropocentrismo al bacteriocentrismo y al gaiacentrismo, en lugar de pasar de animales a dioses como se preconiza con fuerza en la actualidad (Harari, Sapiens. De animales a dioses, 2018). Una revolución en la evolución según reza el libro de Margulis, editado por la Universitat de Valencia en 2002. Y en el mundo vivo. Los microbios, especialmente las bacterias, son los seres en lo más alto de la jerarquía de lo vivo, aparte de constituir la mayor parte en masa y variedad de la misma. Prescindir de ellos es ignorar la vida en sus orígenes, inicios, en la actualidad y en el futuro. No saber lo básico de nosotros mismos.

La gran cosmovisión del siglo XXI

Carlos, como buen físico plantea un paralelismo entre la revolución de la física del siglo XX y la necesaria revolución de la biología (y otras ciencias sociales) que se han quedado estancadas en las formulaciones del siglo XIX, caso del darwinismo. La física inicia su gran cambio a principios del XX con Plank (en 1900) y Eisnstein (en 1905). Ellos fueron los dos grandes revolucionarios de una ciencia que a finales del XIX suponía que ya estaba todo el «pescado vendido». A partir de ellos vinieron los demás grandes nombres que desarrollaron la teoría cuántica en torno a la Escuela danesa (Bhor, Heisenberhg, Schrödinger, etc.) en un segundo gran nivel. Carlos mantiene que en biología ya tenemos a los dos grandes nombres y que en segundo nivel tienen que aparecer los investigadores de la escuela correspondiente a Dinamarca para su desarrollo. El libro de Carlos pertenece ya a esta Escuela de segundo nivel que podemos llamar vallisoletana.

Es un libro exigente, muy transdisciplinar, por eso va dirigido a académicos, biólogos ecólogos, filósofos etc. No es un libro sencillo.

Su Teoría Gaia orgánica

Su gran aportación es la que él llama Teoría Gaia orgánica. Como buen trabajo científico se distancia en algunos aspectos de las formulaciones iniciales de sus dos maestros. En efecto, la idea de organicidad, según Margulis, lleva implícita la necesidad de que el gran organismo se alimente de sus desechos y eso no es posible. Carlos supera esta dificultad con la constatación del reciclaje total en Gaia.

Formula su teoría diciendo que la biosfera es un organismo formado por simbiosis coordinada de todos los vivientes. Gaia, la madre Tierra, es un sistema homeostático que emerge de la interacción entre la Tierra y la biosfera, cuyo resultado son estados que permiten la permanencia de la vida. La base de esta emergencia es la teoría de Margulis sobre el mundo de las bacterias: un mundo hegemónico para la vida, en su origen, historia, actualidad y futuro y un mundo simbiótico.

Toda esta visión holística de la vida se sustenta también en el concepto esencial de autopoiesis, en todos los organismos y en la propia Gaia. La autopoiesis, una aportación de Maturana y Valera, es la mejor definición de lo que es la vida. Es la capacidad de unos entes, unos organismos, para realizar de manera continuada su actividad (metabolismo) de automantenimiento. Si cesa la autopoiesis cesa la vida. Gaia se automantiene como gran organismo y genera las condiciones que hacen posible el conjunto de la vida de cuyos organismos está formada.

Siguiendo todas las características de un ser vivo, Gaia recicla la materia mejor que la mayoría de los organismos, se autorrepara, evoluciona y es teleológica, es un organismo de pleno derecho.

Como al principio lo vieron Margulis y Lovelock, no es que la Tierra acoja a la biota y forman un conjunto compatible, es que Gaia (la Tierra más la biosfera) generan orgánicamente las condiciones que hacen posible que la vida siga existiendo y así lleva más de 3.900 millones años. La Tierra es un planeta vivo podríamos decir.

Y no de cualquier manera, sino con un papel de las bacterias esencial en el origen y desarrollo de la vida y una tendencia esencial a la simbiosis. Las ideas de competencia quedan completamente arrumbadas.

La visión de Carlos a esta Gaia es mucho mayor: aporta las realidades entrópicas y las realidades de los sistemas disipativos de Prigogine. Sus añadidos en este capítulo hacen referencia a la tendencia al aumento de la complejidad, que según él sigue mientras pueda una curva exponencial, y al carácter teleológico de Gaia de la que ya hemos hablado.

Imaginémonos a la especie humana procedente de un mundo de más de 3.900 millones años de antecedentes bacterianos, de seres vivos en continua autopoiesis y expansión que han inventado todo lo concerniente a las formas de vida y que forman una totalidad viva llamada Gaia, y en este contexto de recién llegados pretendemos ser los primeros, los más importantes, como dioses. Ha sido nuestro craso error histórico, lo que algunos han llamado nuestra caída.

Como dice Carlos «es posible que estemos ante un cambio de paradigma de mayor calado del que supusieron Lamarck y Darwin» en el siglo XIX. No cabe la menor duda, estamos ante una cosmovisión radicalmente novedosa, que no podría haberse adelantado a este tiempo, ni a las genialidades de Margulis y Lovelock, y que supone, por ejemplo, que tenemos, además de una teoría científica rigurosa y abierta, una teoría filosófica que cubre las necesidades antropológicas de la especie humana de contar con una explicación más allá de ella misma y de tomarse en serio la propia vida relacionándose con algo superior.

La cosmovisión gaiana hace prescindible el constructo religioso y la correspondiente hybris teísta que lo ha acompañado y antecedido y nos inserta a la propia especie, con toda modestia, en un todo superior que nos permite la resurrección permanente. Nada en Gaia muere del todo, es más todo pasa a formar parte necesaria de los ciclos siguientes de regeneración autopoiética de la vida. Es más, en el sistema Gaia, la muerte está programada (apoptosis), sin ella tanto la continuidad de la vida individual como macroorganísmica, estaría comprometida. La resurrección paulina, por ejemplo, en la que se sostiene la consistencia de la fe cristiana, no tiene fundamento propio alguno (Carta a los Corintios, 15). La resurrección gaiana es parte de la vida de Gaia y de cada una de las individualidades que la contenemos, pero sin fantasías milagrosas. La muerte deja de ser una tragedia y se convierte en parte de la vida gaiana. Como dice el poeta en su Canto de la Tierra: «No acabamos en esto/ que sucedió y sucede. Nada se descompone/ sino para ser algo/ nuevo: de alguna forma en todo lo que ocurra/ estaremos presentes».

Gaia Orgánica y el Planeta Simbiótico han venido a poner al hombre en su lugar en el cosmos, esa aspiración largamente buscada: somos una especie que habla, que es una recién llegada a este planeta vivo y que está en la jerarquía de la vida en un puesto muy modesto. Gaia es bacteriocéntrica. Aunque nos parezca increíble, son las bacterias las principales hacedoras de la vida, de toda la vida pasada, presente y futura y son ellas la mayor esperanza para las demás especies incluida la humana.

Con esta cosmovisión, tan revolucionaria y novedosa, nuestro puesto en el cosmos es mucho más próximo al humus que a la estratosfera celestial.

Gaia será nuestro nuevo sujeto de devoción y sacralidad, con todas sus consecuencias. Nuestra alegría de vivir.

El libro de Carlos que glosamos aporta todos los ingredientes que hacen de esta cosmovisión una aportación rigurosamente científica.

Finalmente Margulis nos consuela y nos advierte de que «recuperado del ataque copernicano y de la agresión darwiniana, el antropocentrismo ha sido barrido por el soplo de Gaia. Este soplo, sin embargo, no debería enviarnos a nuevos abismos de desilusión o desesperación existenciales. Antes al contrario, regocijarnos por las nuevas verdades de nuestra pertenencia esencial, de nuestra relativa escasa importancia y de nuestra completa dependencia de una biosfera que ha tenido una vida siempre enteramente propia».

He aquí la buena nueva.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.