Leyendo cosas sobre los actuales conflictos del mundo nos ha venido a la memoria un poema que resume el despiste o el cinismo no de un autor, sino de todo un sistema.
El poema se titula “La carga del hombre blanco”, y fue escrito por Rudyard Kipling. Desde la muerte del autor a hoy han transcurrido 86 años, es decir, que de generación a generación no es tanto tiempo como parece. Moría cuando en España comenzaba lo que hoy todavía es materia de conflictiva discusión y de renqueante legislación. En la época en que fue escrito, el Reino Unido aún era un imperio, el imperio, y Kipling uno de sus heraldos más destacados, si no el más, teniendo en cuenta su premio Nobel de literatura (el primero en Inglaterra) y sus tres designaciones como sir de la Orden del Imperio Británico; en el otro extremo quedaban Oscar Wilde, homosexual, expresidiario y encima irlandés, y un poco más acá, en el ámbito de las (des)calificaciones, Bernard Shaw, fabiano y también irlandés. De pasada hay que recordar que Irlanda pasó hambrunas devastadoras que, al contrario de otras, apenas se recuerdan.
El poema es producto de ese ombliguismo que aún perdura. Es tan miope (el ombliguismo) que incluso salta ufano y eufórico de desastre en desastre sin darse cuenta de cuáles son las verdaderas consecuencias de sus actos y de sus conceptos, ya sean estos en prosa o en verso. Un ejemplo contemporáneo es el de Boris Johnson, que ha dicho recientemente en Kiev que «Lo mejor que podemos hacer es informar a los ciudadanos rusos de que los ucranianos lucharán hasta la última gota de sangre«. Gracias por la información, habrán dicho ucranianos y rusos. Y la verdad es que no ha sido incoherente. Hace poco había afirmado que «No hay ningún miembro de la OTAN que esté actualmente dispuesto a desplegar un gran número de tropas en Ucrania«. Quizás no sea tan tonto como algunos creen, y es simplemente el vocero de alguien que desea dar una palada de cal y otra de arena (de he ahí la palabra actualmente), sin riego alguno para la angloesfera.
Volviendo a la Carga del hombre blanco y a esos mensajes mesiánicos de las naciones elegidas por dios para dirigir el mundo, el poema, entre otras cosas (es una transcripción incompleta), le dice a los súbditos descontentos de las colonias lo siguiente:
Llevad la carga del Hombre Blanco/ Vamos, atad a vuestros hijos al exilio/ Para servir a las necesidades de vuestros cautivos;/ Vuestros recién conquistados y descontentos pueblos,/ Mitad demonios y mitad niños./ Buscar la ganancia de otros/ Y trabajar en provecho de otros./ Las salvajes guerras por la paz,/Llenad la boca del Hambre,/ Y ordenad el cese de la enfermedad;/ En pro de los demás,/ Contemplad a la pereza e ignorancia salvaje/ Llevad la carga del Hombre Blanco./ No el gobierno de hierro de los reyes,/ Sino el trabajo del siervo y el barrendero,/ Las puertas por las que vosotros no entrareis,/ Los caminos por los que vosotros no transitareis,/ Y cosechad su vieja recompensa/ La reprobación de vuestros superiores/ El odio de aquellos que protegéis,/ ¿Por qué nos librasteis de la esclavitud?/
Algo de elegidos por dios debe haber cuando siguen imperturbables y con la nariz airadamente alzada, tal como si el mundo oliera mal (dicen que Madrid a ajo). Los españoles actuales aún sufrimos por las culpas de los conquistadores, cuyas estatuas se decapitan incluso por municipalidades como la de Boston. Acto paradójico, porque luego en EE.UU. al día de la hispanidad lo denominan día de Colón (The Colon day queda más in), y donde se invita a conmemorar no a españoles sino a italianos. Lo mismo ha ocurrido con las estatuas de los bolcheviques (y como acto complementario, en algunos países bálticos se conmemora anualmente a las SS sin que ningún país del mundo libre haya protestado –quizás Israel–. Algo ha balbuceado ahora ese mundo contra el gobierno polaco por negarse a acudir a un acto en recuerdo de las víctimas judías. Pero ya sabemos que según algunas versiones, da la sensación de que las únicas víctimas de la IIGM fueron ellos.
Pero nos hemos apartado de la cuestión, y no por culpa nuestra, sino porque hay tanta identificación entre los anglosajones que a veces unas cosas llevan a las otras. Virtud, por lo demás, admirable: mientras los otros se dividen y matan, ellos, ya sean conservadores – laboristas o republicanos – demócratas, se unen, pase lo que pase.
Volviendo a Kipling, no hay que creer que es un poema producto de un ingenuo patriotismo. Kipling era un convencido imperialista, admirador de personajes de la talla de Cecil Rhodes. Este es otro ejemplo del estado de la memoria histórica: Decía El País en 2006, en un artículo titulado Un racista imponente, que Cecil Rhodes era, un “convencido de la superioridad de la raza blanca y angloparlante, (que) consiguió en su medio siglo de vida hacerse millonario gracias a las minas de diamantes y a cambiar el mapa del continente africano. Mandó asesinar a miles de personas y llegó a dominar dos países que llevaron su apellido, Rhodesia del Norte y del Sur”. Termina el artículo de la siguiente forma: “Según Jameson, las últimas palabras que Rhodes pronunció antes de morir fueron: «Muy poco hecho, mucho por hacer». Tenía 47 años. Es imposible calcular la cantidad de muertos que tendríamos que haber sumado a la biografía de El Coloso si le hubieran dejado seguir haciendo”. De todo esto sólo queda memoria de Robert Mugabe. ¿Por qué será?
El poema de Kipling es más largo, pero creemos que su nervio está en los versos seleccionados. Comienza con una idea que subsiste sin demasiadas transformaciones: que el hombre blanco se sacrifica por los demás. Es lo que intentaba, por ejemplo, Boris Johnson en Kiev: mataos entre vosotros que luego vendremos nosotros a recitar la oración fúnebre y a patrocinar la reconstrucción.
Hablando de ellos mismos (de los ingleses) Kipling se encara con los invadidos y les reta a que soporten la carga del colonizador; a ese esclavizante exilio que te saca de la patria en beneficio de unos desagradecidos; un sacrificio desinteresado del que no serían capaces los propios nativos ¡Que ingratos por no reconocer que las colonizaciones son un sacrificio sin réditos (recompensa, dice él)! ¿Qué pensaría Gandhi de estos versos?
Y todo esto ¿por qué? Pues porque los nativos son mitad demonios (malos) y mitad niños (ignorantes). E insiste: todo para obtener unas ganancias que no beneficiarán al esclavizante esclavizado (al inglés), sino al esclavizado esclavizante (al nativo colonizado). ¿Qué se destruyó toda la boyante industria textil de la India, por ejemplo?: No para eliminar a un poderoso competidor, sino simplemente para que compartieran los elegantes paños ingleses. No hay que buscar preguntas complicadas a las respuestas fáciles. Tal como ahora.
Lo que viene es de rabiosa (que palabra) actualidad: Las salvajes guerras por la paz. ¿No hemos oídos argumentos semejantes en nuestro siglo? ¿No hemos asistido ya a ese sacrifico heroico por los derechos de los otros pueblos, acosados por otros ignorantesaún más malos? Es decir, que la guerra no es cuestionable en cualquier caso, sino según los principios autoalabadores del que mejor propaganda posea. Pena que esas medallas sólo puedan ser poseídas por los anglosajones: ¿Qué dirían Colón y compañía a cuyas estatuas les cortan la cabeza por sus culpables acciones?
¿Y toda esa labor, para qué? Pues para dar de comer al hambriento, curar al enfermo y enseñar al ignorante (si es que se puede, dada su irremediable maldad e insuperable infantilismo). Puro cristianismo anglicano (no católico).
¿Y tales situaciones por qué se dan, según Kipling? Pues principalmente por causas intrínsecas, es decir, por padecer una pereza que con voluntad se superaría de tener el férreo carácter del hombre blanco, y por una ignorancia producto de la inferioridad racial.
¿Y a título de qué se fue a esos países sin ser invitados? No a título de señores, sino de servidores. ¿Y por qué barrenderos? Seguramente el oficio escogido posee un significado metafórico: limpiar la suciedad y a la vez poseer una escoba – ametralladora como la experimentada en Sudán (Batalla de Omdurmán), que según Churchill demostraba la superioridad de la civilización sobre la barbarie (treinta mil derviches muertos frente apenas trescientos ingleses).
Y así descubrimos que todo eso que ponemos entre interrogantes pacifistas es producto de nuestra incomprensión plebeya, de nuestra ignorancia subdesarrollada, tan lamentable como el odio injustificado que los nativos profesan sus protectores. “¿Por qué nos librasteis de la esclavitud” se pregunta el eximio poeta,si el esclavizador, decimos nosotros, vive peor que el nativo esclavizado?
Aunque resulte increíble, muchas cosas que hoy se dicen en el mundo tienen raíces semejantes a las del poema. Seguro que todavía quedan muchos que están convencidos de que la última guerra de las Malvinas fue un acto justo. En este caso, además, los gurkas no son demonios ignorantes, sino leales servidores de su majestad. Si escuchamos con atención lo que dicen los guiones de las películas, veremos que para esos personajes de ficción haber servido en Irak es causa de mérito y de honor. Resulta curioso que se recurra a las raíces para reivindicar procesiones, ferias o festejos con animales, y se olviden cuando sirven para comprender mejor un presente que sólo ha cambiado en formas y palabras. Se dirá que no es así, entonces ¿por qué no se les corta la cabeza a sus estatuas, y se trasladan sus tumbas a lugares por los cuales deduzcamos que no han sido ejemplares, tal como se creía antes, sino todo lo contrario? ¿Por qué a Colón, sí y a Sir Francis Drake, no?
Esperemos que en un futuro no veamos una estatua de Boris Jonhson señalando al horizonte, y que el mundo no siga a su erecto dedo y demás compinches.
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